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La humanidad conoce su mortalidad y teme el estancamiento de su herencia, pero desconoce el camino de la salvación. Este es el propósito principal del programa de reproducción del Kwisatz Haderach, cambiar la dirección de la humanidad de una manera que carece de precedentes.
Lady ANIRUL CORRINO, de sus diarios personales
Ante la puerta de la sala de partos imperial, el hombre disfrazado de guardia Sardaukar se había aplicado maquillaje para disimular sus labios manchados de safo. En la parte posterior de sus pantalones arrugados, justo debajo de la chaqueta del uniforme, podía verse una tenue mancha de sangre. Apenas perceptible…
Piter de Vries había clavado un cuchillo por debajo de la chaqueta en el riñon izquierdo del guardia, mientras se dirigía a su puesto. Después, había procedido con celeridad para que el uniforme no se manchara. Estaba orgulloso de su trabajo.
Al cabo de pocos minutos, De Vries había arrastrado el cadáver hasta una habitación vacía, se había puesto el uniforme gris y negro, y aplicado encimas químicas para eliminar los rastros de sangre. Se serenó, y después ocupó su puesto ante la sala de partos.
El compañero del guardia muerto le miró con curiosidad.
—¿Dónde está Dankers?
—¿Quién sabe? Yo estaba de guardia en las jaulas de los leones, cuando me ordenaron que viniera aquí, mientras una dama de compañía daba a luz —dijo De Vries, en tono desabrido—. Me dijeron que le sustituyera.
El otro guardia gruñó como si le fuera indiferente, echó un vistazo a su cuchillo ceremonial y ajustó la correa de una porra aturdidora sobre el hombro.
De Vries llevaba otro cuchillo escondido bajo la manga de la chaqueta. Notó que la camisa ensangrentada se pegaba contra su piel, una sensación bastante agradable.
De pronto, oyeron un grito, voces sorprendidas y angustiadas en la habitación. Después, el llanto de un niño. De Vries y el guardia se miraron, y el mentat experimentó la sensación de que corría más peligro. Tal vez la bonita madre, la hija secreta del barón, había muerto durante el parto. Oh, pero eso sería demasiado estupendo, demasiado sencillo… Oyó conversaciones en voz baja…, y el llanto continuado del niño.
El hijo del duque Leto ofrecía tantas posibilidades… El nieto secreto del barón. Tal vez De Vries podría tomar como rehén al niño, utilizarlo para convertir a Jessica en su esclava sexual…, para después matar a ambos, antes de que se cansara de ella. Podría juguetear durante una temporada con la mujer del duque…
O quizá el niño sería más valioso que Jessica. El recién nacido era Atreides y Harkonnen. Quizá lo más seguro sería llevar al niño a Giedi Prime para que creciera al lado de Feyd-Rautha. ¡Qué fabulosa venganza contra la Casa Atreides! Un heredero Harkonnen alternativo, si Feyd salía tan corto de entendederas como su hermano mayor, Rabban. En función de cómo manipulara la situación, De Vries podía colocarse en una situación de poder sobre la Hermandad, dos Grandes Casas y la propia Jessica. Todo a la vez.
Se le hizo la boca agua mientras reflexionaba sobre unas posibilidades tan deliciosas.
Las voces de las mujeres aumentaron de intensidad, y la puerta de la sala de partos se deslizó a un lado sin hacer ruido. Tres brujas salieron al pasillo, la repugnante Mohiam, la inestable esposa del emperador y Margot Fenring, todas vestidas con el hábito aba negro y enfrascadas en una furiosa discusión.
De Vries contuvo el aliento. Si Mohiam le miraba, quizá le reconocería, pese al maquillaje y el uniforme robado. Por suerte, las mujeres estaban tan preocupadas por algo que no se fijaron en nada, mientras se alejaban por el pasillo.
Dejando a madre e hijo sin protección.
Cuando las brujas doblaron una esquina, De Vries se volvió hacia su compañero.
—Voy a comprobar que todo va bien —dijo.
Antes de que el otro guardia tuviera tiempo de contestar, el mentat entró en la sala de partos.
Los sollozos de un bebé procedían de la zona iluminada, así como más voces femeninas. Oyó que el guardia corría tras él, con las botas resonando sobre el suelo. La puerta se cerró a su espalda.
Con un movimiento veloz y silencioso, De Vries giró en redondo y degolló al Sardaukar antes de que pudiera emitir un sonido. Gotas de sangre salpicaron la pared.
Después de acompañar al cuerpo hasta el suelo para que no hiciera ruido, el mentat se internó con sigilo en la sala de partos. Apoyó la porra aturdidora contra su muñeca y activó el campo.
Vio a dos hermanas Galenas que atendían al bebé ante una terminal de trabajo apoyada contra la pared. Tomaban muestras de pelo y células, y estudiaban la pantalla de la máquina de diagnósticos. Le daban la espalda. La mujer más alta miraba al bebé con el ceño fruncido, como si un experimento hubiera salido mal.
