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La grandeza siempre ha de ir combinada con la vulnerabilidad.
Príncipe heredero RAPHAEL CORRINO
Dispuesto a afrontar otro momento crucial de su vida, el duque Leto entró en la Sala de la Oratoria del Landsraad. Pese a que el emperador se hallaba ocupado en algún juego de guerra, Leto estaba preparado para pronunciar el que tal vez sería el discurso más importante de su carrera.
Recordó la última vez que había aparecido ante esta augusta asamblea. Era muy joven, recién nombrado duque de la Casa Atreides tras la muerte prematura de su padre. Después de la conquista de Ix por los tleilaxu, Leto se había mostrado impulsivo, insultado a los invasores y condenado al Landsraad por hacer caso omiso de las súplicas del conde Vernius. En lugar de quedar impresionados, los representantes se habían reído del joven noble inmaduro…, del mismo modo que habían rechazado las protestas del embajador Pilru durante muchos años.
Pero esta tarde, cuando Leto entró con su orgulloso séquito, los delegados le vitorearon y corearon su nombre. Los aplausos resonaron en la inmensa sala, y consiguieron que se sintiera más fuerte, más seguro de sí mismo.
Aunque carecían de medios para comunicarse entre sí, los distintos implicados en el plan tenían que actuar con una coordinación perfecta. Thufir Hawat ya había coronado con éxito su audaz maniobra contra el bloqueo de Beakkal, y el ataque sobre Ix se produciría de un momento a otro, aun sin la confirmación de los dos infiltrados. Leto sabía cuál era su papel en Kaitain. Si el plan proseguía como era de esperar, si Rhombur y Gurney seguían con vida, la liberación de Ix sería total y el nuevo conde Vernius se instalaría en su hogar ancestral antes de que nadie pudiera protestar…
Pero solo si todo sucedía al mismo tiempo.
Justo antes de entrar en la Sala de la Oratoria, Leto recibió una apresurada notificación de una de las anónimas hermanas Bene Gesserit que revoloteaban como cuervos alrededor de la corte imperial.
—Vuestra concubina Jessica ha iniciado las labores de parto. Dispone de la asistencia de las mejores hermanas Galenas. —La acólita le dedicó una leve sonrisa, junto con una breve reverencia cuando retrocedió—. Lady Anirul pensó que quizá os agradaría saberlo.
Leto, inquieto, avanzó hacia el estrado de los oradores. Jessica estaba a punto de dar a luz a su hijo. Debería estar con ella en la sala de partos. Las Bene Gesserit quizá no aprobarían la presencia de un hombre, pero en otras circunstancias, sin todos estos asuntos de estado tan agobiantes, las habría desafiado.
Pero esto era una cuestión de protocolo. Tenía que pronunciar el discurso ahora, mientras Duncan Idaho guiaba a sus tropas hacia las cavernas de Ix.
Cuando el pregonero de la corte gritó su nombre y títulos, Leto tamborileó con los dedos sobre el atril y esperó a que el clamor se apagara. Por fin, se hizo un silencio expectante en la sala, como si los delegados sospecharan que iba a anunciar algo interesante, incluso audaz.
Su popularidad y prestigio en el Landsraad había ido aumentando con los años. Ningún otro noble, incluidos los que eran más ricos que él, se habría arriesgado a llevar a cabo una maniobra tan impetuosa e inesperada.
—Todos estáis enterados de la desgracia que aflige a Beakkal, asolada por una plaga botánica que amenaza con destruir su ecosistema. Si bien tuve un pleito personal con el primer magistrado, resolví el asunto a mi entera satisfacción. No obstante, mi corazón sufre por el pueblo inocente de Beakkal. Por consiguiente, he enviado naves cargadas con provisiones, con la esperanza de que el emperador Shaddam nos dé permiso para romper el bloqueo y entregar ayuda vital.
Los aplausos resonaron en la sala, una demostración de admiración mezclada con sorpresa.
—Pero esa es solo una pequeña parte de mis actividades. Hace más de veinte años, aparecí ante vosotros para protestar por la conquista ilegal tleilaxu de Ix, el feudo legítimo de la Casa Vernius, amiga de la Casa Atreides y amiga de muchos de vosotros.
»Al no recibir ayuda del emperador, el conde Dominic Vernius decidió declararse renegado. Su esposa y él fueron perseguidos, en tanto los viles tleilaxu consolidaban la usurpación de Ix. Desde aquel tiempo, el príncipe Rhombur, heredero legítimo, ha vivido bajo mi protección en Caladan. Durante años, el embajador ixiano en el exilio ha implorado vuestra ayuda, pero ni uno solo de vosotros ha levantado un dedo en su ayuda.
Esperó, miró y escuchó la incómoda agitación que recorrió la sala.
—Hoy, he iniciado una acción unilateral para remediar esta injusticia.
Dejó que los asistentes asimilaran la noticia, y después continuó con voz estentórea.
—En este mismo momento, mientras os hablo, fuerzas militares Atreides están atacando Ix, con la intención de restaurar en el trono al príncipe Rhombur Vernius. Nuestro propósito es expulsar a los tleilaxu y liberar al pueblo ixiano.
Una exclamación ahogada se propagó entre los asistentes, seguida de murmullos frenéticos. Nadie había esperado esto.
Forzó una sonrisa valiente y enfocó el problema desde otro punto de vista.
—Bajo la tiranía inepta de los tleilaxu, la producción de la tecnología esencial ixiana ha caído en picado. El Landsraad, la CHOAM y la Cofradía Espacial lo saben. El Imperio necesita buenas máquinas ixianas. Todos los nobles presentes se beneficiarán de la restauración de la Casa Vernius. No creo que nadie se atreva a negarlo.
Paseó la vista por el mar de rostros, desafiante.
—He venido a Kaitain para hablar con el emperador Padishah, pero está ocupado en otra cuestión militar. —Leto vio una mayoría de caras atónitas y encogimientos de hombros, y algunos asentimientos de los que parecían saber algo—. No me cabe la menor duda de que mi querido primo Shaddam apoyará la restauración de la Casa Vernius. Como duque Atreides, he emprendido esta acción por la justicia, por el Imperio y por mi amigo, el príncipe de Ix.
Cuando Leto concluyó, diversas reacciones tuvieron lugar en la sala. Oyó vítores, algunos gritos de indignación, y sobre todo, confusión. Por fin, la marea se invirtió. Uno a uno, los delegados se pusieron en pie y aplaudieron. Una ovación ensordecedora resonó en las paredes de la sala.
Leto saludó y asintió en señal de agradecimiento, pero se detuvo al ver a un hombre de pelo cano y aire digno, que no llevaba uniforme impresionante ni distintivo de rango, ni tenía reservado asiento o palco especial: el embajador Cammar Pilru. El representante ixiano miró a Leto con algo parecido a la reverencia. Y se puso a llorar.