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Pero los persas sufrieron la tendencia más peligrosa de la guerra: un deseo de matar, pero no de morir en el proceso.

HERODOTO

Paso de Icegrief, Australártica

Morges, Alianza Lirana

13 de diciembre de 3057

Sentado en la cabina de su Wolfhound, el Khan Phelan Ward se sentía tan desolado como la vasta extensión blanca que lo rodeaba. Las emociones que lo asaltaban era tan violentas como los fríos vientos del paso de Icegrief, que arrastraban enormes nubes de nieve y hielo a ras de suelo. Alrededor se erigían unas añejas montañas de nieves perpetuas que adoptaban extrañas formas con el viento, unas formas que hacían ecos de la diversidad de sentimientos y recuerdos que lo arrollaban.

La única diferencia entre fuera y dentro es que fuera es todo blanco mientras que dentro no hay más que oscuridad.

Hacía dos días que había recibido la noticia de la muerte de Natasha en Twycross. Cuando leyó la transmisión del informe de ComStar se dio cuenta de que los dos sabían desde su partida que no sobreviviría a la lucha. Pero no es que pensase que Natasha había albergado un deseo de morir o había planeado una forma de suicidio para sus guerreros. De algún modo sentía que la Viuda Negra, tras más de ocho décadas de vida como guerrera, debía de haberse dado cuenta de que no podía añadir nada más a su leyenda. Era demasiado buena matando y, habiendo superado con creces a otros guerreros, no le quedaba nada por hacer.

Además, la temible Viuda Negra no concebía la idea de retirarse. Phelan sonrió pese al vacío que sentía adentro. Natasha siempre se había opuesto a la tradición del Clan de retirar a los guerreros de cuarenta y cinco años y utilizarlos para la educación de las nuevas generaciones de guerreros.

Solo en su cabina, Phelan se veía reflejado en todo esto y aceptaba en cierto modo la muerte de Natasha. Entonces llegó otro mensaje, el que le había enviado Angeline Mattlov de madrugada, con la noticia de que Ulric Kerensky había sido asesinado en Wotan. Decía que algunos Lobos habían sobrevivido y habían escapado del planeta, pero le aseguraba que no llegarían a Morges a tiempo para unirse a la batalla.

Phelan estaba seguro de que esta información tenía la intención de desmoralizarlos a él y a su gente, pero Mattlov nunca habría adivinado que sus palabras tendrían exactamente el efecto contrario. Phelan no dudaba de la noticia de la muerte de Ulric ni de la derrota de los Lobos en Wotan. De lo contrario, Angeline no habría planeado enfrentarse hoy a los Lobos y a los Demonios.

Ulric Kerensky, desde que Phelan lo conoció hasta la última vez que lo vio, siempre había controlado cualquier situación en la que se involucraba. Anticipaba el giro de los acontecimientos y tramaba una estrategia para la victoria. Además, Phelan sabía por propia experiencia que siempre acertaba su objetivo.

Y ahora Ulric estaba muerto.

En lugar de perturbar la confianza que Phelan tenía en Ulric, su muerte sólo intensificaba su respeto por aquel hombre. Phelan había llegado a la conclusión, y así lo había comunicado a sus tropas, de que Ulric confiaba tan ciegamente en su capacidad para destrozar a los Halcones de Jade y preservar el Clan de los Lobos que había aceptado un papel en un plan que sabía que probablemente lo mataría.

La otra parte del mensaje que Mattlov había dado a Phelan contenía muy buenas noticias. Puede que los Lobos no hubieran ganado en Wotan, pero habían sido lo bastante buenos para infligir graves daños a los Halcones de Jade durante la lucha. De lo contrario, Mattlov habría mencionado la llegada de sus propios refuerzos. Más revelador aún era el hecho de que los Lobos habían conseguido escapar de Wotan de forma tan ordenada que los consideraba posibles refuerzos. Esto indicaba a Phelan que al menos un núcleo estelar debía de haber escapado.

