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Una batalla a veces lo decide todo, y otras veces la mayor nimiedad decide una batalla.

NAPOLEÓN BONAPARTE,

Carta a Barrye O’Meara,

9 de noviembre de 1816

Nave de Salto Dire Wolf, llegada Butler

Zona de ocupación de los Halcones de Jade

10 de diciembre de 3057

La falta de sueño le había irritado los ojos y tenía el cuello y los músculos de la espalda entumecidos después de haber pasado horas encorvado frente a una terminal de ordenador. Vlad se adentró en el holotanque y miró a Ulric. Un sinfín de emociones guerreaban en su interior. Aunque quería odiar al hombre, y lo cierto es que lo odiaba, Vlad se dio cuenta de que también lo respetaba. Le estaba agradecido porque Ulric le había confiado la preparación del asalto en Butler.

—Ya he acabado, mi Khan. Estoy preparado para mostrarle mis planes. Aunque sólo disponemos de dos núcleos estelares funcionales y medio, he reunido a los mejores pilotos de guarnición de la Galaxia Tau y los he empleado para reforzar nuestras unidades del frente. Nos quedan dos núcleos estelares de guarnición, los Quintos Soldados de los Lobos y la Primera Caballería, que podemos utilizar como refuerzos —explicó Vlad con una leve sonrisa en los labios—. Aunque los Halcones se sirvan de fortificaciones, creo que podemos derrotarlos.

Ulric asintió lentamente, como si estuviera analizando las palabras de Vlad, aunque éste tenía la impresión de que Ulric apenas le había prestado atención.

—¿Cuál sería su valoración sobre el estado de nuestras tropas después de esta lucha? Sea prudente en su estimación. Déme la mayor cifra de bajas y el menor índice de reparaciones que pueda.

La seriedad de la voz de Ulric sorprendió a Vlad y disipó su fatiga.

—Si nos vemos obligados a recurrir a nuestras reservas, estimo que saldremos de la batalla con un núcleo estelar y medio de primera línea del frente, además de una o dos trinarías de tropas de guarnición de reserva. Los defensores nos superan en número y, aunque han decidido defender lugares separados del planeta, lo que nos permitirá arrasar guarniciones individuales, no puedo creer que no se unan rápidamente y salgan a perseguirnos.

—Comparto su opinión —dijo Ulric, mirándolo fijamente con sus fríos ojos azules—. ¿Hasta qué punto se considera parte de los Lobos, Vlad?

—No le entiendo, Ulric.

Ulric esbozó una sonrisa.

—¿Hasta qué punto es leal a su Clan, Vlad?

—¿Acaso le he dado motivos para dudar de mi lealtad? —preguntó Vlad con el entrecejo fruncido y una expresión tensa—. Tiene tiempo de sobra para revisar mis planes durante los cinco días que tardaremos en llegar a Butler. Si cree que he traicionado a los Lobos, puede desafiarme antes de nuestro ataque. Si soy culpable de traición, ningún castigo será demasiado severo.

—Excelente parada y estocada, Vlad. Acaba de recordarme que he sido acusado de traición, gracias a su investigación.

—Esa no era mi intención, Ulric.

—No, supongo que no lo era, al menos no directamente —dijo el hombre de pelo canoso mientras paseaba por el interior del holotanque, rodeando a Vlad como un tiburón hambriento—. Será una lucha encarnizada. Luchará junto a mí. ¿Qué hará si mi ’Mech es derruido?

—Lo defenderé. Haré lo que sea por salvaguardarlo.

—¿Por qué?

Aquella pregunta derribó la fachada que Vlad había erigido durante meses para protegerse de las perspicaces inquisiciones de Ulric. ¿Por qué tendría que salvarlo? Quiero ultrajarlo. Quiero que muera. De repente dio con la respuesta y sabía que nunca podría revelársela a Ulric. Quiero que caiga derrotado, pero no será así. Los Halcones no lo vieron, ninguno de los Cruzados lo vio. Ulric es un Lobo y ninguno de ellos será capaz de derrocarlo.

—Lo defenderé porque yo soy un Lobo y usted es un Lobo. No necesito otra razón.

Ulric se colocó frente a Vlad.

—Si me derrotan, sabe cuál es su deber, ¿quiaf?

—Ganar.

—Preservar el Clan. Si la victoria lo consigue, ganará. Si no, hará lo que haga falta para llevar tantos Clanes como pueda al Khan Phelan.

Vlad adoptó una postura rígida.

—¿Llevar Clanes a Phelan?

Ulric se encogió de hombros.

—Eso o rendirse ante los Halcones de Jade y convertirse en un sirviente de su Clan.

—No sé cuál es el menor de los dos males, Ulric.

El viejo se echó a reír.

—Vaya, puede que después de todo sea un buen Khan. Tal vez encuentre una opción mejor cuando llegue el momento.

Puede que sí, Ulric. Vlad lanzó un suspiro.

—Phelan está luchando en Morges. ¿Me permitirá llevarle nuestros supervivientes si él mismo sobrevive?

