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Ser un buen hombre no siempre equivale a ser un buen ciudadano.
ARISTÓTELES de la Vieja Tierra
Aunque el duque Leto no solía hacer viajes oficiales a Kaitain, su llegada al palacio imperial despertó poco interés. Una gran actividad política y diplomática tenía lugar en el edificio. Nadie prestaba atención a un duque más.
Acompañado por un pequeño séquito de criados, Leto se dirigió hacia el ala de recepciones del palacio en un transporte diplomático. El aire olía a jazmín y potenciadores aromáticos, que disimulaban los gases de escape de los vehículos. Si bien estaba abrumado por las preocupaciones (Duncan y los soldados Atreides, Thufir y su intento de burlar el bloqueo de Beakkal, el preocupante silencio de Rhombur y Gurney), conservaba el porte sereno de un diplomático y líder al frente de una misión importante.
Pese a las presiones, ardía en deseos de ver a Jessica. Su hijo nacería dentro de pocos días.
Guardias con librea corrían al lado del elegante vehículo ingrávido. Tenía al menos tres siglos de antigüedad, con asientos de velva rojos. El adorno del capó en forma de león dorado se movía a izquierda y derecha, abría las fauces, desnudaba los dientes, y hasta rugía cuando el chófer de bigote negro tocaba la bocina.
El artilugio no impresionaba en especial al duque. En cuanto pronunciara su discurso ante el Landsraad, añadiría más leña al fuego. El ataque contra Ix enfurecería a Shaddam, y Leto temía que los daños serían irreparables. Pero estaba dispuesto a sacrificarlo todo con tal de cumplir su deber. Hacía demasiado tiempo que perdonaba la injusticia. El Imperio jamás debía considerarle blando e indeciso.
A lo largo de la ruta de avenidas pavimentadas con cristales, banderas Corrino ondeaban. Inmensos edificios se alzaban hacia un cielo sin nubes, demasiado perfecto para el gusto de Leto. Prefería el clima cambiante de Caladan, incluso la belleza de las tormentas impredecibles. Kaitain estaba demasiado domesticado, lo habían transformado en una caricatura tomada prestada de un videolibro de fantasía.
El vehículo se detuvo ante la puerta de recepción del palacio, y los guardias Sardaukar les indicaron por señas que entraran. El león mecánico rugió de nuevo. Se veían armas por todas partes, pero Leto solo tenía ojos para la plataforma de llegada. Contuvo el aliento.
Lady Jessica le estaba esperando con un vestido de paraseda dorado ceñido a su cuerpo redondo y destacaba su abdomen, pero tanta elegancia no pudo hacer sombra a su belleza cuando le sonrió. Cuatro hermanas Bene Gesserit la rodeaban.
Cuando Leto bajó a la acera, lady Jessica vaciló, y después se precipitó hacia él, con paso todavía ágil pese a su tamaño. Jessica se detuvo, como preocupada por si abrazarle en público sería inconveniente. Sin embargo, las apariencias no importaban a Leto. Salvó el espacio que les seperaba y le dio un beso largo y apasionado.
—Deja que te mire. —La apartó un poco hacia atrás para admirarla—. Ay, eres tan adorable como una puesta de sol.
Su rostro ovalado estaba bronceado por el tiempo que había pasado en el solario. No llevaba joyas, ni tampoco las necesitaba.
Leto apoyó la mano sobre el estómago y la retuvo allí, como si intentara sentir los latidos del corazón del bebé.
—Parece que he llegado justo a tiempo. No se te notaba cuando me dejaste solo en Caladan.
—No has de parir un bebé, sino un discurso, mi duque. ¿Podremos estar juntos algún rato?
—Por supuesto. —Adoptó un tono más distante cuando reparó en la mirada de las Bene Gesserit, como si estuvieran tomando notas de su comportamiento. Una de ellas, al menos, daba muestras de desaprobación—. Después de mi discurso al Landsraad, quizá necesite esconderme. —Le dedicó una sonrisa irónica—. Por lo tanto, agradeceré muchísimo tu compañía, mi dama.
En aquel momento, el emperador Shaddam salió de la residencia imperial, mientras guardias, ayudantes y asesores revoloteaban a su alrededor como mosquitos: oficiales Sardaukar, caballeros con trajes hechos a medida, damas de peinados espectaculares, criados que llevaban maletines y baúles ingrávidos. Una impresionante barcaza procesional surgió del hangar, pilotada por un hombre alto oculto por completo bajo prendas holgadas, como si fuera una bandera viviente.
El emperador parecía preparado para la guerra. Había cambiado su capa de piel de ballena y la cadena de su rango por un uniforme gris Sardaukar adornado con galones dorados, charreteras y un yelmo negro de Burseg. Iba cepillado y limpio, desde la piel a las botas negras relucientes, pasando por las medallas que cubrían su pecho.
Al ver al duque, Shaddam se dirigió hacia él, complacido en exceso consigo mismo. Jessica hizo una reverencia, pero el emperador no le prestó atención. Al igual que Leto, Shaddam IV tenía facciones y nariz aguileñas. Y al igual que Leto, ocultaba secretos importantes.
—Lamento que asuntos importantes me impidan recibirte como te mereces, primo. Las fuerzas Sardaukar requieren mi presencia para una operación de suma importancia.
Una inmensa flota de guerra le esperaba en la zona de estacionamiento de tropas, tantas naves cargadas de soldados y material que habían necesitado tres cruceros de la guía para transportarlos, junto con dos cruceros más de escolta, en una exhibición de arrogancia y poderío de la propia Cofradía.
—¿Es algo de lo que deba preocuparme, señor?
Leto intentó disimular su angustia. ¿Estaría jugando Shaddam con él?
—Todo está controlado.
Leto trató de reprimir su alivio.
—Había confiado en que estaríais presente durante mi discurso ante el Landsraad, señor.
De hecho, había confiado en plantar cara al emperador, apoyado por otros nobles. ¿Una operación de suma importancia? ¿Dónde?
—Sí, sí, estoy seguro de que tu anuncio será muy importante. ¿La inauguración de una nueva pesquería o algo por el estilo en Caladan? Por desgracia, el deber me llama.
Su voz de barítono era agradable, pero sus ojos verdes brillaban con fría crueldad.
El duque hizo una reverencia y retrocedió hacia Jessica.
—Cuando pronuncie mi discurso ante el Landsraad, señor, pensaré en vos. Os deseo suerte en vuestra misión. Cuando regreséis, podréis echar un vistazo a mis comentarios cuando tengáis tiempo.
—¿Cuando tenga tiempo? ¡He de gobernar un imperio! No me queda tiempo, duque Leto. —Antes de que pudiera contestar, Shaddam reparó en el cuchillo con el pomo cuajado de joyas que Leto llevaba al cinto—. Ah, ese es el cuchillo que te regalé cuando finalizó tu juicio por decomiso, ¿verdad?
—Me dijisteis que lo portara como recuerdo del servicio que os presté, señor. Nunca me he olvidado.
—Me acuerdo.
Concluida la conversación, Shaddam se volvió hacia la barcaza procesional que le conduciría hasta la flota de guerra.
Leto suspiró. Puesto que el emperador ya no le prestaba atención, la nueva operación militar no debía estar relacionada con Ix, Beakkal o Caladan. Por lo tanto, sería mejor para el duque que Shaddam no estuviera presente cuando anunciara y justificara el ataque Atreides contra Ix. Rhombur se habría apoderado del Gran Palacio antes de que el gobierno imperial pudiera reaccionar.
Sonrió a Jessica cuando le acompañó hasta el palacio. Tal vez todo saldrá bien, al final.