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No es fácil para algunos hombres saber que han cometido una maldad, porque el orgullo suele nublar la razón y el honor.

Lady JESSICA, anotación en su diario

Mientras huía a través del palacio imperial con el niño secuestrado, Piter de Vries tomaba decisiones basadas en el instinto y en análisis instantáneos. Decisiones mentat. No lamentaba haber aprovechado una breve e inesperada oportunidad, pero sí no haber planeado una ruta de escape. El bebé se revolvía en sus manos, pero lo sujetó con más fuerza.

Si De Vries podía salir del palacio, el barón se sentiría muy complacido.

Después de bajar por una empinada escalera de servicio, el embajador Harkonnen abrió una puerta de una patada y se internó en un corredor estrecho con arcos de alabastro. Se detuvo para recordar su mapa mental del laberíntico palacio y determinar dónde estaba. Hasta el momento, había tomado pasillos y desvíos al azar con el fin de seguir una ruta impredecible, así como evitar la presencia de cortesanos curiosos y guardias de palacio. Tras un instante de introspección, recordó que el pasillo conducía al estudio y sala de juegos que utilizaban las hijas del emperador.

De Vries embutió una esquina de la manta en la boca del niño para ahogar su llanto, pero luego se arrepintió cuando el bebé empezó a patalear y atragantarse. Retiró la tela, y el niño aulló con mayor energía que antes.

Atravesaba el núcleo estructural del palacio. Sus pies susurraban sobre el suelo. Cerca de los aposentos de las princesas, las paredes y techos eran de roca escarlata importada de Salusa Secundus. La arquitectura sencilla y la falta de ornamentos contrastaban con las secciones opulentas de la residencia. Aunque significaban la descendencia de Shaddam, este concedía pocos lujos a sus indeseadas hijas, y daba la impresión de que Anirul las estaba educando en la austeridad Bene Gesserit.

Una serie de ventanas de plaz flanqueaban el pasillo, y el mentat echaba un vistazo a cada habitación mientras corría. El mocoso Atreides importaba poco. Si la situación tomaba un giro dramático, quizá necesitaría tomar como rehén a una hija Corrino para poder negociar con mayor fuerza.

¿O el emperador se enfurecería, pese a todo?

Durante los meses de cuidadosa planificación y observación, De Vries había preparado dos escondites distintos en el complejo de oficinas imperiales, accesibles mediante túneles y pasadizos que lo comunicaban con el palacio. Sus credenciales diplomáticas le garantizaban el acceso necesario. ¡Corre más deprisa! Conocía maneras de ponerse en contacto con conductores de vehículos terrestres, y pensó que tal vez conseguiría llegar al espaciopuerto, pese a las alarmas y demás medidas de vigilancia.

Pero tenía que hacer algo para hacer callar al crío.

Cuando dobló una esquina, casi se dio de bruces contra un soldado Sardaukar de rostro infantil, el cual pensó que De Vries era otro guardia, debido al uniforme.

—Eh, ¿qué le pasa al niño?

Entonces, una voz sonó en su auricular.

—¡Hay problemas arriba! —dijo De Vries para distraerle—. Lo he puesto a salvo. Creo que ahora somos niñeras. —Acercó con brusquedad el niño a la cara del guardia—. ¡Cógelo!

Cuando el sorprendido soldado vaciló, De Vries utilizó la otra mano para clavarle una daga en el costado. Sin molestarse en comprobar si el soldado estaba muerto, De Vries huyó con el bebé en un brazo y la daga en la mano libre. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que estaba dejando un rastro demasiado visible.

Vio al frente un destello de pelo rubio. Alguien se había asomado desde una habitación y retrocedido enseguida, tras las ventanas del pasillo. ¿Una hija de Shaddam? ¿Una testigo?

Asomó la cabeza en la habitación, pero no vio a nadie. La chica debía de estar escondida detrás de los muebles, o debajo del escritorio sembrado de vídeolibros. Había algunos juguetes pertenecientes a la pequeña Chalice desperdigados por el suelo, pero la niñera se habría llevado a la pequeña. No obstante, sentía una presencia. Alguien estaba escondido.

La hermana mayor… ¡Irulan!

Tal vez le habría visto asesinar al guardia, y no podía permitir que informara a nadie. Su disfraz impediría que le identificara más adelante, pero eso no serviría de nada si le pillaban con el mocoso en los brazos, manchas escarlata en el uniforme y un cuchillo ensangrentado. Se adentró en la habitación con cautela, los músculos tensos. Observó una puerta en la pared de enfrente, levemente entreabierta.

—¡Sal a jugar, Irulan!

Oyó un ruido a su espalda y giró en redondo.

La esposa del emperador se movía con sorprendente torpeza, sin el sigilo y agilidad tan típico de las brujas. No tenía buen aspecto.

Anirul vio el bebé y lo reconoció. Entonces, lo comprendió todo, mientras observaba el maquillaje y los labios demasiado rojos del mentat.

