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Él, que lleva la marca de Caín, gobernará la Tierra.
GEORGE BERNARD SHAW,
VUELTA A MATUSALÉN
Daosha, Zurich
República Popular de Zurich, Confederación Capelense
27de diciembre de 3057
Xu Ning pulsó un botón para pasar a la página siguiente, pero un pitido le indicó que había llegado al final del archivo. Echó un vistazo a la hora que aparecía en una esquina de la pantalla y vio que era más de medianoche. Le parecía irónico e incluso divertido el hecho de que en su época de estudiante nunca habría escogido una novela escapista como la del Comodín Danzante para iniciarse como escritor. Al menos, lo habría evitado porque significaba quedar relegado a un segundo lugar de antemano. Y ahora, algo que habría considerado despreciable, lo había mantenido en vilo más tiempo del que imaginaba.
No es que la novela fuera de una gran ficción o mucho más que literaria. La prosa estaba cargada de clichés, pero la historia estaba bien enfocada. Sin embargo, sólo había profundizado en el protagonista, Charlie Moore. Xu sabía que era porque se trataba de una novela autobiográfica y Charlie Moore era el alter ego de Noble Thayer.
El deseo de explorar la mente de Charlie Moore y, por lo tanto, la de Noble Thayer, era lo que lo había impulsado a leer el libro. El interrogatorio a Cathy Hanney les había proporcionado la información necesaria para asaltar la última morada del Comodín Danzante, sin embargo lo único que encontraron fueron objetos personales, incluyendo un pequeño ordenador de bolsillo de SecCom y los discos que Thayer había utilizado para escribir los libros. Aunque el personal de SecCom había trabajado duro para conseguir un perfil de Thayer, no era ni mucho menos tan esclarecedor como la novela.
Incluso el título, La farsa del cazador, decía más cosas sobre Noble Thayer que el archivo que había creado su equipo. La serie de actos atribuidos al Comodín Danzante dejaban bastante claro que Thayer no era profesor de química. Su capacidad de liderazgo y su habilidad para borrar las huellas demostraban que había sido entrenado como un agente davionista, igual que Charlie Moore. Como Thayer, Moore se había dirigido a Zurich para infiltrarse en una organización revolucionaria enemiga. Cuando estalló la revolución, Moore empezó a organizar un movimiento de resistencia para luchar contra el gobierno del malvado Chao Shaw, una mezcla fonética del italiano y el farsi que significaba «adiós rey».
La caracterización del director en la novela no era muy halagadora, pero los puntos que Thayer había criticado le permitieron entender mejor los procesos mentales del hombre. Thayer había retratado a Shaw como un vano egotista que había perdido todo contacto con el mundo real después de haber pasado diez años escondiéndose en diversos campos de guerrillas. Utilizaba la indulgencia de Shaw en una variedad de prácticas sexuales extrañas como una alegoría a la contradicción inherente de un hombre que decide convertirse en un ser superior para crear una sociedad sin clases, una alegoría que hería la sensibilidad de Xu Ning.
Thayer había incluido a Deirdre Lear en la novela y la ubicaba en Zurich bajo el nombre de doctora Dolores Larson. Dolores, amante de Moore, era capturada por Shaw y la malvada banda mercenaria, las Víboras Blancas, en la penúltima confrontación de la novela. El libro acababa cuando Moore, convertido en Rey de la Muerte, planea un asalto a gran escala para enfrentarse cara a cara con Shaw y liberar a la mujer que ama de las garras del dictador.
Xu palpó la pantalla para apagarla y depositó el disco sobre la mesa.
—Me pregunto cómo la habrías acabado. ¿Habrías dejado que Shaw matase a Larson como yo he matado a la señorita Hanney? ¿Habrías convertido el complejo de Shaw en una fortaleza para preparar tu ataque? ¿Cambiarías el plan de ataque si, en contraste con tu novela, interrogaran a tu amante y revelara todos tus secretos?
Aquellas preguntas invadían la mente de Xu Ning y se dio cuenta de que aquella noche le costaría conciliar el sueño. Pulsó el botón de intercomunicaciones de su ordenador.
—Tsin, por favor, tráigame un vaso de leche caliente con un chorrito de brandy Napoleón.
—Enseguida, director.
Mientras se preparaba para irse a dormir, Xu Ning pensó por un momento en la suerte que tenía. La novela de Thayer incluía muchos detalles sobre cómo se había llevado a cabo la explosión del Arsenal y cómo se había organizado el asalto a Kaishiling. Por supuesto, la revolución habría continuado porque otro habría ocupado su lugar. Sin embargo, atacando las estructuras de apoyo de la sociedad revolucionaria, Thayer había puesto en peligro su gobierno.
Xu Ning se puso la bata de seda y se ató el cinturón violeta a la cintura. El Comodín Danzante no había tenido en cuenta la captura y rendición de Cathy Hanney. La información que les había proporcionado había desmoronado la base de operaciones del Comodín Danzante, por lo que no tenía más remedio que darse a la fuga. Era un revés aplastante y seguramente lo que había evitado la destrucción de la revolución de Xu.
Sin embargo, una duda acuciante impedía a Xu sentirse satisfecho con aquella conclusión. Se concentró e identificó inmediatamente la paradoja causante del problema. Suponía que el Comodín Danzante no había previsto la captura de Cathy Hanney, pero en la novela el protagonista había planeado el rescate de su amante. En la vida real, sin embargo, la captura de Cathy Hanney había obligado al Comodín Danzante a esconderse, de modo que no había podido escribir lo que habría hecho en tal situación. Además, sólo sacrificando a propósito a Cathy Hanney podía haber ingeniado el asalto a Kaishiling. Por supuesto, en la novela la doctora Larson había sido capturada durante el asalto, de modo que era posible que Thayer hubiese ajustado sus planes para evitar el problema que se le planteaba en el libro.
