Daosha, Zurich
República Popular de Zurich, zona de liberación de la Liga
Noble Thayer asió el control remoto y comprobó que fuera el que operaba a 49 MHz antes de pulsar el botón de inicio. Una luz roja se encendió en la escotilla del piloto.
—Rick, abre la puerta del garaje. Cathy, pon en marcha el motor del avión.
Al cumplir las órdenes, el motor soltó un agudo chirrido que invadió cada rincón del almacén. El propulsor empezó a girar hasta convertirse en una figura borrosa mientras el juguete azul se desplazaba hacia la puerta abierta del garaje. La velocidad aumentó hasta llegar a la calle, momento en el que Noble pulsó el botón de programación. El avión, con la imagen del Comodín Danzante dibujada en las alas y la cola, se elevó por encima de los postes de luz y se desvaneció entre los cañones de cemento envueltos en la noche de Daosha.
Cathy se giró y sonrió a Noble al tiempo que levantaba ambas manos con los dedos cruzados.
—T menos dos minutos y contando.
Rick Bradford se estremeció.
—Me resulta extraño utilizar un juguete como arma.
Noble sonrió.
—El Comodín Danzante utilizará los métodos que sean necesarios para desempeñar el trabajo. Puede que algunos lo interpreten como la perversión de la inocencia, pero pensad que nos enfrentamos a personas que han masacrado a sus enemigos a través de conexiones planetarias de vídeo. El Comodín Danzante cree que la hipocresía merece el castigo.
Noble advirtió la sonrisa de Cathy mientras hablaba. Sabía que no le gustaba que hablase como si el Comodín Danzante fuera una persona, pero Noble lo veía como una parte de su sistema celular interno y en ocasiones se dirigía a él como si se tratara de un niño.
—Será mejor que subamos —dijo Noble, dejando el mando sobre un bidón de aceite oxidado antes de abrir la puerta trasera de la aeroambulancia. Tendió la mano a Cathy y esbozó una amplia sonrisa—. No quiero que te manches el uniforme blanco con el polvo que hay aquí.
—Es usted muy galán, señor.
—Y usted de una gran gentileza.
Noble cerró las puertas tras ella, se dirigió a la cabina y subió por detrás del asiento del conductor. Giró la llave de contacto del vehículo, y los tres ventiladores, el que había delante y los dos traseros, se pusieron en funcionamiento inmediatamente.
Rick Bradford se sentó en el asiento del copiloto y dio unas palmaditas en el salpicadero.
—Este bebé costó sudor y lágrimas al Centro Médico de Rencide y nos fue de gran utilidad —dijo sacudiendo la cabeza—. Si hubiéramos podido comprar uno nuevo, lo habríamos tirado hace tiempo. Y ahora lo utilizamos para esto.
Noble se puso una gorra y dio un golpecito a Rick en la rodilla.
—No se preocupe, doctor. Después de esta noche, Xu Ning se arrepentirá de haber cerrado el hospital y haber matado a gente como tus colegas del Público de Adosa. ¿Pones la radio?
Rick encendió la radio y buscó la frecuencia de emergencia municipal.
—Treinta segundos.
—Activando los ventiladores —dijo Noble, pisando los tres aceleradores. El diagrama del salpicadero indicaba que el vehículo debía haberse elevado un treinta por ciento, pero con todo el peso que llevaba no se separó del suelo hasta alcanzar el cincuenta y cinco por ciento de su potencia—. Será algo lento.
Rick se encogió de hombros.
—Es fuerte como un toro. No creo que nunca haya estado tan lleno, pero poco le ha faltado.
En la parte trasera, en cada espacio de carga, cajón e incluso entre los cascos interiores y exteriores, una tonelada métrica de explosivo plástico casero aumentaba considerablemente el peso de la ambulancia. Noble había calculado que contenía la mitad de la potencia plástica militar. En el momento en que estallase, haría un enorme agujero y, si las cosas salían según los planes, provocaría una explosión todavía mayor.
El reloj de Rick emitió un pitido.
—Bingo.
Noble sonrió.
—El Comodín Danzante ataca de nuevo.
