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El hombre participa en todos los acontecimientos cósmicos.
Emperador IDRISS I, Legados de Kaitain
Para cada día que Jessica pasaba en la corte imperial, lady Anirul encontraba una diversión más extravagante. En teoría, la joven era una simple dama de compañía, pero la esposa del emperador la trataba como si fuera una invitada, y rara vez le encargaba tareas importantes.
Una noche, Jessica fue con el emperador y su mujer al Centro de Artes Interpretativas Hassik III en una carroza privada. Enormes leones de Harmonthep tiraban del exquisito vehículo esmaltado. Su piel de color crema y enormes patas eran más adecuadas para viajar por montañas escarpadas que para recorrer las calles de la ciudad más gloriosa del Imperio. Los animales domesticados avanzaban con paso majestuoso, entre las multitudes que llenaban las aceras, y sus músculos ondulaban a la luz del crepúsculo. Para acontecimientos públicos como este, equipos de especialistas les hacían la manicura en las garras, lavaban con champú su pelaje y cepillaban sus melenas.
Shaddam, ataviado con una chaqueta escarlata y pantalones dorados, iba sentado con expresión imperturbable en la parte delantera del carruaje. Jessica no creía que tuviera debilidad por el teatro o la ópera, pero sus asesores debían de haberle señalado las ventajas de hacerse pasar por un gobernante culto. Anirul y Jessica, en un papel secundario, iban en el asiento posterior.
Durante el tiempo que llevaba Jessica en Kaitain, el emperador no le había dirigido más que unas pocas frases. Dudaba incluso de que recordara su nombre. Al fin y al cabo, era una simple dama de compañía, embarazada, y de escaso interés. Las tres princesas mayores (Irulan, Chalice y Wensicia) iban detrás de ellos, en una carroza menos adornada y sin escudo protector. Josifa y Rugi se habían quedado con las niñeras.
Las carrozas imperiales frenaron ante el edificio del Centro Hassik III, un edificio cavernoso provisto de una excelente acústica y ventanas prismáticas. Los espectadores podían ver y oír las representaciones de los talentos más creativos del Imperio, sin perderse un susurro o un matiz, incluso desde los asientos más alejados.
Arcos veteados de mármol, flanqueados de fuentes luminosas, señalaban la entrada reservada al emperador y su séquito. Las fuentes despedían arcos de aceites perfumados. Las llamas azules consumían casi todo el combustible, antes de que las gotas cayeran en los estanques de forma romboidal.
Hassik III, uno de los primeros gobernantes que se habían establecido en Kaitain después de la destrucción de Salusa Secundus, abrumó de impuestos a sus subditos, casi hasta arruinarlos, con el fin de reconstruir la infraestructura gubernamental. Los miembros del Landsraad, que habían jurado no dejarse superar por la Casa Corrino, habían construido sus propios monumentos en la floreciente ciudad. Al cabo de una generación, la vulgar Kaitain se había transformado en un asombroso espectáculo de arquitectura imperial, museos y una desenfrenada autocomplacencia burocrática. El Centro de Artes Interpretativas era solo un ejemplo.
Anirul, preocupada, contempló el imponente edificio, y después volvió sus ojos redondos hacia Jessica.
—Cuando te conviertas en reverenda madre, experimentarás los prodigios de la Otra Memoria. En mi pasado colectivo —alzó una mano esbelta, desprovista de anillos o joyas, con un gesto elegante que abarcaba todo cuanto las rodeaba—, recuerdo cuando construyeron esto. La primera representación fue una obra antigua, bastante divertida: Don Quijote.
Jessica enarcó las cejas. En clase, Mohiam le había enseñado durante años cultura y literatura, política y psicología.
—Don Quijote se me antoja una elección muy curiosa, mi señora, sobre todo después de la tragedia de Salusa Secundus.
Anirul estudió el perfil de su marido, mientras miraba por la ventanilla de la carroza. Shaddam estaba ensimismado en la fanfarria metálica y las multitudes que agitaban banderas en su honor.
—En aquel entonces, los emperadores se permitían tener sentido del humor —contestó.
El séquito imperial bajó de las carrozas y atravesó el arco de entrada, seguido por una fila de criados que llevaban una capa de piel de ballena para el emperador. Las damas de compañía cubrieron los hombros de Anirul con un chal forrado de piel, aunque menos impresionante. El séquito entró en el Centro de Artes Interpretativas con lenta precisión, para que los espectadores y reporteros gráficos captaran hasta el último detalle.
Shaddam subió una cascada de peldaños relucientes hasta el espacioso palco imperial, lo bastante cerca del escenario para que pudiera distinguir los poros de los rostros de los actores, si se molestaba en prestar atención. Tomó asiento en una butaca almohadillada, de menor tamaño para que el emperador pareciera más grande y dominante.
Anirul se sentó a su izquierda, sin dirigirle la palabra, y continuó su conversación con Jessica.
