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Los mentat acumulan preguntas, del mismo modo que otros acumulan respuestas.
Enseñanza mentat
Cuando se supo la noticia de que Gurney y Thufir habían regresado al fin de Ix e iban a descender en una lanzadera desde el crucero en órbita, Rhombur insistió en ir a recibirles al espacio-puerto en persona. Estaba ansioso y angustiado al mismo tiempo por saber qué habían descubierto en su planeta.
—Estad preparado para cualquier noticia que traigan, príncipe —dijo Duncan Idaho. Inmaculado con su uniforme verde y negro Atreides, el joven maestro espadachín adoptaba una expresión decidida en su cara redonda—. Ellos nos dirán la verdad.
La expresión de Rhombur no se alteró, pero desvió la vista hacia Duncan.
—Hace años que no recibo un informe detallado sobre Ix, y estoy ansioso por recibir noticias, las que sean. No pueden ser peores de lo que ya imagino.
El príncipe caminaba con exagerada cautela, pero conservaba el equilibrio y no aceptaba ayuda. En lugar de elegir actividades más propias de la luna de miel, su esposa Tessia había trabajado con él sin cesar en el dominio de su cuerpo cyborg. El doctor Yueh, como un padre hiperprotector, se preocupaba por su paciente, probaba funciones y transmisores de impulsos nerviosos, hasta que Rhombur le expulsó de sus aposentos.
Las miradas curiosas o compasivas no afectaban a Rhombur. Combatía el instintivo rechazo a su apariencia extraña con una sonrisa como respuesta. Su carácter bondadoso conseguía que los demás se avergonzaran y le aceptaran.
Desde el espaciopuerto municipal de Caladan, bajo un cielo cargado de nubes, los dos observaron la estela de la lanzadera que descendía. Cuando empezó a llover, Rhombur y Duncan aspiraron profundas bocanadas de aire salado, agradecidos de sentir la humedad en su piel y cabello.
La lanzadera de la Cofradía aterrizó en la pista correspondiente. La gente se precipitó hacia delante para recibir a los pasajeros.
Gurney Halleck y Thufir Hawat, vestidos con las capas descoloridas de comerciantes poco afortunados, siguieron a los pasajeros que desembarcaban. Su aspecto no era diferente del de millones de otros habitantes del Imperio, pero ellos habían desafiado a la suerte, se habían infiltrado en Ix ante las narices de los tleilaxu. Cuando los reconoció, Rhombur corrió hacia ellos con movimientos espasmódicos, pero no le importó.
—¿Traes información, Gurney? —Rhombur hablaba en el lenguaje de batalla codificado de los Atreides—. Thufir, ¿qué has descubierto?
Gurney, que había padecido tantos horrores en los pozos de esclavos de los Harkonnen, parecía muy afectado. Thufir caminaba sobre unas piernas tan rígidas y pesadas como las de Rhombur. El mentat respiró hondo para serenar sus pensamientos, y eligió sus palabras con sumo cuidado.
—Mi príncipe, hemos visto muchas cosas. Ay, lo que estos ojos han presenciado… Como mentat, nunca podré olvidarlo.
Leto Atreides convocó un consejo de guerra privado en una de las habitaciones de la torre. Estos aposentos habían sido utilizados por su madre, lady Helena, como sala de estar personal antes de ser exiliada al continente oriental, y hacía tiempo que no se utilizaban. Hasta ahora.
Los criados sacaron el polvo de los rincones y los antepechos de la ventana, y luego encendieron un buen fuego en la chimenea. Rhombur tenía poca necesidad física de descanso, y se quedó de pie como un mueble.
Al principio, Leto se sentó en una de las butacas de su madre, provista de almohadones bordados, donde la mujer solía aovillarse y leer pasajes de la Biblia Católica Naranja; pero la desechó y se decantó por una silla de madera de respaldo alto. No corrían tiempos propicios para las comodidades.
Thufir Hawat presentó un detallado resumen de lo que habían visto y hecho. Mientras el mentat desgranaba la cruel realidad, su acompañante introducía frecuentes comentarios emocionados, con los que expresaba su asco y desagrado.
—Por desgracia, mi duque —dijo Hawat—, hemos sobrestimado las capacidades y logros de C’tair Pilru y sus supuestos luchadores de la libertad. Hemos encontrado escasa resistencia organizada. El pueblo ixiano está destrozado. Las fuerzas Sardaukar, dos legiones, y los espías tleilaxu pululan por doquier.
—Enviaron Danzarines Rostro para hacerse pasar por ixianos e infiltrarse en las células rebeldes —añadió Gurney—. Los resistentes han sido masacrados varias veces.
—Hemos observado un gran descontento, pero sin organización —continuó Hawat—. No obstante, con el catalizador adecuado, proyecto que el pueblo ixiano se alzará y derrotará a los tleilaxu.
—En tal caso, hemos de proporcionar ese catalizador. —Rhombur dio un paso adelante—. Yo.