El plan que Noble había ideado no era especialmente ingenioso ni complicado. Anne Thompson había conseguido comprar un avión de juguete teledirigido y un control remoto. Lo único que llamaba la atención era que el modelo del avión era uno de los más caros e incluía memoria suficiente para una trayectoria de dos minutos, lo que permitía al usuario programar una compleja serie de maniobras que el avión recordaría siempre que el programa se dirigiera por control remoto.
Habían modificado ligeramente el avión para adaptarlo a la misión. Habían pintado la insignia del Comodín Danzante en la sección de las alas y la cola. La antena que permitiría que otra unidad asumiera el control del avión e interrumpiera el programa había sido arrancada. Cuando el avión se hubiera alejado veinte metros, ninguno de los miembros del equipo podría haberlo detenido.
Al despegar inició una trayectoria que lo llevaría desde el almacén hasta la puerta principal del Arsenal.
Noble había colocado una carga explosiva en el interior del avión. Había insertado cien gramos de explosivo plástico que él mismo había colocado alrededor de un plato lleno de balas de calibre 20. Como detonador utilizó cristales obtenidos de la mezcla de dos productos químicos: ácido pícrico y óxido de plomo. Cubrió un extremo de la bomba con estos cristales para que, cuando el avión chocara contra el edificio, la inercia expulsara la bomba, el dispositivo rompiera los cristales y se desencadenase la explosión.
De repente se oyó la radio.
—A todas las unidades disponibles, nos han informado de una explosión en el Arsenal de Zhongdade. Informen en el lugar, código tres.
Noble pisó con más fuerza los aceleradores y la aeroambulancia se puso en marcha. Rick encendió las luces y la sirena. Los coches les cedían el paso como por arte de magia a medida que avanzaban hacia el Arsenal.
Preparar la ambulancia para convertirla en bomba les había supuesto menos problemas de los que creían. La única dificultad al crear el explosivo era la cantidad que debían utilizar, pero, por suerte, las clases de reeducación contaban con escuelas locales que estaban abiertas las veinticuatro horas del día y los adultos podían moverse libremente en los campus sin llamar demasiado la atención. Entraron en laboratorios en desuso y se hicieron con los productos químicos más difíciles de obtener.
Engañar a los encargados del almacén para cargar un camión con una tonelada de gelatina de petróleo había sido sencillo. La naturaleza singular de la carga les había valido varias expresiones de extrañeza, pero cuando Ken Fox les dijo que era para servir en la ceremonia de una fiesta popular todos se echaron a reír. Noble ayudó a Ken a sacar el camión del almacén y le indicó que se dirigiera a la fábrica de bombas tras asegurarse de que nadie los perseguía.
Rose, la hija de Ken, y Fabián Wilson, su marido, habían ayudado a mezclar el explosivo plástico. A Noble no le había gustado Fabián cuando le compró el ordenador, pero Ken decía que su hija serviría para la organización y que Fabián iba incluido en el lote. Noble no confiaba en el hombre, pero mientras alguien lo vigilara suponía que los daños que podía causar eran mínimos. De todos modos, Rose y Fabián sólo se encargaron de la mezcla y no sabían ni cuál era el objetivo ni cuándo sería el ataque.
Su mayor problema era cómo detonar la bomba, un problema que planteaba dos cuestiones: cómo preparar el explosivo y cómo detonarlo. Bastaba con un pequeño estallido para detonar el explosivo plástico. Los detonadores, que habían conseguido en el mercado negro de Daosha, cumplían esta función, pero con un explosivo hecho a mano Noble quería algo más fiable.
Ken Fox dio con la solución. Uno de sus amigos trabajaba en la construcción en Daosha y antes había trabajado como demoledor en la unidad de las FAMF de Ken. Ken les había advertido que el hombre era paranoico —término que Noble consideraba algo optimista— y que éste era el motivo por el que tenía una gran variedad de detonadores.
Le compraron un kilo de plástico militar, un puñado de detonadores y tres metros de cable detonador. Noble estaba especialmente orgulloso de esta última adquisición porque garantizaba el éxito de la misión. Con el cable, de un centímetro de ancho y un cilindro de plástico envuelto en fibra, podían detonar el plástico militar y de este modo hacer explotar su propio explosivo.