Si tenía que acabar su campaña contra él antes de que los supervivientes de los Lobos pudieran llegar a Morges, Mattlov tendría que llevar a cabo una rápida y decisiva batalla que destrozaría a los Lobos. Aquella idea animaba a Phelan porque significaba que los Halcones de Jade tendrían que enfrentarse a sus tropas fuerte y rápidamente. Como su fuerza ya había adoptado posiciones defensivas y contaba con la protección aérea adecuada, sería una dura batalla para los Halcones.

Angeline Mattlov lo sabía tan bien como él y, como ya había anticipado, había desplegado sus fuerzas en las tierras bajas cerca de la bahía de Broken Hope. Aunque era una posición táctica inferior, era lo mejor que podía hacer si quería mantener una distancia de combate con los Lobos. La instalación de inspección meteorológica de la bahía era insuficiente para alojar a todos los Halcones, pero era preferible a dormir en una Nave de Descenso.

Las tropas de Phelan habían tomado posiciones en las tierras altas, desde donde defenderían los puntos clave para impedir a Mattlov el acceso a los campos de nieve más allá de la primera cordillera montañosa del continente helado de Australártica. Phelan suponía que Mattlov atacaría primero a los Demonios de Kell, así que los había colocado en el paso de Icegrief, la ubicación más fácil de defender. Para llegar allí, Mattlov tendría que avanzar cien kilómetros a través de un terreno peligroso y subir por la pronunciada pendiente que conducía a los colmillos de las defensas de los Demonios.

—Lobo Uno, aquí comandante Demonio.

—Entendido, Dan. ¿Qué has visto?

—Una lanza de los Halcones de Jade… mmm… Una estrella de OmniMechs ligeros en la base del paso.

—Entendido. Tu discreción es de alcance óptimo.

—Entendido, Lobo Uno. Te comunicaré cuándo empieza el enfrentamiento.

Phelan visualizó una imagen gráfica vectorial del paso. El frente defensivo se había dispuesto en forma de hexágono. El largo frente de la parte superior e inferior del hexágono cortaba perpendicularmente el paso, en el reverso de las pequeñas hondonadas de éste, para proteger a los ’Mechs del fuego directo de los misiles y los rayos del Clan. Los pronunciados ángulos del hexágono eran más pequeños que el frente defensivo y apuntaban hacia arriba y hacia la parte posterior del frente principal del paso. Desplazándose hacia la derecha o la izquierda, los ’Mechs quedarían resguardados por las montañas y una ruta que los llevaría hasta el siguiente frente defensivo.

Los ángulos atravesaban los puntos corredizos de terreno natural, que reducirían la marcha de los ’Mechs que se retirasen y supondrían un serio problema para cualquier ’Mech del Clan al que persiguiesen. Mientras los ’Mechs enemigos intentaban atravesar los pequeños pasos laterales, las tropas de Phelan podían masacrar esos puntos. Lo más importante era que los ordenadores de los defensores tenían registradas las coordenadas de los puntos. Como los pasos se encontraban en los arcos de disparo de sus armas, los ’Mechs de las tropas de Phelan podían apuntar y disparar hacia uno de esos puntos automáticamente, aunque no pudieran verlo.

Toda la fuerza de su defensa se basaba en mantener el frente el tiempo que fuera posible y luego retirarse. El primer y segundo rango ya disponía de todos sus ’Mechs. En cuanto el rango del frente cayese, se dirigiría al tercer rango y se prepararía para apoyar al segundo rango del mismo modo que el segundo lo había ayudado. Aunque los Halcones de Jade capturasen un frente, llegar al siguiente sería tan costoso como llegar al primero y así sucesivamente.

