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La Hermandad no necesita arqueólogos. Como reverendas madres, nosotras encarnamos la historia.

Doctrina Bene Gesserit

El calor al rojo vivo de una fundición bañaba el rostro apergaminado de la madre superiora Harishka. Los olores acres de aleaciones metálicas, impurezas y componentes eléctricos se revolvían en el interior de la masa fundida contenida en el enorme crisol.

Una procesión de hermanas se acercó al horno, cada una cargada con un componente de la nave Harkonnen siniestrada. Como isleñas de la antigüedad que llevaran ofrendas al dios de un volcán, arrojaron piezas rotas al iracundo crisol.

La nave secreta se estaba transformando poco a poco en una sopa viscosa que parecía lava. Los generadores térmicos industriales vaporizaban el material orgánico, destrozaban polímeros y fundían metales, incluso las planchas del casco, templadas por el espacio. Hasta el último fragmento debía ser destruido.

Las hermanas habían trabajado como hormigas vestidas de negro. Desmontaron la nave pieza por pieza, plancha por plancha, utilizando cortadores láser para convertir las secciones en piezas manejables. La madre superiora estaba convencida de que sería imposible descubrir pistas en aquellos fragmentos, pero insistió en terminar el trabajo.

La destrucción tenía que ser total.

La hermana Cristane se adentró en el humo acre del crisol, sosteniendo un generador de energía de diseño desconocido. Por lo que ella sabía, era una pieza fundamental del proyector del campo de invisibilidad.

La fuerte e implacable joven contempló el fuego, indiferente al calor que enrojecía sus mejillas y amenazaba con chamuscar sus cejas. Murmuró una oración silenciosa, arrojó el componente a las llamas y se quedó donde estaba, mientras lo veía fundirse.

Al observar la escena, Harishka sintió que algo se removía en la Otra Memoria, los susurros de una vida pretérita, una experiencia similar en su pasado genético. Emergió el nombre de su antepasada… Lata.

Si bien el lenguaje era tosco en aquella época, incapaz de transmitir sutilezas, había vivido bien. Lata había visto a los hombres trabajar con fuelles para bombear aire, y así aumentar la temperatura en el interior de un tosco fundidor de piedra que habían construido cerca de la orilla de un lago. Harishka carecía de nombres en sus archivos internos para el lago, incluso para el país. Había visto a los hombres fundir mineral de hierro, tal vez de un meteorito que habían encontrado, utilizado el metal para forjar toscas herramientas de trabajo y armas.

Harishka buceó en los recuerdos colectivos y observó otros ejemplos de metalurgia, cuando sus antepasadas habían participado en el desarrollo del bronce, el cobre y el acero, mucho más sofisticados. Tales innovaciones habían convertido en reyes a simples guerreros, y las armas superiores les habían permitido conquistar a las tribus vecinas. La Otra Memoria comunicaba solo con la línea genética femenina, y Harishka recordó haber visto guerras y la fabricación de espadas desde lejos, mientras ella almacenaba comida, fabricaba prendas de vestir, paría hijos y los enterraba…

Las hermanas y ella estaban utilizando una antigua tecnología para destruir una innovación aterradora. Al contrario que aquellos señores de la guerra a los que había visto en sus pasadas vidas, Harishka había decidido no utilizar la nueva arma, e impedir que otros la utilizaran.

Más hermanas arrojaron piezas de la nave a la fundición. El humo se espesó, pero Harishka no se movió de su sitio. Después de retirar la capa de impurezas flotantes, utilizarían la mezcla de metales fundidos para fabricar objetos útiles a la Escuela Materna. Como espadas proverbiales transformadas en rejas de arado.

Si bien la Bene Gesserit había eliminado toda posibilidad de que el generador de invisibilidad fuera reconstruido por otros, Harishka aún se sentía inquieta. Sus hermanas habían estudiado a fondo la nave siniestrada, y aunque no sabían cómo montar las piezas, guardaban un registro mental preciso de cada fragmento. Algún día, trasladarían la información a la Otra Memoria. Allí, encerrada en la conciencia colectiva de la Bene Gesserit, permanecería a salvo para siempre.

Las últimas hermanas de la procesión arrojaron piezas al crisol, y la única no nave existente se desvaneció para siempre.