Otro problema era el sistema de encendido para que los detonadores hicieran estallar el cable. Un temporizador no era suficiente porque la misión tenía que ser rápida y no querían que descubriesen los explosivos y los desactivasen. Peor aún, si tenían problemas para salir de allí después de poner en marcha el temporizador podían verse atrapados en la explosión.
La utilización de un radiotransmisor para detonar la bomba planteaba un nuevo problema. Como las bombas dirigidas por control remoto eran habituales, el Arsenal y otros edificios importantes de Daosha estaban equipados con transmisores detectores de bombas. Estos transmisores emitían unas pulsaciones sobre las frecuencias más utilizadas y hacían explotar las bombas a una distancia prudencial del objetivo. Noble había visto incluso camiones transmisores de SecCom rastreando Daosha y enviando señales con la esperanza de detonar las bombas del Comodín Danzante, Jacko Diamond u otras fuerzas antigubernamentales.
Un teléfono celular habría funcionado bien como receptor y habría eliminado los riesgos que suponían otros dispositivos menos sofisticados, pero por desgracia Xu Ning había ordenado la eliminación de todas las redes celulares porque no podía detectarse el origen de las llamadas enviadas desde tales dispositivos. Hasta la eliminación de las redes, las fuerzas antigubernamentales se habían servido de las comunicaciones celulares para organizar operaciones contra el gobierno.
La detonación por cable directo era una de las formas más antiguas y seguras de activar detonadores. Lo único que se necesitaba era una bobina de cable de doble línea y una pila normal. Un sistema sencillo y efectivo, pero demasiado arriesgado para Noble. El problema de utilizar un sistema eléctrico sencillo era que la electricidad estática podía completar el circuito antes de que ellos pudieran salir del radio de alcance, lo que ni siquiera les daría tiempo para lamentar su elección.
Finalmente se le ocurrió otro método de detonación. Con la compra de los dos teléfonos y algo de cable eliminaban el último obstáculo de la misión.
La ambulancia giró hacia la derecha y una multitud de espectadores empezó a hacer señas. Noble se dirigió a la parte delantera del Arsenal, aparcó la aeroambulancia sobre la acera y detuvo los ventiladores. Mientras empezaba a salir humo de la parte inferior de la ambulancia, Rick apagó la sirena.
Noble abrió la puerta y asomó la cabeza para dirigirse a uno de los miembros de la Policía Militar que montaba guardia.
—¿Cuántos heridos hay?
—Ninguno, que yo sepa —contestó el PM, señalando hacia la puerta del Arsenal. Había una enorme quemadura donde había chocado el avión—. Parece que ese Comodín Danzante creía que podía matarnos con un puñado de dinamita o algo así. Podría haber sido peor si la puerta hubiera estado abierta, pero por suerte no lo estaba.
—Imbécil. ¿Está totalmente seguro de que no hay ningún herido? ¿Nadie se ha puesto nervioso ni ha sufrido dolores cardíacos?
—Puede que el director tenga palpitaciones, pero no está aquí —contestó el PM, sonriendo a la vez que Noble—. Me temo que han hecho el viaje para nada.
—Si usted lo dice —dijo Noble, encogiéndose de hombros—. Haremos algunos ajustes y redactaremos un rápido informe antes de irnos. Quizá debería volver a echar un vistazo en caso de que alguien nos necesite. Ya que estamos aquí.
—Lo preguntaré. Vuelvo enseguida.
—De acuerdo.
Noble cerró la puerta del vehículo, pasó entre los dos asientos laterales y se dirigió al fondo. Corrió una pequeña cortina blanca con cruces rojas que había detrás de él. Al ver que Cathy había hecho lo mismo con las cortinas de las ventanillas de atrás, Noble hizo un gesto de asentimiento a Rick.
—Adelante.