Tanto en la novela como en la vida real, un traidor al servicio de Shaw hacía de catalizador en el rapto de Dolores Larson/Cathy Hanney. Los argumentos daban vueltas y más vueltas. La vida imitaba al arte y el arte a la vida. Xu adoptó un gesto de extrañeza y buscó las pastillas analgésicas en un cajón de su escritorio. Sólo tendría sentido si el Comodín Danzante me hubiese entregado a su amante y, aun así, ese acto carece de sentido.
Xu oyó un ligero golpe en la puerta.
—Adelante.
Concentrado en el humeante vaso de leche que había sobre la bandeja de plata, Xu no advirtió el hecho de que el hombre giboso que llevaba la bandeja era caucásico y no asiático como su criado. Antes de poder preguntar quién era el intruso, vio la pistola en la otra mano del hombre.
—Supongo que es Noble Thayer.
—Llámeme como quiera. Soy el Comodín Danzante —contestó el hombre, adoptando una postura firme al tiempo que depositaba la bandeja en una mesa junto a la puerta. La pistola no se desvió del objetivo cuando éste cerró la puerta—. ¿Le dijo ella mi nombre o lo ha sacado del libro?
Xu sintió un hilo de agua gélida en el estómago.
—Nos dio su nombre y su localización, aunque resistió mucho tiempo. Después de haber leído el nombre y el archivo que hemos creado sobre usted, sé que probablemente su nombre real no es Noble Thayer.
El hombre de mirada oscura sacudió la cabeza.
—Piense lo que quiera.
—Vaya, entonces debo suponer que los datos que proporciona el libro son correctos. ¿Debería llamarlo Charlie?
—Como a usted le plazca. ¿Cathy ha muerto?
—Murió hace dos días. Era fuerte, pero no tanto —dijo Xu Ning, intentando hablar con naturalidad mientras meditaba la posibilidad de llegar al botón de alarma que había en un extremo de su escritorio—. Mató a Fabián Wilson, si eso lo consuela.
—Me ahorra la molestia de buscarlo.
—Es una lástima que no siga vivo. Sería interesante ver quién habría ganado la carrera: usted buscándolo o nosotros buscándolo a usted, a los Fox, a los Bradford y a la señorita Thompson.
El Comodín Danzante esbozó una leve sonrisa.
—Habría ganado yo.
—Por supuesto que sí —contestó Xu Ning, acercándose al botón y señalando hacia el ordenador—. Su trabajo indica que tiene mucha autoestima, ¿verdad, Charlie? Lo he visto en la novela, donde el Rey de la Muerte acaba con las Víboras Blancas. Es una verdadera lástima que la vida no imite al arte.
—Sí que lo imita. Tenía pensado escribir un capítulo en que el Comité de Seguridad introduce un virus en los ordenadores duplicando y analizando rápidamente un disco que contiene el diario personal del Rey de la Muerte —dijo haciendo un gesto hacia el ordenador—, pero supongo que ya lo ha hecho usted, ¿no?
Xu adoptó una postura firme mientras le caía una gota de sudor en la boca.
—Muy inteligente, debería haberlo sospechado —dijo deslizando la mano hacia el extremo de la mesa y pulsando el botón de alarma—. Será poco conveniente.
—Como el hecho de que haya matado a todos sus guardias de seguridad y no le sirva de nada pulsar ese botón. También tenía pensado escribirlo en el libro.
Xu Ning empezó a temblar.
—Su objetivo era llegar hasta aquí, ¿verdad? Pero ha traicionado a una mujer que gritaba su nombre mientras la torturábamos. Murió creyendo que iría a buscarla, pero no fue —dijo mirando al hombre—. ¿Cómo pudo entregarnos a la mujer que amaba?
—Noble la amaba, no yo —contestó el Comodín Danzante, encogiéndose de hombros—. Concentrándose en ella y en lo que sabía, no podía impedir que sacara a mi gente de Zurich. Ya se han ido y nunca los atrapará. Acabarán en Bell, a la espera de una cita conmigo que nunca tendrá lugar. Cuando no comparezca, informarán de mis acciones al Departamento de Inteligencia Davion.
—Yo pensaba que era del Departamento de Inteligencia.
—No era del Departamento —dijo el Comodín Danzante, echándose a reír—, sino que era buscado por el Departamento.
—¿Qué? —exclamó Xu con una expresión de confusión—. ¿De qué está hablando?
—Después de un año como fugitivo llegué aquí por la misma razón por la que usted ha sobrevivido tanto tiempo: la policía planetaria era inútil. Aquí podía esconderme —explicó el Comodín Danzante con una sonrisa—. Después de asesinar a Melissa Steiner Davion y al duque Ryan Steiner debía tener cuidado al escoger mi santuario.
El Comodín Danzante apretó el gatillo y la bala atravesó el esternón de Xu, le perforó el corazón y le partió la columna. El dolor se extendió por su cuerpo y le explotó en la cabeza hasta que rebotó con el cráneo en el suelo. Bajó la vista y vio sus piernas aferradas a la silla, pero no pudo sentirlas.
El Comodín Danzante se acercó a él.
—No piense que ha perdido la revolución, director. Vine aquí pensando en retirarme, pero usted me recordó cuánto me gusta mi trabajo. Matarlo no es nada personal, sino que, en fin, destrozar todo un gobierno planetario quedará muy bien en mi currículum.