12
El enemigo más temible es el que se presenta disfrazado de amigo.
Maestro espadachín REBEC DE GINAZ
En el subsuelo de Kaitain, la necrópolis imperial abarcaba tanto terreno como el mismo palacio. Generaciones de Corrino fallecidos habitaban la ciudad de los muertos, los que habían sucumbido a traiciones o accidentes, y los pocos que habían muerto por causas naturales.
Cuando el conde Hasimir Fenring regresó de Ix, Shaddam condujo de inmediato a su amigo y consejero hasta las catacumbas.
—¿Así es como celebráis el regreso triunfal de vuestro ministro de la Especia, arrastrándome hasta estas viejas y mohosas criptas, ummm?
Shaddam había prescindido de su habitual cortejo de guardaespaldas, y solo globos luminosos acompañaban a los dos hombres mientras bajaban la escalera de caracol.
—Jugábamos aquí abajo cuando éramos niños, Hasimir. Me pone nostálgico.
Fenring asintió. Sus enormes ojos se movían de un lado a otro, como los de un ave nocturna, en busca de asesinos o trampas.
—Tal vez fue aquí donde desarrollé mi afición a acechar en las sombras.
Shaddam habló con voz más dura, más imperial.
—También es un lugar donde podemos hablar sin temor a que nos espíen. Hemos de hablar de asuntos importantes. Fenring gruñó en señal de aprobación.
Mucho tiempo atrás, después de trasladar la capital imperial desde la arrasada Salusa Secundus, Hassik Corrino III había sido el primero en ser enterrado bajo el edificio megalítico. A lo largo de los milenios posteriores, numerosos emperadores Corrino, concubinas y bastardos le habían acompañado. Algunos habían sido incinerados, y sus cenizas se exhibían en urnas, mientras los huesos de otros habían sido triturados para fabricar obras funerarias de porcelana. Algunos emperadores se conservaban en sarcófagos transparentes, aislados de la atmósfera exterior mediante campos de nulentropía que impedían el deterioro de sus cuerpos, aunque la niebla del tiempo hubiera ocultado sus pobres logros.
Fenring y Shaddam pasaron ante la momia de Mandias el Terrible, que yacía en una cámara presidida por una estatua de tamaño natural de sí mismo. Según la inscripción de su ataúd, había sido conocido como «el emperador que hacía temblar los planetas».
—No me impresiona. —Shaddam contempló la momia marchita—. Nadie se acuerda de él.
—Solo porque os negasteis a estudiar historia imperial —replicó Fenring con una leve sonrisa—. Este lugar os recuerda vuestra propia mortalidad, ¿ummm?
El emperador frunció el ceño, rodeado por la luz ondulante de los globos. Mientras avanzaban por el suelo de roca empinado, diminutos animales buscaron refugio en las sombras y las grietas, arañas, roedores, escarabajos modificados que conseguían sobrevivir a base de comer fragmentos de carne conservada.
—¿Qué me decís de ese bastardo de Elrood, ummm? ¿Cómo es posible que no nos hayamos enterado en todos estos años?
Shaddam giró en redondo.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo oídos, Shaddam —contestó Fenring, con una sonrisa condescendiente.
—Demasiado afinados.
—Pero solo están a vuestro servicio, señor, ¿ummm? —Continuó hablando, sin esperar la respuesta del emperador—. No parece que este tal Tyros Reffa aspire a vuestro trono, pero en estos tiempos de creciente malestar, podría ser utilizado como estandarte por familias rebeldes.
—¡Pero yo soy el verdadero emperador!
—Señor, si bien el Landsraad jura fidelidad a la Casa Corrino, no muestra la menor lealtad a vuestra persona. Habéis conseguido, ummm, irritar a muchos de los nobles más poderosos.
—Hasimir, no debo preocuparme por el ego ofendido de mis subditos.
Shaddam contempló la tumba de Mandias y maldijo a su padre Elrood por tener un hijo con una de sus concubinas. ¡Un emperador tendría que tomar precauciones!
A medida que pasaban los siglos y más tumbas se hacían necesarias, la necrópolis había crecido hacia las profundidades. En los niveles más inferiores y recientes, Shaddam reconoció por fin el nombre de algunos antepasados.
Más adelante, se alzaba la cripta del abuelo de Shaddam, Fondil III, conocido como el Cazador. La puerta de hierro agujereada estaba flanqueada por las carcasas disecadas de dos feroces depredadores a los que había matado: un ecadroghe recubierto de espinas de las mesetas de Ecaz, y un oso dientes de sable de III Delta Kai-sing. Sin embargo, Fondil se había ganado el epíteto porque cazaba hombres, capturaba enemigos y los destruía. Sus hazañas de caza mayor habían sido un simple divertimento.
