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Es imposible diferenciar la política de la economía de la melange. Han caminado de la mano a lo largo de toda la historia imperial.

SHADDAM CORRINO IV, Memorias preliminares

Un nervioso vigía del sietch de la Muralla Roja hizo llamar a Liet-Kynes al puesto de observación oculto de la cordillera. El joven ascendió por grietas y caminos peligrosos hasta un saliente. El aire olía a pólvora quemada.

—Veo a un hombre que se acerca, pese al calor. —El vigía era un muchacho sonriente de barbilla huidiza y sonrisa ansiosa—. Viene solo.

Liet, intrigado, siguió al vigía. Corrientes térmicas surgían de las estribaciones rojinegras de lava que brotaban como ciudadelas de las dunas.

—También he llamado a Stilgar.

El vigía era muy previsor.

—Bien. Stil tiene mejor vista que cualquiera de nosotros.

Liet introdujo tapones en sus fosas nasales, un acto instintivo. Su destiltraje era nuevo, y sustituía al que los guardias del emperador habían estropeado con su torpeza.

Liet se protegió los ojos del resplandor del sol amarillo limón y escudriñó el océano ondulante de arena.

—Me sorprende que Shai-Hulud no se lo haya llevado. —Vislumbró un punto diminuto, una figura que no parecía mayor que un insecto—. El hombre que viaja solo por el desierto es hombre muerto.

—Puede que sea un loco, Liet, pero aún no está muerto.

Se volvió hacia la voz y vio que Stilgar se acercaba desde atrás. El hombre sabía moverse con sigilo y agilidad.

—¿Deberíamos ayudarle o matarle? —La voz aguda del vigía no transmitía sentimientos, porque trataba de impresionar a los dos hombres—. Podríamos ofrecer su agua a la tribu.

Stilgar extendió una mano nervuda y el muchacho le pasó unos prismáticos que habían pertenecido al planetólogo Pardot Kynes. Liet sospechaba que el vagabundo del desierto podía ser un Harkonnen extraviado, un aldeano exiliado o un prospector idiota.

Después de enfocar las delicadas lentes de aceite, Stilgar reaccionó con sorpresa.

—Se mueve como un fremen. Camina con paso irregular. —Maximizó la ampliación, y después bajó los prismáticos—. Es Turok, y debe de estar herido o agotado.

Liet reaccionó al instante.

—Stilgar, reúne una partida de rescate. Ve a salvarle, si puedes. Prefiero la historia que nos pueda contar a su agua.

Cuando llevaron a Turok al sietch, vieron que su destiltraje estaba roto. Tenía el hombro y el brazo derecho heridos, pero la sangre se había coagulado. Había perdido la bota temag izquierda, de modo que las bombas del destiltraje habían dejado de funcionar. Aunque acababan de darle agua, Turok había llegado al límite de la resistencia humana. Estaba tendido sobre una fría mesa de piedra, pero su piel estaba cubierta de polvo, como si hubiera agotado la humedad que todos los fremen cargaban.

—Has caminado de día, Turok —dijo Liet—. ¿Por qué has cometido esa locura?

—No había otra alternativa. —Turok tomó otro sorbo de agua que Stilgar le ofrecía. Resbaló un poco sobre su barbilla, pero la capturó con el dedo índice y la chupó. Toda gota era preciosa—. Mi destiltraje ya no funcionaba. Sabía que estaba cerca del sietch de la Muralla Roja, pero nadie me habría visto en la oscuridad. Confiaba en que saldríais a investigar.

—Vivirás para luchar de nuevo con los Harkonnen —dijo Stilgar.

—No solo he sobrevivido para luchar.

Turok hablaba con un cansancio infinito. Sus labios estaban agrietados y ensangrentados, pero se negó a tomar más agua. Describió lo sucedido en el recolector de especia, explicó que los soldados Harkonnen habían izado la carga y abandonado a la tripulación y al equipo a merced del gusano de arena.

