17
—Mi amigo Bastián Fabre, Eminencia, está dispuesto a jurar que todos esos chóferes trabajan a las órdenes del señor Herbert Rebhahn -dijo Thomas Lieven.
Era la mañana del 19 de octubre de 1948. Thomas se hallaba de pie junto a la ventana de la gran habitación en donde solía trabajar el abad Langauer.
El dignatario eclesiástico parecía haber envejecido en muchos años. De un modo mecánico abría y cerraba las manos. Su rostro se estremecía de vez en cuando.
—Horrible -musitó-. Éste es el peor desengaño humano en mi vida. He sido engañado. Soy la víctima de un desalmado.
el abad contó...
En mayo de 1946 se había presentado Herbert Rebhahn por vez primera a él y le había hecho una donación de veinte mil marcos para los fugitivos. Luego le había ido visitando con suma regularidad con nuevas donaciones.
En el verano de 1947, Langauer protestó:
—No podemos seguir aceptando dinero de usted, señor Rebhahn. ¡Imposible!
—Es deber del cristiano ayudar al que no tiene, Eminencia.
—Pero si usted mismo se encuentra en una situación delicada, señor Rebhahn... Tiene usted muchas preocupaciones... Si yo supiera qué hacer para que el monasterio ganara algún dinero...
En fin, dijo el señor Rebhahn, por cuanto hacía referencia al monasterio... estaba él dispuesto a hacer una proposición. En la administración de la JEIA, en Francfort, conocía a un tal comandante Jolsen.
Rebhahn habló con lengua de ángel:
—No cabe la menor duda de que el comandante estará dispuesto a conceder a Vuestra Eminencia licencias de importación... para ciertas cantidades de vino de misa italiano. Un regalo. El vino no le costará nada a usted. Tengo amigos en Italia para los cuales será un honor comprar el vino y mandarlo a Vuestra Eminencia.
—¿Y eso no va en contra de las leyes?
—Está dentro de la Ley. Yo cuidaré de vender el vino en Alemania y entregaré los beneficios al monasterio... para los pobres fugitivos...
Waldemar Langauer aceptó la proposición. Dio su nombre para que se hiciera el negocio de cuya amplitud y dimensiones criminales no tenía la menor idea. Durante un año vendió el señor Herbert Rebhahn para él y sus fugitivos «ciertas cantidades de vino de misa italiano». Herbert Rebhahn le entregó al abad Langauer ciento veinticinco mil marcos.
La mañana del 19 de octubre de 1948, le dijo Thomas Lieven al abad:
—Según mis cálculos, Rebhahn, durante el último año ha ganado un millón y medio de marcos en estas transacciones ilegales.
—Le doy las gracias por todo lo que ha descubierto usted, señor Lieven. Es terrible lo que he de hacer ahora..., pero no puedo proceder de otro modo. -Cogió el auricular del teléfono, marcó un número y dijo-: Póngame con la policía criminal...
Aquel mismo día fue detenido el señor Herbert Rebhahn. A los agentes que le fueron a buscar en su lujosa mansión, les dijo:
—¡Esos jamás me van a procesar! ¡Hay demasiados peces gordo complicados en el asunto!
Pero la confianza en sí mismo fue amainando durante las siguientes semanas y meses, y a fines del año 1948 hizo unas confesiones que tuvieron por consecuencia que el prefecto de policía, Katting, fuera encerrado entre rejas. A principios del año 1949, se le presentaba al juez de instrucción, doctor Offerding, la situación bajo los siguientes aspectos: Rebhahn y Katting habían hecho víctima de chantaje al príncipe Welchov durante el año 1946, al descubrir su oscuro pasado nazi, y conseguido que el atemorizado príncipe les vendiera por un precio ridículo su gran finca de Wickerode y los bosques lindantes, pero, al mismo tiempo, el astuto príncipe había aceptado unas elevadas hipotecas sobre sus tierras, de modo que éstas carecían prácticamente de valor para sus nuevos propietarios.
Rebhahn y Karting habían fundado una fábrica de piedras artificiales con la que pensaban ganar millones. Pero la empresa, debido a la falta de dirección técnica, se había convertido en un ruinoso negocio. Y desde entonces, Katting, Rebhahn y el príncipe «navegaban en el mismo bote», como solía decir Rebhahn. Habían de buscar una solución a su situación financiera. Rebhahn organizó entonces el negocio de los vinos italianos. Era segundo presidente del sindicato vinícola. En esta calidad había organizado un boicot secreto contra aquellos vinicultores que se oponían a sus planes. Pero después de su detención fue destituido de su cargo, y el negocio de los vinicultores honrados, como el de Erich Werthe, floreció a partir de aquel momento...
El antiguo coronel sólo pudo expresar su agradecimiento por carta. En la primavera del año 1949, cuando el juez de instrucción, doctor Offerding, presentaba una acusación de un par de centenares de folios contra Herbert Rebhahn y sus cómplices, residía nuestro amigo, en compañía de Bastián Fabre, en un apartamento alquilado en Zurich.
Thomas y Bastián disfrutaban de la vida en Zurich. Su lectura diaria preferida era la información de Bolsa del Neuen Zürcher Zeitung.
De los beneficios de sus últimas operaciones había adquirido Thomas grandes cantidades de antiguas acciones alemanas. Éstas habían sido cotizadas muy bajas después del final de la guerra, puesto que por aquel entonces nadie sabía aún hasta qué punto las potencias vencedoras destruirían el potencial económico alemán.
Las fábricas de más valor habían sido desmontadas, los grandes consorcios habían sido disueltos. En 1946-47 las acciones de la Vereinigten Stahlwerke se cotizaban a solamente un quince por ciento, las acciones de la AEG en un treinta por ciento, y las acciones de la IG-Farben habían sido retiradas del mercado.
Pero los hombres que compraron estas u otras acciones parecidas fueron recompensados con creces por su optimismo. Después de la reforma monetaria fueron ascendiendo los valores de estas acciones de mes en mes. Y en un apartamento de Zurich había un caballero que no podía quejarse de lo que se sucedía en el mundillo bursátil...
Hasta que llegó aquel 14 de abril de 1949, en que Thomas y Bastián fueron al cine Scala de Zurich. Tenían la intención de asistir a la proyección de la célebre película italiana El ladrón de bicicletas. Pero antes de la película vieron el noticiario cinematográfico. Y éste presentaba varias secuencias del Derby de Primavera que se corría en Hamburgo.
Caballeros elegantes, caballeros de chaqué, mujeres encantadoras. La cámara enfocaba en primer plano a los personajes más prominentes. Un caballero muy gordo. Una dama muy atractiva. Otra dama más atractiva aún. Otra dama – Había comenzado el milagro económico. Otro ilustre caballero...
Y, de pronto, gritó un caballero que ocupaba una butaca de platea:
—¡Marlock!
Thomas Lieven se quedó con la respiración cortada. Allí, en la pantalla, veía a su malvado socio, al que había dado ya por muerto, a su criminal socio que había destruido su existencia pacífica, el hombre que le había arrojado a los molinos de viento de los servicios secretos internacionales... ¡Allí estaba el hombre, elegante, de chaqué, con anteojos!
—¡Es él..., voy a matar a ese cerdo! -gritó Thomas-. Y yo qué creía que hacía tiempo se pudría ya en el infierno... ¡Ha llegado el momento de saldar cuentas con él!