35
35
Lo desconocido es la condición determinante de una guerra.
FERDINAND FOCH,
Principios de la guerra
Nave de Salto Werewolf, Morges
Dominios de Tamar, Alianza Lirana
20 de noviembre de 3057
Phelan Ward se ajustó los auriculares y se acercó el micrófono a la boca.
—Repito, control del Sistema Morges.
Un hombre de corta estatura y aspecto cansado miró fijamente a Phelan a través del monitor del centro de comunicaciones de la Werewolf.
—Aquí control del Sistema Morges en los dominios de Tamar. El transpondedor de su nave no tiene un código reconocido dentro de la Alianza Lirana. Por favor, identifíquese e indique el motivo de su presencia en el lugar.
Phelan parpadeó. ¿Dominios de Tamar? ¿Alianza Lirana? ¿Qué demonios ocurre? ¿Hemos saltado a otro universo? Desde que se había separado del destacamento de Natasha hacía un mes y medio, la Werewolf Wdoiz saltado dos veces a través del sistema de las Víboras de Acero de Antares hacia un sistema estelar deshabitado que todavía pertenecía a la zona de los Halcones de Jade. En esa zona, las Naves de Salto de su destacamento habían desplegado las velas solares y habían recargado las bobinas de salto Kearney-Fuchida y las baterías de fusión de litio para realizar otro salto doble.
Aunque el plan de Phelan era conducir a su fuerza hasta Morges, se había planteado la posibilidad de abandonarla para dirigirse inmediatamente a Wotan. Mientras las naves recargaban, había hecho planes de combate y simulacros y había refinado sus estrategias hasta estar seguro de que podía derrotar a Chistu y sus núcleos estelares. En varias ocasiones estuvo a punto de ordenar a sus tropas que se preparasen para entrar en guerra en Wotan.
Lo único que lo detenía era el bote que Natasha le había dado. De las nueve Naves de Salto de su flotilla, sólo tres transportaban tropas de combate. El resto contaba con personal de apoyo de otras castas del Clan de los Lobos, de modo que su fuerza era como un tallo del Clan que, al cortarlo, podía volver a brotar.
Su responsabilidad con respecto a ellos se enfrentaba a su deseo de eliminar a los Halcones de Jade. Quería darse prisa y unirse a Natasha y a Ulric en el combate que decidiría el futuro de los Clanes. Ambos conocían ese deseo, una tendencia a la rebeldía que en cualquier momento podía conducirlo a Wotan.
Y también me conocen lo suficiente para saber que nunca abandonaría la responsabilidad que me confiaron. Sonrió para sus adentros. Espero que después de todo esto los dos reconozcáis lo inútil que ha sido.
Su silencio impacientó al hombre de control del Sistema Morges, que adoptó un tono más insistente.
—Tiene que identificarse e identificar su misión. Si no lo hace, se lo considerará hostil y le corresponderemos de la misma manera.
Phelan sacudió la cabeza lentamente.
—No creo que quieran cometer ninguna imprudencia.
—Eso dígaselo a las naves de combate aeroespacial que se pelean por dispararle.
Phelan respiró profundamente. Cuando su flota abandonó el sistema inhabitado y saltó al Sistema Morges, se había distanciado mucho del disco orbital, hacia un punto en el que un gigante de gas impedía que el control del sistema los descubriera. Desde ese punto de ventaja habían observado una actividad considerable de entradas y salidas del planeta. El único grupo que habían podido identificar positivamente era un destacamento de los Halcones de Jade que se había ido tras recargar sus Naves de Salto. Poco después de su partida habían llegado más naves que posteriormente se habían dirigido al planeta.
Esperaba que las tropas que habían llegado después de los Halcones dieran indicios de volver a despegar, pero al no hacerlo le habían planteado un serio dilema. Había escogido Morges por dos motivos. El primero era que su continente polar austral estaba inhabitado y, a finales de año, no cesaban las tormentas de nieve y la temperatura era tan baja que un hombre podía quedarse congelado en sólo unos segundos. Si tenía que enfrentarse a los Halcones, y él sabía que así sería, quería defender ese lugar, tanto para minimizar el número de víctimas civiles como para demostrar a los Halcones que sus tropas estaban jugando en serio.
El segundo motivo era algo más práctico. Morges, pese a que se encontraba en la frontera de los Halcones de Jade, no contaba con un gran sistema defensivo. No tenía industrias ni bienes estratégicos. Se habían asignado dos batallones de los Cuartos Soldados de Skye para protegerlo porque formaba parte del territorio de la duquesa de Skye. Un batallón del RC de los Vigésimos Guardias Arturanos completaba la guarnición, pero los Guardias eran principiantes y los soldados habían jurado lealtad a Ryan Steiner. Seguramente, su muerte había debilitado la determinación de las tropas de defender ese mundo tan alejado de sus hogares.
Quizá no. Phelan volvió a mirar al hombre de control del sistema.
—Hoy puede convertirse en héroe, si lo desea. Salve a sus naves de combate. Ordéneles que aterricen —dijo girándose y haciendo un gesto de asentimiento hacia el navegador de su estación—. Ilumínenos.
Tras su orden, las seis Naves de Descenso conectadas a la Nave de Salto McKenna de clase luchadora encendieron los transpondedores de identificación. Además, el navegador cambió la identificación del transpondedor de la Werewolf de transportista a Nave de Guerra.
Phelan observó la estupefacción del rostro del controlador de tráfico espacial.
—Y sí, hay unos cuantos más ahí fuera. Soy el Khan Phelan Ward del Clan de los Lobos y solicito el uso de su continente austral. Lo utilizaré; pero, antes de que cause la muerte de soldados y guardias en defensa de un montón de hielo, le sugiero que envíe un mensaje al príncipe Víctor Davion. El me dará permiso para hacer anochecer planetario.
El controlador levantó la cabeza al oír el nombre de Víctor y adoptó una expresión desdeñosa.
—Los ciudadanos de la Alianza Lirana no reciben órdenes de Víctor Davion. Ya nos hemos enfrentado a los Clanes anteriormente —dijo el hombre, agudizando la vista—. Seguro que quiere proteger a su fuerza, ¿no?
Phelan asintió lentamente.
—Veo que entiende nuestras costumbres.
—Y no soy el único. Lo transfiero a Defensa Planetaria.
La pantalla se quedó negra por unos instantes. Phelan apartó la vista del monitor y miró a Ranna.
—Comunica a todos los comandantes de los núcleos estelares que tendremos que forzar la entrada. Que se preparen para enfrentarse a dos núcleos estelares defensores.
—Aquí Defensa Planetaria, unidad del Clan entrante. Identifíquese.
Phelan se sobresaltó al reconocer la voz. Se giró hacia la pantalla y sonrió.
—Aquí el hijo pródigo. ¿Me das la bienvenida a casa?
Morgan Kell asintió lentamente con la cabeza.
—Si buscas refugio serás bienvenido.
—Así es, pero los que vienen detrás están preparados para luchar.
—Ya lo sé. Han venido antes a buscaros, o eso tengo entendido —dijo Morgan con una leve sonrisa en los labios—. ¿Política interna?
—¿Alianza Lirana? —preguntó Phelan, sacudiendo la cabeza—. Hay cosas que prefiero no retransmitir.
—Entendido —dijo el padre de Phelan, riendo—. Ya hablaremos cuando bajes.