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El dinero no puede comprar el honor.
Dicho fremen
Un pájaro negro que aullaba surgió del cielo y descendió a toda velocidad, un tóptero a chorro con un feroz gusano de arena pintado en el morro, con las fauces abiertas que revelaban afilados dientes de cristal.
En el lecho reseco de un lago, rodeado de estribaciones rocosas que mantenían alejado a Shai-Hulud, cuatro fremen cayeron de rodillas y gritaron de terror. Las parihuelas que cargaban volcaron.
Liet-Kynes permaneció inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. La brisa provocada por la nave agitó su pelo rubio y la capa.
—¡Levantaos! —gritó a sus hombres—. ¿Queréis que piensen que somos viejas cobardes?
El representante de la Cofradía había llegado con extrema puntualidad.
Los fremen enderezaron las parihuelas, dolidos. Alisaron sus túnicas y ajustaron los accesorios de sus destiltrajes. Incluso a aquella hora de la mañana, el desierto era como un horno.
Tal vez la Cofradía había pintado el gusano de arena con un propósito específico, a sabiendas de que los fremen reverenciaban a los gusanos, pero Liet sabía algo sobre la Cofradía, lo cual le facilitaba superar el miedo. La información es poder, sobre todo cuando se trata de información sobre un enemigo.
Vio que el tóptero describía un círculo, con las alas pegadas al casco. Habían practicado troneras en el fuselaje, debajo de las portillas. Los motores emitieron un gemido ensordecedor cuando el aparato se posó sobre una duna situada a un centenar de metros. A juzgar por las siluetas que se veían a través de las ventanillas, contó cuatro hombres a bordo. Pero uno de ellos no era del todo un hombre.
La parte delantera del aparato se abrió, y un vehículo descapotable descendió por una rampa, pilotado por un hombre calvo que no utilizaba destiltraje, una locura en pleno desierto. El sudor resbalaba sobre su rostro, bañado de agua. Llevaba encajada en la garganta una caja negra cuadrada.
De cintura para abajo, su cuerpo era una masa desnuda de carne amorfa y cérea, como si se hubiera fundido y vuelto a formar de una manera espantosa. Tenía las manos palmeadas. Sus ojos amarillos y protuberantes parecían alienígenas, como trasplantados de un ser exótico y peligroso.
Algunos de los supersticiosos fremen murmuraron e hicieron gestos defensivos, pero Liet les silenció con una mirada fulminante. Se preguntó por qué el forastero exhibía su cuerpo repulsivo. Para impresionarnos, quizá. Juzgó que el representante buscaba provocar alguna reacción, con la esperanza de aterrar e intimidar para jugar con mayor ventaja.
El representante miró a Liet e hizo caso omiso de los demás fremen. Su voz metálica surgió del sintetizador que llevaba en la garganta.
—No demuestras temor hacia nosotros, ni siquiera del gusano de arena de nuestra nave.
—Hasta los niños saben que Shai-Hulud no vuela —replicó Liet—. Y cualquiera puede hacer un dibujo.
El hombre deforme sonrió.
—¿Y mi cuerpo? ¿No lo consideras repulsivo?
—Mis ojos han sido adiestrados para mirar otras cosas. Una persona hermosa puede ser repugnante por dentro, y un cuerpo deforme puede albergar un corazón perfecto. —Se acercó más al vehículo descapotable—. ¿Qué clase de ser eres?
El cofrade sonrió, una reverberación metálica procedente de su garganta.
—Soy Ailric. ¿Tú eres el problemático Liet-Kynes, hijo del planetólogo imperial?
—Ahora soy el planetólogo imperial.
—Vaya, vaya. —Los ojos amarillos de Ailric examinaron las parihuelas. Liet observó que sus pupilas eran casi rectangulares—. Explícame, medio fremen, por qué un servidor imperial quiere impedir la vigilancia mediante satélites del desierto. ¿Por qué es tan importante para vosotros?
Liet hizo caso omiso del insulto.
—Nuestro acuerdo con la Cofradía ha estado vigente durante siglos, y no veo motivos para interrumpirlo. —Movió un brazo, y sus hombres destaparon las parihuelas, hasta dejar al descubierto bolsas marrones de esencia de melange concentrada amontonadas—. Sin embargo, los fremen preferirían tratar sin intermediarios. Hemos descubierto que esos hombres no son… de fiar.
Ailric alzó la barbilla y arrugó la nariz.
—En tal caso, Rondo Tuek es una amenaza, pues puede revelar el soborno a las autoridades. No cabe duda de que ya ha hecho planes para traicionaros. ¿No estás preocupado?
Liet no pudo disimular el orgullo de su voz.
—Ese problema ya ha sido solucionado. No hay de qué preocuparse.
Ailric reflexionó durante un largo momento, mientras intentaba distinguir algún matiz en el rostro bronceado de Liet. —Muy bien. Me fío de tus palabras.
Mientras el representante de la Cofradía estudiaba la especia desplegada ante él, Liet le imaginó contando bolsas, calculando el valor. Era una cantidad enorme, pero los fremen no tenían otra opción que tener contenta a la Cofradía. Era especialmente importante mantener el secreto ahora, pues estaban replantando muchas regiones de Dune, para cumplir el sueño ecológico de Pardot Kynes. Los Harkonnen no debían enterarse.
—Aceptaré esto como pago a cuenta de nuestra colaboración continuada —dijo Ailric. Escudriñó a Liet—. Pero nuestro precio se ha doblado.
—Esto es inaceptable. —Liet alzó su mandíbula barbuda—. Ahora no tenéis que pagar a ningún intermediario.
El cofrade entornó sus ojos amarillos, como si ocultara una mentira.
—Me cuesta más reunirme contigo directamente. Además, la presión de los Harkonnen ha aumentado. Se quejan de nuestros actuales satélites, y exigen una vigilancia mejor por parte de la Cofradía. Hemos de buscar excusas cada vez más complejas. Cuesta dinero mantener a raya a los grifos Harkonnen.
Liet lo miró con indiferencia.
—Dos veces es mucho.
—Una vez y media, pues. Tenéis diez días para pagar la cantidad adicional, o nuestros servicios se interrumpirán.
Los compañeros de Liet refunfuñaron, pero él se limitó a mirar al extraño hombre, mientras meditaba sobre el dilema. No se permitió demostrar ira o sorpresa. Tendría que haber sabido que la Cofradía no era más honorable que cualquier otro forastero.
—Encontraremos la especia.