Rick Bradford sacó un plato de la parte inferior de la base del vehículo, bajó a la acera, donde se sirvió de una palanca para levantar la tapa de la alcantarilla, y se apartó hacia un lado. Metió la mano en la alcantarilla, sacó una bobina de cable telefónico y se la pasó a Noble.
Cathy se agachó cuando Noble le pasó el brazo por encima y saltó a la acera con Rick. Noble abrió uno de los compartimentos del equipo y les lanzó una linterna.
—Moveos.
Mientras descendían por la oscuridad, él se giró para preparar la bomba. Abrió un cajón y extrajo un par de bucles de cable detonador al cual habían añadido dos detonadores. Los cabos sueltos del cable estaban unidos a los detonadores y los cables de estos últimos atornillados a un pequeño Cubo negro con el logotipo de la compañía telefónica. Aquéllos eran sus fusibles.
De otro cajón extrajo los dos bloques de plástico militar que había obtenido del kilo que él y Fox habían comprado. Los bloques tenían forma de ladrillo y en ellos se había abierto un ancho canal. Ambos estaban envueltos en cable detonador. Noble pasó el extremo de los bucles a través del canal y por debajo del cable, y los detonadores a través de la curva principal del bucle, asegurando los fusibles al plástico.
En la parte trasera del compartimiento del que habían sacado las linternas habían perforado un agujero en el explosivo. Noble insertó un ladrillo de plástico en el agujero y el otro en un agujero similar en la parte trasera del otro compartimiento. Después de asegurarse de que no se moverían, rio para sus adentros.
Esto debería hacerlo un respetuoso profesor de química. Pero es que el Comodín Danzante es un respetuoso profesor de química.
Agarró el cable telefónico que Rick le había pasado y lo partió por la mitad. Si hubiera sido un alambre metálico habría tenido que atornillarlo a las cajas negras, pero como era un cable de fibra óptica bastó con presionar un botón que había sobre las cajas, introducir el cable en el agujero y soltar el botón. La presión mantenía el cable inmóvil, completando así el montaje de la bomba.
Noble se metió en el agujero que había en la base del aerovehículo y buscó a tientas el peldaño superior de la escalera con la punta de los pies. Cuando lo encontró empezó a descender por la hedionda oscuridad del túnel que corría paralelo a la calle. Había bajado unos ocho metros cuando encontró a sus compañeros en un enorme túnel de desagüe. Sin intercambiar palabra, Rick los condujo hacia la intersección por donde habían girado antes de llegar al Arsenal y se metió en un túnel perpendicular en dirección norte.
Cada diez metros, las linternas recogían la cinta reflectora que habían utilizado para fijar los quinientos metros de cable telefónico a las paredes de los túneles. El suelo se elevaba a medida que el túnel se dirigía hacia las Alturas de Daosha, pero Rick se introdujo en otro túnel que rodeaba la base de la montaña. En lo alto del túnel, unas ratas chillaron cuando la luz las deslumbró y sus ojos se encendieron como estrellas binarias en el cielo nocturno.
Cuando llegaron a un enorme cuadrado de la cinta reflectora de la pared, Rick se detuvo y se secó el sudor de la frente.
—¿Necesitas mi linterna?
—No, yo tengo la mía —contestó Noble, llevándose una mano al bolsillo y sacando un sencillo indicador láser—. Una vez hice un experimento con fibra óptica en una de mis clases. Utilicé mi indicador para enviar un código Morse a un teléfono. Nunca pensé que le encontraría una aplicación práctica.
Apuntó con el láser hacia la pared, sobre la cual apareció un punto rojo. Miró al fondo del túnel, apuntó con el láser hacia dos ojos brillantes e hizo ver que disparaba.
—Buen disparo —dijo Rick, en broma.
—Éste será mejor. Créeme.
Noble recogió el cabo del cable de fibra óptica. Presionó el láser contra una de las dos partes y sonrió.
—Abrazaos. Recordad que podemos recibir explosiones secundarias.
Cuando su pulgar pulsó el botón del láser, el rayo se encendió y quemó el cable. A una velocidad algo inferior a la de la luz, pero no lo suficiente como para notar la diferencia, los fotones salieron disparados a través del cable, tomando las curvas y bordeando las esquinas por las que pasaba, y finalmente se dirigieron hacia el interior de la ambulancia.
