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¿Qué aumenta más la carga de una persona, el conocimiento o la ignorancia? Todo maestro ha de reflexionar sobre esta cuestión antes de empezar a influir en un estudiante.
Lady ANIRUL CORRINO, diario personal
Bajo otro glorioso ocaso imperial, Mohiam se deslizó tras Jessica, que estaba sentada junto a un pequeño estanque de un jardín ornamental. Observó a su hija secreta durante un largo momento. La joven llevaba con dignidad su embarazo, y se encontraba a gusto con la nueva torpeza de su cuerpo. La niña nacería pronto.
Jessica removió el agua con los dedos, y su reflejo se empañó. Habló por la comisura de la boca.
—Debo de ser muy divertida, reverenda madre, para que estéis tanto rato mirándome.
Una pequeña sonrisa arrugó los labios de Mohiam.
—Esperaba que intuirías mi presencia, hija mía. Al fin y al cabo, ¿quién te enseñó a observar el mundo que te rodea? —Se acercó al borde del estanque y extendió un cristal de memoria—. Lady Anirul me ha pedido que te dé esto. Hay ciertas cosas que deberías saber.
Jessica cogió el objeto reluciente y lo estudió. —¿Se encuentra bien la señora?
—Creo que su estado mejorará de manera considerable en cuanto tu hija haya nacido —contestó Mohiam con cautela—. Está muy preocupada por el bebé, y esto le provoca una enorme desazón.
Jessica apartó la vista, temerosa de que Mohiam la viera enrojecer.
—No lo entiendo, reverenda madre. ¿Por qué tiene tanta importancia el hijo de la concubina de un duque?
—Acompáñame a un lugar donde podamos hablar. En privado.
Caminaron hacia un tiovivo impulsado por energía solar, que un emperador anterior había instalado para su diversión.
Jessica llevaba un vestido con los colores Atreides, que le recordaba a Leto. Los cambios corporales de su embarazo habían desatado muchos sentimientos contradictorios en su interior, cambios de humor que apenas podía controlar, incluso con su adiestramiento Bene Gesserit. Cada día había vertido sus pensamientos íntimos en el diario encuadernado que Anirul le había regalado. El duque era un hombre orgulloso, pero Jessica sabía en el fondo de su corazón que la echaba de menos.
Mohiam tomó asiento en la banqueta dorada del tiovivo, y Jessica la imitó. Todavía sostenía el cristal de memoria. Activado por el peso de ambas, el mecanismo empezó a girar poco a poco. Jessica vio que el jardín iba cambiando a medida que desfilaba frente a ella. Un globo luminoso colgado de un poste cercano destelló, aunque el sol aún no se había puesto tras el horizonte.
Desde su llegada a Kaitain, en especial después del sorprendente atentado frustrado de Tyros Reffa contra el palco imperial, guardianas Bene Gesserit vigilaban constantemente a Jessica. Aunque no daba muestras de fastidio, era imposible que no hubiera reparado en su escolta.
¿Por qué soy tan especial? ¿Por qué le interesa tanto mi hijo a la Hermandad?
Jessica dio vueltas entre sus manos al cristal de memoria. Era octogonal, de facetas color lavanda. Mohiam sacó un cristal parecido y lo sostuvo.
—Adelante, hija. Actívalo.
Jessica hizo girar el aparato destellante entre sus palmas, y después lo acunó en las manos, lo entibió con el calor de su cuerpo, lo humedeció con su sudor para activar los recuerdos contenidos en su interior.
Y mientras lo miraba con profunda atención, el cristal empezó a proyectar haces de imágenes que se cruzaron ante su retina. A su lado, Mohiam activó el otro cristal.
