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Esta doncella vivía sin otro pensamiento que amar y ser amada por mí.

EDGAR ALAN POE,

Annabel Lee

Palacio de Marik, Atreus

Mancomunidad de Marik, Liga de Mundos Libres

15 de junio de 3057

Cuando Thomas Marik abrió la puerta de la habitación donde se encontraba su mujer, oyó la melodía del Réquiem de Mozart. La agradable música ahogaba el silbido serpenteante del oxígeno de la máscara y casi hizo olvidar a Thomas el mal estado en que se encontraba Sophina. Como concesión por el uso de oxígeno, las velas que rodeaban la cama cubierta eran eléctricas y sus brillantes filamentos parpadeaban imitando lo mejor que podían las llamas reales.

Thomas cerró la puerta con delicadeza y reconoció al instante el efecto que su mujer pretendía conseguir. La suave música y la luz todavía más suave combinaban con la cortina de malla que descendía del techo para conferir a Sophina el aspecto que tenía diez años atrás, en su noche de bodas. Aunque aquélla no había sido su primera noche íntima, nunca la había visto tan hermosa.

Thomas sabía que ella quería que la recordara como había sido —bella y vibrante, llena de vida, amor y alegría—, pero la idea no acababa de funcionar. Las velas eléctricas carecían de la calidez y el resplandor sensual de las llamas de verdad y el Réquiem, aunque era bonito, no superaba la romántica tonada de la sonata Claro de luna.

Y, en su noche de bodas, Sophina no llevaba una máscara de gas ni una aguja clavada en el brazo.

Thomas había ido a visitarla esa noche con la esperanza de hablar de algo que no tuviera nada que ver con el final de su vida, pero, al ver lo demacrada y cansada que estaba, tuvo que sucumbir en silencio a sus deseos. Cada vez que respiraba era una tortura para ella y, sin embargo, él sabía que si le preguntaba ella continuaría con esa tortura durante días, semanas o años. La intensidad de su amor por él no había disminuido con el tiempo, ni tampoco la de su amor por ella.

Y como la amo, tengo que liberarla.

Thomas sonrió y se acercó a Sophina por la izquierda para mantener oculto su perfil lleno de cicatrices.

—He venido, mi amor, como me pediste.

Sophina abrió lentamente los ojos.

—No tenía…

La máscara de gas amortiguaba sus palabras y la dificultad al respirar ahogaba cualquier otro pensamiento. Sus labios azulados aún eran capaces de formar palabras, pero el velo de la máscara dificultaba todo intento de entender lo que decía.

Thomas apartó la cortina de gasa que los separaba y se sentó a los pies de la cama. Frente a él había una bolsa salina conectada al tubo que desembocaba en la aguja de su brazo derecho. Conectado a éste a través de dos interruptores controlados electrónicamente había dos bolsas más de polímero, una de color amarillo y la otra con un líquido verde. El dispositivo que controlaba los interruptores estaba adosado a la mano temblorosa de Sophina.

Thomas la tomó por la mano y estuvo a punto de estremecerse al sentir sus fríos dedos.

—Eres la pasión de mi vida, la madre de nuestro hijo y la dueña de mi corazón. Antes de conocerte no tenía esperanza alguna de saber lo que era la paz y la seguridad del amor. Después de conocerte… —dijo en un hilo de voz cuando el nudo de la garganta ahogó sus palabras.

Sophina le apretó levemente la mano.

—Después de conocerme, conocerás a otras…

—No, nadie ocupará tu lugar.

—Querido, querido Thomas, tú eres fuerte —dijo mientras su pecho trabajaba, subiendo y bajando bruscamente bajo la gruesa colcha, a la vez que intentaba recuperar el aliento—. Eres vigoroso. Tendrás otras mujeres.

—No, la idea de emparejarme con otra burlaría lo que tuvimos y profanaría nuestro lecho de amor.

—Thomas, abre los ojos. Yo no fui la primera…

—Tal vez no, pero, por dios, serás la última —dijo Thomas, apretándole la mano con fuerza—. Tú eres la única con la que quise casarme y la única con la que siempre querré estar. Debo serte fiel más allá de la muerte.

