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Existen presiones evidentes cuando se trabaja en un entorno donde no es probable sobrevivir al mínimo error.

Conde HASIMIR FENRING, Las recompensas del peligro, escrito en el exilio

Durante su viaje de regreso a Ix, mientras dejaba que el emperador complicara todavía más los problemas políticos que él había intentado solucionar, el conde Hasimir Fenring pensó en las muertes sutiles, malignas e increíblemente dolorosas que le gustaría infligir a Hidar Fen Ajidica por su traición.

Pero ninguna le satisfacía.

Cuando hizo las señales prescritas a los guardias y descendió a los subterráneos de Ix, se reprendió por no haber reparado antes en los síntomas y emprendido acciones contra los tleilaxu. El investigador jefe había utilizado demasiadas excusas durante mucho tiempo, y había engañado por completo al emperador Shaddam. Era asombroso que varios amos tleilaxu hubieran aparecido de repente hacía poco en la corte de Kaitain, como si estuvieran en su derecho, y que Shaddam los tolerara.

Pero el conde sabía la amarga verdad. Pese a más de veinte años de planificación, investigaciones e inversiones excesivas, el Proyecto Amal era un fracaso total. Con independencia de lo que la Cofradía creyera, Fenring estaba convencido de que los dos Navegantes habían fallado por culpa de la especia artificial, no a consecuencia de un imaginario plan beakkali.

Shaddam había asumido que la especia sintética ya estaba en su poder, y había actuado en consecuencia. Era cierto que todas las pruebas entregadas al emperador apuntaban a un éxito, largo tiempo esperado, pero Fenring continuaba inquieto. Pese a sus burdas justificaciones legales, la Gran Guerra de la Especia de Shaddam había perjudicado sus relaciones políticas con las Casas nobles. Ahora, tardaría años en enmendar todos sus errores…, si es que lo lograba alguna vez.

Tal vez sería mejor que él y su amada Margot tomaran medidas para protegerse de la tormenta que se avecinaba, y dejaran al emperador a merced de los lobos. Shaddam Corrino pagaría las consecuencias de sus equivocaciones. No era preciso que el conde Fenring se hundiera en los abismos con él…

Hidar Fen Ajidica esperaba a Fenring con orgullo y arrogancia ante las puertas de su despacho privado, como si la elevada opinión de sí mismo no cupiera en su menudo cuerpo. Su bata blanca estaba cubierta de manchas marrones.

A un gesto brusco del investigador jefe, los guardias Sardaukar salieron, y le dejaron solo con Fenring en su despacho. El conde abrió y cerró los puños, hizo un gran esfuerzo por controlarse. No quería asesinar al hombrecillo con excesiva rapidez. Cuando entró, Fenring hizo ademán de cerrar la puerta a su espalda.

Ajidica avanzó, y sus ojos de roedor destellaron con altivez.

—¡Inclínate ante mí, Zoal! —Ladró más órdenes en su lenguaje gutural incomprensible, y después cambió al galach imperial—. No has enviado el menor mensaje, y serás castigado por tu desliz.

Fenring apenas pudo reprimir una carcajada, pero hizo una breve reverencia que pareció apaciguar a Ajidica. Entonces, agarró al investigador jefe por la pechera.

—¡Yo no soy tu Danzarín Rostro! Estás condenado a morir. La cuestión es cómo y cuándo, ¿ummm?

La piel grisácea de Ajidica palideció todavía más cuando comprendió su espantosa equivocación.

—¡Por supuesto, mi querido conde Fenring! —Su voz se estranguló cuando el ministro de la Especia aumentó la presión—. Habéis…, habéis superado mi prueba. Estoy muy complacido.

Fenring le empujó, asqueado. Ajidica cayó al suelo. Fenring se limpió la mano en el justillo, como si se hubiera ensuciado después de tocar al traicionero ser.

—Ha llegado el momento de salvar lo que se pueda de este desastre, Ajidica. Tal vez debería arrojarte desde el balcón del Gran Palacio, para que toda la gente pudiera verlo, ¿ummm?

El investigador jefe llamó a los guardias con voz ahogada. Fenring oyó pasos apresurados, pero no estaba preocupado. Era el ministro imperial de la Especia y amigo íntimo de Shaddam. Los Sardaukar obedecerían sus órdenes. Sonrió cuando una idea se formó en su mente.

—Sí, ummm, declararé Ix libre al fin y me convertiré en su gran libertador. Con la colaboración de los Sardaukar, borraré los años de opresión tleilaxu, ummm, destruiré todas las pruebas de tu investigación ilegal, y después, yo y Shaddam, por supuesto, seremos considerados unos héroes.

El investigador jefe se puso en pie, con el aspecto de una rata de dientes afilados acorralada.

—No podéis hacer eso, conde Fenring. Ya estamos muy cerca. El amal está preparado.

—¡El amal es un fracaso! Las pruebas con los dos cruceros acabaron en un desastre, y podéis dar gracias a que la Cofradía no haya descubierto aún lo que hemos hecho. Los Navegantes no pueden utilizar la especia sintética. ¿Quién sabe qué otras secuelas tendrá?

—Tonterías, mi amal es perfecto. —Ajidica introdujo la mano entre los pliegues de su manto, como si buscara un arma escondida. Fenring se acuclilló para atacar, pero el científico solo extrajo una tableta de color rojizo, que se metió en la boca—. Yo mismo he consumido dosis extraordinarias, y me siento magnífico. Soy más fuerte que nunca. Veo el universo con más claridad.

