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Existen dos puertas de entrada al Sueño. Una está hecha de cuernos y los fantasmas reales pueden salir fácilmente a través de ella. La otra es de reluciente marfil blanco, pero las visiones que el Infierno envía en este camino hacia la luz son engañosas.

VIRGILIO,

Eneida

Ciudad de Avalon, Nueva Avalon

Marca de Crucis, Mancomunidad Federada

10 de diciembre de 3057

Los insistentes gritos despertaron a Francesca Jenkins, pero la difusa penumbra le impedía ver de dónde procedían. Sentía el frío del suelo bajo su cuerpo y lentamente se dio cuenta de que la helada niebla que la envolvía no escondería su desnudez. El extraño lugar en el que se encontraba parecía estar iluminado por debajo y no alcanzaba a ver las paredes ni el techo.

Unos nuevos gritos le hicieron mirar al suelo. La fría y resbaladiza superficie absorbía el calor que desprendía su cuerpo. Suponía que era cristal, pero no podía estar segura. Con la niebla, el frío, su desnudez y los gritos todo era confuso, ajeno al mundo que conocía. Algo iba mal y empezó a sentir miedo.

Miró hacia abajo a través del suelo y vio lo que parecía ser un quirófano. Los médicos, con sus batas azules, y las enfermeras trabajaban con fervor sobre un cuerpo depositado en una mesa de acero inoxidable.

—La estamos perdiendo. Pasadme la epinefrina, ¡rápido! Preparad la reanimación.

—La presión está disminuyendo.

—Recuperadla. Mantened el ritmo cardíaco, ¡ahora!

Alguien se desplazó cuando otra persona se acercó a la cabeza de la víctima y se vio a sí misma estirada en la mesa. Mientras el medtech apretaba la máscara de oxígeno contra su cara, Francesca sintió el fantasma de la presión sobre la boca y la nariz. Volvió a mirar abajo y se quedó observando, concentrada, hasta que de repente se dio cuenta de que la persona a la que estaban operando era ella.

Dobló las piernas y permaneció arrodillada, apoyada sobre las manos y las rodillas mientras observaba a los médicos trabajando sobre ella. Estoy aquí observando, pero también estoy allí abajo. ¿Cómo es posible?

Luces procedentes de varios focos la iluminaban constantemente. Francesca retrocedió y a continuación apareció una silueta deslumbrada por la fuerte luz.

—No tengas miedo, Francie. Nadie te volverá a hacer daño.

—¿Madre? —preguntó. Algo en su interior le decía que era imposible que su madre estuviera hablando, pero la voz y la forma coincidían con las de ella. Pero mi madre está muerta. Entonces la luz, la niebla y la contemplación de su propio cuerpo se abalanzaron sobre ella como si su mente estuviera sufriendo una resonancia.

—Yo también estoy muerta.

Su madre adoptó una expresión de lamento y asintió lentamente con la cabeza, como solía hacer cuando Francesca se portaba mal.

—Sí, podría haberte llegado la hora.

—¿Madre?

—Francie.

Sintió cómo se le erizaba la piel.

—¿Esto es el cielo?

—Estás en el camino. Llegarás allí al final de éste —dijo su madre, sonriendo en la distancia—. Espero con impaciencia el momento en que nos volvamos a reunir.

—¿No puedo estar ahora contigo?

—Ojalá pudieras, Francie, pero primero debes reparar tus pecados.

—¿Pecados? ¿Qué pecados? Sólo he hecho lo que tu me habrías pedido, madre. Salvé a Joshua Marik —dijo palpándose la carne maltrecha de la cadera y el esternón—. Estuve a punto de morir.

Miró hacia abajo y vio a los médicos operando de nuevo.

—Morí.

—Tus pecados no son del todo culpa tuya, Francie. Te engañaron.

Francesca levantó la cabeza.

—No, yo los engañé. Los Davion nunca sospecharon que era una Jirik. Tus padres me los explicaron todo, madre, todo lo que tú me hubieras explicado si hubieras estado viva.

Un frío pavor se apoderó de su estómago mientras su madre sacudía la cabeza.

—Querida Francie, me fui de Castor con tu padre porque lo amaba, pero también porque ya no había nada para mí en la Liga de Mundos Libres. Mi abuelo Jirik murió durante la guerra civil, antes de que yo naciera, porque SAFE creía que era un colaborador de Antón Marik. Luego SAFE capturó a mis padres cuando Castor se estaba apoderando de la Mancomunidad Federada. La única razón por la que no me mataron a mí también es que aquella noche había salido con tu padre.

