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Informamos sobre la operación de Bolsa más importante y más arriesgada en la vida de Thomas Lieven. Vamos a esforzarnos por exponer del modo más comprensible posible cuán astuto fue su plan de venganza.
Volvamos, primeramente, la mirada hacia Stuttgart. En las afueras de esta bonita ciudad se levantaban las fábricas de la Excelsior Werke AG. Durante la guerra, unos cinco mil obreros habían fabricado allí instrumentos para la Luftwaffe de Goering. En el año 1945, este negocio se había ido al diablo. En Alemania y durante algún tiempo, no fabricarían ya aviones de guerra.
Las fábricas Excelsior producían ahora, en un marco muy pequeño, toda clase de aparatos técnicos. Pero después de la reforma monetaria en el año 1948, parecía inevitable la quiebra. Las acciones de las fábricas Excelsior se cotizaban muy por debajo de su valor nominal a un curso del dieciocho a veinticinco. En la primavera del año 1949, el hundimiento, en opinión de los expertos, era ya sólo cuestión de semanas.
En esta situación tan desesperada, los señores del Consejo de Administración de las Excelsior Werke trabaron conocimiento el 9 de mayo de 1949, con un armenio llamado Reuben Achazian, que les visitó en Stuttgart.
El señor Achazian, que vestía de un modo impecable y viajaba en un Cadillac modelo 1949, les dijo a los caballeros allí reunidos:
—Señores, les visito a ustedes en nombre de una sociedad suiza que desea permanecer en el anónimo. Esta sociedad tiene el mayor interés en trasladar parte de su producción a Alemania...
«¿Por qué?», preguntaron los caballeros del Consejo de Administración.
—... Porque ahí los gastos de fabricación de aparatos técnicos son sensiblemente más bajos. Caballeros, los suizos están dispuestos a ofrecerles un crédito a corto plazo. Están dispuestos, en determinadas condiciones favorables, a contribuir al saneamiento de su empresa. Para demostrarles cuán serios son los suizos en sus intenciones, estoy autorizado a informarles de lo siguiente: el grupo suizo está dispuesto a hacerse cargo del vencimiento de sus letras por un importe de un millón de marcos alemanes.
¡Un millón de marcos! Un brillo de luz en la empresa que corría peligro de declararse en quiebra. Los caballeros del Consejo de Administración no se tomaron mucho tiempo para decidirse...
El 25 de mayo de 1949 ingresaban en la cuenta de la Excelsior Werke novecientos mil francos alemanes. Este importe fue el dinero que Thomas Lieven invirtió en su venganza. Trabajó muy esforzadamente durante aquellos días. Después de haber conversado con varios redactores y periodistas economistas y financieros, empezaron a aparecer en los periódicos suizos artículos en los cuales se decía que ciertos círculos industriales suizos estudiaban la posibilidad de instalar sucursales de producción en Alemania. Estos artículos y el hecho de que todas las letras aceptadas por la fábrica Excelsior eran pagadas a su vencimiento, causaron sensación en las Bolsas de la Alemania occidental. El curso de las acciones subió de cuarenta a cincuenta.
En nombre de Thomas Lieven preguntaron unos hombres de paja en la casa de Banca Pretorius, en Hamburgo, si allí estaban enterados de lo que sucedía con respecto a las Excelsior Werke. De este modo despertaron el interés del ambicioso Walter Pretorius, director y propietario de esta Banca...
Unos pocos días más tarde se presentaba él señor Reuben Achazian en la casa de Banca Pretorius y solicitó hablar con el propietario a quien, para mayor claridad, llamaremos Marlock.
—He sido encargado por el grupo suizo de preguntarle a usted si está interesado en contribuir de un modo generoso a la obra de saneamiento de las Excelsior Werke -dijo el señor Reuben Achazian, que se había trasladado en el elegante Cadillac a la Ciudad Libre.
En vista de que las acciones subían rápidamente, Marlock se declaró dispuesto al instante. Prometió una participación. A continuación mandó comprar, por unos hombres de paja, acciones de las fábricas Excelsior, con lo que éstas siguieron subiendo de valor. Marlock tuvo que adquirirlas ya a precios muy elevados. El hombre estaba firmemente convencido de que aquél era el negocio de su vida.
