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En cuanto has explorado un miedo, resulta menos aterrador. Parte de la valentía procede de ampliar nuestro conocimiento.

Duque LETO ATREIDES

Mientras el viento del atardecer arreciaba sobre el mar de Caladan, Leto apoyó los codos en una mesa del balcón. Le gustaba sentarse fuera y respirar el aire salado, contemplar los bancos de nubes de tormenta que corrían sobre las olas encrespadas. Las grandes tormentas marinas eran aterradoras y gloriosas al mismo tiempo, recordaban los torbellinos del Imperio, y los que azotaban su corazón. Le recordaban lo insignificante que era un simple duque enfrentado a fuerzas más poderosas que él.

Al otro lado de la mesa, de cara a la pared de piedra, el príncipe Rhombur no sentía el frío con su cuerpo de cyborg. Estudiaba un adornado tablero de keops, un juego de estrategia en forma de ajedrez piramidal que Leto había jugado a menudo con su padre.

—Te toca mover, Leto.

El tazón de té del duque se había enfriado, pero tomó un sorbo. Movió su pieza de vanguardia, un guerrero cymek que iba a detener el avance del sacerdote negro de su oponente.

—También lo digo en otro sentido. —Rhombur tenía la vista clavada en las antiguas paredes de piedra—. La Bene Gesserit se ha negado a entregarte la nave invisible, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Ahora que Thufir y Gurney han vuelto con su informe, contamos con todos los datos que necesitamos. Ha llegado el momento de pasar a la acción y reconquistar mi planeta. —Una sonrisa infantil apareció en su cara surcada de cicatrices—. Y ahora que Jessica se ha ido, necesitas algo útil en qué ocuparte.

—Puede que tengas razón.

Leto miró hacia el mar, sin sonreír por la broma. Desde la explosión del dirigible, había buscado un objetivo que le mantuviera ocupado. El ataque de castigo a Beakkal había sido un buen primer paso, pero no era suficiente. Aún se sentía tan solo una fracción de hombre…, como Rhombur.

—De todos modos, debo pensar en el bienestar de mi pueblo —dijo Leto con aire pensativo—. Muchos de mis soldados morirían en un ataque contra Ix, y también hemos de tener en mente la seguridad de Caladan. Si el ataque fracasara, los Sardaukar se nos lanzarían al cuello. Quiero salvar tu planeta, no perder el mío.

—Sé que será peligroso. Los grandes hombres corren grandes peligros, Leto. —Rhombur descargó su puño sobre la mesa, con más fuerza de lo que pretendía. Las piezas del tablero saltaron como si un terremoto hubiera sacudido su diminuto mundo. Miró su mano protésica y la levantó con cautela de la mesa—. Lo siento. —Sus expresiones eran más dramáticas que antes, más cargadas de emociones—. Mi padre, madre y hermana han muerto. Soy más máquina que carne, nunca podré tener hijos. ¿Qué puedo perder?

Leto esperó a que terminara. El príncipe se estaba encolerizando, como siempre que salía el tema de Ix. Lo único positivo de la terrible tragedia del dirigible era que parecía haber galvanizado su mente y aclarado sus ideas. Ahora era mucho más enérgico, tenía objetivos definidos. Era un hombre, un hombre nuevo, con una misión.

—La amnistía condicional del emperador Shaddam fue un gesto vacío, al aceptarlo me volví acomodaticio. ¡Durante años! Me convencí de que la situación podía mejorar si me limitaba a esperar. ¡Pues bien, mi pueblo no puede esperar más! —Hizo ademán de golpear otra vez la mesa con el puño, pero cuando Leto se encogió, se contuvo. Su rostro se suavizó y adoptó una expresión suplicante—. Ha pasado demasiado tiempo, Leto, y quiero ir. Aunque lo único que haga sea entrar de tapadillo y localizar a C’tair. Juntos, podríamos inducir a la rebelión al populacho.

Rhombur contempló el tablero, sus múltiples niveles y complejidades reflejaban la vida en muchos sentidos. Extendió la mano protésica, apretó los dedos y alzó la pieza de una hechicera, que movió por el tablero.

—Ix te devolverá hasta el último solari invertido en la campaña militar, más un generoso interés. Además, enviaría técnicos ixianos a Caladan para que revisaran todos vuestros sistemas, industria, gobierno, transportes, pesca, agricultura, y asesoraran a tu pueblo sobre cómo potenciarlos. Los sistemas son la clave, amigo mío, junto con la ultimísima tecnología, por supuesto. Proporcionaríamos las máquinas ixianas necesarias, gratis durante el período de tiempo que acordáramos. Digamos diez años, o veinte. Llegaríamos a un acuerdo.

Leto frunció el ceño, estudió el tablero y efectuó su movimiento. Subió un nivel la pieza de un crucero para capturar al Navegante de su contrincante.

—Todas las Casas del Landsraad —dijo Rhombur, con una mirada indiferente al tablero—, incluida la Casa Atreides, se beneficiarán de la caída de los tleilaxu. Los productos ixianos, que en otro tiempo eran considerados los más seguros e ingeniosos del universo, ahora siempre se averian, debido a que el control de calidad de las fábricas tleilaxu es inexistente. Además, ¿quién puede confiar en los productos tleilaxu, aunque funcionen?