—Te conozco.

Detectó muerte en los ojos del hombre, la necesidad de hacer algo.

Todas las voces interiores gritaron advertencias al unísono. Anirul hizo una mueca de dolor y se aferró las sienes.

Cuando vio que vacilaba, De Vries atacó con el cuchillo, tan veloz como una serpiente.

Aunque aturdida por el clamor que la atormentaba, la madre Kwisatz se movió con celeridad y saltó a un lado, como si hubiera recuperado de súbito la agilidad y destreza Bene Gesserit. Su velocidad sorprendió al mentat, que perdió el equilibrio un instante. Su cuchillo erró el blanco.

Anirul extrajo de su manga una de las armas favoritas de la Hermandad y agarró a De Vries por el cuello. Apoyó un gom jabbar contra su garganta. La punta brillaba a causa del veneno.

—Ya sabes lo que es esto, mentat. Entrega al niño o muere.

—¿Qué están haciendo para encontrar a mi hijo?

El duque Leto estaba al lado del chambelán Ridondo, mientras ambos contemplaban la carnicería que se había producido en la sala de partos.

La frente despejada de Ridondo brillaba de sudor. —Habrá una investigación, por supuesto. Todos los sospechosos serán interrogados.

—¿Interrogados? Qué educado.

Las dos hermanas Galenas yacían en el suelo. Cerca de la puerta, un Sardaukar había sido cosido a puñaladas. Jessica había estado medio desmayada en la cama. Qué poco le había faltado. ¡El asesino también habría podido matarla! Alzó la voz.

—Estoy hablando de ahora, señor. ¿Han cerrado el palacio? La vida de mi hijo está en juego.

—Supongo que la guardia del palacio se ha hecho cargo de todas las cuestiones de seguridad. —Ridondo intentaba hablar con voz tranquilizadora—. Le aconsejo que lo dejemos en manos de profesionales.

—¿Suponéis? ¿Quién está al mando?

—El emperador no se encuentra presente para ponerse al mando de los Sardaukar, duque Leto. Ciertos canales de autoridad han de ser…

Leto salió como una tromba al pasillo, donde vio a un Levenbrech.

—¿Habéis cerrado el palacio y los edificios circundantes? —Nos estamos ocupando del problema, señor. Os ruego que no interfiráis.

—¿Interferir? —Los ojos grises de Leto destellaron—. Han atacado a mi hijo y a su madre. —Echó un vistazo a la placa donde constaba el nombre y rango del superior, sujeta a su solapa—. Levenbrech Stivs, acogiéndome a la Ley de Poderes de Emergencia, asumo el mando de la Guardia Imperial. ¿Me habéis comprendido?

—No, mi señor. —El oficial apoyó la mano sobre el bastón aturdidor que colgaba de su cinto—. Carecéis de autoridad para…

—Si blandís esa arma contra mí, sois hombre muerto, Stivs. Soy un duque del Landsraad y primo carnal del emperador Shaddam Corrino IV. No tenéis derecho a contradecir mis órdenes, sobre todo en este asunto.

Sus rasgos se endurecieron, y sintió que la sangre le hervía en las venas.

El oficial vaciló y miró a Ridondo.

—El rapto de mi hijo en los dominios del palacio es un ataque contra la Casa Atreides, y exijo mis derechos ateniéndome a la Carta del Landsraad. Se trata de una situación de emergencia militar, y en la ausencia del emperador y de su Supremo Bashar, mi autoridad excede a la de cualquier hombre.

El chambelán Ridondo pensó unos momentos.

—El duque Atreides tiene razón. Haced lo que dice.

Los guardias Sardaukar parecían impresionados por el noble Atreides y el firme uso de su autoridad. Stivs lanzó una orden por el comunicador adherido a la solapa.

—Cerrad el palacio, todos los edificios circundantes y los terrenos. Iniciad una búsqueda minuciosa de la persona que ha secuestrado al hijo recién nacido del duque Leto Atreides. Durante esta crisis, el duque se halla provisionalmente al mando de la guardia imperial. Obedeced sus órdenes.

Leto se apoderó del comunicador del oficial y lo sujetó a la solapa de su uniforme rojo.

—Conseguíos otro. —Indicó hacia el fondo del pasillo—. Stivs, tomad la mitad de estos hombres y registrad la parte norte de este nivel. Los demás, venid conmigo.

Leto aceptó un bastón aturdidor, pero siguió con la mano apoyada sobre el puño enjoyado de la daga ceremonial que el emperador le había regalado años antes. Si su hijo había sufrido el menor daño, un simple bastón aturdidor no sería suficiente.

Piter de Vries se quedó petrificado, con el gom jabbar apoyado sobre su garganta. Un simple roce, y el veneno le mataría al instante. Las manos de Anirul temblaban demasiado para el gusto del mentat.

