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Al anochecer del 4 de abril de 1943, un avión del tipo Lysander de la Royal Air Force aterrizó en el pequeño claro del bosque en donde había saltado en paracaídas Thomas Lieven dieciocho horas antes. En el avión iba un piloto con uniforme inglés. El piloto era oriundo de Leipzig. Había sido elegido por el Abwehr porque hablaba inglés, pero desgraciadamente, con acento sajón.

Por este motivo habló muy poco y se limitó a saludar continuamente lo que, con gran espanto de Thomas, siempre hacía de un modo equivocado.

Se llevaba la mano con la palma hacia dentro a la visera de la gorra y no como suelen hacerlo los ingleses con la palma hacia fuera.

Pero ninguno de los nuevos amigos de Thomas pareció darse cuenta de este hecho. Se abrazaron y se besaron, se estrecharon las manos y se desearon mucha suerte.

Bonne chance! -gritaron los hombres cuando Thomas subió al avión y le decía en voz baja al piloto:

—¡Es usted un estúpido, un imbécil!

Levantó la mirada. En el lindero del bosque vio a Yvonne. Tenía las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de piel. La saludó con un movimiento de la mano. La mujer no reaccionó. Volvió a saludarla. Ella siguió inmóvil.

Y mientras se sentaba en su asiento, se dijo Thomas:

«Esa mujer jamás me perdonará lo ocurrido.»

La «Acción Ruiseñor 17» tuvo pleno éxito..., tal como había confiado Thomas.

Cada noche se anunciaba Maquis Crozant a las veintiuna horas en la habitación de los soldados de primera Schlumberger y Raddatz en el hotel Lutetia y recibían a continuación la respuesta que firmaba el coronel Buckmaster, habitación 231, Ministerio de la Guerra en Londres.

En tales ocasiones estaban presentes otros dos hombres: el coronel Werthe, que había liberado a Thomas de las garras de la Gestapo, y aquel capitán Brenner que desde hacía tanto tiempo seguía con el más vivo interés la carrera de nuestro amigo.

En el capitán Brenner conoció Thomas el típico soldado profesional: terco, sobrio, pedante, decente, no era nazi..., pero un hombre que se limitaba a cumplir órdenes, que trabajaba como una máquina sin sentimientos de ninguna clase, sin críticas y casi sin corazón.

Brenner, un hombre pequeño y siempre muy bien peinado, gafas con montura de oro y movimientos enérgicos, no entendía esa comedia en torno al Ruiseñor 17, como solía decir él.

En un principio, Thomas mandó a los hombres del Maquis Crozant instrucciones dilatorias. Pero Ruiseñor 17 quería entrar en acción. Los hombres de la Resistencia querían lanzar un golpe y exigían munición para sus armas.

Y entonces, en una cálida noche de mayo, la tripulación alemana de un avión capturado a los ingleses arrojó sobre el claro de bosque entre Limoges y Clermont-Ferrand cuatro cajas de municiones. Pero la munición en cuestión tenía un defecto: no se correspondía, por su calibre, al tipo y marca de los armamentos...

La consecuencia fueron infinidad de mensajes de ida y vuelta. Pasaron varios días. Londres lamentó el error.

Maquis Crozant se lamentó de la falta de víveres. Y de nuevo los pilotos alemanes arrojaron conservas inglesas, medicamentos, whisky, cigarrillos y café.

El capitán no entendía ya este mundo:

—Nosotros bebemos Pernod, falsificado..., ¡y esos caballeros de la Resistencia, whisky! ¡Yo fumo Gauloise..., y esos caballeros de la Resistencia, Henry Clay! Y además los alimentos para que estén gordos y sanos. ¡Eso es una locura, caballeros, una verdadera locura!

—No es ninguna locura -le dijo el coronel Werthe-. Lieven está en lo cierto. Es la única posibilidad para evitar que esa gente se hagan peligrosos. Cuando hayan volado un puente de ferrocarril o una central eléctrica, se desperdigarán en todas las direcciones y no apresaremos a uno solo de ellos.

Una noche del mes de junio de 1943, Ruiseñor 17 se reveló tan impaciente que Thomas cambió de táctica: aviones ingleses capturados por los alemanes arrojaron munición que se correspondía, por el calibre y tipo, a las armas con que contaban los partisanos.

Pero, poco después, el Maquis Crozant recibía las siguientes instrucciones:

«Maquis Marsella destinado a grandes acciones de sabotaje... Imprescindible pongáis vuestras armas y municiones a disposición de los camaradas.»

Londres se mostró inflexible, a pesar de todas las protestas. Maquis Crozant recibió instrucciones concretas y muy precisas de dónde entregar las armas.

Y una noche de tormenta cambiaron de propietario las armas en una carretera que conducía de Belac a Montemar. Los que se hicieron cargo de las armas y que habían llegado en camiones eran soldados alemanes que, en todo momento se comportaron como auténticos franceses.

A principios de julio se enteró el coronel Werthe por el radiotelegrafista traidor del Maquis Limoges que el Maquis Crozant estaba «ya harto de Londres». Una tal Yvonne Dechamps instigaba continuamente a sus compañeros. ¿Acaso era verdad que estaban en comunicación con Londres? E Yvonne afirmaba que aquel capitán Everett no se le había antojado cien por cien seguro y menos aún el piloto de la RAF que le había recogido. El hombre había saludado como un auténtico «boche».

—¡Maldita sea! -exclamó Thomas Lieven cuando se enteró de esto-. Sabía que había de suceder. Mi coronel, sólo queda una solución.

—¿Cuál es?

—Tenemos que ofrecerle a Ruiseñor 17 la ocasión de que realicen un auténtico acto de sabotaje. Tenemos que sacrificar un puente, una línea de ferrocarril o una central eléctrica..., para con ello poder salvar muchos puentes, muchas líneas de ferrocarril y muchas centrales eléctricas.

El capitán Brenner que asistía a la entrevista cerró los ojos y exclamó:

—¡Está loco! ¡El sonderführer Lieven ha perdido el juicio!

También el coronel Werthe estaba confuso y desconcertado:

—Todo tiene sus límites, Lieven. Veamos, ¿qué quiere de mí?

—¡Quiero de usted un puente, mi coronel! -gritó Thomas de pronto-. ¡Maldita sea, debe haber todavía un puente en Francia del que podamos prescindir!

No sólo de caviar vive el hombre
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