El 19 de septiembre le dijo Thomas Lieven, en Zurich, a Reuben Achazian:
—Creo que este perro ha invertido ya todo su dinero en ese negocio ruinoso llamado Excelsior-Werke. Ahora es cuestión de recuperar los novecientos mil y, si es posible, algo más que he invertido en estas fábricas.
—¿Y cómo lo piensa hacer? -preguntó el armenio de ojos húmedos de almendra.
—Con ayuda de los marcos bloqueados, amigo mío -respondió Thomas Lieven, muy suave.
Los «marcos bloqueados» eran aquellos dineros que poseían los extranjeros en el Reich alemán y que habían sido bloqueados para garantía de la moneda alemana y de los que sus propietarios podían hacer uso solamente con autorizaciones especiales.
A partir del año 1951 se negociaban esos dineros en el extranjero pagándose por cien marcos bloqueados de ocho a diez dólares, es decir, un curso muy malo. ¡Thomas Lieven descubrió empresas industriales en Suiza que poseían marcos bloqueados todavía de los años 1931 a 1936! Estas empresas vendieron gustosamente sus cuentas a nuestro amigo al curso ya mencionado. Poco importaba. De ese modo recuperaban, por lo menos, algo de su dinero.
Thomas estaba ahora en posesión de marcos bloqueados en Alemania. Mandó de nuevo al señor Achazian a Hamburgo y éste le dijo a Marlock:
—El saneamiento de las Excelsior Werke se hará principalmente a base de marcos bloqueados que poseen mis mandatarios en Alemania. Esto está autorizado por las disposiciones dictadas por el Bank Deutscher Laender. Tengo poderes para transferir esos marcos bloqueados por valor de dos millones trescientos mil marcos a su Banco.
Marlock se frotó las manos. ¡Desde un principio había sabido que aquél era el negocio de su vida! Se fue a Francfort. Durante varios días se entrevistó con los directores del Bank Deutscher Laender. Firmó la declaración jurada de destinar aquellos dos millones trescientos mil marcos única y exclusivamente para el saneamiento de las fábricas Excelsior. Y entonces le permitieron hacer uso de los marcos.
Aquel mismo día le dijo Thomas Lieven, en su apartamento de Zurich, al señor Achazian:
—Vuelva a Hamburgo. Le daré plenos poderes, perfectamente falsificados, de las empresas suizas que están interesadas en esta obra de saneamiento financiero. Ese cerdo, en Hamburgo, le entregará los millones sin reparos de ninguna clase. A fin de cuentas no son suyos. Usted retira los marcos en efectivo y los trae aquí.
El armenio se quedó mirando, lleno de admiración, a Thomas.
—¡Me gustaría tener su cerebro! ¿Cuánto ha pagado usted por esos dos millones trescientos mil marcos bloqueados?
—Unos ciento sesenta mil dólares -sonrió Thomas, modestamente-. ¡Y cuando traiga usted esos marcos en su Cadillac a Zurich, entonces, amigo mío, los marcos bloqueados se habrán convertido en auténticos D-mark! Tendrá que hacer varios viajes. Y luego mandaremos al diablo las fábricas Excelsior. Y ese cerdo, en Hamburgo, estará en la ruina.
El 7 de diciembre de 1949 emprendió viaje el señor Reuben Achazian. Había de estar de regreso el 16. Aquél fue el día en que la República Federal alemana recibió mil millones de marcos, crédito de Estados. Unidos.
El señor Reuben no regresó aquel día histórico en la reconstrucción alemana. El señor Reuben Achazian jamás volvió a hacer acto de presencia.
El 28 de diciembre fue detenido el banquero Walter Pretorius, en Hamburgo, por agentes de la policía criminal alemana. A la misma hora detenían los agentes suizos a Thomas Lieven en su apartamento en Zurich. Actuaban en nombre de la Interpol y de la policía criminal federal alemana con sede en Wiesbaden. Los señores Lieven y Pretorius fueron acusados de haber traficado ilegalmente con marcos bloqueados.
—¿Quién ha presentado esta denuncia contra mí? -les preguntó Thomas Lieven a los agentes suizos.
—Un tal Reuben Achazian, que ha presentado numerosos documentos a la policía alemana. Pero el hombre ha desaparecido.
«Y mis dos millones trescientos mil marcos al diablo -se dijo Thomas Lieven-. Hum, hum... Al final he cometido un error. Y eso, que ese armenio era un hombre tan simpático...»