—Si sobrevive. Si él muere y Natasha también, la responsabilidad del Clan de los Lobos recaerá sobre usted.

Vlad se quedó boquiabierto.

—¿Sobre mí? —preguntó, incrédulo—. ¿Por qué me confiaría el futuro de los Lobos? Yo soy un Cruzado.

Ulric extendió las manos.

—En los Clanes seleccionamos las combinaciones genéticas para conseguir los mejores guerreros. Es una evolución por elección, pero la evolución no sólo se produce a nivel físico. La raza humana ha evolucionado filosóficamente, al igual que los Clanes. Hace algún tiempo, todos éramos Guardianes, pero ahora los Cruzados se han hecho con el poder. Puede que la filosofía Cruzada sea superior a la dé los Guardianes. Puede que aporte algo nuevo a los métodos de nuestros Clanes.

»Del mismo modo que usted tiene un deber conmigo por ser un Lobo, yo, como Lobo, tengo un deber con el Clan. Si me equivoco, si me derrotan en este Juicio de Rechazo, seguiré deseando el triunfo de mi Clan. Aunque los Halcones de Jade repudien la tregua, espero que sean los Lobos los que se apoderen de la Tierra. Puede que ya no sea el líder del Clan, pero no permitiré que mi Clan pierda el liderazgo.

Vlad sintió cómo se le inflaba el pecho con orgullo, pero no se dejó llevar por sus propias fantasías. Aquellas suposiciones sólo se cumplirían tras la muerte de los Khanes de los Lobos y, pese al odio que sentía por ellos, no creía que los Halcones de Jade tuviesen talento suficiente para asesinar a ninguno de los dos.

—Le diré una cosa, Ulric. Si lo derrotan en Butler, ganaremos esta batalla e iremos a Wotan en busca de la victoria.

Ulric volvió a sonreír, pero Vlad sabía que no lo hacía como reacción a su comentario, sino pensando en otra cosa. Como siempre, Ulric le ocultaba algo y, como siempre, Vlad vagaba en lo desconocido.

—No será necesaria una acción así, Vlad.

—No lo entiendo —dijo Vlad. Su confusión se mezcló con los tres tonos que invadieron la Nave de Salto. La señal de salto, pero ya estamos en Butler.

Ulric hizo un gesto de asentimiento.

—Ya lo sé. Debo disculparme, como desearía haberme disculpado ante Phelan. Usted ha trabajado tan duro planeando nuestro asalto en Buder como él en mi defensa ante el Gran Consejo. Siento haberles hecho perder el tiempo.

—¿Perder el tiempo?

El enojo se apoderó de Vlad como una reacción de fusión cuando la nave saltó. Sentía como si le hubieran arrancado la carne de cuajo y ésta se fuera alargando y alargando para contener la energía de la furia que lo quemaba por dentro. Cuando alcanzó el punto máximo de ebullición, la Dire Wolf volvió al espacio habitual, a treinta años luz de Butler.

Vlad sintió que volvía a recuperar la carne. Entonces, la nave volvió a saltar. Por oposición a lo que había sentido un segundo antes, la carne le apretaba cada vez más, como un papel que lo envolviera empapado en agua. El dolor de la cicatriz se extendió por todo su rostro y unas garras luminosas emergieron de su cuerpo mientras la carne se encogía más y más. Cada vez respiraba con mayor dificultad y sus pulmones empezaron a pedir oxígeno a gritos. Intentó arquear la espalda para proporcionar aire a sus pulmones, pero sólo consiguió perder el equilibrio.

En la eternidad de un segundo de salto, Vlad empezó a caer.

Chocó contra el suelo poco después de que la Dire Wolf volviera a la realidad euclidiana. La verdad que contenía el comentario de Ulric se filtró en su cerebro y le hizo rodar la cabeza.

—Hemos entrado lentamente no para impedir que hiciera mis cálculos, sino para calentar los dispositivos de salto Kearney-Fuchida. Como esperan que luchemos en Butler, los Halcones sólo tendrán defensas en mundos a un salto de distancia, no a dos.

—Sí, espero que los Halcones se sorprendan tanto como usted —dijo Ulric, acercándose a él y ofreciéndole la mano—. Vamos, Vlad, ha llegado el momento de pilotar nuestros ’Mechs. La lucha tendrá lugar dentro de seis horas.

—¿Dónde estamos?

Ulric sonrió.

—¿Cómo puede preguntarlo? Fue usted quien hizo las valoraciones. Atacar Wotan con dos núcleos estelares habría sido un suicidio, pero, con lo que tenemos ahora y con las tropas de Natasha que sobrevivieron en Twycross, tenemos la oportunidad de destrozar a los Halcones aquí mismo, en su propio nido —dijo levantando a Vlad—. Bienvenido a Wotan, el mundo que decidirá nuestro destino, el suyo y el mío, Vlad, y el destino de todos los hombres y mujeres de nuestro Clan.

En pie de guerra
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