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El oficial pagador Hopfner perdió una villa y el coronel Werthe, en aquellos mismos días, a una doncella de primera clase: la morena y bonita Nanette. La joven francesa había conocido a Thomas Lieven cuando, agotado y apaleado, el coronel Werthe le había trasladado, el 12 de diciembre de 1942, desde la cárcel de la Gestapo a su casa. De un día a otro se despidió Nanette del coronel del Abwehr. Dos días más tarde se presentaba en la villa en el Bois de Boulogne.

—No se lo tome a mal, señor coronel -dijo la joven-, pero desde siempre me ha hecho ilusión trabajar en el Bois de Boulogne.

A principios de septiembre de 1943 se instaló Thomas a su gusto. La bodega estaba llena de botellas compradas en el mercado negro, y la cocina, llena de manjares de la misma procedencia. ¡Podía empezar la lucha contra el mercado negro!

El primer personaje que le señaló el coronel Werthe, por así decirlo un personaje clave, un hombre misterioso, fue un tal Jean-Paul Ferroud. Aquel gigante de pelo blanco poseía, lo mismo que Thomas, una Banca privada en París. Y al parecer, las transacciones más osadas se efectuaban por su mediación.

Thomas invitó a almorzar al banquero.

Había dos cosas que los franceses en el año 1943 hacían solamente en circunstancias muy excepcionales: visitar a los alemanes e invitar a alemanes. Se veían en los restaurantes, en los bares, en el teatro..., pero no en casa. A no ser que se tuvieran motivos muy justificados.

El asunto Ferroud comenzó con una gran sorpresa por parte de Thomas: el banquero aceptó al instante...

Durante cinco días preparó Thomas Lieven esta cena con la ayuda de Nanette. Ferroud se presentó a las siete y media. Los dos caballeros iban de smoking.

MENÚ
JAMÓN CON VINO TINTO con ensalada de apio
y patatas cocidas * Savarin de frutas

París, 10 de septiembre de 1943

Con un jamón, empieza Thomas Lieven la ronda del mercado negro

Jamón con vino tinto

Se toma un jamón entero, fresco, se elimina la corteza de tocino y parte de la grasa. Se prepara una pasta de cebolla rallada, pimienta, jengibre, bayas de enebro y hojas de laurel, y se frota con fuerza a mano el jamón con la misma, hasta darle un color pardo. Se coloca el jamón durante 5-8 días en una cacerola, se vierte encima una botella de vino tinto, y 1/2 botella de vinagre, dándosele varias veces la vuelta. Antes de cocerlo se frota fuertemente con sal y se pone al fuego con la mitad del caldo. Una vez consumido el primer líquido se coloca el jamón en el horno, se añade después, poco a poco, el resto del caldo. Se cuece el jamón hasta adquirir una bella tonalidad parda, se espesa el fondo del asado hasta una salsa densa y se añade luego ensalada de apio sin mayonesa y patatas cocidas. Para el jamón se calculan, según su tamaño, 3- 5 horas de cocción y asado.

Savarin con frutas

Sé toma media libra de harina, apenas 1/8 de litro de leche, 15 gramos de levadura, 125 gramos de mantequilla, 30 gramos de azúcar, 3 huevos y algo de sal. Se mezcla un poco de levadura con 1/4 de la harina calentada y se deja subir. Se mezcla luego con la mantequilla fundida y el resto de los ingredientes y se agita hasta que forme burbujas. Se tinta un molde con mantequilla, se llena en sus tres cuartos con la masa y se deja montar hasta que está lleno y se cuece luego 30 minutos. Entretanto, se calientan mitades de melocotón en conserva o recién asados (puede ser también cualquier otra fruta), asimismo, 60 gramos de espesa mermelada de albaricoque. Se prepara un líquido como sigue: 1/8 de litro del zumo de las frutas, 2 cucharadas de vino blanco, 1 cucharada de licor de cerezas, Sherry, Maraschino y zumo de limón, 1/2 cucharadita de ron y un pedazo de vainilla. Se vuelca el borde cocido inmediatamente sobre una fuente precalentada, se rocía con el líquido caliente, se unta con la mermelada caliente de albaricoque y se echan encima 2 cucharadas de terebintos, levantando las frutas calientes en el centro. La masa puede prepararse también algunos días antes, pero en este caso es preciso calentarla, antes de añadirle el líquido y adornarla.

Tomaron los martini secos en el salón. Luego se sentaron a la mesa iluminada por las velas.

Nanette sirvió el jamón.

Ferroud era un experto culinario. Se pasó muy discreto la lengua por los labios.

—Sencillamente maravilloso, monsieur. Preparado con vino tinto, ¿verdad?

—Durante cinco días. Pero lo más importante fue la preparación con bayas de enebro, jengibre, hojas de laurel, granos de pimienta y cebollas. Hay que frotar el jamón hasta que quede negro.

—¿Y sólo ha usado vino tinto?

Ferroud tenía un aspecto impresionante, como el Pere noble del teatro francés.

—Y media botella de vinagre. Me complace que haya aceptado usted mi invitación.

—No faltaba más -dijo el francés-. A fin de cuentas, no cada día es uno invitado por un agente del Abwehr alemán.

Thomas siguió comiendo muy tranquilo.

—Me he informado sobre usted, monsieur Lieven. En realidad, debería recelar. Los informes que me han dado sobre su persona son tantos y tan pocos, al mismo tiempo, que no se logra saber quién es usted. Sólo una cosa aparece clara: le han destinado a mí por creer que soy uno de los que tiran de los hilos del mercado negro, ¿verdad?

—Exacto -dijo Thomas-. Tiene que tomar una lonja más. Hay algo que no entiendo.

—Pregunte usted.

—Dado que usted recela de mí y sabe lo que pretendo, no comprendo por qué ha venido a mi casa. Esto tiene que tener algún motivo.

—Desde luego, tiene un motivo. Quería conocer al hombre que tal vez se convierta en mi enemigo. Y me gustaría conocer su precio, monsieur. Tal vez logremos llegar a un acuerdo...

Thomas enarcó las cejas. Sus palabras sonaron muy arrogantes cuando dijo:

—No está usted tan bien informado sobre mí como pretende. Es una lástima, monsieur Ferroud. Había confiado enfrentarme con un contrincante de igual categoría.

El banquero se sonrojó. Depositó el cuchillo y el tenedor sobre la mesa.

—¿De modo que no hay acuerdo posible entre nosotros? Soy yo quien ahora dice: lástima. Temo que subestima usted el peligro en que va a vivir a partir de ahora. Comprenderá usted que no permitiré que nadie eche una mirada a mis cartas. Y menos un hombre que no se deja sobornar...

No sólo de caviar vive el hombre
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