Tamar
Zona de ocupación del Clan de los Lobos
Phelan, situado entre Natasha y Ulric a la izquierda del escenario del auditorio, se cruzó de brazos con impaciencia mientras el Señor de la Sabiduría, Dalk Carns, aparecía por detrás de las cortinas. Carns inclinó la cabeza hacia el ilKhan y su partido y mostró el mismo respeto por los individuos que había de pie frente a ellos. Finalmente, saludó a los miembros del Consejo del Clan que estaban sentados más allá de las candilejas.
—Juega a esto como si esperase una revisión en el fax de las noticias de la mañana.
Natasha sonrió tras el comentario de Phelan.
—Yo pensaba imprimir unos programas, pero la lista de gente de la sección de los «tontos del pueblo» era muy larga.
Tras estas palabras, se hizo el silencio y Dalk se dirigió al podio central del escenario. Mientras que ambos Khanes y sus acusadores vestían uniformes de lana gris, Dalk se había vuelto a decantar por la ropa de ceremonia de cuero gris del Clan de los Lobos. Depositó el casco con la cabeza de lobo pintada sobre el podio y observó a la audiencia.
—Trothkin, soy el Señor de la Sabiduría. Los he congregado aquí como jurado y jueces para resolver el caso que hoy se nos plantea —dijo Dalk sin alzar la voz, pero con firmeza—. Nos comprometemos ante este cónclave hasta que el caso no sea más que polvo y recuerdos y más allá de éste hasta el fin de todo esto.
—Seyla —dijo Phelan en una especie de canto al unísono con los otros Lobos allí congregados.
Había pronunciado el juramento sagrado automáticamente, casi sin pensar, como si fuera lo más natural del mundo. Aunque se había educado en la Esfera Interior, se había entregado por completo a aquella gente, aceptando sus sistemas de justicia y honor sin ponerlos en duda. Si no intervenían otros factores, estaba convencido del fracaso de ese intento por avergonzar y desacreditar al ilKhan.
Si le asaltaba la duda era porque sabía que sí había otros factores. Estaba seguro de que el caso contra Ulric carecía de sentido, pero aquello no significaba que un jurado no pudiese estar influido por la política. El ilKhan no mostraba preocupación alguna por los cargos, lo que tranquilizaba a Phelan. Lo había visto navegar por situaciones políticas más peligrosas que aquella sin incidentes, pero la feroz determinación de Ulric era lo que siempre le había dado la victoria.
Podrían interpretar la indiferencia de Ulric como satisfacción y condenarlo por ello.
Phelan miró a las dos personas que había al otro lado del escenario y que serían los fiscales. La mujer era bajita para ser una MechWarrior, pero tenía cierto atractivo pese a su corta estatura. Una melena del color de la miel y llena de tirabuzones le envolvía la cara y le caía sobre los hombros. Cuando levantó la mirada, Phelan vio un amasijo de cicatrices esparcidas por su garganta, resultado de las heridas sufridas en la lucha de Tukayyid. Sus ojos ámbar y los rasgos marcados e intrépidos siempre habían recordado a Phelan la fisonomía de un animal salvaje, mientras que su valentía sin igual en combate había valido a Marialle Radick el apodo de «Bruja de la muerte».
Junto a ella, Vladimir se percató de la mirada de Phelan y lo observó fijamente. El pelo negro peinado hacia atrás dejaba al descubierto sus pronunciadas entradas y podría haber sido atractivo de no ser por la cicatriz irregular que le recorría la cara desde la ceja izquierda hasta la mandíbula. Sus ojos marrones traslucían un odio profundo y Phelan sabía que Vlad habría preferido morir de las heridas que lo habían dejado lleno de cicatrices que vivir sabiendo que Phelan, el librenacido de la Esfera Interior, le había salvado la vida.
Phelan sonrió a Vlad y se rascó la cara, tras lo cual Vlad entrecerró los ojos y soltó un resoplido. Marialle habló con él repetidas veces, pero ni el contacto de su brazo en el hombro consiguió calmarlo. Tras mucha insistencia, Vlad se tranquilizó y bajó la mirada para echar un vistazo a los papeles que tenía en la mano.
El Señor de la Sabiduría miró a Marialle y sonrió.
—Este cónclave se ha congregado para examinar los cargos de traición presentados contra el ilKhan Ulric Kerensky a petición del Señor de la Sabiduría. Marialle Radick, presente en el Consejo del Clan, ha aceptado actuar en nombre del consejo aportando estos cargos. Los cargos son…
Ulric dio un paso al frente con decisión e hizo una señal al hombre para que se callase.
—Acabe ya esta farsa, Señor de la Sabiduría. No se ponga más en evidencia.
—¿Qué?
—Estos cargos son infundados. Yo, en mi capacidad de ilKhan, le ordeno que los desestime.
Marialle se adelantó para hablar.
—No puede hacer esto. Es improcedente —dijo con voz ronca, pero sin una pizca de nerviosismo—. Me opongo a sus acciones.