Al oír un zumbido, la mujer de menor estatura dio media vuelta, pero De Vries saltó hacia delante y utilizó la porra como un bastón. La alcanzó en la cara y le rompió la nariz.
Antes de que cayera al suelo, su compañera protegió al bebé con el cuerpo y alzó los brazos en una postura defensiva. De Vries la golpeó con la porra. La mujer paró el golpe, pero sus dos brazos quedaron paralizados. El golpe que el mentat le propinó en el cuello fue tan violento que oyó las vértebras al romperse.
Apuñaló a las dos formas inertes, jadeante, excitado, solo para asegurarse. Era absurdo correr riesgos.
El bebé yacía sobre la mesa, pataleaba y lloraba. Tan vulnerable.
Al otro lado de la sala de partos, vio a Jessica acostada sobre una amplia cama, agotada después del parto, con los ojos vidriosos a causa de los analgésicos. Aún demacrada y cubierta de sudor, era hermosa y fascinante. Pensó en matarla, para que el duque ya no pudiera poseerla nunca más.
Tan solo habían transcurrido unos segundos, pero no podía perder más tiempo. Cuando extendió las manos hacia el bebé, los ojos de Jessica se abrieron de par en par, debido a la sorpresa. En su cara apareció una expresión de angustia y desdicha.
Oh, esto es mucho mejor que matarla.
La joven intentó incorporarse. ¡Se disponía a bajar de la cama y perseguirle! Cuánta devoción, cuánto dolor maternal. De Vries le dedicó una sonrisa, pero debido al maquillaje y el disfraz, sabía que nunca le reconocería.
El mentat decidió proceder antes de que le interrumpieran. Encajó la porra y el cuchillo en su cinturón. Mientras Jessica se levantaba de la cama, envolvió al niño en una manta, con movimientos serenos y eficaces. Ella nunca le alcanzaría a tiempo.
Vio que tenía el camisón manchado de sangre. La joven se tambaleó, cayó al suelo. De Vries sostuvo en alto al niño para burlarse de ella, y después salió corriendo al pasillo. Mientras bajaba una escalera, intentando ahogar el llanto del bebé, las posibilidades giraban en su mente.
Había tantas…
Después de su celebrado discurso, Leto salió de la Sala de la Oratoria con la cabeza bien alta. Su padre habría admirado su representación. Esta vez, le había salido a la perfección. No había pedido permiso a nadie para actuar. Les había avisado, y sus actos eran irrevocables.
Cuando nadie le vio, sus manos empezaron a temblar, aunque no le habían traicionado durante todo el discurso. A juzgar por los aplausos, sabía que la mayoría del Landsraad admiraba sus acciones. Sus hazañas se harían legendarias entre los nobles.
No obstante, la política daba extraños giros. Lo que se ganaba en un momento dado podía perderse al siguiente. Muchos delegados habrían aplaudido llevados por el entusiasmo. Después, se lo pensarían mejor. Aun así, Leto había conseguido nuevos aliados. Solo restaba determinar la cantidad de sus ganancias.
Pero había llegado el momento de ir a ver a Jessica.
Cruzó la elipse enlosada a paso rápido. Una vez dentro del palacio, desechó la escalinata y eligió un ascensor para subir a la sala de partos. ¡Quizá el niño ya había nacido!
Pero cuando salió al último piso, cuatro guardias Sardaukar le cortaron el paso con las armas desenfundadas. Una multitud alarmada se congregaba en el pasillo detrás de él, incluyendo cierto número de Bene Gesserit.
Vio a Jessica derrumbada en una butaca, envuelta en una bata blanca demasiado grande para ella. Al verla tan débil, tan acabada, se quedó consternado. Tenía la piel cubierta de sudor, y todos sus movimientos delataban miedo.
—Soy el duque Leto Atreides, primo del emperador. Lady Jessica es mi concubina. Dejadme pasar.
Se abrió paso, empleando movimientos que Duncan Idaho le había enseñado para apartar armas amenazantes.
Cuando Jessica le vio, se deshizo de los brazos de las Bene Gesserit que la rodeaban y trató de ponerse en pie.
—¡Leto!
La abrazó, temeroso de preguntar por el bebé. ¿Había nacido muerto? Y en tal caso, ¿qué hacía Jessica fuera de la sala de partos, y rodeada de tanta seguridad?
La reverenda madre Mohiam se acercó, con el rostro convertido en una máscara de cólera y desazón. Jessica intentó decir algo, pero se deshizo en lágrimas. Leto observó sangre en el suelo bajo ella. Las palabras de Leto fueron frías, pero tenía que verbalizar la pregunta.
—¿Mi hijo ha muerto?
—Tenéis un hijo, duque Leto, un hijo sano —dijo Mohiam—, pero ha sido secuestrado. Dos guardias y dos hermanas Galenas han muerto. Quien se llevó al niño lo deseaba con todas sus fuerzas.
Leto no pudo asimilar todas las terribles noticias a la vez. Solo consiguió abrazar a Jessica con más fuerza.