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No sé de ninguna tropa que pueda soportar un ataque nocturno por retaguardia.

BERNARD NEWMAN,

The Cavalry Came Through

Daosha, Zurich

República Popular de Zurich, zona de liberación de la Liga

26 de septiembre de 3057

Cathy Hanney observó los rostros de la gente que abarrotaba el aerobús y advirtió que compartían sus sentimientos. El gobierno revolucionario no había perdido el tiempo instituyendo la regimentación de la sociedad. El combustible y los alimentos se habían racionado y la distribución de la electricidad obligaba a la población civil de Daosha a apagar las luces a las diez de la noche. El hospital ya había registrado dos casos de quemaduras debido a las estufas portátiles y a otros métodos peligrosos de calentar los hogares después de que se cortase la electricidad.

La privación física era tolerable, pero Cathy sabía que era el motivo de que se sintiese tan cansada y apocada. Rick Bradford la había intentado convencer de que si se dormía, se daba una ducha caliente y se tomaba una buena taza de café se sentiría mejor, pero si las dos últimas opciones eran materialmente imposibles la primera lo era en sí misma. Sabía que en parte se debía a la depresión en la que se encontraba inmersa, pero disponer del conocimiento clínico para diagnosticar su estado no la ayudaba en absoluto.

También sabía que la depresión había empezado cuando Noble Thayer no la llamó el dieciocho. No tenían ningún plan especial, pero solían mantener contacto por teléfono y, cuando Cathy se decidió a llamarlo, no obtuvo respuesta.

Al día siguiente, Ken Fox fue a buscarla al hospital.

—Si ves a Noble, dile que no vuelva al apartamento. Parece que ha vuelto loca a bastante gente.

Dijo que no le explicaría nada más, que era mejor que no supiera lo que había pasado. Y dicho esto, él también desapareció.

Noble y Fox no eran los únicos desaparecidos. La gente que iba al hospital murmuraba en la sala de espera y los lamentos no cesaban cuando alguien explicaba alguna historia similar: un golpe en la puerta, los oficiales del Comité de Seguridad Popular preguntando por alguien en particular y deteniéndolo para dar un «parte» del que nadie regresaba.

Cada vez que pensaba que las fuerzas de seguridad podían haber arrestado a Noble, el corazón le daba un vuelco. Es como dicen: nunca aprecias lo que tienes hasta que lo has perdido. Nunca se había detenido a pensar en lo unida que se sentía a él. Ella y Noble habían intimado mucho, pero el hecho de que no vivieran juntos le había dado una ilusión de independencia, una ilusión que su desaparición desmoronaba. Al mirar atrás se daba cuenta de cómo había caído en su órbita y cómo había disfrutado cada minuto de ella.

Se reclinó en su asiento, mirando distraídamente las pancartas que había sobre las ventanas del aerobús. Xu Ning, con una expresión severa salpicada de tonos grises, la miraba atentamente. «¡La seguridad del estado empieza CONTIGO!», decía el anuncio. Aquellos pósteres le habían asombrado la primera vez que los había visto en el bus, pero Cathy se dio cuenta de que algún artista había pintado unas graciosas orejas de conejo en el que estaba mirando. Se habría echado a reír de no haber sido por la severa mirada de una mujer, con el uniforme verde militar de burócrata revolucionaria, que apagó el regocijo de su corazón.

El bus se ladeó ligeramente cuando el conductor redujo la velocidad del ventilador delantero y tomó la curva para detenerse en la parada de Cathy. Esta se levantó y descendió del bus por la puerta trasera. Se giró hacia atrás rápidamente mientras el vehículo arrancaba de nuevo, pero ya había desaparecido casi toda la basura cuando el bus se detuvo, de modo que sólo recibió el impacto de la arena contra sus piernas.

Cathy levantó la vista en dirección a su bloque de pisos y soltó un leve suspiro mientras intentaba decidir qué hacer a continuación. Podía ir directa a casa con la esperanza de encontrar un mensaje de Noble en el contestador automático digital o caminar hasta el colmado de la esquina y ver si tenían algo parecido a fruta fresca para llevársela al hospital. El hecho de que un vagabundo que chupaba una botella envuelta en una bolsa de papel se hubiese instalado en el lado ensombrecido del edificio hizo que le entraran ganas de dirigirse a la tienda, pero al ver la botella se acordó de que tenía unos envases retornables para devolver. No le darían mucho por ellos, pero con la inflación por los aires, cualquier cosa era mejor que nada.

Se puso el jersey alrededor de los hombros para protegerse de la primera ráfaga de viento frío y se encaminó hacia su casa. Al principio no prestó mucha atención a la flamante limusina que acababa de doblar la esquina. Luego sonrió para sus adentros al pensar que Noble podía ser uno de los ocupantes de aquel vehículo, pero la sonrisa se desvaneció cuando se abrieron las puertas y aparecieron dos miembros del Comité de Seguridad.

El copiloto, un hombre de nariz torcida, se puso una gorra y sonrió hacia ella.

—Disculpe, ¿es usted Cathy Hanney?

Cathy hizo un gesto de asentimiento.

—Así es. ¿Puedo hacer algo por usted?

—Eso espero, señora —contestó el hombre. Su tono habría tranquilizado a Cathy si su compañera no hubiera apuntado hacia la boca de la pistola que llevaba en la cadera y se hubiese colocado detrás de Cathy—. Necesitamos su ayuda para llevar a cabo una investigación.

Cathy miró a la mujer, que le bloqueaba el camino hacia las escaleras de su apartamento, y volvió a girarse hacia el hombre.

—¿Qué tipo de investigación?

—No puedo decírselo ahora, señorita Hanney. Tendremos que discutirlo en comisaría.

—No, no lo creo —dijo Cathy, mirando el camino por el que había venido—. Déjenme sola.

—No podemos hacerlo, señora. Vendrá con nosotros y no intentará escapar —dijo encogiéndose de hombros—. Si se escapa le dispararemos en las piernas. De todos modos acabará explicándonos lo que queremos saber, así que ¿por qué dejar que le disparen?

En pie de guerra
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