Jessica cerró los ojos y percibió un zumbido profundo, como el de una nave de la Cofradía cuando entraba en el espacio plegado. Cuando volvió a abrir los ojos, su visión había cambiado. Daba la impresión de que estaba dentro de los archivos de la Bene Gesserit, muy lejos de Kaitain. Enterrados en los riscos transparentes de Wallach IX, los muros y techos de la inmensa biblioteca reflejaban una iluminación prismática, proyectaban luz a través de miles de millones de superficies enjoyadas. Inmersas en una proyección sensorial, Mohiam y ella se detuvieron ante la entrada virtual. El espejismo parecía increíblemente real.
—Yo seré tu guía, Jessica —dijo Mohiam—, para que puedas comprender tu importancia.
Jessica guardó silencio, intrigada pero también intimidada.
—Cuando dejaste la Escuela Materna —empezó Mohiam—, ¿habías aprendido todo cuanto debías saber?
—No, reverenda madre. Pero había aprendido a obtener la información que necesitaba.
Cuando la imagen de Mohiam tomó a Jessica de la mano, notó el tacto de los fuertes dedos y la piel reseca de la anciana.
—En efecto, hija, y este es uno de los lugares importantes donde debes buscar. Ven, voy a enseñarte cosas asombrosas.
Cruzaron un túnel y se adentraron en una oscuridad que se extendió alrededor de Jessica. Intuía, pero no podía ver, una inmensa cámara negra de paredes y techos muy lejos de su alcance. Jessica quiso gritar. Su pulso se aceleró. Utilizó su adiestramiento para apaciguarlo, aunque demasiado tarde. La otra mujer se había dado cuenta.
La voz seca de Mohiam rompió el silencio. —¿Estás asustada?
—«El miedo es el asesino de mentes», reverenda madre. «Permitiré que pase por encima y a través de mí». ¿Qué es esta oscuridad, qué puedo aprender de ella?
—Esto representa lo que todavía ignoras. Es el universo que aún no has visto, que ni siquiera puedes imaginar. En el principio de los tiempos, reinaba la oscuridad. Al final, volverá a imponerse. Nuestras vidas son meros puntos de luz en el ínterin, como las estrellas más diminutas de los cielos. —La voz de Mohiam se acercó a su oído—. Kwisatz Haderach. Dime qué significa para ti este nombre.
La reverenda madre soltó su mano, y Jessica sintió que flotaba sobre el suelo, cegada por la negrura. Se estremeció, reprimió el pánico.
—Es uno de los programas de reproducción de la Hermandad. Es lo único que sé.
—Este pozo negro de conocimientos ocultos que te rodea contiene todos los secretos del universo. Los temores, esperanzas y sueños de la humanidad. Todo lo que hemos sido y todo lo que podemos lograr. Este es el potencial del Kwisatz Haderach. Es la culminación de nuestros más precisos programas de reproducción, el poderoso varón Bene Gesserit capaz de salvar los abismos del tiempo y el espacio. Es el humano de todos los humanos, un dios con forma humana.
Sin darse cuenta, Jessica apoyó las manos sobre su estómago hinchado, donde su hijo nonato, el hijo del duque Leto, se aovillaba en la seguridad de su útero, donde debía reinar la oscuridad de esta misma cámara.
La voz de su antigua maestra era seca y quebrada.
—Escúchame bien, Jessica: tras miles de años de cuidadosa planificación Bene Gesserit, la hija que llevas en tu seno está destinada a dar a luz al Kwisatz Haderach. Por eso nos hemos preocupado tanto por tu seguridad. Lady Anirul Sadow-Tonkin Corrino es la madre Kwisatz, tu protectora desde el instante de tu nacimiento. Ella ha ordenado que sepas el lugar que ocupas en los acontecimientos que se desarrollan a tu alrededor.
Jessica estaba demasiado abrumada para hablar. Sus rodillas flaquearon en la oscuridad. Por el amor de Leto, había desafiado a la Bene Gesserit. ¡Estaba embarazada de un niño, no de una niña! Y las hermanas no lo sabían.
—¿Comprendes lo que te ha sido revelado, hija? Te he enseñado muchas cosas. ¿Te das cuenta de su importancia?
Jessica habló con voz apenas audible.
—Lo comprendo, reverenda madre.