Desde el regreso de sus espías, Leto había seguido reflexionando sobre las numerosas preguntas que la información había suscitado en él. Si los tleilaxu no eran expulsados, no cabía duda de que aprovecharían su conquista para crear problemas a lo largo y ancho del Imperio. ¿Qué estaban haciendo con las fábricas de armamento ixianas? Los tleilaxu eran capaces de formar nuevos ejércitos y equiparlos con la última tecnología militar.

¿Por qué estaban los Sardaukar en el planeta? Leto concibió una terrible idea. Teniendo en cuenta el tradicional equilibrio de poder que reinaba en el Imperio, la Casa Corrino y sus Sardaukar contrarrestaban, más o menos, la fuerza militar del conjunto de Grandes Casas del Landsraad. ¿Y si Shaddam intentaba inclinar ese equilibrio en su favor, aliándose con los tleilaxu? ¿Era eso lo que estaban haciendo en Ix?

Leto desvió la vista del tablero.

—Tienes razón, Rhombur. Basta de jueguecitos. —Adoptó una expresión seria—. Ya me he cansado de la política cortesana y de las apariencias, y me da igual cómo me juzgue la historia. La justicia es mi principal preocupación, y el futuro del Landsraad, incluida la Casa Atreides.

Capturó otra pieza de Rhombur, pero dio la impresión de que el príncipe no se daba cuenta.

—No obstante —continuó Leto—, quiero asegurarme de que no deseas hacer un gesto extravagante pero inútil, como tu padre. Su fallido ataque con armas atómicas contra Kaitain habría causado graves problemas en todo el Imperio, y la Casa Vernius no habría logrado nada.

Rhombur asintió con su pesada cabeza.

—Habría desencadenado toda clase de espantosas venganzas sobre mí, y, de rebote, sobre ti, Leto.

Hizo un veloz movimiento estratégico en el tablero, lo cual permitió que Leto ascendiera otro nivel de la pirámide.

—Un buen líder debe prestar atención a los detalles, Rhombur. —El duque dio unos golpecitos sobre el tablero para reprenderle—. Los grandes planes no sirven de nada si los cabos no están bien atados.

Rhombur se ruborizó.

—Soy más experto con el baliset que con los juegos.

Leto tomó otro sorbo de té frío, y después tiró el líquido restante por encima de la balaustrada del balcón.

—Esto no será sencillo. Sí, creo que la rebelión ha de empezar desde dentro, pero tiene que producirse un ataque fulminante desde fuera. Hay que coordinarlo todo con precisión.

El viento arreció. Barcos de pesca y botes volvían a puerto, para esquivar la inminente lluvia. En el pueblo, los hombres empezaron a guardar piezas sueltas, recoger velas y anclar las embarcaciones.

Una criada se apresuró a retirar la taza de té vacía y la bandeja de bocadillos que había llevado una hora antes. Se trataba de una mujer entrada en carnes, de pelo pajizo, que frunció el ceño al observar las nubes de tormenta.

—Debéis entrar ya, mi duque.

—Hoy tengo ganas de quedarme hasta el último momento.

—Además —añadió Rhombur—, aún no le he ganado.

Leto emitió un gemido exagerado.

—En ese caso, nos quedaremos aquí toda la noche.

Cuando la criada se retiró, tras lanzar una mirada de desaprobación por encima del hombro, Leto miró fijamente a Rhombur.

—Mientras trabajas con la resistencia clandestina ixiana, yo movilizaré fuerzas militares y me prepararé para un ataque a gran escala. No te dejaré ir solo, amigo mío. Gurney Halleck te acompañará. Es un gran guerrero y contrabandista…, y ya ha estado en el corazón de Ix.

La grisácea luz del día se reflejó en el cráneo metálico de Rhombur cuando este asintió.

—No rechazaré su ayuda. —Gurney y él solían tocar el baliset y cantar juntos. El noble ixiano ensayaba durante horas para dominar la coordinación, utilizaba sus dedos de cyborg para pulsar las cuerdas con delicadeza, aunque su voz no mejoraba—. Gurney también era amigo de mi padre. Querrá vengarse tanto como yo.

El viento azotó el pelo negro de Leto.

—Duncan te proporcionará material y armas. Un módulo de ataque camuflado, oculto en los páramos ixianos, puede producir muchos daños, si se utiliza bien. Antes de que vayas, decidiremos una fecha y una hora precisas para nuestro ataque desde el exterior, coordinado con la revuelta interior. Tú golpeas al enemigo en el estómago, y cuando se doble en dos, mis tropas asestarán el golpe definitivo.

Rhombur cambió de lugar otra pieza, mientras hablaban de los movimientos de tropas y las armas que iban a utilizar. Después de tanto tiempo, los tleilaxu no esperarían un ataque frontal, pero sus aliados Sardaukar eran otra historia.

Leto se inclinó hacia delante para levantar un capitán Sardaukar, perfecto en todos sus detalles, y moverlo desde la base de la pirámide hasta el vértice superior.

—Me encanta que te concentres en los planes, Rhombur. Ocupa tu mente, concentra tus pensamientos.

Derribó la pieza más importante de Rhombur, el emperador Corrino sentado en una diminuta representación del Trono del León Dorado.

—Y cuando no prestas atención al juego, me resulta más fácil ganarte.

El príncipe sonrió.

—Eres un enemigo formidable, la verdad. Es un honor para mí, y una gran suerte, que seamos aliados en el campo de batalla.