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Todavía no hemos perdido esta guerra, pero estamos en números rojos en el Banco de los Milagros.
W. J. BROWN
Kallontown
Nanking, Confederación Capelense
31 de diciembre de 3057
Si hubiese querido que me tiroteasen en Año Nuevo, podría haber asistido a la apertura del Ishiyama en Solaris. Me habrían pagado mejor y las posibilidades habrían sido menores. Larry Acuff echó un vistazo al monitor secundario de la cabina del Warhammer. Mostraba una formación en diamante de cuatro Naves de Descenso de clase Overlord que descendían hacia el planeta. Cada Overlord —dos de las cuales ya eran suficientes para trasladar la mayoría de las Reservas a Nanking— podía contener unos treinta y seis BattleMechs. Un regimiento entero, que era lo que Gubser había dicho que utilizaría, contenía 125 ’Mechs, una fuerza suficiente para eliminar las Reservas.
El altímetro los situaba a cinco kilómetros y seguían acercándose.
Aunque dependía de la suerte, la misión había ido increíblemente bien hasta el momento. Con una combinación de llamamientos patrióticos, amenazas poco disimuladas y promesas de promociones comerciales y nuevas oportunidades en el mercado, la Milicia de Reserva de Woodstock había conseguido que varias corporaciones los equipasen y los trasladasen a Nanking. Allí habían tendido una trampa a los Bandidos conduciendo a una compañía de ’Mechs ligeros a una emboscada y reduciendo una tercera parte de la fuerza mercenaria.
También habían acordonado a los mercenarios en el complejo de la fábrica de las industrias Kallon y habían obtenido un resultado equilibrado. Cuando Víctor les prometió que les enviaría ayuda, los Reservistas se mostraron conformes con la situación.
Finalmente les llegó la ayuda que, por desgracia, parecía estar del otro bando.
Cuatro días antes, cuando las Naves de Descenso se separaron de la Nave de Salto de los Mundos Libres, Larry y Phoebe estudiaron los vectores de aproximación y los factores de combustible en el ordenador para ver si las naves llegaban vacías o llenas. Los datos que obtuvieron indicaban que estaban cargadas, pero seguían sin saber lo que contenían las naves. Después de todo, una tonelada de trozos de metal pesaba tanto como una tonelada de ’Mechs.
Cuando las naves llevaban dos días de viaje interceptaron una transmisión de los Bandidos. Descodificaron la información e identificaron al coronel Richard Burr, pero ni Phoebe ni Larry confiaban en los datos obtenidos en la escucha. ComStar había difundido la noticia del asesinato de Xu Ning en Zurich y del caos provocado por la contrarrevolución. No era muy probable que Thomas Marik y Sun-Tzu hubiesen permitido que las Cobras Negras abandonaran Zurich en tal estado de crisis.
Llegaron a la conclusión de que el mensaje que habían interceptado podía ser una holografía grabada anteriormente y diseñada para hacerles creer que las Cobras Negras se dirigían hacia allí. Por supuesto, no podían descartar el hecho de que fueran en serio. Por este motivo ordenaron alerta máxima a las Reservas y el despliegue en posiciones defensivas fuera de la central de las industrias Kallon.
El altímetro descendió a tres mil quinientos metros. Larry encendió el micro.
—Emperatriz, si van en serio, quitarán las escotillas y descenderán a un clic.
—Entendido, Rey Grajo —dijo Phoebe con un atisbo de terror—. Sigue pensando en Alesia, ¿de acuerdo?
—Entendido, Emperatriz. Corto.
Kip Cooper, un profesor de escuela secundaria que servía en la lanza de mando de Phoebe, había advertido que César había derrotado a los galos en una posición similar en Alesia y, aunque aquel hecho había reconfortado a algunos miembros de la unidad, no había sido así con Larry. Los romanos tenían mejores armas que los galos y eran un ejército de soldados con mayor disciplina. A pesar de lo orgulloso que estaba de los Reservistas, no quería ser optimista sobre sus posibilidades de triunfo.
Cuando las Naves de Descenso descendieron dos kilómetros y aparecieron en el sur, Larry conectó con la frecuencia que las naves habían utilizado para comunicarse con los Bandidos.
—Coronel Gubser, ésta es su última oportunidad para rendirse. Si su plan fracasa, luego no seremos tan benévolos.
—Observe y llore, Acuff.
Hacía tiempo que las Cobras Negras habían reparado sus Naves de Descenso de clase Overlord y las habían configurado de la forma más eficaz posible. Habían extraído la sección central de la nave con forma de huevo y la habían convertido en una enorme bahía de ’Mechs. Los BattleMechs ocupaban los tanques que había alrededor del perímetro de la bahía y estaban protegidos por las estructuras de apoyo del casco de la nave. Entre los ’Mechs y el eje del ascensor central había el equipo que las Cobras habían cargado a toda prisa en la Nave de Descenso antes de salir de Zurich.
Encima de la bahía central se encontraban las dependencias de la tripulación, a las que se accedía por el eje del ascensor. En lo alto del huevo había un puente. Debajo de la plataforma de la bahía de ’Mechs habían instalado la sección de ingeniería náutica, que disponía de motores de fusión para la propulsión de la nave. Todos los miembros de la tripulación se habían colocado en sus estaciones de combate, por lo que muchos de ellos se encargaban de los tanques de armas que rodeaban el recinto.
Cuando las naves entraron en zona de combate, el capitán dio la orden de aislar la bahía central del resto de la nave, de este modo las puertas de la bahía de ’Mechs quedaron cerradas herméticamente. Las lonas sujetas a las cajas de embalaje se tambalearon cuando desapareció la atmósfera. La presión del aire dentro y fuera de las Naves de Descenso se estabilizó en 0,8598639 de una sola atmósfera. En un barómetro, esta cantidad habría indicado 65,36 centímetros de mercurio y habría seguido aumentando.