Shaddam y Fenring dejaron atrás ataúdes y cámaras dedicados a hijos y hermanos, hasta llegar a una estatua idealizada del primer heredero de Elrood IX, Fafnir. Años atrás, la muerte de Fafnir (un «accidente» preparado por el joven Fenring) había abierto la puerta del trono a Shaddam. Fafnir, satisfecho de sí mismo, jamás había imaginado que el amigo de su hermano menor pudiera ser tan peligroso.
Solo el suspicaz Elrood había imaginado que Fenring y Shaddam eran los autores del asesinato. Aunque los jóvenes nunca habían confesado, Elrood había comentado en tono jocoso:
—Demuestra iniciativa por tu parte que seas capaz de tomar decisiones difíciles, pero no te impacientes por asumir las responsabilidades de un emperador. Aún me quedan muchos años por delante, y has de seguir mi ejemplo. Mira y aprende.
Y ahora, Shaddam también tenía que preocuparse por Reffa, el bastardo.
Por fin, guió a Fenring hasta las cenizas de Elrood IX, guardadas en un nicho relativamente pequeño, adornadas con diamanplaz centelleante, volutas ornamentales y piedras preciosas, una exhibición convincente del dolor de Shaddam por la pérdida de su «amado padre».
Los globos luminosos se detuvieron y brillaron como ascuas al rojo vivo. Shaddam se apoyó contra el lugar donde descansaban las cenizas de su padre, sin mostrar el menor respeto. Habían incinerado al anciano para impedir que algún médico Suk determinara las verdaderas causas de la muerte.
—Veinte años, Hasimir. Hemos esperado todo ese tiempo a que los tleilaxu crearan especia sintética. —Los ojos de Shaddam brillaban en la penumbra—. ¿Qué has averiguado? Dime que el investigador jefe está preparado para iniciar la producción a gran escala. Estoy harto de esperar.
Fenring se dio unos golpecitos en los labios.
—Ajidica estaba ansioso por tranquilizarnos acerca del proyecto, señor, pero no estoy convencido de que la sustancia haya superado todas las pruebas. Debe ceñirse a nuestras instrucciones. Las repercusiones del amal harán temblar a la galaxia. No podemos cometer ningún error táctico.
—¿Qué errores pueden producirse? Ha tenido veinte años para someterlo a pruebas. El investigador jefe dice que está a punto.
Fenring miró al emperador.
—¿Y confiáis en la palabra de un tleilaxu? —Todo a su alrededor olía a muerte y conservantes, perfumes, polvo… y al sudor nervioso de Shaddam—. Le aconsejo que seamos cautos, ¿ummm? Estoy preparando un experimento final, el que nos proporcionará la prueba que necesitamos.
—Sí, sí, no me des más detalles sobre esos experimentos tan aburridos. He visto los informes de Ajidica, y no entiendo ni la mitad de lo que dice.
—Solo un mes más, Shaddam, tal vez dos.
Impaciente y meditabundo, el emperador paseó arriba y abajo de la cripta. Fenring intentó dilucidar el estado de ánimo de su amigo. Los globos luminosos, programados para seguir a Shaddam, intentaban en vano perseguir sus movimientos.
—Hasimir, estoy cansado de tanta cautela. Toda mi vida he estado esperando…, esperando a que mi hermano muriera, esperando a que mi padre muriera, ¡esperando un hijo varón! Y ahora que soy el dueño del trono, me encuentro esperando el amal, para detentar por fin el poder que un Corrino merece.
Contempló su puño cerrado, como si pudiera ver las líneas de poder que recorrían sus dedos.
—Soy uno de los directores de la CHOAM, pero el cargo carece de poder real. La empresa hace lo que le da la gana, porque pueden ganarme en una votación. La ley no exige que la Cofradía Espacial obedezca mis decretos, y si no voy con cuidado, podrían imponer sanciones, retirar privilegios de transporte y cerrar las comunicaciones de todo el Imperio.
—Lo comprendo, señor, pero creo que lo más perjudicial son los cada vez más numerosos casos de nobles que desafían y desacatan vuestras órdenes. Pensad en Grumman y Ecaz: continúan su estúpida guerra, burlando vuestros esfuerzos de pacificación. El vizconde Moritani os escupió en la cara, como quien dice.
