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Podríamos estar soñando siempre, pero no percibimos estos sueños mientras estamos despiertos, porque la conciencia (como el sol que oculta las estrellas durante el día) es demasiado brillante para permitir que el inconsciente conserve tanta definición.

Diarios personales de la madre KWISATZ ANIRUL SADOW-TONKIN

Anirul no podía dormir, acosada desde el interior de su mente.

Una vez despertadas, las voces de incontables generaciones no la dejaban descansar. Las intrusas de la Otra Memoria exigían su atención, suplicaban que echara un vistazo a los precedentes históricos, insistían en que sus vidas fueran recordadas. Cada una tenía algo que decir, una advertencia, un grito de atención. Todo dentro de su cabeza.

Tenía ganas de chillar.

Como consorte del emperador, Anirul vivía en un ambiente más lujoso que la inmensa mayoría de vidas interiores que había experimentado. Tenía a su disposición criados, la mejor música, las drogas más caras. Sus aposentos combinados, llenos de hermosos muebles, eran lo bastante grandes para abarcar un pequeño pueblo.

En un tiempo, Anirul había pensado que ser la madre Kwisatz era una bendición, pero el hecho de que su mente estuviera poseída por una multitud surgida de los abismos del tiempo la iba consumiendo en exceso, a medida que se acercaba el parto de Jessica.

Las voces interiores sabían que el largo camino del programa de reproducción tocaba a su fin.

Inquieta en su enorme cama, Anirul apartó las sábanas, que se deslizaron al suelo como un invertebrado vivo. Desnuda, Anirul se acercó a las puertas incrustadas de oro. Su piel era suave y delicada, masajeada cada día con lociones y ungüentos. Una dieta de recetas de melange, así como algunos trucos bioquímicos aprendidos gracias a su adiestramiento Bene Gesserit, mantenían sus músculos tonificados y su cuerpo atractivo, aunque su marido ya no reparara en ella.

En esta habitación había permitido que Shaddam la dejara embarazada cinco veces, pero apenas frecuentaba ya su cama. El emperador había abandonado toda esperanza, y estaba en lo cierto, de engendrar un heredero masculino. Estéril, ya no tendría más hijos, ni de ella ni de ninguna de sus concubinas.

Aunque su marido sospechaba que había tenido amantes durante sus años de matrimonio, Anirul no necesitaba relaciones personales para satisfacer sus necesidades. Como Bene Gesserit experta, tenía acceso a medios de placer que le proporcionaban toda la intensidad que deseaba.

Ahora, lo que más necesitaba era un sueño profundo y reparador.

Decidió salir a la noche silenciosa. Pasearía por el palacio, y tal vez por la capital, con la vana esperanza de que sus piernas pudieran alejarla de las voces.

Aferró el pomo de la puerta, pero se dio cuenta de que no llevaba ropa. Durante las últimas semanas, Anirul había escuchado, sin que la vieran, habladurías de los cortesanos, en el sentido de que tenía una personalidad inestable, rumores probablemente propagados por el propio Shaddam. Si paseara desnuda por los pasillos, eso alimentaría aún más los chismorreos.

Se envolvió en una bata azul turquesa, y la sujetó con un nudo que nadie, excepto una Bene Gesserit, podría desenredar sin un cuchillo. Salió al pasillo descalza y se alejó de sus aposentos.

Había caminado descalza a menudo en la Escuela Materna de Wallach IX. El clima frío permitía que las jóvenes acólitas recibieran una educación rigurosa, para descubrir cómo controlar el calor corporal, el sudor y las respuestas nerviosas. En cierta ocasión, Harishka (que aún no era la madre superiora, sino la censora superiora), había conducido a sus jóvenes pupilas a las montañas nevadas, donde les ordenó que se despojaran de todas sus ropas y recorrieran cuatro kilómetros sobre nieve cubierta de hielo, hasta lo alto de un pico azotado por los vientos. Una vez allí, habían meditado desnudas durante una hora, antes de bajar en busca de sus ropas y un poco de calor.

Anirul casi había muerto congelada aquel día, pero la crisis la había llevado a una mejor comprensión de su metabolismo y de su mente. Antes de vestirse ya, notaba calor, sin necesidad de nada más. Cuatro de sus compañeras de clase no habían sobrevivido (fracasos), y Harishka había abandonado sus cadáveres en la nieve, como siniestro recordatorio para posteriores estudiantes…

Mientras Anirul vagaba por los pasillos del palacio, las damas de compañía salieron de sus habitaciones y corrieron a su lado. Jessica no. Mantenía a la joven embarazada protegida, aislada, ajena a su agitación.

Anirul vio por el rabillo del ojo que un guardia salía de la habitación de una dama de compañía, y le irritó que sus mujeres perdieran el tiempo copulando durante sus horas de vigilia, sobre todo porque estaban enteradas de sus ataques de insomnio.

—Voy al zoo —anunció, sin mirar a las mujeres que la seguían—. Id a avisar al director para que me abra la puerta.

—¿A esta hora, mi señora? —dijo una atractiva criada, mientras se abrochaba el corpiño. Tenía el cabello rubio rizado y facciones delicadas.

