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Una muerte es una tragedia. Un millón de muertes es una estadística

JOSEPH STALIN

Ciudad de Avalon

Nueva Avalon, Mancomunidad Federada

20 de mayo de 3057

Pese a los muchos enemigos que Galen Cox había matado a lo largo de su carrera, aquélla era la primera vez que se sentía como un asesino. En compañía del agente Curaitis y del doctor Joseph Harper, en la sala de observación de la Unidad de Mantenimiento de Vida Pasiva, se dio cuenta de que parte de su malestar se debía al hecho de que en realidad él ya no era Galen Cox. Esa persona había muerto al detonar una bomba en un planeta a más de cuatrocientos años luz de distancia, una muerte fingida de la que Galen había resucitado convertido en Jerrard Cranston, el consejero de seguridad nacional de Víctor Davion, príncipe de la poderosa Mancomunidad Federada.

Si no estuviera aquí haciéndome pasar por otra persona, probablemente no me sentiría como un criminal participando en un crimen. Miró a sus acompañantes.

—¿Alguien más tiene la sensación de que estamos matando a este chico?

Curaitis, el hombretón de la mirada de hielo que se encontraba entre él y Harper, no mostraba el mínimo indicio de emoción.

—No podemos evitar su muerte, pero con su muerte podemos evitar la de muchos otros.

El doctor Harper hizo un gesto de asentimiento.

—Lo hemos intentado todo. El chico ha aguantado mucho más de lo que esperábamos. Va siendo hora de que lo dejemos morir con un poco de dignidad, señor Cranston.

Galen desvió la mirada hacia el cuerpo consumido de Joshua Marik a través de la ventana de observación. Joshua, hijo de Thomas Marik, heredero a la capitanía general de la Liga de Mundos Libres, hacía seis años que había contraído una aguda leucemia y había recibido tratamiento en Nueva Avalon. El Instituto de Ciencia de Nueva Avalon, el mejor centro médico y de investigación de la Esfera Interior, había sido su única esperanza, pero, después de cinco años de tratamiento, su piel se había vuelto amarillenta y amoratada, cada vez más parecida a la de un cadáver. De no haber sido por el respirador que bombeaba junto a su cama y la máquina de diálisis que le limpiaba la sangre, el chico habría fallecido hacía semanas.

Ninguna persona que hubiera visto a ese niño enfermizo le habría deseado un instante más de sufrimiento, pero era tan desafortunado que las máquinas habían alargado su vida más allá de lo racional. Mientras Joshua vivía, Thomas Marik tenía un punto de apoyo contra Sun-Tzu Liao. Sun-Tzu era el prometido de Isis, la otra hija de Marik, pero Thomas había ido retrasando el matrimonio durante años. Aunque Thomas reconocía a Isis como hija legítima, había nombrado heredero a Joshua, el único hijo barón de su matrimonio, y, como la única aspiración de Sun-Tzu era destruir la Mancomunidad Federada, todo lo que pudiera apartarlo del trono de Thomas era sinónimo de mayor paz y seguridad para la Esfera Interior.

Galen tocó el cristal que los separaba de la habitación de Joshua.

—Ojalá hubiésemos podido hacer algo más. Me siento tan impotente cuando pienso que este chico está muriendo de la misma enfermedad que ha matado a tanta gente desde mucho antes de que nuestros antecesores abandonaran la Tierra y se establecieran en la Esfera Interior.

Harper sacudió la cabeza con tristeza.

—Comparto su frustración —dijo—. Hemos hecho todo lo posible por salvar la vida de Joshua, pero no ha sido suficiente. A mí me entristece todavía más porque, después de los cinco años que ha pasado aquí, le tengo mucho afecto. Usted tiene miedo de que su muerte conduzca a la guerra contra la Liga de Mundos Libres, pero lo que a mí me desconsuela es que Joshua nunca crecerá para ocupar el lugar de su padre.

—Lo cierto es que la presencia de un capitán general que ha sido educado aquí y debe su vida a la Mancomunidad Federada no nos haría mal alguno.

—No es sólo eso, señor Cranston. Joshua era un niño brillante. Cariñoso y al mismo tiempo inquisitivo e inteligente. Se comportaba como cualquier otro niño cuando estaba lo bastante bien para ir con ellos y, sin embargo, sabía cómo ejercer el papel de noble cuando venía a visitarlo gente importante —explicó Harper apretando los labios—. Su muerte no es sólo una pérdida para su familia, sino también para el futuro.

Galen miró más allá de su reflejo en el cristal y contempló el rostro de Joshua.

