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Los despojos de los repetidos intentos del hombre por controlar el universo se hallan diseminados a lo largo de las sórdidas playas de la historia.

Pintada en Ichan City, Jongleur

El bien iluminado y excesivamente adornado salón de pasajeros de la nave de tránsito wayku le recordó el escenario surrealista de una obra, con decorados demasiados chillones y colores demasiado brillantes. Tyros Reffa, un pasajero anónimo en un asiento de clase media, estaba sentado solo, con el convencimiento de que su vida nunca volvería a ser la misma. Los muebles viejos, los letreros llamativos y los refrescos picantes le consolaban de una manera peculiar, un viento de distracción y ruido blanco.

Se había distanciado de Zanovar y la Casa Taligari, lejos de su pasado.

Nadie se fijó en el nombre de Reffa, nadie se interesó por su destino. A juzgar por la forma en que su propiedad había sido destruida, y por los espías imperiales que habían seguido su rastro, hasta el criminal Shaddam Corrino debía creer que su hermanastro había sido desintegrado en Zanovar.

¿Por qué no me deja en paz?

Reffa intentó aislarse del ruido que hacían los omnipresentes vendedores, gente insistente, y en ocasiones sarcástica, que utilizaba gafas oscuras y vendía de todo, desde azúcar hilado especiado hasta bacer frito al curry. Aún oía la atronadora música atonal que surgía de sus auriculares. No les hizo el menor caso, y después de haber sido rechazados durante horas, los vendedores wayku le dejaron en paz por fin.

Las manos de Reffa estaban ásperas y agrietadas. Las había frotado repetidas veces con el jabón más fuerte, pero aún no se había quitado el olor a sangre y humo adherido a ellas, la sensación de llevar hollín bajo las uñas.

Nunca tendría que haber intentado volver a casa…

Había sobrevolado en su nave particular, con los ojos enrojecidos y llorosos, la cicatriz chamuscada de su propiedad. Había penetrado ilegalmente en las zonas afectadas por los ataques, sobornado funcionarios, burlado a vigilantes agotados.

No quedaba nada de su hermosa casa ni de los jardines. Nada en absoluto.

Algunos fragmentos de columnas de piedra, el cuenco volcado de una fuente rota, pero ni la menor señal de su majestuosa mansión y los jardines de heléchos. El fiel Charence había quedado reducido a cenizas, y solo quedaba de él una sombra similar a la de un espantapájaros en el suelo, la huella de lo que había sido un ser humano querido.

Reffa había aterrizado, pisado el suelo maloliente, y un silencio estrangulado le había rodeado. Piedras carbonizadas y cristal ennegrecido habían crujido bajo sus botas. Se agachó para recoger polvo con los dedos, como si confiara en descubrir un mensaje secreto en las cenizas. Hundió más los dedos, pero no encontró ni una hoja de hierba viva, ni el insecto más diminuto. Un penoso silencio se había adueñado de la zona, desprovista de brisa y trinar de pájaros.

Tyros Reffa nunca había molestado a nadie, satisfecho con sus intereses personales. No obstante, su hermanastro había intentado asesinarle para eliminar una supuesta amenaza contra el trono. Catorce millones de personas asesinadas en un intento frustrado de matar a un hombre. Parecía imposible, incluso viniendo de un monstruo semejante, pero Reffa sabía que era verdad. El Trono del León Dorado estaba manchado con la sangre de la injusticia, y Reffa recordó los solemnes soliloquios trágicos que había representado en Jongleur. Los chillidos de Zanovar resonaban en las paredes del palacio imperial.

Reffa aulló el nombre del emperador, pero su voz se desvaneció como un trueno lejano…

Reservó un pasaje en el siguiente crucero de Taligari a Jongleur, donde había vivido los felices años de su juventud. Ansiaba estar de vuelta entre los estudiantes de arte dramático, los actores apasionados y creativos en cuya compañía había disfrutado de paz.

Viajó sin llamar la atención, utilizando documentos falsos que el Docente le había proporcionado mucho tiempo atrás para un caso de emergencia. Mientras meditaba sobre todo lo que había perdido, oía las conversaciones de los pasajeros: un gemólogo de piedras soo discutía con su mujer sobre tipos de fractura; cuatro jóvenes ruidosos disentían a voz en grito acerca de una carrera de piraguas que habían presenciado hacía poco en Perrin XIV; un comerciante reía con su competidor sobre la humillación que alguien llamado duque Leto Atreides había infligido a Beakkal.

Reffa solo deseaba que le dejaran pensar en lo que debía hacer. Si bien nunca había sido agresivo o violento, el ataque a Zanovar le había cambiado. No tenía experiencia en exigir justicia. Un odio inmenso hacia Shaddam crecía en su interior, y también se odiaba a sí mismo. Yo también soy un Corrino. Lo llevo en la sangre. Exhaló un profundo suspiro, se hundió más en su asiento, y después se levantó para lavarse las manos una vez más…

Antes del brutal ataque, Reffa había estudiado la historia de su familia, se había remontado siglos hasta llegar a la época en que los Corrino eran el modelo ético del Imperio, hasta el reinado preclaro del príncipe heredero Raphael Corrino, tal como se le retrataba en el drama La sombra de mi padre. Glax Othn había convertido a Reffa en el hombre que era. Ahora, sin embargo, no tenía alternativa, pasado ni identidad.

«La ley es la ciencia definitiva». Este gran concepto de justicia, verbalizado hacía mucho tiempo, resonaba con amargura en su mente. Se decía que estaba escrito sobre la puerta del estudio del emperador en Kaitain, pero se preguntó si Shaddam lo había leído alguna vez.

