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Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo.

HELMUTH VON ME

Ciudad de Avalon, Nueva Avalon

Marca de Crucis, Mancomunidad Federada

14 de septiembre de 3057

De no haber sido por el entrenamiento de sus abuelos, Francesca nunca habría sospechado de los hombres. Llevaba cuatro horas en la sala de cáncer de pediatría introduciendo los gráficos de los niños que necesitaban medicación por la noche. Ahora que el horario de visita había finalizado podía concentrarse en su trabajo sin tener que atender a padres y familiares nerviosos que solicitaban todo tipo de asistencia.

Cuando vio por primera vez al trío pensó que estaban confundidos o perdidos. El horario de visita a la sala de cáncer general finalizaba dos horas más tarde por la noche y aquéllos no eran los primeros que bajaban erróneamente en el sexto piso en lugar del séptimo. El hecho de que todos llevaran traje y flores la incitó a prestarles ayuda.

El pequeño grupo le sonrió cuando se levantó del escritorio y ella les devolvió una sonrisa forzada. Desvió la mirada educadamente mientras le hablaban y fijó la vista en el suelo. Había algo en su interior que no acababa de gustarle, pero no sabía qué. Hasta que sus zapatos blancos no chirriaron sobre las baldosas del suelo mientras se aproximaba a ellos no se dio cuenta de lo que ocurría.

¡Sus zapatos! Los tres hombres llevaban unos trajes hechos a medida, pero algo desfasados. Sin embargo, sus zapatos de piel con suelas de goma eran de última moda y no quedaban muy bien con los trajes. Al instante recordó a su abuela hablando de lo buenos que eran esos zapatos silenciosos para operaciones secretas.

Francesca no acababa de creer que los tres hombres que tenía delante fueran agentes, pero sus furtivas y fulminantes miradas y la conversación que mantenían entre susurros mientras ella se acercaba la pusieron nerviosa. Aunque eran demasiado mayores para ser operadores secretos, los tres hombres parecían despiertos y menos nerviosos que la mayoría de los visitantes desorientados. Aparte de los zapatos, sabían representar su papel. Simplemente la incomodaban.

—¿Puedo ayudarlos en algo, caballeros? —preguntó Francesca en un tono educado y amable—. Buscan la sala de cáncer, ¿verdad?

Uno de ellos, el hombre fornido que se encontraba junto a ella, asintió con la cabeza.

—Sí, pero creo que nos hemos equivocado de planta. ¿No es aquí donde dicen que está ingresado Joshua Marik?

Francesca no pudo evitar mirar hacia la habitación donde se encontraba Joshua. Al instante de hacerlo, vio que el corpulento hombre advertía el movimiento de sus ojos y se dio cuenta de la facilidad con la que la habían embaucado para que les diera la clave que necesitaban para encontrar a Joshua. Había traicionado al chico pese a su intención de protegerlo. Sin embargo, mientras llegaba a esta alarmante conclusión, Francesca también se dio cuenta de que la pregunta del hombre era de lo más natural para cualquiera que hubiera seguido la historia de Joshua y Missy Cooper durante el último año.

Cuidado, Francesca, intenta no exagerar las cosas.

—Sí, es aquí. Supongo que quieren visitar a alguien de la planta de arriba. Permítanme que llame al ascensor.

Al pasar por detrás del hombre que había hablado para alcanzar el botón de llamada, Francesca rozó su cuerpo con la mano izquierda y notó que llevaba una pistola bajo la axila.

El tiempo parecía haberse detenido. En el instante en que sintió la pistola, supo que esos tres hombres tenían que ser agentes —asesinos— que venían a asesinar a Joshua, agentes liaoitas enviados por Sun-Tzu Liao para eliminar al legítimo heredero de Thomas. Su inocente mirada hacia la habitación de Joshua había condenado al chico y tenía que actuar para salvarlo. Joshua era responsabilidad suya.

Levantó la mano por encima de los hombros del agente, lo agarró por las solapas de la americana y lo empujó hacia atrás. Le bajó el abrigo hasta medio cuerpo para inmovilizarle los brazos y sacó la pistola de agujas Mauser & Grey P-17 de la funda que llevaba colgada al hombro. Pasó la pierna derecha por detrás del hombre, lo tiró de espaldas al suelo y quitó el seguro de la pistola con el pulgar.

—¡Deténganse! ¡No se muevan! —ordenó a los otros dos—. ¡Guardias!

Los otros dos hombres reaccionaron al instante. El que tenía más cerca se giró y, cuando le tiró el ramo de flores, Francesca apretó el gatillo. Una nube de saetas de plástico envolvió el ramo reduciéndolo a un amasijo de confeti botánico y alcanzando el hombro del agente. Su segundo disparo le dio en el centro del pecho, rasgándole la camisa y la corbata.

Mientras el primero se giraba lentamente, el siguiente hombre dejó caer la planta que llevaba. Al volverse hacia la izquierda para desenfundar la pistola, el disparo de Francesca sólo le alcanzó el dobladillo de la chaqueta. Lo siguió hacia la izquierda y, mientras palpaba la culata de la pistola, empezó a lanzar disparos de dos en dos.

Los siguientes disparos tampoco dieron en el blanco. Uno de ellos hizo explotar la pantalla holovisual de la sala de espera y el siguiente convirtió el plano del hospital que había sobre la pared en un cráter en la pared. Su oponente no tuvo mejor suerte y su bala rebotó contra las puertas del ascensor.

Francesca se desplazó instintivamente hacia la derecha mientras seguía el movimiento del hombre hacia la izquierda. Aquel movimiento le salvó la vida porque el disparo del hombre pasó rozándole el costado izquierdo. El agente se dio impulso e intentó apuntar hacia ella, pero, pese a que ésta se quedó mirando el cañón de su pistola, tuvo tiempo de volver a disparar y dar en él blanco.

Su primer disparo alcanzó el estómago del hombre. La nube de balas le perforó los intestinos, el estómago y los riñones y le destrozó algunos vasos sanguíneos y nervios vitales. El segundo disparo le dio en la cara. La lluvia de plástico balístico le arrancó la carne de los huesos con más fuerza que una tormenta de arena. Mientras caía hacia atrás, el agente parecía la personificación de la muerte, una imagen que Francesca interpretó como un terrible augurio.

La primera bala le dio en la cadera izquierda y la impulsó en círculos en esa dirección. Mientras giraba, vio que el hombre que había en el suelo había sacado el brazo derecho del abrigo y tenía empuñado un revólver corto. Debía de llevarlo detrás de la espalda. Ella le disparó en el mismo instante en que éste apretaba el gatillo.

El segundo disparo del agente le dio por debajo del pecho y la impulsó hacia atrás. Francesca no llegó a ver los estragos de la bala, pero, mientras caía sobre uno de los sofás de la sala de espera y lo tiraba al suelo, vio a los guardias de Joshua corriendo por el pasillo con las pistolas desenfundadas y supo que atraparían al último hombre.

También supo que Joshua estaría a salvo y su alegría redujo el dolor durante el tiempo que transcurrió hasta que el mundo se disolvió en una pacífica inconsciencia.

En pie de guerra
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