—En eso consiste ahora nuestro trabajo, doctor, en asegurarnos de que la pérdida no tenga consecuencias catastróficas.

El médico asintió en señal de conformidad.

—Lo hemos hecho todo siguiendo las órdenes de Curaitis. Cuando dejemos morir al chico, su cuerpo se conservará gracias a la criogénesis para que algún día podamos devolverlo a la Liga de Mundos Libres. El doble se insertó en el lugar de Joshua hace seis meses y ha sido totalmente aceptado. El personal que ha trabajado con el Joshua Marik real ha sido transferido a otros centros tanto de aquí como de otros mundos, lo cual también ha supuesto una pérdida. Tales transferencias han destruido prácticamente nuestros proyectos de investigación oncológica.

El imponente y rígido agente Curaitis bajó la vista para mirar al médico.

—Esa gente continúa con su trabajo en sus nuevos puestos.

—Usted no lo entiende. Para esta difícil investigación no hay ningún otro centro como el Instituto de Ciencia de Nueva Avalon en todo el espacio. Ustedes están retrasando siglos de investigación sobre el cáncer.

Galen intentó calmar al médico.

—Se han enviado órdenes para que toda su gente tenga acceso prioritario a cualquier investigación y procedimiento médico de los archivos de la antigua Liga Estelar. También tendrán línea prioritaria cada vez que quieran intercambiar datos con sus colegas.

Harper se frotó la cara en un gesto de cansancio.

—Miren, hay una diferencia entre esta investigación y los otros avances que han hecho posibles los archivos de la Liga Estelar. El hecho de que hayamos podido recurrir a fuentes documentales y al viejo equipo de la Liga Estelar nos ha permitido recordar las especificaciones de nuestros ancestros sobre los juguetes bélicos, pero no ha aportado nada a la investigación del cáncer.

Los científicos de la Liga Estelar no sabían mucho más que nosotros. Durante los mismos tres siglos que vieron cómo los BattleMechs dejaban de ser máquinas rudimentarias para convertirse en poderosas máquinas de guerra, la investigación genética se fue a pique. Los escasos esfuerzos que se emplearon fueron para encontrar curas para las diversas enfermedades con las que los colonizadores humanos topaban a medida que colonizaban planetas por todo el espacio. Una gran parte también sirvió para preservar y prolongar nuestra esperanza de vida. Es cierto que sabemos cómo controlar muchas de las enfermedades típicas de la vejez, pero las enfermedades de la juventud y los problemas genéticos que se presentan a lo largo de la vida han sido relegados.

Harper se detuvo repentinamente y levantó las manos.

—Discúlpenme, caballeros. Sé que toda esta perorata no tiene nada que ver con la razón de su visita, pero es que estoy cansado de ver cómo el dinero para la investigación se invierte en proyectos destinados a recuperar la tecnología militar de los archivos de la antigua Liga Estelar, en lugar de invertirse en nuevas investigaciones. Es obvio que gran parte de la investigación genética no ha ayudado a esclarecer nada, pero ¿qué hay de la guerra de los Clanes? Si lo que sé de sus programas de crianza y manipulación genética es cierto, han conseguido unos adelantos increíbles, algunos de los cuales podrían haber contribuido en este caso.

Curaitis esbozó una leve sonrisa.

—¿Podría clonar a Joshua?

—Lo dudo. Los clones creados después de la fase de embrión no parecen ser viables, pero no puedo descartar la posibilidad. Si los Clanes, con su mentalidad militar, lo han hecho, nosotros también podríamos, pero necesitaríamos unos fondos de los que ahora no disponemos.

Galen se rascó la barba que se había dejado desde su transformación en Jerrard Cranston.

—Se lo comentaré al príncipe Víctor, doctor Harper. No recuperará a su equipo, al menos no durante los años que necesitamos para mantener la ilusión de que Joshua sigue vivo, pero tras ese período podríamos conseguir que volviera.

La mirada de Curaitis indicó a Galen que el hombre de Inteligencia lo consideraba una imprudencia, pero hizo caso omiso de ello.

—Ahora, lo importante es asegurarse de que somos los únicos en todo el hospital que sabemos que Joshua ha muerto.

—No se preocupe, señor Cranston, mis empleados son buenos profesionales y patriotas. La transición no ha supuesto problema alguno y su doble ha sido totalmente aceptado en el hospital. El Joshua real morirá aquí abajo, pero seguirá viviendo allá arriba —dijo Harper al tiempo que se giraba para señalar un par de interruptores que había en la pared entre la ventana de observación y la puerta—. Todo el equipo de mantenimiento de vida funciona a partir de ese interruptor rojo. Como la mayoría piensa que es bastante macabro observar la muerte de un paciente de la Unidad de Mantenimiento de Vida Pasiva, el interruptor verde cierra las cortinas que hay al otro lado.

