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Si todos los seres humanos poseyeran el poder de la presciencia, no serviría de nada. ¿A qué podría aplicarse?
NORMA CENVA, El cálculo de la filosofía, antiguos documentos de la Cofradía, colección privada Rossak
El planeta Empalme estaba habitado desde antes de que el legendario patriota y magnate del comercio Aurelius Venport fundara la Cofradía Espacial. Siglos después de la Jihad Butleriana, cuando la todavía balbuceante Cofradía buscaba un planeta capaz de dar cabida a sus enormes cruceros, las llanuras ondulantes y la escasa población de Empalme se adaptaron a la perfección a sus exigencias. Ahora, el planeta estaba cubierto de pistas de aterrizaje, talleres de reparaciones, inmensos hangares de mantenimiento y escuelas de alta seguridad para los misteriosos Navegantes.
El timonel D’murr, que ya no era del todo humano, nadaba en el interior de un tanque hermético de gas de especia, y contemplaba Empalme con los ojos de su mente. El penetrante olor a canela de la melange en estado puro impregnaba su piel, sus pulmones, su mente. Nada podía oler mejor.
La presa mecánica de un módulo volador transportaba su cámara blindada, en dirección al nuevo crucero que le habían asignado. D’murr vivía para realizar viajes en el espacio plegado a través de los sistemas estelares, en un abrir y cerrar de ojos. Y eso era solo una ínfima parte de lo que comprendía, ahora que había evolucionado hasta tal punto desde su forma primitiva.
El bulboso módulo cruzó un enorme campo de cruceros aparcados, kilómetros y kilómetros de naves monstruosas, las herramientas del comercio del Imperio. El orgullo era un sentimiento humano primitivo, pero saber el puesto que ocupaba en el universo todavía deparaba placer a D’murr.
Echó un vistazo al taller principal y a las instalaciones de mantenimiento, donde se reparaban y ponían a punto las naves. El casco de un inmenso crucero estaba abollado por el impacto de varios asteroides. Un veterano Navegante había sufrido graves heridas a bordo. D’murr experimentó un destello de tristeza, otra sombra persistente del muchacho ixiano que había sido. Si algún día concentrara su mente expandida, hasta los restos de su antiguo yo se desvanecerían.
Más adelante, se veían las señales blancas del Campo de los Navegantes, erigidas en recuerdo de los Navegantes caídos. Había un par de señales nuevas, instaladas recientemente, tras la muerte de dos pilotos que habían sido sujetos experimentales. Los voluntarios habían sufrido transformaciones provocadas por un peligroso proyecto de comunicación instantánea llamado Vínculo Cofrade, basado en la comunicación a larga distancia de D’murr con su hermano gemelo C’tair.
El proyecto había sido un completo fracaso. Después de haber sido utilizado con éxito unas cuantas veces, los Navegantes acoplados mentalmente habían caído en un coma cerebral. La Cofradía había prohibido continuar las investigaciones, pese a los enormes beneficios potenciales. Los Navegantes tenían demasiado talento y salían demasiado caros para correr tales riesgos.
El módulo se posó junto al perímetro del campo funerario, cerca de la base del Oráculo del Infinito. El enorme globo de plaz transparente contenía remolinos y franjas doradas, una nebulosa de estrellas que se movía y cambiaba de forma sin cesar. La actividad aumentó cuando un funcionario uniformado de la Cofradía ayudó a sacar el tanque de D’murr del transporte.
Antes de cada expedición, los Navegantes tenían por costumbre «ponerse en comunicación» con el Oráculo, con el fin de potenciar y afinar sus capacidades prescientes. La experiencia, similar al acto de atravesar las glorias del espacio plegado, le ponía en contacto con los misteriosos orígenes de la Cofradía.
D’murr cerró sus ojillos y sintió que el Oráculo del Infinito llenaba sus sentidos, expandía su mente hasta que todas las posibilidades se desplegaban ante él. Sintió otra presencia que le observaba, como la mente consciente de la propia Cofradía, lo cual le proporcionó una sensación de paz.
Guiado por el antiguo y poderoso Oráculo, la mente de D’murr experimentó el pasado y el futuro del tiempo y el espacio, de toda la belleza de la creación, de todo lo perfecto. Tuvo la impresión de que el gas de especia de su tanque se dilataba hasta abarcar los rostros mutantes de miles de Navegantes. Las imágenes bailaban y cambiaban, de Navegante a humano y viceversa. Vio a una mujer, cuyo cuerpo se transformaba y atrofiaba hasta convertirse en poco más que un cerebro desnudo y enorme…
En el interior del Oráculo, las imágenes se desvanecieron, y le dejaron con una ominosa sensación de vacío. Con los ojos todavía cerrados, solo veía la nebulosa remolineante dentro del globo de plaz transparente. Cuando las tenazas del módulo se apoderaron de su tanque y lo izaron en el aire, en dirección al crucero que esperaba, D’murr se quedó pensativo e inquieto.
Veía muchas cosas en el espacio plegado, pero no todas…, ni siquiera las suficientes. Fuerzas poderosas e impredecibles obraban en el cosmos, fuerzas que ni siquiera el Oráculo era capaz de ver. Los simples humanos, incluso los líderes poderosos como Shaddam IV, no alcanzaban a entender lo que podían desencadenar.
El universo era un lugar peligroso.