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Cuando sientes las presiones de las limitaciones, piezas a morir…, en una cárcel que tú mismo has elegido.

DOMINIC VERNIUS, Recuerdos de Ecaz

En las madrigueras de los suboides, C’tair guió a Rhombur y Gurney hasta una amplia sala de piedra. En tiempos lejanos había sido un almacén rebosante, pero ahora que las provisiones habían disminuido, había muchas zonas vacías. Durante la primera noche, Rhombur y Gurney habían hablado de las diversas estrategias posibles. Debido al retraso del crucero, contaban con menos tiempo del que esperaban.

A la tenue luz de un mortecino globo luminoso, C’tair contó a Rhombur entre susurros los sabotajes que había cometido a lo largo de los años, la subrepticia ayuda Atreides que le había ayudado a asestar golpes puntuales a los invasores; pero la crueldad tleilaxu, así como el aumento de fuerzas Sardaukar destacadas en Ix, habían robado al pueblo ixiano toda esperanza de libertad.

Rhombur no tuvo otro remedio que darle la triste noticia de que su hermano Navegante, D’murr, había muerto por culpa de la especia contaminada, aunque había vivido lo suficiente para salvar a un crucero lleno de gente.

—Yo… sabía que algo había pasado —dijo C’tair con voz desolada, pero no quiso decir nada de Cristane—. Estuve hablando con él justo antes de que ocurriera.

Al oír las experiencias de C’tair, el príncipe ixiano no pudo comprender cómo aquel terrorista solitario, aquel subdito tan leal, había sobrevivido a tanta desesperación. La tensión casi le había vuelto loco, pero el hombre continuaba su obra.

Pero las cosas cambiarían. En Ix, Rhombur se había zambullido en su nueva obsesión con feroz entusiasmo. Tessia se alegraría de verlo.

Antes de que rompiera el alba artificial, Gurney y él volvieron a la superficie, desmontaron el resto del módulo de combate camuflado y trasladaron al subterráneo las armas ocultas y los componentes blindados. Sería suficiente para una pequeña insurrección armada, siempre que el material se distribuyera con eficacia.

Y siempre que pudieran encontrar suficientes luchadores.

Rhombur se erguía como un caudillo en la cámara secreta. Durante días, había corrido el rumor de su regreso. Gente presa de un temor reverente, elegida con todo cuidado por Gurney y C’tair, había inventado excusas para abandonar su puesto de trabajo, y desfilaban ante él de uno en uno. La sola presencia del príncipe les daba esperanza. Habían oído promesas durante años, y ahora el legítimo conde Vernius había regresado.

Rhombur miró a los obreros que todavía esperaban a entrar en la cámara. Muchos tenían los ojos abiertos de par en par. Otros, lloraban a lágrima viva.

—Míralos, Gurney. Este es mi pueblo. No me traicionarán. —Esbozó una tenue sonrisa—. Y si se vuelven contra la Casa Vernius, incluso después de que los tleilaxu hayan sido expulsados, querrá decir que no habrán valido la pena tantos esfuerzos para recuperar mi hogar.

La gente continuaba llegando, con la esperanza de estrechar la mano mecánica del príncipe cyborg, como si hubiera resucitado. Algunos se postraron, otros le miraron a los ojos, como desafiandole a devolver la libertad al pueblo sojuzgado.

—Sé que os he decepcionado muchas veces —dijo Rhombur, con una voz que parecía mucho más madura, mucho más segura que antes—. Pero esta vez, triunfaremos.

La gente le escuchaba con atención. Rhombur se sintió asombrado, y también abrumado por la responsabilidad.

—Durante los siguientes días, tenéis que vigilar y esperar. Preparaos para aprovechar la oportunidad. No pido que pongáis en peligro vuestras vidas…, todavía. Pero cuando llegue el momento, lo sabréis. No puedo daros más detalles, porque los tleilaxu tienen muchos oídos.

Los congregados murmuraron entre sí, menos de cuarenta personas que miraban de reojo a sus compañeros, como si hubiera Danzarines Rostro entre ellos.

—Soy vuestro príncipe, el legítimo conde de la Casa Vernius. Confiad en mí. No os decepcionaré. Pronto seréis liberados. Ix volverá a ser como cuando mi padre Dominic gobernaba el planeta.

La gente le vitoreó en voz baja, y alguien gritó:

—¿Nos liberaremos de los tleilaxu y de los Sardaukar?

Rhombur se volvió hacia el hombre.

—Los soldados del emperador no tienen más derecho a estar aquí que los tleilaxu. —Adoptó una expresión sombría—. Además, la Casa Corrino ha cometido repetidos crímenes contra la familia Vernius. Observad.

