82
Los conquistadores desprecian a los conquistados por dejarse aplastar.
Emperador FONDIL III, El Cazador
Ix, por fin.
Oculto a los sensores, el módulo de combate Atreides parecía otro meteoro más en su descenso. Gurney Halleck, que pilotaba la nave, confiado en que la Cofradía cumpliría el acuerdo de guardar el secreto, dirigió la nave hacia las regiones polares del planeta tecnológico. A su lado, el príncipe Rhombur iba sentado en silencio, mientras recordaba.
De nuevo en casa, al cabo de veintiún años. Ojalá Tessia estuviera con él.
Antes de abandonar el crucero, cuando los dos hombres se encerraron en el pequeño módulo de combate, el auditor de vuelo de los ojos separados les había despedido.
—La Cofradía os observa, príncipe Rhombur, pero no podemos ofreceros ayuda, nnnn, ni apoyo explícito.
Rhombur había sonreído.
—Lo comprendo. Pero podéis desearnos suerte.
El auditor de vuelo se había quedado sorprendido.
—Si eso significa algo para vos, nnnn, lo haré.
Mientras el módulo atravesaba el océano de aire, Gurney se quejó de que demasiados miembros de la Cofradía conocían su identidad y sospechaban su misión clandestina. Que él supiera, el compromiso de secretismo de la Cofradía nunca había sido violado, pero aceptaban sobornos.
—Piensa en lo que ha sufrido el comercio interestelar desde que la Casa Vernius perdió el control de Ix —dijo Rhombur, más orgulloso y fuerte que nunca—. ¿Crees que la Cofradía preferiría mantener a los tleilaxu en el poder?
La cicatriz de tintaparra de Gurney adquirió un tono rojizo. Mientras el casco del módulo empezaba a recalentarse, continuó el descenso, aferrando la barra de control con ambas manos.
—La Cofradía Espacial no es aliada de nadie.
El rostro céreo de Rhombur no expresó la menor emoción.
—Si empezaran a revelar los secretos de sus pasajeros, su credibilidad se vendría abajo. —Meneó la cabeza—. La Cofradía sabrá lo que tramamos en cuanto empiecen a transportar fuerzas Atreides hacia Ix.
—Lo sé, pero sigo preocupado. Demasiadas cosas se han torcido. Hemos permanecido incomunicados en Empalme durante un mes, sin poder ponernos en contacto con el duque Leto. No sabemos si el plan sigue el calendario previsto. Es como precipitarnos de cabeza en la oscuridad. «El hombre sin preocupaciones es el hombre sin aspiraciones».
Rhombur se sujetó cuando la nave esférica se inclinó.
—Leto cumplirá su promesa. Y nosotros también.
Aterrizaron con violencia en una zona desértica del norte de Ix. El módulo se posó sobre capas de nieve, rodeada de hielo y rocas. Sin que nadie los detectara. El túnel secreto practicado en las cercanías había sido proyectado para que la familia Vernius pudiera escapar de un desastre subterráneo. Ahora se había convertido en la oportunidad de Rhombur de infiltrarse en el planeta que le habían arrebatado.
Los dos hombres trabajaron en la fría noche, desmontaron y volvieron a ensamblar las piezas del módulo. Había partes desmontables del casco diseñadas para readaptarse en formas diferentes. Numerosas armas podían quitarse y distribuirse entre los aliados. Compartimientos de plasacero estaban llenos de alimentos empaquetados.
Los hombres aguardaron en la oscuridad dentro de un refugio improvisado de paredes delgadas, mientras Gurney planeaba el largo camino hacia las profundidades. Estaba ansioso por entrar en acción. Si bien le gustaba discutir de estrategia y tocar el baliset en el castillo de Caladan, el ex contrabandista era un guerrero nato, y no se sentía por completo feliz si no podía hacer algo por su señor, ya fuera Dominic Vernius, el duque Leto o el príncipe Rhombur…
—Puedo ser feo, pero al menos me reconocerán como humano si nos someten a inspección. En cambio, tú… —Gurney meneó la cabeza, mientras echaba un vistazo a las partes mecánicas del príncipe—. Tendremos que inventar una buena historia si nos hacen preguntas.
—Tengo aspecto de bi-ixiano. —Rhombur alzó su brazo izquierdo artificial y movió los dedos mecánicos—. Pero preferiría que me dieran la bienvenida como legítimo conde Vernius.
Todo el tiempo que Rhombur había pasado en el exilio, y las recientes tragedias que había sufrido, le habían convertido en un líder mejor. Se sentía solidario con su pueblo, pero deseaba además ganarse su respeto y lealtad, como había hecho el duque Leto con el pueblo de Caladan.
Durante sus años de infancia y adolescencia en el Gran Palacio, cuando coleccionaba rocas y tamborileaba con los dedos sobre el pupitre, aburrido por las clases, había esperado ser el siguiente líder de la Casa Vernius, pero jamás había soñado que debería luchar por el cargo. Él, al igual que su hermana, había aceptado el papel que le había tocado al nacer.
Pero ser líder significaba muchas más cosas. Y había sufrido mucho para aprender esta difícil lección.
Primero, el asesinato de su madre, Shando, que también había dado a luz a otro hijo, como ahora sabía, el hijo bastardo del emperador Elrood. Después, tras muchos años de esconderse, Dominic Vernius se había inmolado con armas atómicas, y matado a muchos Sardaukar con él. Y Kailea…, empujada a la locura y la traición, intentando aferrarse a lo que consideraba suyo por derecho.
Pronto habría más derramamiento de sangre, cuando Gurney y él desencadenaran una revolución subterránea y las fuerzas Atreides llegaran para acabar con los invasores. El pueblo ixiano tendría que luchar de nuevo, y muchos morirían.
Pero cada gota de sangre, juró Rhombur, sería bien invertida, y su amado planeta volvería a ser libre.