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El 1 de junio de 1947 llegaban los señores Thomas Lieven, Bastián Fabre y Reuben Achazian muy cansados, pero sanos y salvos a Munich. Inmediatamente se dirigieron a la villa en Grunewald, propiedad de Thomas. Había almorzado un par de veces más con el coronel Melanin y bebido aún con mayor frecuencia con él hasta hacerle cambiar de opinión. Finalmente, se habían despedido como buenos amigos. Los planos se quedaron en Zwickau...
Los tres caballeros permanecieron pocos días en la capital bávara.
—Hemos vendido los planos a los ingleses, franceses y rusos -le dijo Thomas a su amigo Bastián-. Muy pronto descubrirán que los hemos llamado a engaño. Ahora adoptaremos otros nombres y durante algún tiempo nos iremos a vivir a Wiesbaden.
—Me parece muy bien. Si al menos ese Achazian no me resultara tan repulsivo. ¡Un auténtico contrabandista que ahora quiere vender armas y municiones!
—No lo hará -dijo Thomas-. Vayamos primeramente a Wiesbaden. El señor Achazian va a tener una sorpresa allí.
Y puesto que hablamos de sorpresas...
La noche antes de abandonar los tres caballeros Munich, se sentaron en el saloncito para tomarse unas copas de vinos Llamaron a la puerta... Eran aproximadamente las siete y media de la tarde. Bastián fue a abrir la puerta y regresó pálido como la muerte.
—¡Ven..., ven..., ven..., por favor! -tartamudeó.
Thomas salió al vestíbulo. Cuando vio quién estaba en el umbral de la puerta, cerró los ojos y tuvo que apoyarse contra la pared.
—No -musitó-, ¡no!
—Sí -dijo la maravillosa y hermosa esposa del coronel Melanin, de Zwickau-, soy yo...
Era ella, en efecto. Allí estaba. Con un maletín de viaje. Joven y sana.
—¿Cómo has llegado... ha llegado usted... hasta aquí?
—He huido. Con todo un grupo. Soy una fugitiva política. Me ha sido concedido el derecho de asilo. Y pienso quedarme contigo. E ir allí donde tú vayas.
—No.
—Sí. Y si no permites que me quede contigo..., les diré a la policía, con gran dolor por mi parte, que tú entregaste unos planos a mi marido y todo lo que sé sobre ti...
—Pero, ¿por qué..., por qué quieres traicionarme?
—Porque te amo -dijo con la mayor sinceridad.
El hombre es un animal de costumbres.
Dos meses más tarde, en agosto de 1947, les decía Thomas Lieven en la gigantesca mansión que había alquilado en la Parkstrasse de Wiesbaden, a los señores Bastián Fabre y Reuben Achazian:
—No sé qué tenéis en contra de Dunia. Es encantadora. Cocina para vosotros. Es muy trabajadora. Yo estoy entusiasmado con ella.
—Exige demasiado de ti -dijo Bastián-. Fíjate en tus dedos. Mira cómo tiemblan.
—Tonterías -replicó Thomas, sin gran convencimiento, dado que también él encontraba un poco demasiado exigente a su nueva amiga. Dunia vivía en una habitación amueblada cerca de ellos, no iba a visitarles cada noche, pero cuando iba...
En sus pocos minutos libres pensaba Thomas en el coronel Melanin. ¡Y comprendía entonces que no hubiese llegado a general!
En Wiesbaden, Thomas Lieven se hacía llamar Ernst Heller, y poseía los documentos correspondientes. A nombre de su colaborador extranjero había registrado la Achazian Sociedad Limitada. Esta empresa compraba cantidades gigantescas de las mercancías más heterogéneas que había en los grandes depósitos de la ZVG en las afueras de la ciudad.
En los gigantescos depósitos de la ZVG, no sólo podían adquirirse bienes de la antigua Wehrmacht alemana, sino también jeeps, camiones y suministros del Ejército americano..., material viejo o cuyo transporte a Estados Unidos hubiese costado demasiado dinero.
—Con América no podemos hacer negocios -les dijo Thomas a sus amigos-, para ello tenemos todos nosotros unos pasados demasiado oscuros. Hemos de fijar nuestra atención en otros países, aquellos que hacen guerras, puesto que éstos son los que no pueden adquirir las mercancías del ZVG. Esto está prohibido.
—Conozco a un tal señor Aristóteles Pangalos, representante de los guerrilleros griegos, y a un tal señor Ho Irawadi, de la Indochina-dijo Reuben Achazian.
—¡Pero no les podéis vender armas a esos tipos! -exclamó Bastián.
—Si nosotros no les vendemos armas, lo harán otros-expuso Thomas Lieven en plan doctrinal-. Por ese motivo, nosotros les venderemos las armas..., pero te aseguro que éstas no les van a proporcionar grandes alegrías.
—No entiendo ni una sola palabra.
—Deja que hable. He alquilado una fábrica vacía en las afueras de Maguncia. Sacaremos la pólvora de la munición y la sustituiremos por serrín. Las pistolas ametralladoras van embaladas en unas cajas de madera con indicaciones especiales y plomos. He descubierto una casa que fabrica las mismas cajas y pueden hacer las mismas inscripciones a fuego. Y también los plomos se pueden imitar. Y con jabón haremos que las cajas tengan el peso requerido...
—¿Y que será de la pólvora y de las pistolas ametralladoras?
—La mercancía será embarcada en Hamburgo -dijo Thomas-. Las aguas son allí muy profundas. ¿Es necesario que siga hablando?
Aquel agosto del año 1947 (era la semana 103 en las tarjetas de racionamiento) llegó Wiesbaden al punto más bajo en el suministro de víveres. El número de calorías bajó a 800. No había patatas. Sólo los hospitales y campamentos recibían el suministro indispensable. El racionamiento en grasas bajó de 200 a 150 gramos. Media libra de azúcar blanco y media libra de azúcar moreno. Cuatro huevos. Muy poca verdura y frutas, debido a la pertinaz sequía. Dos terceras partes de la población adulta de Wiesbaden no recibió suministro de leche.
Nota: Una guerra terrible no termina con la derrota...