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¿Hasta cuándo puede un hombre luchar solo? No obstante, lo peor es dejar de luchar por completo.

C’TAIR PILRU, diarios personales (fragmento)

La hermana Cristane, sentada sobre una almohadilla orgánica dentro de su refugio de nieve, meditaba sobre su situación. Un globo de luz azul fría flotaba bajo el techo. Vestía una chaqueta sintética naranja con capucha, pantalones ceñidos y botas gruesas.

Era tan solo su primer día en la montaña, lejos del lugar donde se había estrellado el crucero…, lejos de todo. Para mantenerse en plena forma física y mental, debía someterse con regularidad a excursiones en las condiciones más extremas, para poner a prueba su capacidad de sobrevivir a los elementos.

Antes del amanecer, había empezado a ascender el monte Laojin, de seis mil metros de altitud. Llevaba consigo una mochila pequeña, provisiones mínimas y su ingenio. Una típica prueba Bene Gesserit.

Un inesperado cambio de tiempo la había sorprendido en una morena sembrada de rocas, sobre la cual se elevaban riscos cubiertos de nieve, en los que podía producirse una avalancha de un momento a otro. Cristane había excavado una cueva de nieve, para luego refugiarse en su interior con el equipo que llevaba. Podía manipular su metabolismo para conservar el calor, incluso aquí.

Llevó a cabo una serie de ejercicios de relajación, y dejó que una capa de sudor cubriera su piel. Chasqueó los dedos dos veces y la luz se apagó, de manera que se sumió en una oscuridad espectral, blanca como la luna. La ventisca rugía en el exterior y arañaba su refugio.

Había tenido la intención de sumirse en un trance de meditación, pero de repente el estruendo de la ventisca se apaciguó, y oyó la inesperada vibración de un ornitóptero. Al cabo de escasos momentos, sonaron voces agitadas de mujeres, y alguien empezó a demoler la cueva.

El refugio quedó expuesto al gélido viento. Caras conocidas se asomaron.

—Deja tus cosas aquí —dijo una hermana—. La madre superiora quiere verte de inmediato.

La joven Bene Gesserit salió del refugio. El pico rocoso del monte Laojin estaba cubierto por una gruesa capa de nieve fresca. Un ornitóptero de grandes dimensiones aguardaba sobre una zona lisa, y caminó hacia él.

La madre superiora Harishka se asomó por la escotilla del tóptero y agitó los brazos a modo de saludo.

—Corre, pequeña. Te llevaremos al espaciopuerto a tiempo de que abordes el siguiente crucero.

Cristane subió, y el ornitóptero se elevó inmediatamente.

—¿Qué sucede, madre superiora?

—Una misión importante. —La mujer la miró con sus ojos almendrados—. Te enviamos a Ix. Ya hemos perdido a una agente allí, y ahora hemos recibido noticias preocupantes de Kaitain. Has de averiguar todo lo que puedas sobre las operaciones secretas de los tleilaxu y el emperador.

Harishka apoyó una mano reseca y arrugada sobre la rodilla de la joven.

—Descubre la naturaleza del Proyecto Amal, sea lo que sea.

La hermana Cristane, arropada por un trance protector que reducía su metabolismo al mínimo, iba acurrucada en el interior de un contenedor de vertidos que atravesó la atmósfera de Ix en dirección a la superficie, acompañado por un desfile de explosiones sónicas. Todo había sucedido muy rápido.

Una especialista en maquillaje Bene Gesserit la había seguido hasta el crucero, donde la disfrazaron de hombre, pues nadie había visto una hembra tleilaxu. Además, antes de sumirse en un ominoso silencio, la espía Miral Alechem había informado de la desaparición de mujeres ixianas en el planeta industrial controlado por los tleilaxu.

La joven, gracias a un aparato electrónico, desvió el contenedor de su ruta varios kilómetros. Después de resbalar sobre un prado alpino y detenerse por fin, salió, cerró el vehículo y se colgó a la espalda la mochila, que contenía armas, comida y equipo de supervivencia para climas cálidos.

