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Que el que desea la paz se prepare para la guerra.
VEGECIO,
Tratado sobre el arte militar
Charleston, Woodstock
Marca de Sarna, Mancomunidad Federada
21 de julio de 3057
Erguido en la cabina de su ’Mech Warhammer, Larry Acuff tuvo la sensación de que el mundo iba bien. Pese a estar atado al asiento de mando, con los sensores médicos sujetos a su piel desnuda y un pesado neurocasco que le llegaba hasta los hombros, se sentía libre para volar. Sus manos enguantadas manipulaban las palancas de mando que había a ambos lados del sofá para juntar los dos retículos del ’Mech en la imagen generada por ordenador de un Crusader. Un punto dorado se encendió en el centro de los retículos indicando la localización de un objetivo y Larry apretó ambos pulgares contra los botones de disparo de los CPP instalados en los brazos del Warhammer.
Aunque era de forma humanoide, el Warhammer tenía bocas de CPP donde otros ’Mechs tenían las manos. De cada una se desprendió un rayo azul irregular de partículas energéticas. El resplandor azul sintético del cañón proyector de partículas se clavó en el Crusader. Mientras los rayos se acercaban al objetivo, se unieron y dieron en el blanco. La imagen holográfica de la cabina de Larry le mostró cómo las saetas convergían en la cadera izquierda del Crusader, atravesaban la armadura hasta fundir el hueso de ferrotitanio de la pierna y la amputaban.
La imagen de objetivo aparecía en el ordenador como un viejo poste eléctrico y los rayos gemelos se introducían en sus apoyos como si fueran simples telarañas o papel de seda. Con un agudo chirrido, el poste se tambaleó y cayó lentamente al suelo. Tras el golpe, los micrófonos externos recogieron el infernal ruido y lo transfirieron a los auriculares de Larry. La imagen también desapareció del ordenador y una nube de polvo del mundo real cubrió toda la pantalla.
—Buen disparo, Dos —dijo Phoebe, haciendo sonreír a Larry—. ¿Has aprendido a fundir esos rayos en Solaris o ha sido suerte?
—Pura suerte. Tenía una posibilidad entre un millón, si mantenía esta línea en todo lo demás.
—Cuatro noventa y cinco de unos quinientos… No creo que sea suerte.
—Ha tenido que ser suerte, As. Nunca me fue tan bien cuando entrenaba en el curso.
—Larry, de eso hace siete años —dijo Phoebe, con una gentil sonrisa—. Has combatido a los Clanes y has luchado en Solaris desde entonces. Es la práctica lo que te ha hecho mejor, no la suerte.
Larry se detuvo a meditar un instante. Era cierto que había visto gran cantidad de combates desde la última vez que había estado en un ’Mech en Woodstock. La curva de aprendizaje en el combate de ’Mechs era muy pronunciada y ni todo el entrenamiento del mundo podía preparar a un guerrero para el caos absoluto del campo de batalla. Aquellos que no podían soportarlo se convertían en víctimas y los que sí podían seguían hasta la siguiente batalla.
—Puede que tengas razón, Phoebe, pero no me importaría tener un poco de suerte de vez en cuando.
—Yo cambiaría una tonelada de blindaje por una racha de suerte. ¿Preparado para atraparla?
—¿Ya hemos acabado?
—Larry, lo único que necesitabas para superar la puntuación era disparar tres setenta y cinco. Habrías acabado en el décimo objetivo. Esos otros cinco servirán como récord en el campo de tiro.
—¿De verdad? ¿Lo he batido?
—Sí, con un grupo de objetivo trece, los Maestros de la Sabana. Los has liquidado.
¡Por la Sangre de Blake! Antes, cuando todavía entrenaba en Charleston, un recluta necesitaba una puntuación de tres veinticinco para poder calificar. La guerra de los Clanes había elevado los estándares un poco, de ahí los cincuenta puntos extra que hoy necesitaba. Ahora era más hábil porque los combates de Solaris eran de ’Mech contra ’Mech. En comparación con su mejor marca hacía siete años, había pasado de un nivel adecuado a un nivel de guerrero de elite y con sólo pensarlo el estómago le dio un vuelco.