Sophina esbozó una sonrisa y tosió. Thomas se inclinó para atraerla hacia sí, lo que, para su alivio, calmó su tos. Le acarició el lacio cabello e intentó no pensar en cómo se había degradado su pobre cuerpo.

Ella levantó su delgada mano y le acarició suavemente la mejilla.

—Thomas, mi amor, no he sido más que una amante para ti.

—¿Cómo puedes decir…?

Apretó sus dedos contra los labios de él para que callase.

—Has estado casado con tu nación desde antes de que te conociera —dijo echándose ligeramente hacia atrás y esforzándose por seguir hablando—. Haberte tenido todo este tiempo ha sido la felicidad de mi vida, pero sé que me tomaste, con toda pasión… porque tu mujer, el estado, necesitaba un heredero que ella no podía darte.

Thomas se dispuso a protestar, pero se dio cuenta de que había algo de verdad en sus palabras. La pasión había influido en su elección y lo había convertido en un hombre feliz, pero era cierto que había decidido casarse para dar a la Liga de Mundos Libres un heredero legítimo para la capitanía general. Cuando Isis cumplió diez años, ya era obvio que era demasiado frívola y pagada de sí misma para gobernar la nación como era debido. La sombra de la ilegitimidad de su nacimiento también iba en detrimento suyo y la necesidad de tener un heredero que pudiera sustituirlo se volvió vital. Sophina le había proporcionado ese heredero.

Su mujer alzó la vista para mirarlo.

—Ojalá lo hubiese hecho mejor.

—No… mujer, dices tonterías —dijo Thomas, con una valiente sonrisa—. Nuestro hijo afrontó sus juicios y los sufrió con la entereza de un adulto. Tiene el corazón de un león. Los médicos dicen que Joshua sabe más sobre su enfermedad que ellos mismos y que no se queja pese a lo dolorosos que son los tratamientos.

—Pero nunca reinará, Thomas, y tú lo sabes —dijo Sophina, sacudiendo la cabeza lentamente—. Aquí, a las puertas de la muerte, siento como si no estuviera a años luz de mi hijo. Thomas, no tardaré mucho en reunirme de nuevo con Joshua. Sé que te duele, pero debes afrontar la realidad.

—Nuestro hijo es fuerte.

—Pero no tan fuerte como tienes que serlo tú, mi amor —dijo antes de que la tos se apoderara de ella—. Tienes que buscar otra mujer.

—No puedo.

—Por tu nación.

—No lo haré.

—Por mí.

—¿Qué? —exclamó Thomas, inclinándose para besarla en la frente—. ¿Cómo puedes pedirme eso?

—Soy tu mujer, pero también soy tu súbdita. Tu deber es supeditar tus deseos personales a las necesidades de tu nación. El hecho de que yo sirviera a ambos es el mayor logro de mi vida —continuó, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua—. No permitiré que mi muerte hiera a mi nación.

—Tu muerte hiere al líder de tu nación en lo más hondo de su corazón.

—Mejor que hiera su corazón y no su cerebro, ya que su cerebro debe sobreponerse a esto —dijo mientras las lágrimas inundaban sus ojos sin llegar a deslizarse hasta que no giró la cabeza y apartó la mirada—. Tienes que escoger una nueva mujer… por tu nación.

—No quiero una mujer.

—Pero tu nación quiere una consorte para ti —dijo, pasándole los dedos por detrás de la oreja como habían hecho tantas otras veces en la languidez después de hacer el amor, cuando ella lo arropaba en sus brazos como él hacía ahora—. La duquesa de Saint Ivés tiene hijas, como la coordinadora del Condominio Draconis.