—La especia que se llevaron constará como perdida —dijo Liet, al tiempo que meneaba la cabeza—. Shaddam está tan preocupado por el protocolo y los adornos del poder que es fácil engañarle. Lo he visto con mis propios ojos.

—Por cada reserva de especia que capturamos, como la del sietch Hadish, el barón crea otra. —Stilgar paseó la vista entre Liet y Turok, disgustado por las implicaciones de lo que estaba pensando—. ¿Deberíamos informar de esto al conde Fenring, o dar parte al emperador?

—No quiero volver a saber nada de Kaitain, Stil. —Liet ya no escribía informes nuevos. Se limitaba a enviar documentos antiguos que su padre había redactado años atrás. Shaddam nunca se daría cuenta—. Se trata de un problema fremen. No buscamos la ayuda de extraplanetarios.

—Esperaba que dijeras eso —contestó Stilgar, y sus ojos brillaron como los de un ave carroñera.

Turok aceptó más agua. Faroula apareció y ofreció al hombre un cuenco lleno de un espeso ungüento para las quemaduras del sol. Después de secar las zonas expuestas a la intemperie con un paño húmedo, empezó a aplicarle la crema sobre la piel. Liet miró a su esposa con ternura. Faroula era la mejor curandera del sietch.

Ella le devolvió la mirada, una promesa de secretos que compartirían más tarde. Liet se había esforzado por ganarse el corazón de su hermosa esposa. Pese a la mutua pasión que sentían, la tradición fremen obligaba al hombre y a la mujer a manifestarla tan solo en la intimidad de su habitación. En público, vivían casi separados.

—Los Harkonnen son cada vez más agresivos, así que debemos permanecer unidos. —La mente de Liet se concentró en asuntos prácticos—. Los fremen somos un gran pueblo, diseminado a merced del viento. Convoca a los jinetes de la arena en la caverna de las reuniones. Los enviaré a otros sietches para anunciar una gran asamblea. Asistirán todos los naibs, ancianos y guerreros. Por mi padre, Umma Kynes, que será una reunión histórica.

Dobló los dedos como una garra y alzó la mano.

—Los Harkonnen desconocen nuestra fuerza unida. Como un halcón del desierto, clavaremos nuestras garras en la espalda del barón.

En la terminal del espaciopuerto de Carthag, el barón paseaba de un lado a otro con el ceño fruncido, mientras continuaban los preparativos para su partida a Giedi Prime. Odiaba el clima seco y polvoriento de Arrakis.

Se detuvo para recobrar el aliento y asió la barandilla, con los pies a escasos centímetros del suelo. Aunque había perdido la agilidad, el cinturón ingrávido le ayudaba a tener la impresión de que era capaz de hacer todo lo que deseara.

Los focos bañaban la pista de aterrizaje, además de los silos de almacenamiento de combustible, grúas esqueléticas, gabarras ingrávidas y enormes hangares construidos con componentes prefabricados, a imitación de la arquitectura de Harko City.

Aquella noche estaba de muy mal humor. Había retrasado varios días el viaje para redactar una negativa a la notificación enviada por la Cofradía Espacial y la CHOAM, que querían proceder a una auditoría de los procedimientos empleados para manipular la especia. Otra vez. Hacía tan solo cinco meses que había prestado su plena colaboración a la auditoría de rigor, y no esperaba otra hasta dentro de diecinueve meses. Desde Giedi Prime, sus expertos en leyes habían enviado una carta detallada para pedir más datos sobre la decisión, lo cual retrasaría la intervención de la Cofradía y la CHOAM, pero tenía un mal presentimiento. Todo estaba relacionado con las medidas tomadas por el emperador contra las reservas privadas de especia. Las cosas estaban cambiando, y no para mejor.

Como poseedora del feudo de Arrakis, la Casa Harkonnen era el único miembro del Landsraad con derecho a guardar reservas, pero su volumen estaba limitado a satisfacer las demandas a corto plazo de los clientes, y de cada reserva debían enviarse informes periódicos al emperador. Todo estaba controlado, y por cada cargamento que el barón enviaba en crucero, debía pagar un impuesto a la Casa Corrino.