—¿Has visto alguna representación de una compañía oficial de Jongleur?
Jessica negó con la cabeza.
—¿Es verdad que los Maestros Jongleurs poseen poderes sobrenaturales, que les permiten despertar emociones incluso en la gente de corazón más duro?
—Por lo visto, los Jongleurs utilizan una técnica de resonancia hipnótica similar a la usada por la Hermandad, aunque solo para optimizar sus representaciones.
—En ese caso, ardo ya en deseos de ver la obra —dijo Jessica, al tiempo que movía a un lado su cabello rojo.
Esta noche, iban a ver La sombra de mi padre, una de las mejores piezas de la literatura posbutleriana, una obra que había procurado un lugar destacado en la historia al príncipe heredero Raphael Corrino, como héroe reverenciado y erudito respetado.
Varios camareros, escoltados por guardias Sardaukar, entraron en el palco imperial y ofrecieron copas de vino espumoso al emperador, su mujer y la invitada de esta. Anirul pasó una copa a Jessica.
—Una excelente cosecha de Caladan, parte del envío que tu duque mandó como obsequio, para darnos las gracias por cuidarte. —Tocó el estómago redondeado de Jessica—. Aunque yo diría que no está muy contento de que hayas venido, según lo que Mohiam me dijo.
Jessica se ruborizó.
—Estoy segura de que el duque Atreides tiene problemas más serios de qué ocuparse para pensar en una simple concubina. —Adoptó una expresión plácida, para disimular el dolor que le causaba su ausencia—. Estoy segura de que está tramando algo grande.
Los camareros desaparecieron con su vino justo cuando la orquesta atacaba la obertura y empezaba la obra. Focos amarillos bañaron el escenario, para simular el ocaso. El escenario carecía de marcas, decorados y telón. La compañía avanzó y ocupó sus puestos. Jessica estudió los lujosos ropajes, la tela embellecida con espléndidos dibujos mitológicos.
Shaddam no parecía aburrido, pero Jessica imaginó que eso duraría poco. Siguiendo la tradición, los actores esperaron a que el emperador asintiera para iniciar la función.
Detrás del escenario, un técnico activó una hilera de hologeneradores sólidos, y de repente, los decorados se hicieron visibles, la alta pared de un castillo, un trono, una espesa arboleda en la distancia.
—¡Ay, Imperio, glorioso Imperio! —exclamó el protagonista, que encarnaba a Raphael. Portaba un largo cetro coronado por un globo luminoso facetado, y su largo y espeso cabello oscuro colgaba hasta el centro de la espalda. Su cuerpo robusto y musculoso le daba un aspecto autoritario. El rostro poseía una belleza como de porcelana que conmovió a Jessica—. Mis ojos no son lo bastante penetrantes, y mi cerebro no es lo bastante espacioso, para ver y descubrir todas las maravillas que mi padre gobierna.
El actor bajó la cabeza.
—Ojalá pudiera dedicar mi vida al estudio, para poder morir con un punto de comprensión. De esa forma, podría honrar a Dios y a mis antepasados, que han hecho grande el Imperio, que han erradicado la plaga de las máquinas pensantes. —Alzó la cabeza y miró sin pestañear a Shaddam—. Ser un Corrino es más de lo que cualquier hombre merece.
Jessica sintió un escalofrío. El actor hablaba con voz modulada y sonora, pero había alterado levemente las palabras tradicionales. Estaba segura de recordar hasta la última línea del clásico. Si Anirul reparó en la modificación del soliloquio, no lo demostró.
La protagonista, una hermosa mujer llamada Herade, apareció en el escenario para interrumpir las divagaciones del príncipe heredero e informarle de que habían intentado asesinar a su padre, el emperador Padishah Idriss I. El joven Raphael, conmocionado, se postró de hinojos y empezó a llorar, pero Herade aferró su mano.
—No, no, mi príncipe. Aún no ha muerto. Vuestro padre sobrevive, si bien ha sufrido una grave herida en la cabeza.
—Idriss es la luz que hace resplandecer el Trono del León Dorado a lo largo y ancho del universo. He de verle. He de reavivar esa brasa y mantenerle con vida.
—Entonces, démonos prisa —dijo Herade—. El médico Suk ya está con él.
Abandonaron el escenario con solemnidad. Al cabo de pocos momentos, el holoescenario cambió a una habitación interior.
Shaddam se reclinó en la butaca con un profundo suspiro.
En la obra, el emperador Idriss no conseguía recuperarse de la herida o despertar del coma, aunque estaba conectado a una máquina que mantenía sus constantes vitales. Idriss yacía en la cama imperial, atendido día y noche. Raphael Corrino, gobernante de facto y heredero legítimo del trono, lloraba a su padre, pero nunca ocupaba oficialmente su lugar. Raphael nunca se sentó en el trono imperial, sino que siempre ocupó una silla más pequeña. Aunque gobernó el Imperio durante años, nunca se hizo llamar otra cosa que príncipe heredero.