Thomas intentó alejar aquellas palabras de su mente, sin embargo estaba demasiado acostumbrado a evaluar fríamente cualquier cosa que influyera en el bienestar de su nación. Cassandra y Kuan-Yin Allard-Liao iban después de su hermano Kai en orden de sucesión. Aunque eran gemelas idénticas, Thomas sabía que eran completamente distintas. Cassandra se había convertido en una MechWarrior como su madre Candace y era vivaz y extrovertida. La timidez de Kuan-Yin no había pasado inadvertida a Thomas cuando se reunieron los líderes de la Esfera Interior en Outreach para exponer sus planes para hacer frente a la amenaza de los Clanes. Casarse con cualquiera de ellas forjaría un vínculo entre la Liga de Mundos Libres y la Comunidad de Saint Ivés y dejaría a la Confederación Capelense entre ambas, facilitando así su control.

Omi Kurita, hija de Theodore Kurita, no heredaría nunca el trono del Condominio, pero su influencia en su hermano Hohiro significaba que ayudaría a dar forma a la política en el futuro. Casarse con ella renovaría la vieja alianza entre la Liga de Mundos Libres y el Condominio Draconis y crearía una fuerza poderosa para afrontar cualquier agresión por parte de la Mancomunidad Federada.

—Además de ellas —añadió Sophina en un susurro—, está Katrina Steiner.

Thomas se sobresaltó al oír aquel nombre. Katrina, a la que había descartado en otra ocasión por ser tan poco responsable como Isis, últimamente había demostrado ser muy eficaz intentando resolver la crisis de Skye. Sus esfuerzos habían evitado la erupción de una guerra civil en la isla y era obvio que Víctor Davion confiaba bastante en ella para dejar la mitad lirana de la nación bajo su regencia. ¿Y quién podía conocerla mejor que su hermano?

Si se casase con ella aseguraría dos terceras partes de su frontera y no tendría que pactar alianza alguna con Sun-Tzu Liao y la Confederación Capelense. Probablemente, su dote incluiría todos los mundos perdidos contra la Mancomunidad Federada durante la Cuarta Guerra de Sucesión. Las oportunidades de comercio y, en particular, el intercambio de propiedades intelectuales y de investigación con la M-F se traduciría en un renacimiento de la Liga de Mundos Libres y un fortalecimiento de su posición entre las naciones de la Esfera Interior.

Thomas volvió a acariciar la melena de su mujer.

—Y hay muchas, muchas mujeres en la Esfera Interior, pero ahora sólo deseo pensar en una.

—¿Pero qué hay de todas las habitantes de tu nación que dependen de ti?

—A eso digo «no». Al menos mientras lloro por ti.

—Pero ¿pensarás en ello?

—No puedo prometerte nada, Sophina.

—Abrázame, Thomas.

Mientras él la atraía hacia sí, ella empujó el émbolo de su mano derecha. Con un pequeño chirrido, los interruptores abrieron las llaves de paso, que cambiaron la mezcla del líquido que se filtraba en su brazo. Primero, desde la bolsa amarilla, un sedante empezó a penetrar en la sangre y el movimiento cesó para que pudiera dormir. Al cabo de cinco minutos, la segunda llave de paso giró y el líquido esmeralda entró en contacto con la sangre. Era una neurotoxina que permitía el descanso de sus torturados pulmones y apaciguaba el latido de su corazón.

Thomas siguió apretando el cuerpo flácido de su mujer contra su pecho hasta el punto de sentir cómo su espíritu abandonaba su cuerpo. Sus lágrimas humedecieron su rostro y el de ella, y los sollozos sacudieron su pecho como la tos había sacudido el de ella. Poco a poco se apartó de ella y la volvió a colocar sobre la almohada. Le estiró las extremidades, le quitó la máscara de oxígeno y le sacó la aguja del brazo. Se retiró y dejó que la cortina de gasa de la cama se interpusiese entre ambos.

Secándose las lágrimas, Thomas Marik habló con su mujer por última vez.

—No olvidaré la sabiduría de tus palabras, pero tampoco obraré en consecuencia. Por ahora, nuestro hijo vive y tú vives en él. No negaré a nuestra nación el servicio de nuestro hijo y la desinteresada sabiduría que aprendió de su madre.

En pie de guerra
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