Los clientes, por su parte, solo podían pedir cantidades que satisficieran sus necesidades a corto plazo, para destinarlas a aditivos alimentarios, fibras de especia, aplicaciones medicinales, etcétera. Durante siglos, había sido imposible hacer cumplir la normativa sobre los pedidos excesivos, lo cual había conducido, inevitablemente, a la acumulación. Y todo el mundo hacía la vista gorda. Hasta ahora.

—¡Piter! ¿Cuánto falta?

El furtivo mentat estaba observando a las cuadrillas que cargaban cajas y suministros en la fragata Harkonnen, bajo la luz blancoamarillenta. Daba la impresión de que estaba soñando despierto, pero el barón sabía que De Vries estaba llevando a cabo un inventario silencioso, tomaba nota de cada objeto cargado a bordo y lo cotejaba con una lista mental.

—Calculo que una hora estándar, mi barón. Hemos de llevar muchas cosas a Giedi Prime, pero estos trabajadores locales son lentos. Si queréis, puedo ordenar que torturen a uno para aumentar la velocidad de los demás.

El barón consideró la oferta, pero negó con la cabeza.

—Queda tiempo antes de que llegue el crucero. Esperaré en el salón de la fragata. Cuanto antes salga de este maldito planeta, mejor me sentiré.

—Sí, mi barón. ¿Preparo un refrigerio? Os ayudará a relajaros.

—No necesito relajarme —replicó el barón, con más brusquedad de lo que pretendía. Le molestaba cualquier muestra de debilidad o incapacidad para cumplir con sus responsabilidades.

Las Bene Gesserit le habían transmitido aquella desagradable enfermedad. Había disfrutado de un cuerpo perfecto, pero aquella caballuna Mohiam lo había transformado en una ofensiva bola de grasa, si bien conservaba la potencia sexual y la mente aguda de su juventud.

La enfermedad constituía un secreto muy bien guardado. Si Shaddam decidía alguna vez que el barón era un líder en declive, incapaz de realizar las funciones necesarias en Arrakis, la Casa Harkonnen sería sustituida por otra familia noble. En consecuencia, el barón fomentaba la idea de que su corpulencia era el resultado de la glotonería y de un estilo de vida hedonista, una impresión que no le costaba nada causar.

De hecho, decidió con una sonrisa, tras regresar a la fortaleza Harkonnen anunciaría un extravagante festín. Para guardar las apariencias, alentaría a sus invitados a entregarse a los excesos tanto como él.

Los diversos médicos del barón le habían aconsejado que pasara temporadas en el clima seco del desierto, creían que era lo mejor para su salud, pero detestaba Arrakis, pese a la riqueza que la melange le proporcionaba. Volvía a Giedi Prime siempre que era posible, a veces solo para reparar los daños causados por su estúpido sobrino, Rabban la Bestia, durante su ausencia.

Los trabajadores continuaban cargando, y los guardias formaban un cordón hasta la nave. Piter de Vries acompañó al barón, y subieron por la rampa de la fragata. A bordo, el mentat preparó un diminuto vaso de zumo de safo para él, y llevó una botella de costoso coñac kirana para su amo. El barón estaba sentado en un sofá muy acolchado, adaptado para albergar su corpachón, y leía el último informe de inteligencia presentado por el capitán de la fragata.

Examinó el informe con el ceño fruncido. Hasta ahora, el barón no se había enterado del indignante ataque Atreides a Beakkal, y la sorprendente reacción solidaria del Landsraad. Los malditos nobles habían apoyado a Leto y aplaudido su brutal desquite. Y ahora, el emperador había arrasado Zanovar.

La situación se estaba caldeando.

—Son tiempos inestables, mi barón, y se producen muchas acciones agresivas. Recordad Grumman y Ecaz.

