14
Cuando Thomas despertó, se encontró en su cama. Oyó la voz de Bastián
—El desayuno, Pierre. Despierta. ¡Son las once y media! Thomas abrió los ojos y gimió. Sentía como unos martillazos en su cerebro. Fijó su mirada en Bastián, que estaba junto a la cama con una bandeja. Se incorporó en el lecho. Y entonces quedó como petrificado. A su lado estaba una joven y dormía tranquila y profundamente. La dulce y encantadora Christine Troll...
Thomas cerró los ojos. Thomas volvió a abrir los ojos. No, no era un espejismo. Christine dormía a su lado. Musitaba algo y sonreía. Se desperezó. ¡Dios santo! Rápidamente Thomas la volvió a cubrir con la sábana.
Horrorizado miró a Bastián, que asistía impasible a la escena.
—¿Qué ha ocurrido..., cómo ha llegado esta dama hasta aquí?
—Vamos, no me lo preguntes a mí. ¿Cómo quieres que yo lo sepa?
—¿Estaba... estábamos ya esa dama y yo en casa... cuando llegaste tú?
—Sí. Y tú, roncando como un carretero.
—¡Por amor de Dios!
—Completamente bebido, sí.
—Ni siquiera puedes imaginártelo. Muchacho, muchacho, no recuerdo nada de lo que ha ocurrido durante las últimas horas...
—Lo siento por ti, es una verdadera lástima...
—¡Cállate! Llévate la bandeja. Quiero salir de aquí antes de que ella despierte. Tal vez también ella estuviera bebida.
Y de este modo le ahorraré esa situación tan penosa...
Pero no fue así. En aquel momento, Christine Troll abrió sus hermosos ojos y miró durante largo rato en torno a ella. Luego se miró a ella misma. Y se sonrojó. Y dijo:
—Ay, qué situación tan penosa..., de veras... Esto es terrible. Caballero, ¿quién es usted?
Thomas, sentado en la cama, saludó con una inclinación de cabeza.
—Me llamo Lieven. Thomas Lieven.
—Ay, Dios, ay, Dios... ¿Y quién... es este caballero?
—Mi criado Bastián.
—Buenos días, mademoiselle -dijo Bastián, y saludó igualmente con una inclinación de cabeza.
Y entonces la joven dama rompió a llorar...
Después del desayuno se fueron Thomas y Christine a pasear por el valle del Isar. Lentamente fueron cediendo los! dolores de cabeza.
—¿Y no recuerda usted nada, nada absolutamente? -preguntó el hombre.
—Nada, nada absolutamente.
—Yo tampoco,
—¡Señor Lieven!
—¡Dadas las circunstancias, puedes llamarme Thomas!
—No, prefiero no tutearte. Dadas las circunstancias, señor Lieven, sólo cabe una solución: que nos separemos ahora y no volvamos a vernos nunca más.
—Perdone usted, ¿por qué?
—Señor Lieven. Soy una chica decente. Esto no me había ocurrido nunca antes.
—A mí tampoco. Bien, no se hable más del asunto. Y ahora vamos a poner en marcha la fábrica.
—¿Esto sí lo recuerda usted?
—Exactamente. Y voy a hacer honor a mi palabra. Pongo a su disposición todo el capital que necesite usted.
—Señor Lieven, eso sí que no puedo aceptarlo en ninguno de los casos...