En manos del actual ocupante del trono, la ley cambiaba como las arenas movedizas. Reffa estaba enterado de las misteriosas muertes ocurridas en su familia. El hermano mayor de Shaddam, Fafnir, el mismísimo Elrood IX, y hasta la propia madre de Reffa, Shando, abatida como un animal en Bela Tegeuse. Nunca podría olvidar tampoco los rostros de Charence, el Docente o las víctimas inocentes de Zanovar.

Tenía la intención de reintegrarse a su antigua compañía de teatro, bajo la tutela del brillante maestro Holden Wong. Pero si el emperador descubría que Reffa seguía con vida, ¿correría también peligro todo Jongleur? No osaba revelar su secreto.

Un leve cambio en el zumbido de los motores Holtzmann reveló a Reffa que el crucero había salido del espacio plegado. Al cabo de poco rato, una voz femenina wayku anunció la llegada y recordó a los pasajeros que compraran recuerdos.

Reffa extrajo todas sus posesiones de cinco compartimentos situados sobre su cabeza. Todas. Había pagado mucho por el espacio suplementario, pero desconfiaba de enviar directamente los objetos especiales que había comprado antes de abandonar Taligari.

Seguido por una hilera de maletas ingrávidas, se encaminó hacia la salida. Incluso mientras los pasajeros esperaban a la lanzadera, los vendedores wayku seguían intentando endosarles sus mercancías, sin mucho éxito.

Cuando Reffa entró en la terminal del espaciopuerto de Jongleur, su humor cambió. El lugar estaba lleno de gente alegre y sonriente. La atmósfera era relajante.

Rezó para no poner en peligro a otro planeta.

Paseó la vista a su alrededor, pero no vio al maestro Holden Wong, que había prometido ir a recibirle. Era muy probable que la antigua compañía de Reffa actuara aquella noche, y Wong siempre insistía en supervisarlo todo personalmente. Como vivía inmerso en su mundo de la farándula, el maestro prestaba escasa atención a los acontecimientos del mundo real, y lo más seguro era que ni siquiera se hubiera enterado del ataque a Zanovar. Daba la impresión de que se había olvidado de su invitado.

Reffa conocía bien la ciudad. Había un muelle contiguo al espaciopuerto, desde el cual un taxi acuático transportaba pasajeros hasta Ichan City, atravesando un ancho río cubierto por una alfombra de algas lavanda. Reffa se quedó en el puente, llenó sus pulmones de aire fresco y húmedo. Tan diferente del humo acre y la tierra chamuscada de Zanovar.

Ichan City apareció entre la bruma del río. Era un batiburrillo de edificios destartalados y modernos rascacielos, atestado de rickshaws y peatones. Oyó risas y la música de un cuarteto de cuerda (baliset, rebec, violín y rebaba) en el camarote de abajo.

El taxi acuático aminoró la velocidad y atracó. Reffa bajó con los demás pasajeros al viejo muelle de la ciudad, una robusta estructura de madera cuya superficie de tablas estaba sembrada de escamas de pescado, conchas aplastadas y patas de crustáceo. Entre puestos de marisco y pastelerías, joviales grupos de contadores de cuentos trabajaban junto con músicos y malabaristas, daban muestras de su talento y entregaban invitaciones para actuaciones nocturnas.

Reffa observó a un mimo que interpretaba el papel de un dios barbudo que surgía del mar. El mimo se acercó más, efectuó extrañas contorsiones faciales. Su sonrisa pintada se ensanchó todavía más.

—Hola, Tyros. A pesar de todo, he venido a recibirte.

Reffa se recuperó de la sorpresa.

—Holden Wong, cuando un mimo habla, ¿imparte sabiduría, o revela su locura?

—Bien dicho, amigo mío.

Wong había alcanzado el rango de Actor Supremo, por encima de todos los Maestros Jongleurs. De pómulos protuberantes, ojos rasgados y barba apenas esbozada, tenía más de ochenta años, pero se movía como un hombre mucho más joven. Ignoraba los orígenes de Reffa, así como el precio que había puesto Shaddam a su cabeza.

El anciano rodeó con el brazo a Reffa, y dejó marcas de pintura blanca en su ropa.

—¿Asistirás a nuestra representación de esta noche? Verás todo lo que te has perdido estos años.

—Sí, y además, espero volver a encontrar un sitio en vuestra compañía, maestro.

Los profundos ojos castaños de Wong bailaron.

—¡Vaya, volver a contar con un actor de talento! ¿Para la comedia? ¿El folletín?

—Yo preferiría tragedia y drama. Mi corazón está demasiado resentido para la comedia o el folletín.

—Bueno, estoy seguro de que encontraremos algo para ti. —Wong golpeteó la cabeza de Reffa, y esta vez dejó en broma una marca de pintura en el cabello teñido de negro—. Me alegro de que hayas vuelto con los Jongleurs, Tyros.

Reffa se puso más serio.

—He oído decir que estás preparando una nueva producción de La sombra de mi padre.

—¡En efecto! Estoy fijando las fechas de los ensayos para una representación importante. Aún no hemos completado el reparto, pese a que partimos hacia Kaitain dentro de pocas semanas para actuar ante el mismísimo emperador.

El mimo parecía encantado con su buena suerte.

Reffa entornó los ojos.

—Daría mi alma por interpretar el papel de Raphael Corrino. El maestro estudió al hombre y detectó un profundo fuego en su interior.

—Ha sido seleccionado otro actor…, aunque carece de la chispa que exige el papel. Sí, tú podrías hacerlo mejor.

—Tengo la sensación de que… nací para encarnarlo. —Reffa respiró hondo, pero disimuló la expresión de odio con el talento de un actor consumado—. Shaddam IV me ha proporcionado toda la inspiración que necesito.