Anirul la fulminó con la mirada, y dio la impresión de que la criada se encogía. La despediría por la mañana. La esposa del emperador no podía permitir que nadie discutiera sus caprichos. Debido a las numerosas responsabilidades que recaían sobre sus hombros, Anirul era cada vez menos tolerante, menos paciente. Un poco como Shaddam.

El cielo nocturno era un torbellino de auroras boreales, pero Anirul apenas se dio cuenta. Su creciente séquito la siguió por los jardines colgantes y avenidas elevadas, hasta llegar al recinto de selvas artificiales que constituía el zoo imperial.

Monarcas anteriores habían utilizado el zoo para su disfrute personal, pero nada importaba menos a Shaddam que los especímenes biológicos de planetas lejanos. En un «gracioso gesto», había abierto el parque al público en general, para que pudiera experimentar «la magnificencia de todos los seres que se hallaban bajo el dominio de los Corrino». La otra alternativa, que había confesado en privado a su esposa, era matar a los animales para ahorrar el modesto gasto de alimentarlos.

Anirul se detuvo a la entrada del zoo, un esbelto arco cristalino. Vio que las luces se encendían, pesados globos luminosos que arrojaban un resplandor intenso y molestaban a los animales. El director debía de estar corriendo de un panel de control a otro, preparando el zoo para su llegada.

Anirul se volvió hacia sus damas de compañía.

—Quedaos aquí. Quiero estar sola.

—¿Es eso prudente, mi señora? —preguntó la criada rubia, lo cual irritó una vez más a su ama. Shaddam habría ejecutado a la muchacha en el acto, sin la menor duda.

Anirul volvió a fulminarla con la mirada.

—He lidiado con la política imperial, jovencita. He conocido a los miembros más desagradables del Landsraad, y llevo casada veinte años con el emperador Shaddam. —Frunció el ceño—. Puedo ocuparme sin problemas de animales inferiores.

Entró en la falsa selva. El zoo siempre obraba un efecto balsámico en ella. Vio jaulas con barrotes de campo de fuerza que albergaban osos dientes de sable, ecadroghes y lobos D. Tigres de Laza estaban tumbados sobre rocas calentadas con electricidad. Una leona masticaba con pereza tiras sanguinolentas de carne cruda. Cerca, los tigres alzaron sus ojos entornados y miraron a Anirul adormilados, demasiado bien alimentados para conservar su ferocidad.

Delfines de Buzzell nadaban en una enorme pecera. Gracias a sus cerebros de tamaño mayor de lo normal, eran lo bastante inteligentes para realizar sencillas tareas submarinas. Los delfines se deslizaban como cuchillos de un azul plateado; Uno regresó para mirar a través del cristal, como si reconociera a una persona importante.

Mientras paseaba entre los animales, Anirul experimentó un raro momento de paz interior. El caos no la asediaba en el silencio del zoo imperial. Solo oía sus pensamientos íntimos. Anirul exhaló un largo suspiro, y después respiró hondo, como para absorber la deliciosa soledad.

Sabía que su cordura no sobreviviría a la creciente tormenta interior que la afligía. Como madre Kwisatz y esposa del emperador, tenía tareas vitales. Necesitaba concentrarse. Sobre todo, debía cuidar de Jessica y de su bebé nonato.

¿Ha provocado Jessica esta agitación? ¿Saben algo las voces que yo no sepa? ¿Qué deparará el futuro?

Al contrario que la mayoría de las hermanas, Anirul tenía acceso a todas sus memorias. Sin embargo, después de la muerte de su buena amiga Lobia, había profundizado en exceso, había ido demasiado lejos en busca de la anciana Decidora de Verdad dentro de su cabeza. Al hacerlo, había desencadenado una avalancha de vidas.

En el silencio del zoo, Anirul pensó de nuevo en Lobia, quien le había dado tantos consejos en vida. Anirul deseaba oír la voz de la anciana por encima de las demás, una voz portadora de razón. Gritó a su vieja amiga, pero Lobia no emergió.

De repente, al oír la llamada, las voces fantasmales la asaltaron de nuevo, con tal simultaneidad que despertaron ecos en el aire que la rodeaba. El tumulto de los recuerdos, de las vidas y pensamientos, de opiniones y discusiones, se intensificó. Diversas voces gritaron su nombre.

Suplicó que callaran…

Los delfines de Buzzell se revolvieron en su acuario, golpearon sus hocicos en forma de botella contra el grueso cristal de plaz. Los tigres de Laza emitieron un coro de rugidos. El oso dientes de sable rugió y se precipitó sobre su compañero del recinto, y una feroz lucha de dientes y garras se entabló. Aves cautivas empezaron a chillar. Otros animales lanzaron aullidos de pánico.

Anirul cayó de rodillas, sin dejar de gritar a las voces interiores. Los guardias y criadas corrieron en su ayuda. La habían estado observando desde una distancia prudencial, desobedeciendo su petición de privacidad.

Pero cuando intentaron ponerla en pie, la esposa del emperador sufrió espasmos y agitó los brazos. Uno de sus anillos golpeó la cara de la doncella rubia, y le hizo un corte en la mejilla. Anirul tenía los ojos desorbitados, como los de un animal salvaje.

—Al emperador no le va a gustar esto —dijo uno de los guardias, pero Anirul ya no oía nada.