—Nunca habría imaginado que batiría el récord. Como oficial de relaciones públicas no tengo por qué difundirlo, ¿verdad?
Phoebe rio en voz alta.
—Yo pensaba hacer una rueda de prensa y enviarla a los Clanes, así se lo pensarían dos veces antes de volver a atacarnos, ¿no crees?
—Creo que luchar con objetivos simulados por ordenador no se parece mucho a luchar con los Clanes.
—Yo también estuve allí, ¿recuerdas?
—Claro —contestó Larry, con el entrecejo fruncido al tiempo que se giraba hacia su Warhammer y seguía al Marauder II de Phoebe en dirección al hangar—. ¿Te gustaría volver a luchar contra ellos?
Larry oyó unas interferencias a través de los auriculares antes de que Phoebe contestara sin mucha seguridad.
—Volvería a luchar contra ellos, pero no sé si me gustaría volver a luchar.
—Vi a algunos Elementales en Solaris —dijo Larry, refiriéndose a los soldados creados genéticamente de los Clanes—. Taman Malthus, el que ayudó a Kai a liberar a nuestros prisioneros, fue a Solaris a ver la defensa del título de Kai. Aunque sean amigos dan un poco de miedo. Sin embargo, yo sería el primero en ir al frente si la tregua acabase mañana.
—Es el matrimonio lo que me hace pensar de otra manera. Antes de conocer a George, mi futuro estaba en el ejército. Ahora es nuestro futuro, no sólo el mío.
—Complica las cosas, ¿no?
La risa nerviosa de Phoebe resonó en el neurocasco de Larry.
—¿Qué va primero, el individuo o el estado?
—En el Condominio Draconis indudablemente es el estado, igual que en los Clanes, supongo. Sin embargo, en el resto de la Esfera Interior creo que esa pregunta depende de cada uno. Por supuesto, el modo en que la has formulado suena frío e impersonal.
—Larry, por lo general, el estado es frío e impersonal.
—Sin duda, pero sólo si ves el estado como una institución. Nosotros hemos conocido al príncipe Víctor y él no es frío ni distante —dijo Larry, alejando el Warhammer de la superficie irregular de la trayectoria de objetivos y adentrándose en el ferrocemento que conducía al hangar de la Reserva—. Para mí, el estado son todos los individuos y lugares que conozco y quiero. Si el deber me llama a defenderlos hasta la muerte estoy dispuesto a cumplirlo.
—Para ti es fácil decirlo, porque no estás casado.
—Y tú no has querido darme el número de visífono de tu mejor amiga. ¿Cómo puedo saber si me gusta, si no me lo das?
—Ahora vive felizmente en pecado con un amigo de George.
—Entonces la llamaré cando él no esté en casa.
—Eres incorregible.
Larry condujo el Warhammer hacia el lugar del hangar destinado para él. Puso en marcha el sistema de cierre y siguió con la conversación.
—Creo que saldrías a luchar de nuevo, Phoebe. Cuando lo llevas en la sangre no tienes cura.
—Antes me sentía así, Larry, pero ahora creo que hay un antídoto.
—¿Cuál?
—Amor verdadero. El amor y la vida tienen algo que hace que jugar en el terreno de la muerte sea mucho menos tentador.
—Lo que no significa que no vuelvas a luchar, Phoebe —dijo Larry, desatándose las correas que lo sujetaban al asiento de mando—. Tener a George significa que tienes algo más por lo que luchar y no hay mayor motivo para la lucha que la protección de tu familia.
—Se han disputado guerras por menos.
—Y es probable que siga siendo así en el futuro —dijo Larry, quitándose la correa de la barbilla—. Pero con un poco de suerte no viviremos para verlo.