—No puedo derrotaros —dijo en un suspiro, con cuidado de no mover la laringe. Sus dedos aflojaron la presa alrededor del niño envuelto en una manta. ¿Sería suficiente eso para distraer su atención? Tan solo conseguir que vacilara un instante.

En la otra mano sostenía la daga ensangrentada.

Anirul intentaba separar sus pensamientos del clamor interior. Si bien cuatro de sus hijas eran demasiado pequeñas para comprender, la mayor, Irulan, había sido testigo de la degeneración física y mental de su madre. Lamentaba que Irulan lo hubiera visto, deseaba poder dedicar más tiempo a su hija, educarla para que fuera una Bene Gesserit de primer orden.

Enterada de que había un asesino suelto en el palacio, la esposa del emperador había acudido al estudio y el cuarto de jugar para comprobar que las niñas estaban a salvo. Había sido el acto valiente e impulsivo de una madre.

El mentat se encogió, y ella apretó más con la aguja. Un diamante de sudor brillaba en la frente del mentat y resbalaba poco a poco sobre su sien. Daba la impresión de que la escena iba a durar eternamente.

El bebé se agitó en sus brazos. Aunque no era el niño que la Hermandad había esperado para sus planes trascendentales, todavía era un vínculo con una red más compleja de lo que Anirul podía comprender. Como madre Kwisatz, su vida se había centrado en impulsar los pasos finales del programa de reproducción, primero con el nacimiento de Jessica, y después de este bebé.

Los vínculos genéticos se habían ido purificando tras milenios de refinamiento. Pero en un nacimiento humano, incluso con los poderes y talentos de las madres Bene Gesserit, no podía garantizarse nada. La certidumbre absoluta no existía. Después de diez mil años, ¿era posible acertar en una sola generación? ¿Podía ser este bebé el Elegido?

Contempló los ojos vivaces e inteligentes del niño. Aun recién nacido, poseía cierta presencia y erguía la cabeza con firmeza. Sintió que algo se agitaba en su mente, un rumor ininteligible. ¿Eres tú el Kwisatz Haderach? ¿Has llegado una generación antes?

—Tal vez… deberíamos hablar de esto —dijo De Vries, sin apenas mover la boca—. Un callejón sin salida no nos sirve a ninguno de los dos.

—Tal vez no debería perder más tiempo y matarte.

Las voces intentaban decirle algo, advertirla, pero no podía entender nada. ¿Y si la habían enviado a estas habitaciones del palacio, no para cuidar de sus hijas, sino para salvar a este bebé especial?

Oyó un batiburrillo de voces, como una ola gigantesca que se acercara, y recordó el intenso sueño del gusano que huía de un perseguidor silencioso por el desierto. Pero el perseguidor ya no guardaba silencio. Era una multitud.

Una voz clara se impuso sobre las voces; la vieja Lobia, con su voz irónica y sabia, que hablaba en tono tranquilizador. Anirul vio las palabras que surgían de la boca teñida de safo del secuestrador, un reflejo ondulante en la ventana de plaz opuesta.

Pronto te reunirás con nosotras. El momento de sorpresa provocó que saltara hacia atrás. El gom jabbar resbaló de su mano y cayó al suelo. Dentro de su cabeza, Lobia gritó una desesperada advertencia. ¡Cuidado con el mentat!

Antes de que la aguja envenenada tocara el suelo, De Vries ya había hundido la daga en su carne, atravesando el hábito negro.

Cuando la primera exclamación surgió de la boca de Anirul, la apuñaló de nuevo, y una tercera vez, como una víbora enloquecida por el calor.

El gom jabbar besó el suelo con el ruido de un cristal al romperse.

Ahora, las voces rugían alrededor de Anirul, más altas y claras, ahogaban el dolor.

—El niño ha nacido, el futuro ha cambiado…

—Vemos un fragmento del plan, una losa del mosaico.

—Comprende esto: el plan Bene Gesserit no es el único.

—Ruedas dentro de ruedas…

—Dentro de rudas…

—Dentro de ruedas…

La voz de Lobia sonaba más alta que las demás, más consoladora.

—Ven con nosotras, observa más…, obsérvalo todo…

Los labios agonizantes de lady Anirul Corrino temblaron con lo que habría podido ser una sonrisa, y comprendió de repente que, a fin de cuentas, este niño remodelaría la galaxia y cambiaría el curso de la humanidad más de lo que el ansiado Kwisatz Haderach podría haber esperado.

Notó que caía al suelo. Anirul no podía ver a través de la niebla de su muerte inminente, pero comprendió una cosa con absoluta certeza.

La Hermandad perdurará.

Mientras la madre Kwisatz se desplomaba al lado de su aguja envenenada, De Vries salió corriendo al pasillo con el bebé en brazos. Se desviaron por un pasadizo lateral.

—Será mejor que seas digno de tantos problemas —murmuró al niño envuelto. Ahora que había matado a la esposa del emperador, Piter de Vries se preguntó si alguna vez conseguiría salir del palacio con vida.