De hecho, se obtuvo una cantidad así en los doce barómetros electrónicos que el Comodín Danzante había insertado en los dispositivos de detonación escondidos en la munición de los brazos de infantería y las cajas explosivas de embalaje con las que su equipo había luchado en Kaishiling. Como los insurgentes se habían escapado y habían intentado llevarse algunas cajas antes de salir, las Cobras Negras habían supuesto que las cajas estaban intactas.
Los detonadores se activaron cuando obtuvieron una presión demasiado baja al alcanzar entre 800 y 1000 metros de altitud. En aquel momento, cuando la presión aumentó a 67,36 centímetros, el barómetro provocó una pulsación eléctrica que activó un par de detonadores fijados con cable detonante a un bloque de explosivo plástico que habían robado a las Cobras Negras.
El Comodín Danzante no se había preocupado demasiado por el momento exacto en que detonarían los dispositivos. Podrían haberse disparado si, por ejemplo, un sistema de baja presión atmosférica hubiese atravesado el distrito de Daosha, activando así los explosivos, y luego las Cobras Negras hubiesen puesto en marcha las naves para el despegue. Aquel resultado le convenía tanto como cualquier otro. El objetivo del Comodín era eliminar a las Cobras Negras y no le importaba saber cómo ocurriría.
Tres cuartas partes de los dispositivos funcionaron según lo planeado, por lo que se produjo al menos una explosión en cada nave cuando alcanzaron los mil metros por encima de la zona de descenso. En una nave, la Boomslang, dos de las bombas del Comodín Danzante se encontraban en cajas de embalaje llenas de plástico militar. La detonación resultante atravesó la nave, partiéndola en dos y esparciendo ’Mechs como si fueran juguetes salidos de una piñata.
En la Sea Snake, sólo explotó una bomba. La fuerza de la explosión resquebrajó la plataforma y destrozó los acoplamientos de energía primaria que proporcionaban electricidad al resto de la nave. En un instante, el sistema auxiliar se vino abajo y explotó en una fuente de destellos, dejando claro por qué las Overlords eran famosas por los fallos en los sistemas hidráulicos y eléctricos. Con la pérdida de energía, los motores se apagaron y las naves bajaron en picado hacia el planeta.
El lado portuario de la Mamba explotó cuando uno de los detonadores lanzó dos compañías de personal armado fuera del casco. Los motores de la Mamba empezaron a echar chispas, pero la tripulación consiguió suministrar energía a los propulsores de posición. La Mamba chocó contra el suelo y toda la estructura interna se dobló, derruyendo el lado portuario de la nave.
Las explosiones de la Sidewinder destruyeron totalmente una de las toberas de propulsión del motor de fusión. Cuando el ión plateado salió disparado del casco de estribor inclinó la nave hacia la derecha, que chocó contra la Boomslang. Ambas naves se fundieron como si estuvieran hechas de azogue antes de que unas llamas abrasadoras las calcinasen y las esparciesen por Kallontown.
Larry observó el cielo a través de la escotilla de la cabina del Warhammer. Las cuatro Naves de Descenso se tambalearon y tuvo la sensación de estar viendo una película mal rodada. No sabía muy bien lo que ocurría hasta que la Sea Snake dejó una estela de humo tras de sí e impactó en el suelo como un huevo de plata. Tras el impacto, sintió cómo el suelo temblaba bajo los pies del Warhammer.
Hace un momento había cuatro naves y ahora sólo una lluvia de metales. Larry consiguió conectar con la frecuencia de radio de Phoebe al segundo intento.
—¿Qué demonios es esto, Emperatriz?
—Fallos desconocidos. ¡Dios mío, cuatro Overlords destrozadas!
—Si los Bandidos querían burlarse de nosotros, creo que esto les habrá quitado las ganas.
—¿Y si no se burlaban?
—Entonces es alguien que odiaba a las Cobras o nos quería a nosotros, cualquier explicación me sirve —contestó Larry, viendo cómo parpadeaba una luz de su consola de mando—. Mensaje de los Bandidos. Te conecto con ellos. Aquí Hauptmann Acuff. Adelante, Bandido.
Ni siquiera las interferencias podían disimular la trémula voz de Ada Gubser en la radio.
—¿Qué habéis hecho a las Cobras?
—No sabemos qué les ha pasado, coronel. Lo que sí sabemos es que no le serán de gran ayuda —contestó Larry, observando las negras columnas de humo que se desprendían de una de las naves siniestradas—. La pregunta es: ¿quieren hacer algo por ustedes?
—¿Términos estándares de rendición? ¿Nos repatriarán con el equipo?
Phoebe le contestó:
—Términos estándares, siempre y cuando no nos causen problemas y no ataquen la fábrica.
—De acuerdo, nos rendimos. Ahora. Gubser cerrando.
Larry cerró la frecuencia de los Bandidos.
—¿Qué piensas, Phoebe?
—Creo que me alegro de que Nanking entre a formar parte de la Mancomunidad Federada este año —dijo en un tono de alivio y alegría—. ¿Y tú?
—Creo que espero que los rumores de paz sean ciertos.
—¿Por qué? Hemos ganado todas las batallas.
—Por eso, Phoebe —dijo Larry, echándose a reír—. Afróntalo. Acabamos de cumplir una misión que era imposible. Si hay más guerra, no quiero ni pensar en lo que Víctor puede prepararnos para el futuro. Lo único que quiero es ir a algún lugar seguro, como Solaris, y ver qué es eso de vivir en paz por un tiempo.