Gracias a lentillas infrarrojas, consiguió entrar por un pozo de ventilación. Ciñó el mecanismo ingrávido a su cinturón, se introdujo y cayó, sin saber a dónde conducía el pozo. En la oscuridad, se fue internando en las entrañas de la corteza planetaria.

Por fin, con los nervios y los reflejos al límite de su resistencia, aterrizó en el mundo subterráneo. Estaba abandonada a su suerte.

Distinguió con facilidad a los ixianos, antes tan orgullosos, de los suboides entre la población sometida, los amos tleilaxu y los soldados Sardaukar. Los verdaderos ixianos hablaban poco entre sí, mantenían la vista gacha y arrastraban los pies.

Durante dos días, exploró los angostos túneles de comunicación y reunió información. Al cabo de poco, la eficiente Cristane había trazado un plano mental del sistema de circulación de aire de la ciudad, al tiempo que descubría antiguos sistemas de seguridad, la mayoría de los cuales ya no eran operativos. Se preguntó dónde estaría la hermana Miral Alechem. ¿Habrían matado a la anterior espía Bene Gesserit?

Una noche, Cristane vio que un hombre de pelo negro robaba paquetes en un muelle de carga que no estaba iluminado, y los ocultaba en un respiradero obturado. Si bien utilizaba lentes infrarrojas, a Cristane se le antojó extraordinario que pudiera moverse sin luz. El hombre conocía muy bien la zona, lo cual daba a entender que había pasado mucho tiempo allí.

Mientras la furtiva figura apilaba paquetes, Cristane la estudió con detenimiento y detectó sutilezas. El ixiano caminaba con aire decidido, aunque cauteloso. Cuando se acercó a donde ella estaba escondida, Cristane utilizó el poder de la Voz y susurró desde la oscuridad.

—No te muevas. Dime quién eres.

Paralizado por el tono, C’tair Pilru no pudo escapar. Aunque se esforzó por mantener la boca cerrada, sus labios se movieron como si poseyeran voluntad propia. Dijo su nombre en voz baja y nerviosa.

Su mente daba vueltas mientras analizaba las posibilidades. ¿Era un guardia Sardaukar, o un investigador de seguridad tleilaxu? Lo ignoraba.

Oyó una voz suave, y notó el aliento cálido de alguien en su oído.

—No me tengas miedo. Aún no. Una mujer.

La hermana le obligó a revelar la verdad. C’tair habló de los años dedicados a la resistencia, de su amor por Miral Alechem, de su captura por los malvados tleilaxu…, y de la inminente llegada del príncipe Rhombur. Cristane intuyó que C’tair tenía más cosas que decir, pero sus palabras concluyeron en un largo silencio.

Por su parte, el ixiano notó que una mujer desconocida deambulaba a su alrededor, pero no podía verla, y él era incapaz de moverse. ¿Hablaría de nuevo, o sentiría que un cuchillo atravesaba sus costillas y su corazón?

—Soy la hermana Cristane, de la Bene Gesserit —dijo por fin la mujer.

C’tair percibió que se liberaba de las esposas mentales. A la luz de un vehículo de superficie que pasaba, se quedó sorprendido al ver a un hombre esbelto de pelo oscuro corto. Un disfraz.

—¿Desde cuándo se preocupa la Hermandad por Ix? —preguntó.

—Has hablado con elocuencia de Miral Alechem. Ella también era una hermana.

C’tair apenas pudo creerlo. En la oscuridad, tocó su brazo.

—Ven conmigo. Te llevaré a un sitio seguro.

La guió por la ciudad, tan hermosa en otro tiempo. A la tenue luz de la noche artificial, el cuerpo nervudo de Cristane exhibía pocas curvas femeninas. Podría pasar por un hombre si era cauta.

—Me alegro de que hayas venido —dijo C’tair—, pero temo por tu vida.