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Un hombre no puede beber de un espejismo, pero puede ahogarse en él.
Sabiduría fremen
Después de examinar el informe de reconocimiento obtenido por la nave de Hiih Resser, la fuerza de ataque conjunta Harkonnen/Moritani descendió a los cielos de Caladan. La Bestia Rabban estaba rodeada de poder ofensivo, pero aun así se sentía nervioso.
Pilotaba su propia nave al frente de la numerosa flota, en teoría al mando, aunque no se apartaba mucho de la pesada nave de ataque pilotada por el maestro espadachín grumman, Reeser. El vizconde Moritani había tomado el mando del transporte de tropas más adelantado, dispuesto a conquistar Caladan por tierra, aterrorizar a los aldeanos y tomar el control de las ciudades Atreides. Su intención era impedir que el duque Leto volviera a poner el pie en el planeta.
Mientras atravesaba las nubes, preparado para la descarga de adrenalina que supondría la destrucción, Rabban se preguntaba cómo dividirían la Casa Harkonnen y la Casa Moritani los despojos de su conquista, en vistas a la «ocupación conjunta». Experimentaba una sensación de inquietud en la boca del estómago. El barón habría exigido la parte del león de los beneficios.
Rabban aferró los controles de su nave con dedos sudorosos, mientras recordaba el día en que había disparado en secreto sobre los dos transportes tleilaxu alojados en la bodega del crucero, un ataque sutil contra el imberbe duque Atreides. Rabban prefería ser más directo.
Si Caladan estaba tan indefenso como hacía suponer la exploración de Resser, toda la operación habría terminado antes de una hora. El heredero Harkonnen no podía creer que el duque Atreides hubiera sido tan incauto, aunque solo estuviera ausente unos días. Pero su tío decía con frecuencia que un buen líder ha de estar siempre ojo avizor a los errores, para poder aprovecharlos en cualquier momento.
Los atacantes tomarían el control del castillo y la ciudad, así como del espaciopuerto y la base militar contigua. Si se apoderaban de unos pocos puntos clave, las fuerzas Grumman/Harkonnen podrían afirmar su conquista y prepararse para tender una emboscada a las fuerzas Atreides cuando regresaran. Además, Giedi Prime y Grumman estaban preparados para enviar abundantes refuerzos, en cuanto la operación preliminar hubiera concluido.
No obstante, las repercusiones políticas a largo plazo preocupaban a Rabban. Una protesta ante el Landsraad del duque Leto quizá provocaría una operación militar conjunta y/o sanciones y embargos. La situación podía complicarse mucho, y Rabban esperaba no haber tomado otra mala decisión.
En ruta, antes de lanzar a sus fuerzas, Hundro Moritani había desechado sus preocupaciones.
—El duque ni siquiera tiene heredero. Si fortalecemos nuestra posición, ¿quién aparte de Atreides osaría desafiarnos? ¿Quién iba a tomarse la molestia?
Rabban percibió cierto tono de locura en la voz del vizconde, y también en el feroz brillo de sus ojos.
El maestro espadachín Resser habló por el canal de comunicaciones.
—Todas las naves están preparadas para iniciar el ataque. A vos corresponde dar la orden, lord Rabban.
Rabban respiró hondo y atravesó la capa de niebla. Las naves le siguieron como una estampida de animales mortíferos, dispuestos a pisotear todo cuanto se cruzara en su camino.
—Tenemos las coordenadas de Cala City —dijo Resser—. Debería aparecer ante nosotros en cualquier momento.
—Maldita sea esta capa de nubes.
Rabban se inclinó hacia delante para mirar por la ventana de la cabina. Cuando la niebla se dispersó por fin, vio la bahía y el océano, los acantilados rocosos sobre los que se asentaba el castillo de Caladan…, la ciudad, el espaciopuerto y la base militar.
Entonces, gritos de sorpresa y confusión se oyeron en los canales de comunicaciones. En el océano que rodeaba Cala City, Rabban vio docenas, no, ¡centenares!, de buques de guerra en el agua, y plataformas defensivas flotantes que se mecían en el agua como una fortaleza móvil.
