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En el pasado, la guerra ha destruido a los mejores individuos de la humanidad. Nuestro objetivo ha consistido en limitar los conflictos militares de tal modo que eso no ocurra. En el pasado, la guerra no ha mejorado la especie.
Supremo Bashar ZUM GARON, memorias secretas
Pese a la victoria, el príncipe Rhombur Vernius sabía que les aguardaban muchos años de lucha para llevar a cabo una completa reestructuración de la sociedad ixiana. Pero estaba a la altura de la tarea.
—Traeremos a los mejores investigadores y expertos forenses —dijo Duncan, mientras contemplaba los restos todavía humeantes del complejo de laboratorios—. La ventilación está purificando el aire, pero aún no podemos entrar en el pabellón de investigaciones. Cuando el fuego se apague, lo registrarán en busca de pruebas. Algo ha de quedar entre las cenizas, y con suerte será suficiente para llevar al conde Fenring, y al emperador, ante la justicia.
Rhombur meneó la cabeza. Alzó un brazo protésico y contempló el muñón.
—Aunque hayamos conseguido la victoria, Shaddam aún puede encontrar una forma de disimular su culpabilidad. Si tanto se ha jugado aquí, intentará manipular al Landsraad en nuestra contra.
Duncan señaló los muertos que les rodeaban, y a los médicos Atreides uniformados de blanco que atendían a los heridos.
—Mira cuántos soldados imperiales han muerto. ¿Crees que Shaddam puede olvidarlo? Si no puede encubrirlo, encontrará alguna excusa para la presencia de los Sardaukar en Ix y nos acusará de traición.
—Hicimos lo que debíamos —dijo Rhombur con un firme movimiento de la cabeza.
—Sin embargo, la Casa Atreides ha emprendido una acción militar contra soldados del emperador —le recordó Gurney—. A menos que podamos encontrar una forma de volver contra él esta circunstancia, Caladan puede ser castigado.
Aislado e indefenso sobre Arrakis, enfurecido por el fracaso de sus planes, y su presencia imperial humillada ante todos los Sardaukar, Shaddam dio la orden más difícil de todo su reinado. Con la mandíbula tensa y los labios fruncidos, se volvió hacia Zum Garon.
—Ordena a la flota que se retire. —Respiró hondo—. Anulo la orden de disparar.
Cuando las naves imperiales se alejaron del planeta y se situaron en una órbita más elevada, miró a sus oficiales en busca de una solución. Los Sardaukar se mantuvieron inexpresivos, pero Shaddam adivinó que le culpaban de su situación. Aunque aterrizara en la superficie del planeta desierto, el barón Harkonnen le recibiría con desprecio.
Me he convertido en el hazmerreír del Imperio.
Tras un incómodo silencio, impidió que los oficiales pudieran formular cualquier pregunta.
—Esperad nuevas órdenes.
Al final, esperaron un día entero.
Todos los sistemas de comunicaciones de Arrakis estaban neutralizados. Aunque la flota Sardaukar podía utilizar sus transmisores de nave a nave, solo podían hablar entre ellas. Abandonados a su suerte.
Shaddam se encerró en su camarote privado, incapaz de creer que la Cofradía le hubiera hecho esto. Esperaba que la flota de la Cofradía reapareciera en cualquier momento y tomara nota del arrepentimiento de su emperador.
Pero a medida que transcurrían las horas, sus esperanzas se fueron desvaneciendo.
Por fin, cuando se convenció de que los Sardaukar estaban a punto de amotinarse, apareció un solo crucero sobre las naves de guerra imperiales.
Shaddam tuvo que reprimir sus deseos de gritar maldiciones contra la nave, o de exigir a la Cofradía que le devolviera a Kaitain. Cada defensa o argumentación que le venía a la cabeza se le antojaba débil e infantil. Dejó que la Cofradía hablara primero. Confiaba en poder tolerar sus exigencias.
La escotilla de la bodega del crucero se abrió, y descendió una sola nave. Se recibió un mensaje en el puente de la nave insignia.
—Hemos enviado una lanzadera para recoger al emperador. Nuestro representante le trasladará a este crucero, donde continuaremos nuestras conversaciones.
Shaddam tuvo ganas de chillar al delegado, de insistir en que nadie, ni siquiera la Cofradía Espacial, estaba en posición de exigir su aparición en una reunión. En cambio, el humillado gobernante tragó saliva y procuró hablar en el tono más imperial posible.
