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La vida cotidiana genera muchos escombros. Aun así, es necesario entrever la magnificencia que existía antes.
Lady SHANDO VERNIUS
Oculto con sus hombres en las grietas de una formación rocosa, Liet-Kynes observaba una depresión salina con los prismáticos. El intenso calor y la luz brillante creaban espejismos. Tendió los prismáticos al fremen tendido a su lado, y después escrutó la distancia sin ayuda de aparatos.
A la hora exacta, un ornitóptero negro apareció en el cielo, a tal altitud que no se oyó el zumbido de las alas articuladas hasta el último momento. La nave aterrizó entre una nube de polvo y arena. Esta vez, el vehículo no llevaba un gusano de arena pintado en el morro.
Liet sonrió. Ailric ha decidido que la Cofradía no practicará más juegos. Al menos, los más descarados.
Los motores del tóptero se apagaron, y los aguzados ojos de Liet no detectaron nada anormal. Miró a sus compañeros, y todos asintieron.
Después de que la parte delantera del tóptero se abriera y una rampa cayera sobre el suelo, Liet guió a sus hombres fuera del escondite. Avanzaron, mientras sacudían el polvo de sus destiltrajes y se alisaban las ropas de camuflaje. Como la vez anterior, cuatro fremen cargaban una pesada litera de especia, melange que había sido procesada y condensada a partir del ghanima, o despojos de guerra, capturados durante el ataque contra la reserva ilegal de Bilar Camp.
Habían satisfecho las extravagantes exigencias de la Cofradía.
Esta vez, cuando el vehículo de ruedas descendió la rampa, el deforme representante llevaba un destiltraje modificado, de deficiente confección y peor entallado.
El hombre de la Cofradía no era consciente de su ridículo aspecto. Rodó hasta los fremen como si fuera un experto hombre del desierto. Ailric abrió su mascarilla con un gesto pretendidamente elegante.
—Me han ordenado que permanezca en Arrakis durante cierto tiempo —dijo con su voz sintética—, puesto que los viajes en crucero son cada vez más… inseguros.
Liet no contestó. Los fremen despreciaban las conversaciones superficiales. Ailric adoptó una postura más tiesa, más oficial.
—No esperaba verte de nuevo, medio fremen. Pensaba que elegiríais a un hombre del desierto más puro para actuar como intermediario en adelante.
Liet sonrió.
—Tal vez debería llevar tu agua a mi tribu, y dejar que la Cofradía envíe a otro representante. Uno que no me agobie con insultos.
La mirada alienígena del hombre de la Cofradía se posó en la litera, que los fremen habían depositado cerca del ornitóptero.
—¿Lo tenéis todo?
—Hasta el último gramo.
Ailric acercó su vehículo.
—Dime, medio fremen, ¿cómo es posible que la sencilla gente del desierto pueda disponer de tanta especia?
Liet-Kynes jamás confesaría a un forastero que los fremen cultivaban melange y robaban a los dominadores Harkonnen.
—Llámalo una bendición de Shai-Hulud.
La carcajada del hombre fue una reverberación metálica desde la caja de voz. Estos fremen poseen recursos ocultos que nunca habíamos sospechado.
—¿Y cómo pagaréis la próxima vez?
—Shai-Hulud proveerá. Siempre lo hace. —Como sabía que la Cofradía no quería perder su lucrativo negocio, presionó un poco más—. Sé consciente de que no toleraremos más aumentos del soborno.
—Estamos satisfechos con el acuerdo actual, medio fremen.
Liet se frotó la barbilla con aire pensativo.
—Bien. En tal caso, te diré algo de gran importancia para la Cofradía Espacial, y no te costará nada. Utiliza la información como te plazca.
Las pupilas rectangulares de los ojos del hombre brillaron de curiosidad e impaciencia.
Liet dejó pasar unos segundos. En un intento equivocado de castigar a los fremen, la Bestia Rabban había arrasado tres aldeas situadas al borde de la Muralla Escudo. Si bien los fremen despreciaban a la gente de las zonas limítrofes, los hombres de honor no podían tolerar tales ultrajes. Las víctimas no habían sido fremen, pero eran inocentes. Liet-Kynes, Abu Naib de todas las tribus del desierto, pondría en marcha un plan de venganza muy especial contra el barón.
Con la colaboración de la Cofradía Espacial.
—Los Harkonnen han amasado varias reservas enormes de especia en Arrakis —anunció, sabiendo cómo reaccionaría Ailric—. El emperador no sabe nada de ellas, ni tampoco la Cofradía.
Ailric respiró hondo.
—Muy interesante. ¿Cómo obtiene el barón la especia? Controlamos sus exportaciones con minuciosidad. Sabemos cuánta melange cosechan los Harkonnen, y cuánta se envía fuera del planeta. La CHOAM no ha observado la menor discrepancia.
Kynes le dedicó una sonrisa burlona.
—Entonces, los Harkonnen deben de ser más listos que la Cofradía o la CHOAM.
—¿Dónde están esas reservas? —replicó con brusquedad Ailric—. Hemos de denunciarlas de inmediato.
—Los Harkonnen cambian de lugar con frecuencia, para despistar a los investigadores. Sin embargo, esas reservas podrían localizarse con muy poco esfuerzo.
Bajo el sol abrasador del desierto, el hombre de la Cofradía meditó durante un largo momento. Toda la especia procedía de Arrakis. ¿Y si los Harkonnen eran los culpables de la contaminación que había provocado los accidentes de los dos cruceros, y envenenado a varios funcionarios de la Cofradía en Empalme?
—Investigaremos el asunto.
Aunque nunca había sido afable, Ailric estaba más quisquilloso de lo habitual. Observó a sus hombres mientras cargaban la especia en el ornitóptero negro, consciente de que valía la pena correr riesgos debido al valor del cargamento. Analizaría la melange con todas las precauciones y más, con el fin de certificar su pureza. La comisión que recibía del enorme soborno de los fremen compensaba las incomodidades de permanecer en un lugar tan espantoso.
Liet-Kynes no se molestó en prolongar la conversación. Dio media vuelta y se marchó. Sus hombres le siguieron.