Ciudad Recital, Woodstock

Marca de Sama, Mancomunidad Federada

Sentado en un rincón del fondo de la sala de baile del Gran Hotel de Woodstock, Larry esbozó una falsa sonrisa cuando la unidad de proyección holovisual visualizó su rostro en la enorme pantalla que había delante de la estancia. Se vio a sí mismo como miles de millones de personas lo habían visto anteriormente, colocando el casco sobre la mesa para anunciar la liberación de Woodstock. Los gritos de los otros reservistas ahogaban su voz y sus palabras, pero él recordaba claramente cada sílaba que había pronunciado y en aquel momento la cursilería de éstas le hizo sentir vergüenza.

Y después hablan de la lucidez de la espontaneidad.

Dio un sorbo de cerveza de la Reserva Privada de Woodstock que alguien le había puesto delante y sacudió la cabeza.

—¿Van a pasarlo a cada hora en punto, Phoebe?

—¿Qué pasa, no puedes soportar que te traten como a una estrella? Pensaba que te habías acostumbrado en Solaris —dijo riéndose de la expresión de incomodidad de Larry—. Es una gran noticia y tú también eres una gran noticia. ¡Está claro que ya no esperaremos en el frente!

Larry frunció el entrecejo en señal de broma.

—Al menos en Solaris, si mi cara apareciera tanto en los holovídeos, estaría promocionando algún producto y me pagarían por ello.

—Es una lástima que tu acuerdo con las FAMF no contenga una cláusula de promoción —dijo Phoebe en tono bromista—. Relájate. Tu heroica declaración nos ha permitido a todos venir a este hotel y mañana será el desfile. Puede que a ti te aburra este tratamiento heroico, pero ¿por qué no dejas que el resto de los labradores y las segadoras se bañen en un poco de gloria?

Larry estaba a punto de soltar una ingeniosa respuesta cuando la aparición de un mensajero de ComStar con el habitual traje amarillo le hizo olvidar sus pensamientos.

—¿Kommandant Phoebe Derden?

—Sí.

—Tengo un mensaje para usted de Nueva Avalon —dijo entregándole un papel doblado de color amarillo.

Phoebe recogió el papel y empezó a leer. La sonrisa que había aflorado al principio en sus labios se desvaneció rápidamente mientras su rostro palidecía. Volvió a leer el mensaje y se lo pasó a Larry.

Larry le dio la vuelta para poder leerlo, pero la reacción de ella lo hizo dudar por un instante. A pesar de ello, el principio de la carta también lo hizo sonreír.

El mensaje empezaba con instrucciones de envío de Charleston a Ciudad Recital y seguía así: «Para: Kommandant Phoebe Derden, Milicia de Reserva de Woodstock. Querida Hauptmann Derden, le envío mi más sincero agradecimiento y mi felicitación por su reciente victoria contra los Bandidos Chinos de Smithson. Sabía, por su acción en Teniente, que las probabilidades de que los invasores vencieran eran ínfimas, pero la eficiencia de su éxito ha superado mis sueños más preciados y se ha convertido en el único punto de color del último mes de conflicto.

»El espíritu y la habilidad de su unidad no han pasado inadvertidos. De hecho, la otra mitad de los Bandidos Chinos de Smithson se encuentra en Nanking, a la espera de que usted complete su destrucción. Espero que asista a la reunión en la que podrá presentarme a sus reservistas y proporcionarme un informe de primera mano sobre sus hazañas.

»La tranquilidad de saber que tenemos comandantes y tropas de tal confianza en nuestras fuerzas armadas alienta mis expectativas sobre el futuro de la Mancomunidad Federada.

»Mi más sincero agradecimiento. Su amigo, (firmado) Príncipe Víctor Davion».

Larry alzó la vista con una amplia sonrisa en los labios.

—Phoebe, esto es genial. Debes leérselo a las tropas. Les encantará.

—No soy buena para estas cosas —dijo mostrando cierta incomodidad mientras devolvía el mensaje al mensajero—. Pero puede que tú sí lo seas para leérselo a mi gente.

—Sería un placer para mí, Kommandant Derden.

Cuando el mensajero se dirigió al frente de la gran sala, Larry se inclinó hacia adelante.

—¿Qué pasa, Phoebe? Era un mensaje increíble.

—Sí, pero ¿qué hay de la otra mitad?

Larry frunció el entrecejo.

—¿Hay algo que no he entendido?

—Víctor quiere que vayamos a Nanking y lo liberemos —contestó Phoebe, recostándose en la silla con la espalda erguida—. Sé que podemos hacerlo, pero ¿cómo vamos a llegar hasta allí? Las Reservas no tienen Naves de Descenso ni de Salto.

Larry apoyó los codos sobre la mesa.

—No creo que ninguna unidad militar disponga de Naves de Descenso o de Salto.

Phoebe se encogió de hombros.

—Víctor siempre ha tenido una gran iniciativa personal y es obvio que espera que vayamos a Nanking. En Woodstock hay Naves de Descenso y pronto llegarán Naves de Salto para recoger los cargamentos de cereales, pero no tenemos presupuesto para alquilar ninguna de ellas.

Larry sonrió con aire compungido.

—Yo tengo una tarjeta corporativa de la agencia Cenotafio, pero no creo que el límite de crédito de Kai sea lo bastante elevado para que podamos alquilar una flota invasora.

Phoebe contempló el regocijo de las tropas, que habían empezado a gritar incluso antes de que el mensajero de ComStar hubiese acabado de leer el mensaje.

—No podemos defraudar a Víctor, pero ¿qué puedo hacer? No podemos ponernos a vender pan para reunir fondos, ¿no?

—No creo que consigamos mucho vendiendo pan, pero probablemente nos donarían gran cantidad de alimentos —dijo Larry, esbozando una sonrisa—. No, maldita sea, ésa es la clave.

—¿Vender pan?

—No exactamente —contestó antes de hacer un guiño y dar el último sorbo de cerveza—. Confía en mí, Phoebe, iremos a Nanking. Tengo un plan que funcionará como la seda.

En pie de guerra
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