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Los planetas secretos de los Bene Tleilax son desde hace mucho tiempo el origen de los mentats pervertidos. Sus creaciones siempre han suscitado la pregunta de quién es más pervertido, los mentats o sus creadores.
Manual mentat
Para el barón Harkonnen, Giedi Prime era hermosa, aún comparada con la espectacular Kaitain. Los cielos humeantes convertían el ocaso en antorchas. Los macizos edificios y las impresionantes estatuas dotaban a la capital Harkonnen de una apariencia sólida e implacable. Hasta el olor del aire, a industria y población hacinada, era consolador y familiar.
El barón había pensado que jamás volvería a ver este lugar.
En cuanto los ominosos cruceros y la flota del emperador marcharon de Arrakis, el planeta desierto había temblado como una rata canguro que hubiera escapado por poco de un depredador.
Según la historia oficial del palacio, el emperador solo se había echado un farol, y en ningún momento había tenido la intención de atentar contra las operaciones de especia. El barón no estaba muy convencido de esto, pero decidió callar. Shaddam IV ya había tomado acciones extremas y mal aconsejadas en ocasiones anteriores, como un niño malcriado que no conocía sus límites.
¡Locura!
El barón había buscado chivos expiatorios en la capital. Todos sus empleados fremen habían desaparecido como por arte de magia. Había tardado semanas en conseguir transporte para volver a la civilización. Rabban, utilizando diversas excusas, no se había apresurado a enviar una fragata.
Aterrado por el furioso escrutinio del Landsraad, el inquieto noble había huido a Giedi Prime para lamerse las heridas. Si bien se había visto obligado a perderse el juicio contra el emperador, había enviado correos y mensajes para expresar su indignación por la amenaza de Shaddam de destruir toda vida en Arrakis, «en reacción a unos errores de contabilidad insignificantes». Era ducho en disimular la verdad, en manipular la información para parecer siempre el menos culpable. Como embajador de facto Harkonnen, Piter de Vries debería estar en Kaitain para ocuparse de esos asuntos.
Tendría que enviar con discreción regalos a Kaitain, así como mostrar una actitud humilde y arrepentida, con la esperanza de que el emperador, abrumado por sus problemas políticos, no decidiera descargar su ira sobre la Casa Harkonnen. El barón pagaría indemnizaciones y sobornos más elevados que nunca, que tal vez ascendieran al valor de toda la especia acumulada de manera ilegal.
Pero el mentat pervertido se había desvanecido sin tan siquiera enviar un mensaje. El barón detestaba la impredecibilidad, sobre todo en un mentat costoso. Durante la confusión posterior al asedio de Arrakis y a la reconquista de Ix, De Vries habría gozado de amplias oportunidades para asesinar a la mujer y el hijo del duque Leto. Los informes eran cautos, pero al parecer, si bien se había producido una breve escaramuza poco después del nacimiento, el bebé Atreides estaba sano y salvo.
El barón deseaba retorcer el cuello de De Vries, pero el mentat había desaparecido. ¡Maldito fuera el hombre!
Cuando la oscuridad cayó, el obeso Harkonnen volvió a la fortaleza Harkonnen. Tenía mucho que hacer para preparar su defensa legal, en el caso de que la CHOAM insistiera en el problema de sus «indiscreciones». Quería estar preparado, aunque había pronunciado todas las palabras que el Imperio quería oír: «Os aseguro que la producción de melange continuará, como siempre. La especia circulará».
Su sobrino Rabban no le servía de nada en cuestiones de tecnicismos y tareas administrativas. El bruto era un experto en partir cráneos, pero todo lo que exigiera sutileza le sobrepasaba. De hecho, su mote de Bestia no fomentaba la imagen de un estadista juicioso o un diplomático experto.
Además, eran necesarias costosas reparaciones para reconstruir la infraestructura de Arrakis, en especial los espaciopuertos y los sistemas de comunicaciones dañados por el embargo de la Cofradía. No podía hacerlo todo solo, y se enfureció de nuevo por el hecho de que su mentat, en teoría tan leal, no estuviera a su lado para ayudarle.
Maldijo su mala suerte y regresó a sus aposentos, donde los esclavos habían servido un banquete: suculentos platos de carne, pasteles deliciosos, frutas exóticas y el caro coñac kirana del barón. Paseó de un lado a otro, picoteó de los platos y meditó.
Como había estado atrapado en la deprimente Carthag durante tantos días, incapaz de enviar una transmisión o llamar a un correo, había deseado con desesperación gozar de los placeres de la vida. Ahora, no paraba de comer en todo el día, solo para tranquilizarse. Se chupó azúcar de los dedos.
Tenía el cuerpo suave y perfumado, después de que guapos jóvenes le hubieran bañado, aceitado y masajeado, hasta que empezó a relajarse. Estaba agotado y dolorido, cansado de los placeres a los que se había entregado.
Rabban entró en la cámara sin hacerse anunciar. Feyd-Rautha caminaba al lado de su hermano mayor, con una expresión inteligente pero traviesa en su rostro de querubín.