Dentro del vehículo, los fotones entraron en contacto con una simple célula fotosensora que había en el interior de la caja negra. El influjo de fotones alteró los átomos, creando un hilo de corriente eléctrica que pasó a través de la célula y por fuera de los cables conectados a los detonadores. Éstos estallaron con un chasquido apenas inaudible para el PM que volvía a la ambulancia.
En aquel momento, los detonadores hicieron explotar el fusible, que reventó el cable al que estaba atado y el plástico militar. Al tiempo que detonaba hacía estallar el producto que Rose y Fabián habían fabricado. Un segundo después de que Noble pulsara el botón de su indicador, la tonelada métrica de explosivo de la ambulancia había estallado.
El PM murió antes de que su cerebro pudiera registrar la señal de amenaza y la increíble energía que se desprendió de la bomba lo desintegró literalmente. La fuerza se propagó desde la ambulancia en una esfera y encontró la primera resistencia real en el suelo. La acera se dobló y se fragmentó. El asfalto de la calle se resquebrajó como si fuera de papel. Las vibraciones lo convirtieron en trozos de roca que salieron disparados desde el centro de la explosión.
Cuando la fuerza alcanzó el Arsenal ocurrieron varias cosas. La onda expansiva chocó contra el edificio de forma irregular. El primer piso, que era el más próximo al punto de detonación, fue el más afectado por la explosión. La fuerza disminuyó al llegar al segundo y tercer piso y aún más a medida que ascendía por el bloque hacia la parte superior de éste. Sin embargo, pese a que la fuerza se redujo, fue más que suficiente para causar grandes daños.
Las ventanas explotaron hacia el interior, esparciendo una tormenta de vidrios por todas las estancias. Algunas personas, que buscaron refugio en los enormes escritorios tras los que se encontraban, no murieron en cuanto los cristales las atravesaron. Ciegas y gritando de dolor, pasaron los últimos momentos de su vida en una eternidad de agonía.
Las paredes, que estaban hechas de piedras toscamente labradas, y los marcos y las molduras de las ventanas se retorcían a medida que aumentaba la fuerza. La argamasa se deshizo y las paredes se vinieron abajo. La explosión rompió las paredes en mil pedazos y expulsó los escombros hacia las paredes más finas del interior. El suelo ondulaba como banderas mecidas por el viento. Con un enorme estruendo, las tablas de los diferentes pisos se desmenuzaron hasta convertirse en astillas que salieron propulsadas con fuerza y se clavaron en las paredes de yeso.
Lo mismo ocurrió con el material de oficina. La explosión destrozó los plásticos y rompió las decoraciones de madera en fragmentos diminutos. Retorció las sillas y los escritorios metálicos hasta convertirlos en bultos irreconocibles y partió los frigoríficos como latas de aluminio en manos de un BattleMech.
Los trabajadores de las oficinas, al ser menos densos que el material que allí se encontraba, no sobrevivieron a la colisión con los escombros.
En la calle, la explosión atravesó el suelo y alcanzó una profundidad de casi diez metros, arrasando el túnel que Noble y su equipo habían utilizado para escapar. El cráter, con toda la suciedad, el asfalto, las cañerías y el cableado, salió disparado en un diámetro de cincuenta metros y debilitó la estructura de todo el Arsenal y los edificios que había al otro lado de la calle. Estos edificios, que no tenían la integridad estructural del macizo Arsenal, se vinieron abajo como un castillo de cartas, mientras los pedazos más consistentes salían volando por los aires entre la suciedad que emergía del cráter sin cesar.
Hasta el momento no se veía mucho fuego en la zona. Mientras los apartamentos que rodeaban el Arsenal se derrumbaban, las cañerías de gas se resquebrajaban enviando bolas de fuego en todas direcciones. Algunos escombros empezaron a arder y cuando se venían abajo caían sobre otros materiales inflamables, provocando varios incendios. El hecho de que las cañerías de agua hubiesen quedado cortadas por la explosión provocó una pérdida de presión en la zona que anuló todos los esfuerzos por combatir el fuego hasta que las Cobras Negras pudieran traer sus ’Mechs para remediar la situación.