—No usurparé el trono de mi padre, y ¡ay! del parásito que ose pensarlo siquiera.
El actor se acercó más al palco imperial. El globo de luz facetado que coronaba su cetro brillaba como una antorcha geológica fría.
Jessica parpadeó, intentó determinar qué líneas había alterado, y por qué. Vio algo extraño en sus movimientos, cierta tensión. ¿Eran solo nervios? Tal vez había olvidado los diálogos. Pero un Jongleur nunca olvidaba los diálogos…
—La Casa Corrino es más poderosa que la ambición de cualquier individuo. Ningún hombre puede reclamar esa herencia para sí. —El actor golpeó el escenario con el cetro—. Tal arrogancia sería una locura.
Anirul empezó a fijarse en los errores y miró de soslayo a Jessica. Shaddam parecía medio dormido.
El actor que encarnaba a Raphael avanzó un segundo paso, justo bajo el palco del emperador, mientras los demás Jongleurs le cedían todo el protagonismo.
—Todos hemos de interpretar papeles en la gran representación del Imperio.
Entonces, se apartó por completo del texto y recitó un fragmento de una obra de Shakespeare, palabras todavía más antiguas que La sombra de mi padre.
—Todo el mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres simples actores. Tienen sus mutis y sus entradas, un hombre interpreta muchos papeles en su vida.
Raphael se llevó la mano al pecho y arrancó un broche con un rubí. Habían pulido la joya, de modo que parecía una lente.
—Y, Shaddam, yo soy mucho más que un actor —dijo, y el emperador se despertó al instante.
El Jongleur encajó el rubí facetado en un hueco del cetro, y Jessica comprendió que era una fuente de energía.
—Un emperador debería amar a su pueblo, servirle y trabajar para protegerle. En cambio, tú has preferido ser el Verdugo de Zanovar. —El globo de luz adquirió un brillo intensísimo—. Si querías matarme, Shaddam, habría dado gustoso mi vida por toda la gente de Zanovar.
Los Sardaukar avanzaron hacia el borde del escenario, sin saber qué hacer.
—Soy tu hermanastro Tyros Reffa, hijo de Elrood IX y lady Shando Balut. Soy el hombre al que intentaste asesinar cuando destruíste un planeta, matando a millones de inocentes, ¡y pongo en entredicho tu derecho a la Casa Corrino!
El cetro brilló como un sol.
—¡Es un arma! —aulló Shaddam, al tiempo que se levantaba—. ¡Detenedle, pero cogedle con vida!
Los Sardaukar corrieron hacia delante, con las armas desenfundadas. Reffa pareció sorprenderse.
—¡No, no quería que sucediera así! —Los Sardaukar estaban a punto de apoderarse de él, y dio la impresión de que Reffa tomaba una repentina decisión. Ajustó la joya—. Solo quería expresar mi opinión.
Un rayo surgió del cetro, y Jessica se lanzó a un lado. Lady Anirul derribó su butaca y se arrojó al suelo. El globo de luz había emitido un rayo láser mortífero. Un guardia Sardaukar se precipitó hacia la butaca del emperador, apartó a Shaddam de un empujón y recibió el impacto en pleno pecho, que se desintegró al instante.
El público chilló. Los actores huyeron hacia la parte posterior del escenario, mientras miraban a Reffa estupefactos.
Tyros Reffa se agachó detrás del decorado para esquivar el fuego Sardaukar e hizo girar el globo de luz de múltiples facetas, utilizando el láser como si fuera un cuchillo. De pronto, la luz cegadora se apagó, cuando la fuente de energía se agotó.
Los guardias Sardaukar rodearon al hombre que había afirmado ser hijo de Elrood. Los criados arrastraron al tembloroso aunque ileso emperador hasta la parte posterior del destruido palco. Un joven portero del teatro ayudó a Anirul, sus hijas y Jessica. Equipos de emergencia se apresuraron a apagar los diversos incendios.
Un Sardaukar se acercó a Shaddam con rostro sombrío.
—Le hemos capturado, señor.
Shaddam parecía atónito y descompuesto. Un par de camareros cepillaron su capa imperial, mientras otro le alisaba el pelo. Los ojos del emperador adquirieron un brillo gélido, más irritado que asustado por su roce con la muerte.
—Bien.
Shaddam se ajustó las diversas medallas que se había concedido por pasadas hazañas.
—Ocúpate de detener a todos los cómplices. Alguien cometió un tremendo error con estos Jongleurs.
—Así se hará, señor.
El emperador miró por fin a su esposa y a Jessica, que estaban cerca de sus hijas, todas ilesas. No demostró alivio, sino que procesó la información.
—Bien… En cierta forma, debería recompensar a ese hombre —musitó el emperador, con la esperanza de aliviar la tensión—. Al menos, ya no tendremos que seguir viendo ese aburrimiento de obra.