No se atrevió a confesar su transgresión en ese momento, no se le ocurrió nadie a quien confiar el terrible secreto, y mucho menos a su severa maestra. ¿Por qué no me lo dijeron antes?
Jessica pensó en Leto, en la angustia que había padecido después de la muerte de Victor, por culpa de la traición de su concubina Kailea. ¡Lo hice por él!
Pese a la prohibición de dejarse arrastrar por los sentimientos, Jessica había llegado a creer que sus superioras no tenían derecho a inmiscuirse en el amor de un hombre y una mujer. ¿Por qué le tenían tanto miedo? Todo su adiestramiento no servía para contestar a esa pregunta.
¿Había destruido Jessica el programa del Kwisatz Haderach, arruinado milenios de trabajo? Experimentó una mezcla de confusión, ira y miedo. Puedo tener más hijas. Si tan importante era, ¿por qué no la habían advertido antes? ¡Malditas sean ellas y sus intrigas!
Sintió la presencia de su profesora a su lado y recordó un día en Wallach IX, cuando habían sometido a prueba su humanidad. La reverenda madre Mohiam había apoyado un gom jabbar envenenado contra su cuello. Un desliz, y la aguja mortífera habría penetrado en su piel, matándola en el acto.
Cuando descubran que no es una niña…
La habitación negra giraba poco a poco, como si estuviera conectada con el tiovivo del jardín. Perdió todo sentido de la orientación, hasta que reparó en que estaba siguiendo a Mohiam hacia un túnel de luz. Las dos mujeres desembocaron en una habitación bien iluminada. El suelo era una pantalla en la que se proyectaba un bosque vertiginoso de palabras.
—Son los nombres y números que describen el programa genético de la Hermandad —dijo Mohiam—. ¿Ves que todos parten de una misma estirpe? Es el linaje que culmina, inexorablemente, en el Kwisatz Haderach, el pináculo.
El suelo brillaba. La reverenda madre hizo un ademán para enseñar a Jessica cuál era su lugar. La joven vio su nombre, y encima otro nombre que designaba a su madre biológica, Tanidia Nerus. Tal vez era el real, o quizá estaba en código. La Hermandad guardaba muchos secretos. Los vínculos entre los padres biológicos y los hijos no existían entre las Bene Gesserit.
Un nombre sorprendió a Jessica más que los demás: Hasimir Fenring. Le había visto en la corte imperial, un hombre extraño que siempre estaba susurrando en el oído del emperador. En el árbol genealógico, su linaje se acercaba al deseado pináculo, pero luego se desviaba hacia un callejón sin salida genético.
—Sí —dijo Mohiam, al observar su curiosidad—, con el conde Fenring estuvimos a punto de triunfar. Su madre era una de las nuestras, elegida con el máximo cuidado, pero su desarrollo fracasó. Fue un experimento valioso, pero inútil. Hasta el momento, ignora su papel entre nosotras.
Jessica suspiró, deseó que su vida fuera menos complicada, con respuestas directas en lugar de engaños y misterios. Quería dar a luz al hijo de Leto, pero ahora sabía que habían construido un castillo de naipes sobre este nacimiento. No era justo.
No podría soportar mucho más tiempo la proyección sensorial. Su carga era ya inmensa, y tan secreta que no podía hablar de ello con nadie. Necesitaba tiempo para pensar, una sensación desesperada. Quería huir del escrutinio de Mohiam.
Por fin, el cristal de memoria dejó de brillar, y Jessica se encontró de nuevo en la banqueta del tiovivo. El cielo nocturno estaba tachonado de estrellas. La reverenda madre Mohiam y ella estaban sentadas en un charco de luz.
Jessica sintió que el niño pataleaba dentro de su vientre, con más fuerza que nunca.
Mohiam extendió la mano, apoyó la mano sobre el protuberante estómago de la concubina y sonrió, como si ella sintiera también las patadas del feto. Sus ojos destellaron.
—Sí, es una niña fuerte…, y le aguarda un gran destino.