—Pero ellos me contaron…

—Calla, niña. Ellos te contaron lo que querías oír. ¿Por qué crees que cambié mi nombre por el de Jenkins y no por el de Jirik después de divorciarme de tu padre?

—Para protegerte de los Davion.

—No, Francie, no. Lo hice para que crecieras como alguien de la Mancomunidad Federada. No quería vincularte a mi pasado. Tuvimos una buena vida aquí. Esta es tu casa, pero has traicionado a su gente. Por eso, hasta que no repares tus pecados, no podremos estar juntas.

Las emociones se mezclaban con los pensamientos y los golpes a cada intento de reanimación en la mente de Francesca. Quería volver a estar con su madre, pero el dolor que se desprendía de sus palabras la herían. Aquel dolor interno se convirtió primero en furia contra los que se habían hecho pasar por sus abuelos y luego contra los que se habían organizado en una conflagración para inmolar a todo el que se opusiera al régimen davionista.

—¿Cómo puedo reparar mis pecados, madre?

La mujer le sonrió entre la niebla.

—Utiliza lo que te enseñaron y lo que todavía tienes que aprender. Te convirtieron en un arma y ahora debes ser capaz de cortar las manos que te dieron forma. Los que pensabas que eran tus enemigos te ayudarán a salvar tu honor. El corazón de tu madre saltará de alegría.

La niebla se espesó y la luz que había detrás de su madre se empezó a debilitar.

—Sé fuerte, Francie. Aquellos que destrozarían a tus benefactores tienen que pagar.

Francesca intentó ponerse en pie y alcanzar la sombra borrosa de su madre, pero la niebla la envolvió y perdió el equilibrio. Se inclinó hacia adelante y puso las manos en el suelo, pero los codos se le doblaron y cayó hacia atrás. Miró hacia abajo y vio un médico acercándose de nuevo al cuerpo con los electrodos.

—Despejado.

Oyó el sonido y sintió un hormigueo por el cuerpo. Volveré a la vida y repararé mis pecados.

—Tengo pulso, doctor.

Francesca Jenkins sonrió envuelta en una capa de oscuridad.

Galen miró a Curaitis y al hombre de corta estatura que había detrás de él.

—Felicidades, doctor Simons. Creo que lo ha conseguido.

Simons se encogió de hombros y se retocó las gafas.

—Gracias, secretario Cranston. Ha sido una simple variación de la técnica que los asesinos utilizaban para garantizar la lealtad de sus miembros. Ellos habrían utilizado drogas para dejarlos inconscientes y transportarlos a un palacio espléndido. Se les decía que estaban en el cielo y que se les concederían todos sus deseos durante tres días. Luego se los volvía a drogar y volvían al mundo real. Su experiencia «mística» fortificaba su creencia en el dogma.

»Con Francesca he conseguido lo mismo utilizando los iconos estándares de nuestro inventario cultural. Combinadas con drogas psicoactivas mejores y el maravilloso vídeo proyectado desde abajo, la prueba que le hemos proporcionado y las conclusiones que hemos extraído por ella son innegables e inevitables.

Curaitis gesticuló hacia la habitación.

—La secuencia de la sala de operaciones procedía de la miniserie holovisual sobre Jenkins.

—Sabía que lo había visto en alguna parte —dijo Galen—. La actriz que hacía de su madre era Gina Winters, ¿no? Si no recuerdo mal también hacía de la madre de Francesca en la serie. ¿Cómo hemos dado con ella?

Curaitis sonrió por primera vez desde que Galen lo conocía.

—La señora Winters quería aparecer del brazo del príncipe en algún acontecimiento cultural. Cree que la publicidad impulsará su carrera.

—¿Y usted estuvo de acuerdo en dejar que se acercara tanto al príncipe?

—El príncipe estaba dispuesto a satisfacer su deseo.

Galen entrecerró los ojos.

—Pero ¿no cree que explicará lo que ha pasado?

Curaitis esbozó de nuevo una amplia sonrisa.

—El auditor que había en el Departamento de Impuestos le advirtió que el dinero que gastase en fármacos sintéticos ilegales no podía deducirse como gastos médicos. La mala publicidad acabaría con su carrera.

Galen asintió y miró a través de la pantalla visora que había sobre el escenario que habían montado para la grabación. Francesca dormía sobre el suelo de cristal, insignificante e inocente como un niño.

—Felices sueños, Francesca —murmuró—. Puede que ésta sea la última vez que sientes esa paz interior.

En pie de guerra
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