Ulric sacudió la cabeza lentamente.
—Estoy seguro de que sí, niña, pero no hay tiempo para juegos. Como existimos bajo una tregua con ComStar y no hemos puesto fin a nuestras hostilidades, seguimos viviendo bajo el imperio de la ley marcial, y la ley marcial permite al ilKhan acelerar los problemas desafiando cualquier cargo que él considere falaz y ordenar su desestimación si, tras haberlo considerado, descubre que es falso. He estudiado los cargos y los considero falsos, por lo que ejerzo mi derecho a desestimarlos.
—No puede.
Ulric levantó la cabeza.
—¿Me desafía a un Juicio de Rechazo para tratar este asunto, capitán de estrella Radick?
Radick abrió los ojos por un momento y bajó la mirada.
—No pretendía faltarle al respeto, ilKhan.
Phelan sonrió al ver la cara de desconcierto de Dalk.
—Creo que el ilKhan tiene razón en este asunto de procedimiento. Yo… aplazo el cónclave durante quince minutos para revisar las regulaciones.
—Si lo hace, Dalk Carns, yo exigiré un Juicio de Rechazo contra usted —dijo Ulric, con una sonrisa cruel—. Seguro de mi conocimiento jurídico, espero una resolución.
El Señor de la Sabiduría asintió con rigidez.
—Que conste que tiene que exponer sus motivos por desestimar los cargos.
—Que conste, Señor de la Sabiduría, que lo haré pese a no estar sujeto a tal objeción. Desestimo estos cargos porque han difamado a miembros de gran valor y honor de nuestro Clan —dijo el ilKhan con voz contundente, dando claras muestras al Consejo del Clan de que estaba actuando—. Primero me centraré en el cargo de traición basado en la elección de Phelan Ward como Khan. Soy consciente de que hay quienes creen que ningún librenacido debería tener derecho a convertirse en Khan y que es inconcebible que se permita algo así. Los que piensan de este modo son idiotas.
Ulric se giró y señaló a Phelan.
—Phelan Ward es un librenacido. Nunca ha sido un secreto, sino que se ha sabido desde el principio. Nuestras fuerzas lo capturaron en combate y lo convirtieron en sirviente, como lo han sido algunos de ustedes. Como dicta la tradición, fue incorporado a nuestra casta de guerreros por el servicio prestado al Clan de los Lobos y muchos de ustedes dieron su palabra de honor de que lo aceptarían como a uno de los nuestros.
»Cuando se convirtió en guerrero, los genes determinaron que Phelan reclamase un Nombre de sangre a la Casa Ward. Cyrilla Ward lo nombró heredero, lo que únicamente le permitió conseguir un puesto en el Juicio. Consiguió el Nombre de sangre del mismo modo que ganó su rango en nuestro ejército: luchando y superando a sus enemigos. Está tan capacitado para estar en este consejo como cualquiera de ustedes.
»Después de Tukayyid, Phelan fue nominado por Conal Ward para sustituir a nuestro difunto Khan y fue escogido por mayoría. La elección fue ratificada en el Gran Consejo y Phelan obtuvo un puesto en ese augusto cuerpo.
Ulric se llevó las manos a la espalda.
—Se ha acusado al Khan Phelan de ser un agente de la Esfera Interior. Ese rumor carece de fundamentos. Fue expulsado del Nagelring, su principal academia militar, y enviado a cazar bandidos. Si fuera un miembro valorado de su sociedad nunca le habrían asignado una misión de tan baja categoría.
Phelan reprimió una sonrisa. Entre los Clanes, la caza de bandidos y otras actividades similares eran las misiones más insignificantes que podían asignarse a un guerrero. Ser destinado a una unidad solahma era una deshonra de la que pocos se recuperaban. En la Esfera Interior, en cambio, la caza de bandidos tenía otra reputación. Los mercenarios, como los Demonios de Kell, lo veían como un deber relativamente fácil que no suponía deshonra alguna. Podía no ser tan glorioso como un combate mayor, pero era mucho más seguro e incluso algo romántico porque la persecución podía conducir a todo tipo de mundos exóticos lejos del núcleo de la Esfera Interior.
Ulric siguió exponiendo sus motivos ante la audiencia.
—Phelan siguió las prácticas aceptadas para conseguir su rango. Al poner en duda su derecho a ese rango se ponen en duda los fundamentos de los Clanes. Nicholas Kerensky y los demás precursores de los Nombres de sangre eran originarios de la Esfera Interior. Todos habían sido miembros del ejército de la Esfera Interior, ergo agentes de la Esfera Interior. Todos eran librenacidos. Crearon las tradiciones que permitieron a los librenacidos ser adoptados como guerreros para luchar por un Nombre de sangre y ganar su nominación al puesto de Khan. Desde que lo permitieron, desde que quisieron permitir algo así, cumplir sus deseos no puede ser traición.
