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El destino del Universo Conocido depende de decisiones eficaces, que solo pueden tomarse teniendo una información completa.
Docente GLAX OTHN, de la Casa Taligari, Libro de texto infantil sobre liderazgo, recomendable para adultos
El santasanctórum de Leto, una de las estancias menos lujosas del castillo de Caladan, era un lugar donde un líder no podía distraerse con frivolidades cuando meditaba sobre los intereses comerciales de la Casa Atreides.
Las paredes de piedra sin ventanas carecían de tapices. Los globos luminosos no tenían adornos. Del fuego de la chimenea emanaba un olor dulce y resinoso, que repelía la humedad del aire frío y salado.
Llevaba horas sentado ante su estropeado escritorio de teaco. Sobre él descansaba un ominoso cilindro de mensaje, como una bomba de relojería. Ya había leído el informe que sus espías le habían traído.
¿De veras creían los tleilaxu que podrían mantener en secreto sus crímenes? ¿O solo confiaban en terminar su despreciable profanación y alejarse del Memorial de Guerra de Senasar antes de que Leto pudiera reaccionar? El primer magistrado de Beakkal tenía que haber sido consciente de la ofensa que iba a causar a la Casa Atreides. ¿Tal vez los tleilaxu le habían ofrecido un soborno tan cuantioso que no había podido negarse?
Todo el Imperio parecía creer que las recientes tragedias le habían destrozado, apagado su llama. Contempló el anillo con el sello ducal que llevaba en el dedo. Leto nunca había esperado asumir el liderazgo a la edad de quince años. Ahora, transcurridos veintiún años, experimentaba la sensación de haber usado el pesado anillo durante siglos.
Sobre el escritorio había una mariposa dentro de un estuche de cristalplaz, con las alas dobladas en un ángulo extraño. Años antes, distraído por un documento que estaba examinando, Leto había aplastado sin querer al insecto. Ahora, lo conservaba en un lugar donde siempre pudiera verlo, y recordar así las consecuencias de sus actos como duque.
La profanación tleilaxu de los caídos en una guerra, cometida con el conocimiento del primer magistrado, no podía ser permitida…, ni perdonada.
Duncan Idaho, vestido de militar, llamó a la puerta de madera entornada.
—¿Me has llamado, Leto?
Alto y orgulloso, el maestro espadachín exhibía cierto aire de superioridad desde su regreso de Ginaz. Se había ganado el derecho a tener confianza en sí mismo durante los ocho años de riguroso adiestramiento como maestro espadachín.
—Duncan, ahora valoro tus consejos más que nunca. —Leto se levantó—. Afronto una dura decisión, y he de hablar de estrategia contigo, ahora que Thufir y Gurney han ido a Ix.
El joven sonrió, ansioso por aprovechar la oportunidad de demostrar sus conocimientos militares.
—¿Estamos preparados para planear nuestro siguiente movimiento en Ix?
—Se trata de otro asunto. —Leto alzó el cilindro, y después suspiró—. Como duque, he descubierto que siempre hay «otro asunto».
Jessica apareció en silencio en el umbral. Aunque podía escuchar conversaciones sin que nadie lo supiera, se colocó al lado del maestro espadachín.
—¿Puedo escuchar yo también vuestras preocupaciones, mi duque? —preguntó con audacia.
Por lo general, Leto no habría permitido que una concubina participara en sesiones de estrategia, pero Jessica había tenido un entrenamiento extraordinario, y valoraba sus opiniones. Ella le había entregado su energía y su amor en los momentos más desesperados, y prefería tenerla a su lado.
Leto explicó que los equipos de excavación tleilaxu habían instalado un gran campamento en Beakkal. Zigurats de piedra, casi ocultos por la vegetación, señalaban los lugares donde las tropas Atreides habían luchado junto con las fuerzas de la Casa Vernius para rescatar el planeta de las garras de una flotilla pirata. Entre los caídos en la guerra se contaban miles de soldados, así como los patriarcas de ambas Casas.
Leto habló con voz preocupada y ronca.
—Los equipos de excavación tleilaxu están exhumando los cadáveres de nuestros antepasados, con la excusa de que desean «estudiar los historiales genéticos».
Duncan dio un puñetazo en la pared.
—Hemos de impedirlo, por la sangre de Jool-Noret.
Jessica se mordió el labio inferior.
—Es evidente lo que quieren, mi duque. No entiendo el proceso por completo, pero es posible que, incluso con cadáveres momificados durante siglos, los tleilaxu puedan cultivar gholas a partir de células muertas. Quizá puedan reproducir una línea genética Atreides o Vernius perdida.
Leto contempló la mariposa.
—Para eso querían el cadáver de Victor, y el de Rhombur. —Exacto.
—Si he de ceñirme al protocolo, tendré que viajar a Kaitain y presentar una protesta oficial ante el Landsraad. Puede que se formen comités de investigación, y que a la larga, Beakkal y los tleilaxu reciban su castigo.
—¡Para entonces, será demasiado tarde! —exclamó Duncan, alarmado.
—La Casa Atreides no tolera los insultos. Un tronco cayó en la chimenea, y el ruido sobresaltó a los tres. —Por eso he decidido llevar a cabo una acción más radical. Jessica intentó razonar.
—¿Sería posible enviar a nuestras tropas a exhumar los demás cadáveres antes de que lo hagan los tleilaxu?
—No sería suficiente —dijo Leto—. Si nos dejamos uno solo, nuestros esfuerzos habrán sido en vano. No, hemos de eliminar la tentación, acabar con el problema de una vez y enviar un mensaje claro. Quienes piensan que el duque Atreides se ha ablandado, descubrirán todo lo contrario.
Leto echó un vistazo a los documentos que resumían su poderío militar, las armas y naves de guerra disponibles, incluso los ingenios atómicos de la familia.
—Thufir no está aquí, de modo que vas a tener la oportunidad de demostrar tu valía, Duncan. Hemos de dar una lección que no pueda ser interpretada de otra forma. Sin previo aviso. Sin compasión. Sin ambigüedades.
—Estaré encantado de dirigir esa misión, mi duque.