—Este duque Atreides —el barón estrujó el mensaje entre sus gordos dedos, llenos de anillos— no respeta la ley ni el orden. Si lanzara las fuerzas Harkonnen contra otra familia, Shaddam enviaría a los Sardaukar en un abrir y cerrar de ojos. No obstante, Leto sale bien librado de sus matanzas.

—Desde un punto de vista técnico, el duque no ha violado ninguna ley, mi barón. —De Vries hizo una pausa para llevar a cabo detalladas proyecciones mentales—. Leto está bien considerado por las demás Casas, y cuenta con su apoyo tácito. No subestiméis la popularidad de Atreides, que parece aumentar a cada año que pasa. Muchas Casas respetan al duque. Lo consideran un héroe y…

El barón tragó el coñac y resopló con desdén.

—Todavía no sé por qué.

Se reclinó en el sofá con un gruñido, complacido al oír por fin el rugido de los motores. La fragata ascendió hacia la negrura de la noche.

—Pensad, mi barón. —De Vries pocas veces corría el riesgo de utilizar aquel tono con él—. Puede que la muerte del hijo de Leto haya sido una victoria a corto plazo para nosotros, pero ahora también se está convirtiendo en una victoria para la Casa Atreides. Los miembros del Landsraad le concederán inmunidad, y podrá embarcarse en empresas que nadie más osaría. Beakkal es un ejemplo.

Irritado por el éxito de su némesis, el barón exhaló aire entre sus gruesos labios. Por las ventanillas de la fragata, vio que la atmósfera daba paso a un telón añil iluminado por las estrellas. Exasperado, se volvió hacia De Vries.

—¿Por qué les gusta tanto Leto, Piter? ¿Por qué él, y no yo? ¿Qué ha hecho un Atreides por ellos?

El mentat frunció el entrecejo.

—La popularidad puede ser una moneda importante, si se gasta como es debido. Leto Atreides intenta cortejar al Landsraad. Vos, mi barón, preferís someter a vuestros rivales. Utilizáis ácido en lugar de miel, no los cortejáis como deberíais.

—Siempre me ha resultado difícil. —Entornó sus ojillos negros e hinchó el pecho—. Pero si Leto Atreides puede hacerlo, yo también lo haré, por todos los demonios del cosmos.

De Vries sonrió.

—Permitidme aconsejaros que consultéis con un asesor, mi barón, tal vez incluso que contratéis a un experto en etiqueta que encauce vuestras acciones y estados de ánimo.

—No necesito que ningún hombre me diga cómo sostener el tenedor de una manera elegante.

De Vries le interrumpió antes de que su irritación aumentara.

—Existen toda clase de aptitudes, mi barón. La etiqueta, como la política, es una compleja trama de hilos muy finos. Es difícil para una persona no experimentada dominarlos todos. Sois el líder de una Gran Casa. Por consiguiente, debéis conduciros mejor que cualquier plebeyo.

El barón Harkonnen guardó silencio, mientras el piloto de la fragata les conducía hacia el gigantesco crucero que aguardaba. Terminó su potente y aromático coñac. No le gustaba admitirlo, pero sabía que su mentat tenía razón.

—¿Y dónde encontraríamos a ese… asesor de etiqueta?

—Recomiendo obtener uno de Chusuk, muy famoso por su cortesía y modales. Fabrican balisets, escriben sonetos y son considerados personas de altísimo refinamiento y cultura.

—Muy bien. —Un destello de humor alumbró el rostro del barón—. Ordenaré a Rabban que se someta al mismo aprendizaje.

De Vries procuró contener una sonrisa.

—Temo que vuestro sobrino es un caso perdido.

—Muy probable. De todos modos, quiero que lo pruebe.

—Me encargaré de todo, mi barón, en cuanto lleguemos a Giedi Prime.

El mentat tomó un sorbo de zumo de safo, en tanto su amo se servía otra dosis de coñac kirana y la apuraba.