Se golpeó la frente con tal fuerza que dejó una marca en la piel.

La puerta se abrió con estrépito y entró un escuadrón de Sardaukar, al mando del joven comandante Garon. Los hombres se movían con agilidad felina, menos rígidos que de costumbre.

—He triplicado las raciones de todos los Sardaukar destinados aquí —dijo Ajidica—. Hace seis meses que consumen amal. Sus cuerpos están saturados. ¡Fijaos en su aspecto!

Fenring estudió los rostros de los soldados imperiales. Percibió una ferocidad, una dureza en sus ojos y un peligro agazapado en sus músculos. Garon le dedicó una breve reverencia, la mínima deferencia exigida.

—Tal vez el amal era demasiado potente para esos Navegantes, y tendrían que haber ajustado la mezcla —continuó Ajidica—. O tal vez deberían haberlos adiestrado de una manera diferente. No es preciso echar por la borda todos nuestros progresos por culpa de un pequeño error de pilotaje. Hemos invertido demasiado. El amal funciona. ¡Funciona!

Dio la impresión de que Ajidica iba a sufrir un ataque. Pasó junto a Fenring con movimientos espasmódicos y apartó a los Sardaukar a codazos.

—Tenéis que ver esto, conde. Dejadme convenceros. El emperador ha de probar el producto. Sí, hemos de enviar muestras a Kaitain. —Levantó las manos mientras andaba por el pasillo, un hombrecillo con delirios de grandeza—. No podéis comprender. Vuestra mente es… infinitamente pequeña.

Fenring corrió para alcanzar a Ajidica. Los soldados les siguieron en silencio.

La planta principal del pabellón de investigación siempre le desagradaba, si bien el conde comprendía la necesidad de los tanques de axlotl. Hembras descerebradas yacían como cadáveres, conectadas a máquinas que mantenían sus constantes vitales, seres que ya no eran humanos, de cuerpos hinchados y alimentados contra su voluntad. Úteros cautivos, eran poco más que fábricas biológicas, productoras de las sustancias orgánicas o las abominaciones que los magos genéticos programaban en sus sistemas reproductivos.

Cosa curiosa, los receptáculos conectados a sus cuerpos, que por lo general contenían el amal que producían, estaban vacíos. Aunque todavía vivos, los tanques parecían desconectados. Salvo uno.

Ajidica le guió hasta una joven desnuda a la que acababan de conectar a un sistema axlotl. Era andrógina, de pecho liso y cabello oscuro corto. Tenía los ojos cerrados y hundidos en el rostro.

—Observad esta, conde. Muy sana, muy adecuada. Nos será extremadamente útil, aunque todavía estamos reconfigurando su útero para producir los componentes químicos necesarios para el precursor de amal. Después, conectaremos los demás tanques a ella y produciremos más.

Fenring no encontró nada erótico en el pedazo de carne indefenso, tan diferente de su adorable esposa.

—¿Por qué es tan especial?

—Era una espía, conde. La capturamos fisgoneando, disfrazada de macho.

—Lo sorprendente es que todas las mujeres de Ix no se hayan disfrazado y escondido.

—Era una Bene Gesserit.

Fenring no pudo ocultar su estupor.

—¿La Hermandad está enterada de nuestras operaciones?

¡Maldita sea Anirul! Tendría que haberla matado.

—Las brujas tienen alguna idea de nuestras actividades. Por lo tanto, nos queda poco tiempo. —Ajidica se frotó las manos—. No podéis ejecutarme. No osaréis interrumpir nuestro trabajo. El emperador ha de conseguir su amal. Ya solucionaremos las pequeñas discrepancias más adelante.

Fenring enarcó las cejas.

—¿Llamáis «pequeña discrepancia» a la pérdida de un crucero con todos sus pasajeros? ¿Decís que debería olvidar el intento de asesinato de vuestro Danzarín Rostro, ummm?

—¡Sí! Sí, en efecto. En el esquema de todo el universo, tales acontecimientos son insignificantes. —La locura asomó a los ojos del hombrecillo—. No puedo permitir que causéis problemas ahora, conde Fenring. La importancia de mi trabajo es superior a vos, la Casa Corrino o el propio Imperio. Solo necesito un poco más de tiempo.

Fenring se volvió, con la intención de dar órdenes a los Sardaukar, pero percibió algo extraño en sus ojos cuando miraron a Ajidica, una devoción fanática que le sorprendió. Jamás había sospechado que la lealtad de los Sardaukar fuera cuestionable. Era evidente que aquellos hombres se habían hecho adictos a la especia sintética, y sus cuerpos reflejaban la potencia de la melange artificial. ¿Les habría lavado el cerebro también el investigador jefe?

—No dejaré que me detengáis. —La amenaza de Ajidica era clara—. Ahora no.

Los trabajadores tleilaxu repararon en lo que estaba sucediendo y se acercaron. Tal vez algunos serían Danzarines Rostro. Fenring sintió un nudo en el estómago, y por primera vez en su vida supo lo que era el miedo. Estaba solo.

Había subestimado las capacidades de Ajidica durante años, pero ahora comprendió que el investigador jefe había logrado poner en práctica un plan asombroso. Fenring, rodeado, se dio cuenta de que quizá nunca saldría vivo del planeta.