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La compasión y la venganza son dos caras de la misma moneda. La necesidad dicta de qué lado cae la moneda.

Duque PAULUS ATREIDES

El vapor ascendía desde la espesa vegetación de Beakkal, mientras el sol primario amarillonaranja se elevaba sobre el horizonte, la brillante estrella secundaria ya se veía alta en el cielo. Las flores diurnas se abrían con un estallido de perfume, atraían a las aves y los insectos. Primates peludos corrían entre el espeso dosel, y enredaderas depredadoras se extendían para apoderarse de roedores desprevenidos.

Gigantescos zigurats de mármol se cernían sobre la meseta de Senasar. Sus esquinas provistas de cristales cóncavos reflejaban la luz del sol en todas direcciones.

En esta meseta, hombres Atreides y Vernius habían luchado en otro tiempo contra multitud de invasores, abatido a diez de ellos por cada defensor perdido, hasta ser aniquilados por la pura fuerza numérica. Se habían sacrificado, hasta el último hombre, tan solo una hora antes de que los refuerzos llegaran y aplastaran a los piratas restantes.

Durante siglos, el pueblo de Beakkal había reverenciado a los Héroes caídos, pero después de que la Casa Vernius fuera declarada renegada, el primer magistrado había dejado de cuidar los monumentos, y el follaje de la selva los había recubierto. Las magníficas estatuas se convirtieron en nidos de pequeños animales y aves. Los grandes bloques de piedra empezaron a resquebrajarse y desmenuzarse, ante la indiferencia de Beakkal.

Hacía poco, tiendas de campaña automáticas habían empezado a brotar como hongos geométricos alrededor del perímetro del memorial. Cuadrillas de obreros habían cortado el follaje acumulado durante años, y desenterrado las tumbas herméticas. Miles de soldados muertos habían sido enterrados en fosas comunes. Otros estaban sepultados en criptas blindadas dentro de los zigurats.

Supervisores beakkali habían proporcionado equipos de excavación para desmontar los zigurats bloque a bloque. Científicos tleilaxu instalaron laboratorios modulares, ansiosos por analizar las células de los cadáveres exhumados, así como los restos de tejido humano, con el fin de encontrar material genético utilizable.

La selva olía a niebla y flores, a aceites penetrantes de plantas verde oscuro, a hierbas tan altas como árboles. El humo de los campamentos y los gases de escape de las máquinas se elevaban en el aire. Uno de los diminutos obreros secó el sudor de su frente y agitó la mano para ahuyentar una nube de mosquitos. Alzó la vista para mirar el sol primario, que pendía sobre el dosel como un ojo airado.

De pronto, rayos láser púrpura iluminaron el cielo.

Naves Atreides, al mando de Duncan Idaho, descendieron de su órbita y bombardearon el memorial. Transmitió el mensaje del duque Leto al tiempo que abría fuego. El discurso grabado sería escuchado por el primer magistrado en la capital de Beakkal. Otra copia había sido enviada por correo al Consejo del Landsraad en Kaitain, siguiendo las normas bélicas establecidas por la Gran Convención.

La voz acerada de Leto anunció:

—El Memorial de Guerra de Senasar fue erigido en honor de los servicios prestados por mis antepasados en Beakkal. Ahora, los Bene Tleilax y los beakkali han profanado este lugar. La Casa Atreides no tiene otra alternativa que responder de la forma adecuada. No permitiremos que nuestros héroes caídos en combate sean profanados como cobardes. En consecuencia, hemos decidido destruir el monumento.

A la cabeza de una falange de naves de guerra, Duncan Idaho dio permiso a sus tropas para abrir fuego. Rayos láser cuartearon los zigurats, desmontados en parte, y dejaron al descubierto las cámaras secretas. Científicos tleilaxu salieron corriendo de las tiendas y los laboratorios.

—Nuestra respuesta se ciñe a las normas establecidas —continuó la voz grabada del duque Leto—. Lamentamos las bajas que puedan producirse, pero nos consuela saber que solo saldrán perjudicados aquellos implicados en actividades criminales. Aquí no hay inocentes.

La flota Atreides describió un círculo y arrojó bombas térmicas, y a continuación disparó haces de luz púrpura. En veinte minutos estándar (menos tiempo del que tardó el primer magistrado en convocar una reunión con sus asesores), el escuadrón destruyó el memorial, a los ladrones de tumbas tleilaxu y a sus cómplices beakkali. También desintegró los restos de los Atreides y Vernius muertos.

La meseta quedó convertida en una llanura irregular de vidrio fundido, erizada por montículos de material humeante. Diversos incendios se iniciaron en la periferia de la zona atacada, y luego se extendieron hacia la selva…

—La Casa Atreides no tolera ofensas —dijo Duncan por el sistema de comunicaciones, pero no había supervivientes que pudieran escucharle.

Cuando dio la orden a sus naves de volver a la órbita, contempló la devastación. Después de esto, nadie en el Imperio pondría en duda la resolución del duque Atreides.

Sin previo aviso. Sin compasión. Sin ambigüedades.