Gurney se adelantó y activó un pequeño holoproyector. Apareció la imagen sólida de un hombre enjuto y abatido, sentado en las sombras.

—Antes de que se casara con mi padre, lady Shando Vernius era una concubina del emperador Elrood IX. Sin que lo supiéramos hasta hace poco, también dio al emperador un hijo ilegítimo. Bajo el nombre de Tyros Reffa, el muchacho fue criado en secreto por el bondadoso Docente de Taligari. Por consiguiente, Reffa era mi hermanastro, miembro de la Casa Vernius, aunque por la rama femenina.

Murmullos de sorpresa se elevaron en la cámara. Los ixianos estaban enterados de la muerte de Dominic, Shando y Kailea, pero ignoraban que existiera otro miembro de la familia.

—Estas palabras fueron grabadas en la prisión imperial por nuestro embajador en el exilio, Cammar Pilru. Fueron las últimas declaraciones de Tyros Reffa, antes de que el emperador Shaddam Corrino le ejecutara. Ni siquiera yo conocía a mi hermanastro.

Proyectó el apasionado discurso de Reffa, que provocó gritos de ira e indignación. Al parecer, el hombre ignoraba su relación con la Casa Vernius, pero eso no importó a la gente. Cuando la imagen se desvaneció, los congregados se abalanzaron hacia delante, como para abrazar la imagen proyectada.

A continuación, Rhombur aprovechó el efecto de las palabras de Reffa para pronunciar su propio discurso, con una pasión y energía de las que se habría sentido orgulloso un Maestro Jongleur. Hizo más que inflamar sentimientos revolucionarios. El príncipe Rhombur exigió justicia.

—Ahora, id y haced correr la noticia —les urgió. El tiempo se estaba acabando, y el príncipe corría más peligro a cada hora que transcurría—. Sed cautelosos, pero entusiastas. Procuremos no revelar nuestros planes a los tleilaxu y a los Sardaukar. Todavía no.

Al oír nombrar a los odiados enemigos, varios ixianos escupieron en el suelo.

—¡Victoria en Ix! —gritaron los rebeldes al unísono.

C’tair y Gurney se llevaron al príncipe por un túnel lateral, para esconderle antes de que algún espía reparara en el bullicio y fuera a investigar.

Días después, todavía inseguros, los dos infiltrados consultaron un cronómetro mientras esperaban un cambio de turno, para poder hablar con otros rebeldes en potencia. Un tenue globo de luz alumbraba en el techo de una pequeña estancia rocosa.

—Todo se desarrolla tal como esperábamos, teniendo en cuenta el calendario que habíamos acordado —dijo Rhombur.

—De todos modos, el duque Leto carece de toda información —repuso Gurney—. Ojalá pudiéramos ponernos en contacto con él, para decirle que todo va bien.

Rhombur respondió con una cita de la Biblia Católica Naranja, a sabiendas de que su compañero era un gran admirador de la obra.

—«Si no tienes fe en tus amigos, quiere decir que no tienes verdaderos amigos». No te preocupes, Leto no nos abandonará.

Los hombres se pusieron en tensión cuando oyeron un alboroto en el pasillo, seguido de pasos furtivos. Entonces, apareció C’tair, con la camisa de trabajo y las manos ensangrentadas.

—He de cambiarme y lavarme a toda prisa. —Paseó la vista de un lado a otro—. Me he visto obligado a matar a otro tleilaxu. Era un trabajador de los laboratorios, pero había acorralado a un nuevo recluta y le estaba interrogando. Sé que habría revelado nuestro plan.

—¿Te vio alguien? —preguntó Gurney.

—No, pero nuestro recluta huyó, y me dejó abandonado a mi suerte. —C’tair inclinó la cabeza, la sacudió, alzó la barbilla de nuevo, con ojos orgullosos pero tristes—. Mataré a tantos como sea necesario. La sangre tleilaxu purifica mis manos.

Gurney estaba preocupado.

—Una mala noticia. Es la cuarta vez que están a punto de descubrirnos en solo tres días. Los tleilaxu son muy suspicaces.

—Por eso no podemos retrasarnos —dijo Rhombur—. Todo el mundo ha de ceñirse al horario establecido, y estar preparado. Yo les guiaré. Soy su príncipe.

La cicatriz de tintaparra de Gurney se enrojeció cuando frunció el ceño.

—Esto no me gusta.

C’tair empezó a lavarse las manos y a restregarse bajo las uñas. Parecía resignado al peligro.

—Los ixianos ya hemos sido masacrados en anteriores ocasiones, pero nuestra determinación prevalecerá. Nuestras oraciones prevalecerán.