Duncan se removió inquieto en la silla.
—Preveo dificultades tácticas. Los invasores se han hecho fuertes. A estas alturas, no esperarán un ataque sorpresa, por supuesto, pero incluso con el apoyo de numerosas fuerzas militares Atreides, sería un suicidio. Sobre todo contra los Sardaukar.
—¿Por qué Shaddam ha enviado soldados imperiales a Ix? —Preguntó Gurney—. Por lo que yo sé, el Landsraad no lo ha autorizado.
Leto no estaba convencido.
—El emperador dicta sus propias normas. Acuérdate de Zanovar.
Enarcó las cejas.
—Tenemos el derecho moral, Leto —insistió Rhombur—, como en Beakkal.
Tras haber aguardado la venganza tanto tiempo, el príncipe estaba inflamado de ardor. En parte gracias a los esfuerzos de Tessia, pero más por voluntad propia, algo nuevo se había desarrollado en su interior. Rhombur recorrió la sala con pasos precisos, como si tuviera que quemar la energía sobrante.
—Yo estaba destinado a ser el conde de la Casa Vernius, como mi padre antes que yo.
Alzó un brazo, con el puño cerrado, y luego lo bajó. Los servomotores y la musculatura artificial aumentaban su fuerza de una manera radical. Rhombur ya había demostrado que podía desmenuzar piedras con la palma de la mano. Volvió su rostro surcado de cicatrices hacia el duque, que seguía con aspecto meditabundo.
—Leto, he observado que tu pueblo te trata con amor, respeto y lealtad. Tessia me ha ayudado a ver que, durante todos estos años, he intentado reconquistar Ix por motivos equivocados. No lo hacía de corazón, porque no comprendía lo importante que era. Estaba indignado con los tleilaxu por los crímenes cometidos contra mí y mi familia. Pero ¿y el pueblo ixiano, incluidos los pobres suboides que creyeron en las promesas de una vida mejor?
—Sí, promesas que les llevaron al abismo —dijo Gurney—. «Cuando el pastor es un lobo, el rebaño sólo es carne».
Aunque Rhombur estaba cerca de las llamas de la chimenea, no sentía el calor.
—Quiero reconquistar mi planeta, no por mí, sino porque es lo que el pueblo de Ix necesita. Si he de ser el conde Vernius, debo servirles, y no al revés.
Una sonrisa suavizó la expresión preocupada de Hawat.
—Habéis aprendido una lección importante, príncipe.
—Sí, pero llevarla a la práctica exigirá mucho trabajo —dijo Duncan—. A menos que contemos con alguna ventaja ignota o arma secreta, nuestras fuerzas militares correrán un gran peligro. Recordad contra qué nos enfrentamos.
Leto pensó en el compromiso de Rhombur, y reconoció que el linaje Vernius moriría con él, pese a lo que lograra en Ix. Sentía un calor en su interior solo de pensar en el embarazo de Jessica. Iba a tener otro hijo, un varón, esperaba, aunque no lo decía. Sintió una punzada de dolor, porque Jessica partiría pronto hacia Kaitain…
El duque jamás había imaginado cuánto llegaría a querer a Jessica, después de haber rechazado su presencia al principio. Las Bene Gesserit le habían obligado a alojarla en el castillo de Caladan. Irritado por sus evidentes manipulaciones, había jurado que nunca la tomaría como amante…, pero había sido un juguete en las manos de la Hermandad. Le habían sobornado con información sobre las maquinaciones Harkonnen, una nueva clase de nave de guerra…
Leto se incorporó de repente, y una lenta sonrisa iluminó su cara.
—¡Esperad! —Los demás guardaron silencio, mientras organizaba sus pensamientos. En la sala solo se oía el chisporroteo del fuego—. Thufir, tú estabas presente cuando las brujas Bene Gesserit me ofrecieron un trato por quedarme a Jessica.
Hawat, confuso, intentó seguir los pensamientos del duque. Después, enarcó las cejas.
—Os proporcionaron información. Había una nave invisible, provista de nueva tecnología que la hacía invisible incluso para los escáneres.
Leto dio un puñetazo sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—El prototipo de la nave Harkonnen que se estrelló en Wallach IX. Las hermanas tienen la nave en su poder. ¿No nos sería de ayuda si las convenciéramos para que nos cedieran esa tecnología…?
Duncan se puso en pie de un salto.
—Con naves indetectables, podríamos infiltrar toda una fuerza en Ix antes de que los Sardaukar acudieran en ayuda de los tleilaxu.
Leto se incorporó poco a poco, con una expresión decidida en el rostro.
—¡Me lo deben, por todos los demonios! Thufir, envía un mensaje a la Escuela Materna, solicitando colaboración de la Bene Gesserit. Más que cualquier otra Casa, tenemos derecho a esa información, puesto que la tecnología fue utilizada contra nosotros.
Miró a Rhombur con una sonrisa depredadora.
—Y después, amigo mío, no escatimaremos esfuerzos en reconquistar Ix.