Con los ojos entrecerrados, Ulric se paseaba por el escenario como un depredador atrapado entre las barras de una jaula.
—En cuanto al cargo que me acusa de cometer traición por enfrentarme al capiscol marcial de ComStar antes de la batalla de Tukayyid, debo señalar que ese cargo también fue presentado en mi contra ante el Gran Consejo poco después de la batalla. El consejo me exoneró y, por lo tanto, ese cargo también carece de fundamentos.
El ilKhan dio media vuelta y miró al Señor de la Sabiduría.
—Creo, Dalk Carns, que puede ponerse fin a este cónclave.
Al mirar a Marialle y Vlad, Phelan pensó que parecían dos personas que acababan de sobrevivir a doce días de bombardeo continuado. Era obvio que cuando presentaron su caso ante el consejo esperaban utilizar el cónclave como pulpito intimidador para conseguir adeptos a su férrea defensa de los Lobos. Ulric los tenía acorralados y no les gustaba, como tampoco le gustaba a Dalk. Sin embargo, Phelan pensó que no era tanto por su apoyo a Vlad como porque no le gustaba perder el control del cónclave.
Cuando Dalk levantó la cabeza, Phelan se dio cuenta de que estaba equivocado. En lugar de la expresión de enojo y bochorno que esperaba ver, halló una siniestra confianza. De algún modo, en algún lugar, mientras Ulric hacía añicos el caso, Carns había encontrado algo en su contra.
—Me temo, ilKhan, que no puedo poner fin hasta que no hayamos examinado el tercer cargo de la acusación.
Natasha lo fulminó con la mirada.
—¿Tercer cargo?
—Me ha oído bien, Khan Natasha. Si lo desea, ilKhan, explíquenos cómo podría ordenar la desestimación de ese cargo.
Ulric titubeó por un instante y Dalk esbozó una amplia sonrisa. Ulric ha tomado el control sorprendiendo a Dalk y ahora Dalk da la vuelta a la tortilla. Ulric ha explotado los otros cargos, así que se espera que haga lo mismo con éste. No puede eludirlo.
El ilKhan sacudió la cabeza lentamente.
—No había un tercer cargo en la acusación que recibí.
—¿No? —preguntó Dalk, con una sonrisa todavía más mezquina—. Entonces se trata de un error de administración. Supongo que puedo solicitar un Juicio de Rechazo para mi administrativo.
—¿Y ese cargo es, Señor de la Sabiduría?
—Que participó deliberadamente en una conspiración para destrozar una herencia genética del Clan.
Natasha soltó un grito de asombro e incluso Marialle y Vlad adoptaron una expresión de terror. Phelan, al haber sido educado fuera de los Clanes, no reaccionó con tal pavor, pero entendía la sorpresa de los demás. Los Clanes disponían de un complejo programa de reproducción selectiva para crear sus futuras generaciones de guerreros. La casta científica almacenaba los óvulos y los espermas de los guerreros y los guardaba hasta que los donantes demostraban su valía o rechazaban el programa de reproducción porque su contribución había sido mediocre.
De los veinte Clanes originales creados hacía tres siglos, dos habían sido absorbidos por otros Clanes que los habían derrotado en una guerra prolongada. El tercer Clan, los Lobeznos —aunque a nadie le gustaba hablar de ello—, había sido perseguido y eliminado en una guerra genocida sin compromiso. Los Lobeznos habían cometido el mayor crimen que los Clanes podían imaginar: habían utilizado un dispositivo nuclear para destrozar los depósitos genéticos de otro Clan.
Cuando el Gran Consejo los juzgó, todo el mundo conocía el cargo, pero la acusación se mantuvo en secreto porque a los miembros de los Clanes les parecía un crimen abominable. Un solo indicio de que se había repetido un acto así era suficiente para acabar una carrera, y los rumores de que un miembro del Clan estaba planeando hacerlo bastaba para entrar en guerra con los otros Clanes. Dalk, al pronunciar aquellas palabras, estaba acusando a Ulric de ser tan traidor como Judas, tan demoníaco como Hitler y tan loco como Juana de Arco.
Ulric se quedó sin palabras y fue Phelan el que se dirigió al podio y agarró a Dalk por el hombro.
—Explique ese cargo ahora mismo, Señor de la Sabiduría, o lo desafiaré a un Juicio de Rechazo inmediatamente y garantizo que limpiaré el honor del ilKhan con su sangre.
Dalk le dio una palmada en la mano y Phelan empezó a sentirse acorralado.
—Es simple, mi Khan, diabólicamente simple. A causa de la tregua, tendremos tres generaciones de guerreros que no saben nada de la guerra aparte de los ejercicios y algún asalto ocasional. Cuando la tregua acabe, nuestra estructura de mando estará repleta de guerreros que no han probado ni demostrado sus habilidades. Llevarán a los más jóvenes a combate y, como Ulric pretende, morirán y los Clanes perecerán con ellos.