Mientras que Harper parecía incapaz de dar el último paso hacia los interruptores, Galen mostraba una gran entereza. Estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad de cerrar el mantenimiento de vida de Joshua y, sin embargo, titubeó un instante al llegar al océano que separa la disposición del deseo. En aquel momento de duda, Curaitis se adelantó y se dirigió a los interruptores.

—Espere, por favor —dijo Harper con voz suave—. Sé que en realidad Joshua murió hace semanas y no puede oír ni ver nada, pero me gustaría estar ahí dentro con él cuando se vaya.

—Y a mí también —dijo Galen.

Curaitis desplazó la vista de un hombre a otro por un momento y Galen se estremeció bajo la mirada de hielo del corpulento hombre.

—Esperaré hasta que me indique que apague la máquina.

El doctor Harper entró en la estancia y Galen se detuvo para volver a mirar a Curaitis.

—Tengo la sensación de que cree que Harper y yo somos dos tontos sentimentales.

—De ningún modo.

—Pero se queda aquí.

—Mi trabajo, doctor Cranston, es velar por que el universo que les permite cosechar estos delicados sentimientos siga existiendo y parte de ese trabajo es apagar el mantenimiento de vida de Joshua Marik.

Galen frunció el entrecejo.

—¿Eso es todo?

—Siento que el chico esté muriendo, pero yo no hice que enfermara y ni mis mejores deseos lo mantendrán con vida por más tiempo —dijo Curaitis con la mirada perdida antes de volver a mirar a Galen fijamente—. Yo no lo conocí y, si hubiese crecido, habría sido tan peligroso para la Mancomunidad Federada como lo fue su padre o su abuelo.

—¿Qué pasaría si resultase ser un hombre capaz de reunificar las partes beligerantes de la Esfera Interior?

—La línea que separa ese pensamiento del de alguien que cree que puede reunificar los Estados Sucesores es tan fina que en cualquier momento podría estallar una guerra —dijo Curaitis con una mirada inquebrantable—. La muerte de un niño es triste, pero hacer proyectos más allá de ésta es hipotético y yo no trabajo con hipótesis. Si lo hiciera, no vería todas las posibilidades.

—¿Cree que Víctor hace bien al sustituir a Joshua por un impostor?

—Mi deber no es poner en duda las acciones del príncipe.

—Especialmente cuando fue usted el que sugirió este tipo de acción.

—Yo le revelé la operación que su propio padre había iniciado, pero fue él quien decidió poner en marcha el Proyecto Géminis.

Galen frunció el entrecejo.

—Decepcionar a Thomas Marik de este modo seguro que conllevará serios problemas.

—Thomas Marik es un pacifista y un idealista. Sus Caballeros de la Esfera Interior han conseguido grandes logros porque cuenta con un personal muy audaz, no por su magnífica filosofía. Además, Thomas tiene otras preocupaciones.

Galen asintió con la cabeza.

—Leí la confirmación del informe con la condición de la mujer de Marik —dijo con los ojos entrecerrados—. Los daños que sufrió no fueron causados por nuestras operaciones, ¿verdad?

Curaitis permaneció imperturbable.

—No. Nosotros preferimos medios más sutiles.

—¿Como matar a un niño?

—Al menos él no morirá por la violencia que se ha apoderado de tantos Marik de su reino e, incluso, de su propia familia.

—Dudo que esto sirva de consuelo a un niño que nunca crecerá —dijo Galen mirando fijamente al pequeño—. A veces desearía que la vida fuera más sencilla.

—La vida y la muerte son lo sencillas que son, Cranston. Todo lo demás es cuestión de cantidad y estadística.

—A mí no me parece que la muerte simplifique las cosas.

—El chico lo entenderá —dijo Curaitis, haciendo un gesto hacia la puerta—. Vamos, vaya a despedirlo. Podría ser peor si no tuviera a alguien como usted a su lado cuando se vaya.

—Podría venir con nosotros.

El hombre de Inteligencia sacudió la cabeza.

—¿Tiene algo mejor que hacer, Curaitis?

—Sí. Mientras ustedes observan su muerte —dijo Curaitis con voz pausada—, yo empezaré a asegurarme de que podemos salvar su legado.

En pie de guerra
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