Shaddam intentó pisotear un escarabajo, pero el animal consiguió refugiarse en una grieta.
—¡Tal vez ha llegado el momento de recordar a todo el mundo quién manda aquí! Cuando el amal esté a mi disposición, todos bailarán al son que yo toque. La especia de Arrakis será prohibitivamente cara.
Fenring no estaba tan seguro.
—Ummm, muchas Grandes Casas han acumulado sus propias reservas de melange, violando una ley antiquísima y ambigua. Durante siglos, nadie se ha esforzado en hacer cumplir ese edicto.
Shaddam se encrespó.
—¿Qué importa eso?
Fenring arrugó la nariz.
—Sí que importa, señor, porque cuando llegue el momento de anunciar vuestro monopolio de la melange sintética, esas reservas ilegales permitirán que las familias nobles se resistan a comprar amal durante algún tiempo.
—Entiendo. —Shaddam parpadeó, como si no hubiera pensado en esa posibilidad. Su rostro se iluminó—. En tal caso, hemos de confiscar esos depósitos, para que las demás Casas se queden sin reservas cuando corte el flujo de melange.
—Cierto, señor, pero si solo vos emprendéis tal acción, puede que las Grandes Casas se confabulen en vuestra contra. Propongo que consolidéis vuestras alianzas para poder administrar justicia imperial desde una posición más sólida. Recordad que la miel puede ser tanto una trampa como una dulce recompensa, ¿ummm?
Shaddam no ocultó su impaciencia.
—¿De qué estás hablando?
—Dejad que la Cofradía y la CHOAM localicen a los culpables y os entreguen las pruebas de su culpabilidad. Vuestros Sardaukar se encargarán de confiscar los depósitos clandestinos, y vos recompensaréis a la CHOAM y a la Cofradía con una parte de la especia confiscada. La promesa de tal premio debería proporcionarles un incentivo para descubrir hasta los depósitos mejor escondidos.
Fenring vio que el emperador estaba reflexionando.
—De esa manera, señor, mantendréis alta la moral, al tiempo que contaréis con la plena colaboración de la Cofradía y la CHOAM. Y os libraréis de las reservas del Landsraad.
Shaddam sonrió.
—Empezaré cuanto antes. Dictaré un decreto…
Fenring le interrumpió. Los globos se detuvieron cuando el emperador hizo lo propio.
—Tendremos que imaginar otra forma de lidiar con la especia de Arrakis. Quizá podríamos enviar una fuerza militar que bloqueara todos los accesos a los campos de melange natural.
—La Cofradía jamás enviaría tropas allí, Hasimir. Sería como suicidarse. ¿Cómo vamos a interrumpir las operaciones en Arrakis?
Daba la impresión de que la imagen visualizada de Elrood IX observaba, divertido, su discusión.
—Ummm, será necesaria alguna argucia, señor. Estoy seguro de que podríamos encontrar una justificación para arrebatar el control a los Harkonnen. Podríamos llamarlo un cambio de feudo. Se les acaba dentro de diez años, más o menos.
—¿Te imaginas la reacción de la Cofradía cuando descubra la verdad, Hasimir, después de ayudarme a localizar las reservas ilegales de especia? —dijo Shaddam, cada vez más entusiasmado—. Siempre me ha fastidiado el poder de la Cofradía, pero la melange es su talón de Aquiles…
Entonces, una lenta sonrisa se insinuó en su rostro, mientras se le ocurría una idea intrigante. Su expresión complacida inquietó a Shaddam.
—De acuerdo, Hasimir. Podemos matar dos pájaros de un tiro.
El conde se quedó perplejo.
—¿De qué dos pájaros habláis, señor?
—Tyros Reffa. Sabemos que el bastardo ha contado con la protección de la Casa Taligari. Creo que tiene una propiedad en Zanovar, cosa que puedo verificar fácilmente. —La sonrisa del emperador se ensanchó aún más—. Y si descubriéramos una reserva de especia en Zanovar, ¿no sería un lugar estupendo para iniciar una cruzada?
—Ummm —dijo Fenring, sonriente—. Una idea excelente, señor. Zanovar sería un lugar ideal para asestar un primer golpe enérgico, un ejemplo encantador. Y si el bastardo resultara muerto de manera accidental…, tanto mejor.
Los dos hombres abandonaron las criptas más profundas y empezaron a subir hacia la parte principal del palacio. Fenring miró hacia atrás.
Tal vez la necrópolis Corrino necesitaría muy pronto otra cripta.