—Esperaremos la llegada de la lanzadera.
El emperador apenas había tenido tiempo de cambiar su atuendo por otro más impresionante, escarlata y dorado, con todas las medallas y aderezos que pudo localizar, cuando llegó la lanzadera. Esperó en la ensenada de desembarco para recibir a la nave, una figura majestuosa que habría debido aterrar a poblaciones enteras. Pensó en el olvidado Mandias el Terrible, cuya tumba polvorienta estaba oculta en la necrópolis imperial.
Se quedó de una pieza cuando vio que Hasimir Fenring salía de la pequeña nave y le indicaba con un gesto que subiera a bordo. La expresión del conde le advirtió de que no dijera ni una palabra. Al lado del emperador, el Supremo Bashar Garon se encontraba a la espera, como si quisiera acompañar a Shaddam como guardaespaldas, pero Fenring indicó con un ademán al veterano que se retirara.
—Nos reuniremos en privado. Haré lo que pueda para encauzar las negociaciones entre el emperador y la Cofradía, ¿ummm?
Shaddam temblaba de rabia y vergüenza, y sabía que lo peor aún no había llegado…
Cuando la lanzadera despegó, los dos se sentaron en cómodas butacas, y miraron por las portillas el universo tachonado de estrellas. Durante diez mil años, la Casa Corrino había gobernado este inmenso reino. Bajo ellos, el agrietado globo marrón de Arrakis parecía austero y feo, una verruga en un emporio de joyas.
Shaddam sospechaba que su conversación sería grabada por espías de la Cofradía. Fenring habló en código a posta, utilizando un idioma privado que los dos amigos habían inventado de niños.
—Ix es un desastre absoluto, señor, y veo que a vos no os ha ido mucho mejor aquí. —Se masajeó la barbilla con aire pensativo—. Ajidica nos engañó…, tal como yo os advertí, ¿ummm?
—¿Y el amal? ¡Yo mismo lo probé! Todos los informes me decían que era perfecto… el investigador jefe, mi comandante Sardaukar, ¡incluso tú!
—Era un Danzarín Rostro, señor, no yo. El amal es un fracaso total. Muestras de prueba provocaron los dos accidentes recientes de cruceros. Yo en persona vi morir al investigador jefe entre convulsiones debido a una sobredosis de la sustancia. Ummm.
Shaddam echó la cabeza hacia atrás sin querer, y su rostro perdió el color.
—¡Dios mío, cuando pienso en lo que he estado a punto de hacer en Arrakis!
—El amal envenenó a vuestras legiones Sardaukar destacadas en Ix, y debilitó su capacidad de defendernos contra los atacantes Atreides.
—¡Atreides! ¿En Ix? ¿Qué…?
—Vuestro primo, el duque Leto, ha utilizado sus fuerzas militares para restaurar a Rhombur Vernius en el Gran Palacio. Los tleilaxu, y vuestros Sardaukar, han sido derrotados por completo. Por si acaso, destruí todas nuestras instalaciones de investigación y producción. No quedan pruebas que acusen a la Casa Corrino.
Shaddam enrojeció, incapaz de comprender la magnitud de su derrota.
—Ojalá.
—Por cierto, tendréis que informar a vuestro Supremo Bashar de que su hijo murió durante las combates.
—Más desastres —gruñó el emperador, con aspecto de cansancio—. ¿Así que no existe sustituto de la especia? ¿Ninguno?
—Ummm, no. Ni tan siquiera una remota posibilidad.
El emperador se hundió en su butaca y vio que el crucero iba aumentando de tamaño.
Fenring se veía muy disgustado.
—Si hubierais llevado a cabo vuestro insensato plan de destruir Arrakis, no solo habríais puesto fin a vuestro reinado, sino también a todo el Imperio. Nos habríais devuelto a la época de los viajes espaciales anteriores al Jihad. —Su voz adoptó un tono de reproche, al tiempo que extendía un dedo—. Os advertí una y otra vez de que no tomarais decisiones sin consultarme antes. Esto significará vuestra caída.
El crucero engulló a la diminuta lanzadera como una ballena a un krill. Ningún representante de la Cofradía salió a recibir al emperador Padishah, ni nadie le escoltó cuando salió de la lanzadera.
Mientras Fenring y él esperaban a que alguien se pusiera en contacto con ellos, el Navegante activó los motores Holtzmann y plegó el espacio, con destino a Kaitain, donde el infortunado gobernante afrontaría las consecuencias de sus decisiones.