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El 10 de marzo de 1948 se quitó la vida Ian Masaryk, ministro checoslovaco de Asuntos Exteriores, y el presidente Eduardo Benesch fue detenido.

El 18 de abril anunciaron los nuevos racionamientos para las zonas occidentales. En el curso de cuatro semanas había de recibir el consumidor alemán: 400 gramos de grasa, 100 gramos de carne, 82,5 de huevo seco y 1.475 gramos de pastas.

El 21 de julio tuvo lugar una explosión en la fábrica de la I. G. Farben que ocasionó ciento veinticuatro víctimas.

A principios de agosto llegaron Thomas Lieven y su amigo Bastián Fabre a una pequeña ciudad en Franconia.

—Hubiese preferido irme a América del Sur -explicó Thomas-. Pero en Wiesbaden me tropecé con un viejo y buen amigo, Erich Werthe. Y en casa de ese amigo estaremos mucho mejor que en cualquier otra parte. Allí nadie dará con nosotros. Y mientras continúe el negocio de los automóviles prefiero quedarme en Alemania. Sobre todo ahora, después de haber comprado un par de viejas acciones. Veremos si suben algo...

Quiso la casualidad que Thomas se encontrara en Wiesbaden con el antiguo coronel Werthe, del Abwehr de París. Al antiguo oficial de cabello blanco se le llenaron los ojos de lágrimas:

—Hombre, Lieven, ¡vaya alegría!

—Pstt..., no tan alto, señor Werthe. Aquí me llamo Heller.

Werthe sonrió.

—¿Seguimos todavía por los caminos sinuosos?

—¿Qué quiere decir con eso de «seguimos todavía»? Cada vez que intento seguir por un camino recto me dan en la cabeza. Estoy ya medio atontado. ¿Y usted..., qué hace usted?

—Pues, en realidad, nada. Vivo en mi pequeña finca vinícola en Franken. Es propiedad de mi esposa. Tiene que visitarnos usted. ¡Insisto en ello! ¡Cuando usted quiera! ¡Y puede permanecer con nosotros todo el tiempo que quiera! A fin de cuentas fue usted quien me sacó del maldito campamento...

Pues, sí, los señores Thomas Lieven y Bastián Fabre emprendieron el viaje hacia la pequeña finca vinícola. En un coche poco llamativo, de antes de la guerra, corrían por la hermosa región de Franken en dirección a una finca vinícola... y una nueva aventura...

La finca de Erich Werthe estaba situada en unas suaves colinas bañadas por el sol y en lo alto de una pequeña ciudad que había alcanzado fama como lugar de peregrinaje. Un río idílico cruzaba la bendita tierra de viñedos. Delante de la ciudad se levantaba una impresionante colina de granito sobre la que habían construido el monasterio en donde veneraban a la Virgen milagrosa.

Uno de los primeros hombres a quien conoció Thomas en la pequeña ciudad fue el abad del monasterio, Waldemar Langauer, un dignatario eclesiástico realmente impresionante, de cabello blanco, piel quemada por el sol y ojos relucientes.

Erich Werthe presentó a Thomas al abad. Y los dos hombres simpatizaron desde el primer momento. Waldemar Langauer enseñó a Thomas la maravillosa biblioteca del monasterio. Luego le habló de sus preocupaciones. La ciudad estaba atestada de fugitivos que necesitaban comestibles, vestidos y alojamiento. Pero, ¿de dónde obtener todo esto? Faltaba de todo.

—En estos tiempos es cuando se aprende a conocer a las personas, señor Lieven -dijo el abad, y esbozó una débil sonrisa-. En estos momentos hay personas que se crecen..., y en nuestra pequeña ciudad tenemos a uno de estos hombres.

—¿De veras?

—Se llama Herbert Rebhahn. De profesión comerciante en vinos. Años atrás dio mucho que hablar por su vida mundana..., pero desde que terminó la guerra, el hombre está como transformado. No falta ningún domingo a misa y ha donado miles y miles de marcos para los fugitivos...

Así fue como Thomas Lieven oyó hablar por vez primera de Herbert Rebhahn, el comerciante en vinos y tan amante del prójimo. Y aquella misma noche volvió a oír hablar de ese hombre: en casa de Erich Werthe, durante la cena que había preparado la bonita, pero muy delgada esposa del antiguo oficial del Abwehr.

—Oiga usted, Lieven -dijo Werthe-, en París me invitó: usted a un fantástico pastel de cebolla. ¿Lo prepararía para nosotros mañana? Tenemos invitados. -Será un placer -contestó Thomas. -Nos visitarán unos amigos. Les debo una invitación. para agradecerles todo lo que han hecho por mí. Sobre todo Herbert Rebhahn.

Herbert Rebhahn... De nuevo oía pronunciar el nombre. -Ese hombre parece hacer solamente el bien -dijo Thomas.

MENÚ
Tortilla de cebolla
Pecho de ternera con puré de patatas
Manzanas rellenas

Franken, 14 de agosto de 1948

Con la receta de Thomas Lieven se atragantan tres bribones

Tortilla de cebolla

Se toma pastaflora no endulzada o fina masa de levadura, se enrolla en una capa delgada y se llena con la misma un gran molde para tortas. Se calientan de 750 gramos a 1 kilo de rodajas de cebolla en 150 gramos de mantequilla, hasta quedar bien blandas, y de tal manera, que queden muy claras. Se deja enfriar la masa, se añaden 3-4 huevos enteros, batidos con algunas cucharadas de nata ácida espesa, un pellizco de comino y sal. Se introduce la masa en el molde, se levanta uno de los bordes de la masa, cociendo la tortilla en el horno hasta un color amarillo dorado, se sirve caliente en la mesa.

Pecho de ternera

Se toman filetes de ternera, se golpean bien, se sazonan con pimienta y sal solamente en uno de sus lados. Se unta este lado con algo de tocino graso, finamente picado, cebollas y perejil, se enrollan los filetes y se atan los rollos con hilo. Se rebozan los rollos en mantequilla, hasta un color amarillo dorado, se vierte nata ácida, agitando con media cucharadita de maicena, calentando lentamente, y se adoba con sal y pimienta. Se sirve con puré de patatas y ensalada verde.

Manzanas rellenas

Se toman manzanas de una clase madura, no demasiado dulce, se pelan, se vacían cuidadosamente, sin lastimar el lado del tallo. De este modo se colocan en un molde bien engrasado, se introduce en el agujero una cucharadita de azúcar, pasas y gelatina de frambuesa. Se adorna cada manzana con un copo de mantequilla y se deja cocer en el horno, hasta que las manzanas quedan blandas.

—A no ser por el señor Rebhahn -dijo el señor Werthe con expresión muy grave-, y el prefecto de policía Katting y el príncipe de Welchov hace tiempo hubiese tenido que haberme ahorcado.

En voz baja y asustada, preguntó Thomas:

—¿Tan mal le van las cosas, señor Werthe?

—¿Mal? Perdona la palabra, Luise..., esto es una mierda. Mire usted, poseo, una finca vinícola y un comercio en vinos. El vino que cosechamos no sale de aquí. Los americanos no conceden licencias de importación, por consiguiente, el negocio que teníamos antaño con vinos extranjeros, está completamente parado...

Bastián se rascó el cráneo y dijo en su alemán con acento francés:

—Eso sí que no lo entiendo. Creía que en Alemania no había nada para comprar. Pero usted tiene buenos vinos alemanes. ¿Por qué no puede venderlos?

—No lo sé, sinceramente no lo sé...

No sólo de caviar vive el hombre
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