La Bestia pensaba que el vizconde Moritani y él habían logrado ocultar su ataque frustrado contra Caladan. No obstante, el barón se había enterado casi de inmediato, y guardado silencio. La idea demostraba una sorprendente dosis de iniciativa, y tal vez habría salido bien, pero nunca lo admitiría a su sobrino. Por lo visto, la Bestia había ocultado su participación lo bastante bien para impedir que la Casa Harkonnen se viera perjudicada, y por eso el barón calló y dejó que su sobrino siguiera preocupado por si se enteraba.
Rabban gritó a los dos esclavos que le seguían. Cargaban un largo y voluminoso paquete envuelto en un material brillante y adornado con cintas.
—Por aquí. Al barón le gustará abrirlo en persona. Daos prisa, idiotas.
Rabban se quitó del cinto el látigo de tintaparra y amenazó a los esclavos con azotarles. Ninguno de los dos hombres, altos y de piel broncínea, se encogieron, aunque había marcas de látigo en sus brazos y cuello.
El barón miró con desdén el objeto, que parecía medir casi dos metros de largo.
—¿Qué es esto? No esperaba ningún paquete.
—Un regalo para ti, tío, recién llegado por correo. No hay remitente. —Dio unos golpecitos sobre el envoltorio—. Tendrás que abrirlo para averiguar quién lo ha enviado.
—No tengo la menor intención de abrirlo. —El barón retrocedió con cautela—. ¿Habéis comprobado que no contenga explosivos?
Rabban resopló.
—Por supuesto. No contiene trampas ni venenos. No descubrimos nada. Es inofensivo.
—¿Y qué es?
—No hemos podido… determinarlo con exactitud.
El barón retrocedió otro paso con la ayuda de sus suspensores. Había sobrevivido tanto tiempo gracias a su naturaleza suspicaz.
—Ábrelo, Rabban, pero asegúrate de que Feyd permanezca alejado de ti.
No quería perder a sus dos herederos en un solo intento de asesinato.
Rabban propinó a su hermano pequeño un leve empujón. Feyd se tambaleó hacia el barón, el cual le agarró por el cuello de la camisa y le alejó a una distancia prudencial. Rabban también retrocedió.
—Ya habéis oído al barón —gritó a los esclavos—. ¡Abridlo!
Feyd-Rautha quería ver lo que había dentro y se resistió cuando el barón le retuvo. Los esclavos rompieron el envoltorio. Como no les estaba permitido llevar cuchillos u objetos afilados, tuvieron que romper los sellos con los dedos.
—¿Y bien? —aulló Rabban, sin moverse de su sitio—. ¿Qué es?
Feyd se revolvió en las manos del barón. Por fin, el hombre le soltó y dejó que el niño corriera hacia el paquete, abierto en el suelo.
El niño miró en el interior y rió. El barón se acercó flotando sobre sus suspensores. Aovillado en la caja, vio el cuerpo momificado de Piter de Vries, rodeado de los moldes metálicos que habían impedido a los escáneres determinar su contenido exacto. Su rostro enjuto era inconfundible, aunque tenía los ojos y las mejillas hundidos. Los labios quebradizos del mentat pervertido aún estaban manchados de safo.
—¿Quién ha enviado esto? —rugió el barón.
Ahora que el peligro parecía haber pasado, Rabban corrió hacia el paquete. Apartó un molde y extrajo una nota de los dedos rígidos de De Vries.
—Es de la bruja Mohiam. —La alzó ante sus ojos y leyó poco a poco, como si hasta cuatro letras fueran difíciles para él—. «Nunca nos subestiméis, barón». —Rabban arrugó la nota y la tiró al suelo—. Han matado a tu mentat, tío.
—Gracias por explicármelo.
El barón apartó los moldes y volcó la caja para sacar la momia. Entonces, asestó una brutal patada a la caja torácica del cuerpo. En este momento dificilísimo, que exigía delicadas maniobras políticas para asegurar la supervivencia de la Casa Harkonnen, necesitaba un mentat astuto más que nunca.
—¡Piter! ¿Cómo has podido ser tan estúpido, tan torpe de dejarte matar?
El cadáver no contestó.
Pensándolo mejor, De Vries había empezado a dejar de serle útil. Había sido un mentat adecuado, artero y lleno de ideas sofisticadas, pero también tenía una propensión a las drogas que desquiciaba sus percepciones, y una tendencia a mostrar demasiada iniciativa y actuar por cuenta propia…
Habría que vigilar más de cerca al próximo. El barón sabía que los tleilaxu ya habían cultivado otros gholas de la misma cepa genética: múltiples versiones de Piter de Vries, adiestrados como mentats y pervertidos con un condicionamiento especial. Los magos genéticos ya sabían que solo era una cuestión de tiempo que el barón perdiera los nervios y llevara a la práctica sus repetidas amenazas de matar a Piter de Vries.
—Envía un mensaje a los tleilaxu —gruñó—. Que me envíen otro mentat cuanto antes.