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El 3 de diciembre, Thomas Lieven fue llamado al cuartel general del general König. El general le dijo:
—Le agradezco sinceramente habernos ayudado a poner fin a las nefastas actividades de esos sujetos. No somos un Ejército de bandidos y forajidos. Queremos que reine el orden y la justicia en nuestra Zona.
Thomas Lieven fue recibido el 3 de diciembre por el general König, quien le dio las gracias y le alabó, pero el 7 de diciembre recibía la siguiente carta:
MINISTERIO DE GUERRA
DE LA REPÚBLICA FRANCESA
París, 5 de diciembre de 1945
Capitaine René Clairmont
Ejército-Serie-Número: S 324.213
Investigación criminales de guerra Baden-Baden
Asunto: CS hr. St. 324/1945
Con motivo de las investigaciones realizadas en el curso del sumario militar seguido contra el teniente Pierre Valentine y otros encartados, hemos solicitado su expediente personal al Deuxième Bureau.
De.este expediente, que ha sido completado por uno de los jefes del Deuxième Bureau, se desprende que actuó usted como agente del Abwehr alemán, en París, durante la guerra. Comprenderá usted que un hombre con su pasado no puede ya continuar sus trabajos en nuestra organización de búsqueda de criminales de guerra. El coronel Maurice Débras, que en su momento le acogió a usted en esta Organización, hace ya cuatro meses no pertenece a este servicio.
Le invitamos, por la presente, a desalojar, hacia el mediodía del 15 de diciembre de 1945, sus oficinas en Baden- Baden, actas, sellos y expedientes, así como su documentación militar y credenciales. Queda, por la presente, relevado de su servicio. Seguirán instrucciones detalladas. Firma ilegible. Y, debajo, a máquina: «general de brigada».
Thomas Lieven se sentaba a su mesa-escritorio y silbaba, meditabundo. Leyó de nuevo la carta y siguió silbando.
«En fin, lo de siempre -se dijo-. Todo se repite con horripilante monotonía en mi vida. Hago algo incorrecto... y todo el mundo me ama. Me abruman con condecoraciones, dinero y besos. Soy el preferido de la patria. Pero realizo una acción justa y correcta... y, ya está, me hunden en el barro.»
«Un jefe del Deuxième Bureau ha completado el expediente». ¡Un jefe! De modo que el coronel Jules Siméon vive aún. Y me odia...
Thomas se puso en pie. Con expresión ausente comenzó a poner orden en su oficina. Cuando abrió el cajón de su mesa-escritorio la llave se atascó un poco. Muy poco. Pero esto no le llamó la atención. Como aturdido empezó a recoger sus papeles personales.
Sacó los pasaportes del cajón y la llave se atascó de nuevo. Contó los pasaportes. Todos estaban allí. Todos no. Volvió a contarlos. ¡Maldita sea, faltaba uno!
El sudor comenzó a perlar la frente de Thomas Lieven cuando descubrió cuál era el pasaporte que faltaba: El bonito pasaporte suizo extendido a nombre de Eugen Walterli. Y entonces descubrió Thomas que faltaba algo más en el cajón: El talonario de su cuenta corriente en el Schweizerichen Nationalbank y los plenos poderes del Banco.
Thomas Lieven lanzó un gemido y se dejó caer en su sillón. Fragmentos de una conversación que había sostenido hacía poco rondaban por su cerebro: «¿También te haces llamar Eugen Walterli? ¿Hay mucho dinero en esa cuenta? ¡No hay firma que yo no sepa imitar!»
Thomas cogió el auricular y solicitó una conferencia urgente con Zurich: Schweizerischen Nationalbank. Esperó lo que se le antojó una eternidad. Por fin le pusieron la comunicación.
Habló con el empleado que atendía su cuenta. Lo adivinó todo cuando oyó la tranquila voz del suizo:
—Sí, señor Walterli, estamos al corriente. Su señora esposa lo ha arreglado todo...
Se había procurado un pasaporte suizo. «Esa miserable».
—¿ Cuándo..., cuándo ha estado mi esposa en el Banco?
—Pues, hará unos quince días... La señora dijo que usted vendría a Zurich y confirmaría sus instrucciones...
—Instrucciones... ¿Cuánto hay en la cuenta?
—Unos veinte francos...
«Oh, Dios, Dios.»
—¿Y el resto... lo ha retirado...?
—En efecto. La señora tenía su pasaporte de usted..., su talonario..., plenos poderes del Banco... y también para la caja fuerte. Señor Walterli, señor Walterli... Por amor de Dios, ¿se ha cometido alguna incorrección? Culpa nuestra no es... La señora presentó los plenos poderes y todos los documentos necesarios... todos firmados por usted...
Thomas colgó el auricular en la horquilla. Durante largo rato permaneció inmóvil. Excepto veinte francos, todo lo que había poseído se había esfumado.
Una hora más tarde entregaba el hombre que se hacía llamar aún capitán Clairmont su oficina y toda la documentación al oficial de guardia. El capitán Clairmont desapareció a partir del mediodía de aquel 7 de diciembre. Sin dejar rastro...