—¡Es una flota gigantesca!
—Esos barcos no estaban ahí ayer —dijo Resser—. Las habrán apostado por la noche para defender el castillo.
—Pero ¿en el agua? —El vizconde no daba crédito a lo que veía—. ¿Para qué iba Leto a dispersar tal potencia militar en el agua? Hace… siglos que eso no se hace.
—¡Es una trampa! —gritó Rabban.
En aquel preciso momento, Thufir Hawat ordenó despegar a todas las naves de guerra que le habían escoltado a Beakkal. Las naves pasaron volando sobre los parapetos del castillo, se desplegaron y describieron un círculo, para luego realizar maniobras aéreas en una impresionante demostración de fuerza. Las puertas de las docenas de hangares de la base militar se abrieron poco a poco, lo cual implicaba que muchas más naves de ataque esperaban el momento del despegue.
—¡Leto Atreides nos ha tendido una trampa! —Rabban dio un puñetazo sobre el panel de control—. Quiere aplastarnos y someter nuestras Casas al castigo del Landsraad.
Rabban maldijo al vizconde por haberle arrastrado a aquel ataque condenado al fracaso, tiró de los controles y regresó al amparo de las nubes. Dio órdenes a todas las naves Harkonnen de que interrumpieran el ataque.
—Retroceded. Ahora, antes de que identifiquen nuestras naves.
Desde su puente de mando, el vizconde Moritani gritó la orden de que los soldados grumman debían atacar, pero Hiih Resser estaba de acuerdo con Rabban. Fingió no oír las órdenes del vizconde y dio instrucciones a todas sus naves de que se replegaran y congregaran en órbita.
En el planeta, las fortalezas flotantes y los buques de guerra empezaron a alzar grandes cañones contra los objetivos del cielo.
Era evidente que las alarmas habían sonado, y que las fuerzas defensivas estaban preparadas para devolver el golpe.
Rabban volaba a toda velocidad, rezando para zafarse de la situación antes de que causara más humillaciones y perjuicios a la Casa Harkonnen. La última vez que había cometido un error semejante, el barón le había exiliado durante un año en el miserable Lankiveil. No quería ni imaginar cuál sería su castigo esta vez.
La flota se congregó en el lado oscuro del planeta, y después salió del sistema, con la esperanza de localizar al siguiente crucero que se dispusiera a entrar. Rabban sabía que era la única posibilidad de salvar el pellejo.
Thufir Hawat, de pie junto a las estatuas gigantescas, dirigía las maniobras desde una consola de comunicaciones portátil. Ordenó a sus escasas naves que realizaran otro vuelo agresivo, por si acaso. No obstante, los misteriosos atacantes ya habían huido, sorprendidos y avergonzados.
Se preguntó quiénes serían. Ninguna de las naves enemigas había sido alcanzada, de modo que no había restos que analizar. Habría sido preferible derrotarles en un enfrentamiento militar y reunir pruebas, pero había hecho todo lo posible dadas las casi imposibles circunstancias.
Thufir sabía que su táctica había sido utilizada durante la Jihad Butleriana, y también antes. Era un truco que no podía usarse con frecuencia (tal vez pasaría mucho tiempo antes de que se repitiera), pero le había venido de maravilla.
Miró hacia las nubes y vio que el último invasor desaparecía. Debían sospechar que las fuerzas Atreides intentarían perseguirlos, pero el mentat no estaba dispuesto a dejar Caladan indefenso una vez más…
Al día siguiente, tras recibir la confirmación de que los intrusos habían subido a bordo de un crucero y abandonado el sistema de una vez por todas, Thufir Hawat hizo llamar a las barcas de pesca que aguardaban alrededor del castillo. Agradeció a los capitanes su ayuda y les ordenó que devolvieran todos los hologeneradores a las armerías Atreides, antes de reanudar sus faenas pesqueras.