15

—Antes de empezar -dijo Herbert Rebhahn-, oremos.

Entrelazó sus pequeñas manos rosadas y gordas e inclinó la cabeza rosada de cabello rubio, las cejas rubias y la pequeña barbita rubia. El prefecto de policía Katting, el príncipe de Welchov, Erich Werthe y su esposa inclinaron igualmente las cabezas. Thomas volvió su mirada hacia Bastián y entonces los dos hicieron lo que los demás.

El príncipe de Welchov era un hombre ya de edad, delgado, engreído, de piel apergaminada y muy silencioso. El prefecto de policía, Wilhelm Katting, daba la impresión de ser un modesto y correcto empleado de Banca, de edad mediana.

Después de la silenciosa oración fijó Rebhahn, rápidamente, su mirada en el centro de la mesa.

—Ah, pastel de cebolla, ¡qué alegría! -Y se sirvió.

El amarillento príncipe masticó lentamente y, luego, dijo:

—El pastel es excelente. Tal como solía prepararlo mi madre. La felicito, señora.

—Tiene usted que felicitar al señor Lieven -dijo, Luise Werthe-. Él lo ha hecho.

Tres pares de ojos se fijaron, de pronto, en Thomas; miradas frías, inquisitivas, sin simpatía. El prefecto de policía, el príncipe y el filántropo Rebhahn le miraban... como tres comisarios de la brigada criminal a un sospechoso que acaba de ser detenido.

De pronto, le dejó de gustar a Thomas el pastel que había preparado con tanta afición. Le costaba tragar el bocado que tenía en la boca. Aquel señor Rebhahn le resultaba más antipático a cada-segundo que pasaba.

En su alemán deficiente, tan acentuado, dijo Bastián:

—Demos las gracias también por poder brindar por la encantadora señora Werthe con este vino maravilloso, messieurs.

Muy rastrero, dijo Rebhahn:

—Mi querida y apreciada señora, pasamos por unos tiempos muy difíciles. Todos nosotros. Yo también. ¿Acaso mi vino no se queda sin venderse en las bodegas?

—No hablo ya de que no podamos vender nuestro vino -dijo Luise Werthe-. Pero, ¿qué ocurre con el vino italiano? Quiero decir, se trata de un asunto muy feo y muy sospechoso. Eso es una...

—¡Luise, por favor! -dijo Werthe, con cierta brusquedad.

Al mismo tiempo observó Thomas Lieven cómo Rebhahn, el príncipe y el prefecto de policía intercambiaban unas miradas. Rápidamente volvió Thomas su mirada hacia Bastián. También él se había fijado en el detalle.

Mientras cortaba con su tenedor un pequeño pedazo de pastel de cebolla, preguntó Thomas con la mayor inocencia de este mundo:

—Vino italiano, ¿qué ocurre con el vino italiano?

De nuevo el prefecto de policía, el príncipe y Rebhahn intercambiaron una mirada.

«¿Acaso está ciego, mi querido amigo Werthe? -se preguntó Thomas-. ¿Puede tener por amigos a esos hombres? ¡No me gustaría que me enterraran con uno de esos individuos!»

Rebhahn miró a Thomas con sus brillantes ojos azules y respondió con voz muy firme:

—Desde hace un año Alemania es inundada por miles y miles de litros de vino italiano muy barato. Esos vinos arruinan nuestros negocios. Todo el mundo compra esos dichosos vinos y no nuestra producción. ¿De dónde proceden esos vinos? Eso no lo sabe nadie. ¿Quién importa esos vinos? Nadie lo sabe.

—Un momento -dijo Thomas-, tenía entendido que no conceden licencias de importación para vinos extranjeros... ¿No me lo decía usted mismo ayer, señor Werthe?

—Lo dije, sí. -Sonrió, deprimido Werthe-. Oficialmente no conceden licencias de importación. En Francfort tiene su sede una comisión americana, la JEIA. Ésta concede las licencias de importación. Pero no para vinos. Por lo menos, al parecer, no concede ninguna.