Puede que Angeline Mattlov creyese que los Demonios de Kell eran la unidad más fácil de abordar, pero Phelan estaba seguro de que antes de llegar al segundo frente de defensa se plantearía la retirada. Ella creía que los Demonios eran mercenarios —lo cual no se le podía negar—, pero no los veía como guerreros profesionales de elite. Phelan dudaba incluso que hubiera advertido que los Demonios utilizaban OmniMechs propios, rescatados del campo de batalla de Luthien y complementados por los ’Mechs que la Corsaria Roja había utilizado para atacar su base natal en Arc-Royal hacía dos años y medio.

—Lobo Uno, estamos a punto de salir. Visualización gráfica de Tac Siete.

—Buena suerte, Dan.

Phelan encendió el visualizador holográfico. Cinco OmniMechs ligeros avanzaban a través de la nieve en los bajos confines del paso. El hielo de las rocosas paredes se había convertido en cascadas heladas de color azul. Pequeños diablos de nieve se arremolinaban y se perseguían unos a otros entre la formación del Clan. Al frente había dos Omnis, un Dasher y un Koshi, el cuadrado Puma en medio y dos Ullers en la retaguardia.

Phelan estudió los ’Mechs que aparecían en pantalla. Los Ullers y el Puma habían sido configurados como naves-misiles. El Dasher y el Koshi no transportaban misiles, así que suponía que habían sido equipados como unidades de control. Su rapidez los convertía en objetivos difíciles, especialmente el Dasher y los otros ’Mechs tenían misiles suficientes para causar graves daños a la mayoría de los ’Mechs de la Esfera Interior. Como sabía que las armas de la Esfera Interior eran de menor alcance, Mattlov había supuesto que podría utilizar su estrella para rastrear y hostigar la defensa de Phelan.

—Cazadores, fuego a discreción —se oyó la voz de Dan Allard a través del neurocasco de Phelan.

El Primer Regimiento de los Demonios de Kell, conocido como los «cazadores salvajes», se abrió en masa sobre los Halcones. Disponían de dos compañías para cada ’Mech de los Halcones. Configurados para utilizar armas energéticas casi exclusivamente, los ’Mechs de los Demonios llenaron el paso de dardos de energía roja, verde y azul en un espectáculo de luz tan brillante que Phelan tuvo que apartar la vista del visualizador. Al hacerlo miró a través de la escotilla del Wolfhound y vio, a treinta kilómetros de distancia, una fiesta de luz que atravesaba las bajas nubes del paso de Icegrief.

—¿Qué es eso, librenacido? —Phelan oyó que alguien preguntaba por la frecuencia táctica de los Lobos.

—Primera masacre de nuestro bando y va para los Demonios.

Pese a la rapidez del Dasher, los disparos de doce ’Mechs procedentes de cuatro armas distintas destruyeron la máquina. Los láseres de pulsación arrancaron el blindaje de las patas y lo perforaron hasta que éstas se desprendieron a la altura de las rodillas. La lanza cerúlea de un rayo CPP penetró en el pecho del ’Mech y fundió la mitad del torso. La placa facial del Dasher explotó lanzando al piloto por los aires, pero el ’Mech había recibido tal impacto que el asiento de eyección se incrustó en el paso mientras el ’Mech se desplomaba en la parte superior de éste.

Cuando Phelan se giró para seguir el transcurso de la lucha de los otros ’Mechs, lo único que pudo ver fue la explosión de una bola de plasma dorado procedente de la reacción de un motor de fusión y el esqueleto calcinado del Koshi tumbado sobre el anguloso relieve de la capa de hielo que lo sostenía.

Phelan transmitió esas imágenes a todos los ’Mechs de su Cuarto Asalto de los Guardias de los Lobos y el 279.° Núcleo Estelar de Combate.

—Los Demonios han luchado tan sencilla y limpiamente como nosotros lo habríamos hecho. La próxima vez que cualquiera de vosotros decida utilizar el término «librenacido» como un insulto, que recuerde que «librenacido» es lo que ellos son, todos y cada uno de ellos. En la vieja batalla entre la naturaleza y la educación, yo diría que la naturaleza está por delante.

En pie de guerra
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