Noble había calculado meticulosamente la cantidad de explosivo que necesitaría para arrasar el Arsenal. Para ello había creado una fórmula en la que había incluido la naturaleza de los materiales del edificio, su resistencia a la fuerza y la compresión por el explosivo. Cuando se hubo asegurado de que sus cálculos eran correctos, utilizó un último factor para conseguir el resultado deseado.
Dobló la cantidad de explosivo que sus computaciones indicaban que necesitaría.
Como resultado, cuando la fuerza de la explosión alcanzó los armarios de almacenamiento explosivo del sótano del Arsenal, el plástico militar también detonó. Esto desencadenó otra explosión en el corazón del Arsenal —una explosión cuatro veces superior a la de la bomba de la ambulancia— y las ruinas del edificio salieron disparadas con más fuerza que nunca.
A trescientos metros de distancia, en un tormentoso túnel enterrado bajo una montaña, a Noble, Rick y Cathy no les bastó con abrazarse unos a otros. Mientras la explosión inicial atravesaba el suelo, el impacto los despegó de éste y los envió hacia el interior del túnel. La linterna de Rick se rompió al caer, dejando aquella parte del túnel en penumbra. Cathy pudo conservar la suya, pero fue ella la que cayó con un grito de dolor.
Entonces tuvo lugar la segunda explosión. Noble se cubrió la cabeza con las manos y la agachó a la altura del pecho cuando sintió que el suelo empezaba a combarse. De repente se vio a sí mismo volando por los aires. Vio las estrellas cuando la cabeza y las manos impactaron contra el techo y oyó un crujido. Deseó con todas sus fuerzas que no fuera una parte de su cuerpo, pero el dolor que sintió al caer de nuevo al suelo le impidió saber si tenía alguna herida. Todavía algo turbado, rebotó hacia adelante y hacia atrás un par de veces y permaneció estirado en el suelo mientras el movimiento amainaba.
Intentó respirar hondo, pero el aire era tan denso que lo único que pudo hacer fue toser. Se puso bocabajo y se cubrió la nariz y la boca con la camiseta para filtrar el aire. Seguía notando el sabor del polvo al respirar, pero ya no tosía.
—¿Rick? ¿Cathy?
—Estoy aquí, Noble. Lleno de morados y golpes, pero vivo. ¿Cathy?
—¡Aquí! ¡Ay! ¡Maldita sea, el tobillo!
Noble se giró hacia donde procedían las voces. Vio la silueta de Rick moviéndose en la oscuridad y se dio cuenta de que la explosión había arrancado una de las tapas de la alcantarilla y podía ver a Rick a través de la tenue luz.
Avanzando lentamente, encontró a Cathy y la levantó.
—Ve hacia la salida, Rick. Ahora te enviaré a Cathy.
El doctor siguió las instrucciones y muy pronto volvieron a sentir el frío aire de la noche. Al descender por la colina encontraron un aerocoche con los intermitentes puestos y
Noble les hizo señas con el indicador láser. El aerocoche se elevó en un cojín de aire y se dirigió hacia ellos.
Al otro lado de la carretera había un agujero humeante, lo único que quedaba del Arsenal. Los bloques de alrededor estaban derruidos. Las tuberías de gas rotas seguían ardiendo y había cuatro edificios más en llamas. Las luces y el ruido de las sirenas impregnaban la noche.
Noble se quitó la gorra de béisbol y sacó una de las cartas del Comodín Danzante de su bolsillo. Introdujo la carta en un lateral y tiró el gorro por la alcantarilla.
Rick le sonrió mientras Anne Thompson detenía el coche.
—¿Crees que lo necesitarán para identificar al culpable?
—Probablemente no, pero, si nosotros no reconocemos nuestro mérito, otra persona lo hará —dijo Noble, subiendo al coche junto a Cathy y cerrando la puerta tras él—. Xu Ning tiene un problema y quiero que sepa con certeza de quién se trata.