—Y de hecho no concede ninguna, señor coronel -dijo, rastrero, Rebhahn, el amigo de los fugitivos-. No vamos a sospechar de unos sinceros e insobornables oficiales americanos, ¿verdad que no?

—¡Oh, no, por amor de Dios! -exclamó Werthe.

«Pobrecillo, ¿tan acobardado e intimidado estás?», pensó Thomas Lieven.

Aquella noche, mientras daban un paseo por la colina, le preguntó Thomas a su amigo Bastián:

—¿No te resulta para vomitar ese señor Rebhahn?

—¡Ése y los otros dos!

—Pobre Werthe, le han prestado dinero y ahora está obligado a ellos.

—¿Me permites que te haga una pregunta?

—Habla.

—Si no logra vender sus propias cosechas y si no conceden licencias de importación, ¿a qué se debe que ese monsieur Rebhahn gane tanto dinero que pueda entregar esas sumas tan fabulosas para los fugitivos?

—Sí -dijo Thomas Lieven-, ya había pensado en esto yo también. Y para contestar a esta pregunta y poder ayudar un poco a mi amigo Werthe me voy a Italia durante algún tiempo...

No sólo de caviar vive el hombre
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
sec_0131.xhtml
sec_0132.xhtml
sec_0133.xhtml
sec_0134.xhtml
sec_0135.xhtml
sec_0136.xhtml
sec_0137.xhtml
sec_0138.xhtml
sec_0139.xhtml
sec_0140.xhtml
sec_0141.xhtml
sec_0142.xhtml
sec_0143.xhtml
sec_0144.xhtml
sec_0145.xhtml
sec_0146.xhtml
sec_0147.xhtml
sec_0148.xhtml
sec_0149.xhtml
sec_0150.xhtml
sec_0151.xhtml
sec_0152.xhtml
sec_0153.xhtml
sec_0154.xhtml
sec_0155.xhtml
sec_0156.xhtml
sec_0157.xhtml
sec_0158.xhtml
sec_0159.xhtml
sec_0160.xhtml
sec_0161.xhtml
sec_0162.xhtml
sec_0163.xhtml
sec_0164.xhtml
sec_0165.xhtml
sec_0166.xhtml
sec_0167.xhtml
sec_0168.xhtml
sec_0169.xhtml
sec_0170.xhtml
sec_0171.xhtml
sec_0172.xhtml
sec_0173.xhtml
sec_0174.xhtml
sec_0175.xhtml
sec_0176.xhtml
sec_0177.xhtml
sec_0178.xhtml
sec_0179.xhtml
sec_0180.xhtml
sec_0181.xhtml
sec_0182.xhtml
sec_0183.xhtml
sec_0184.xhtml
sec_0185.xhtml
sec_0186.xhtml
sec_0187.xhtml
sec_0188.xhtml
sec_0189.xhtml
sec_0190.xhtml
sec_0191.xhtml
sec_0192.xhtml
sec_0193.xhtml
sec_0194.xhtml
sec_0195.xhtml
sec_0196.xhtml
sec_0197.xhtml
sec_0198.xhtml
sec_0199.xhtml
sec_0200.xhtml
sec_0201.xhtml
sec_0202.xhtml
sec_0203.xhtml
sec_0204.xhtml
sec_0205.xhtml
sec_0206.xhtml
sec_0207.xhtml
sec_0208.xhtml
sec_0209.xhtml
sec_0210.xhtml
sec_0211.xhtml
sec_0212.xhtml
sec_0213.xhtml
sec_0214.xhtml
sec_0215.xhtml
sec_0216.xhtml
sec_0217.xhtml
sec_0218.xhtml
sec_0219.xhtml
sec_0220.xhtml
sec_0221.xhtml
sec_0222.xhtml
sec_0223.xhtml