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—La sopa es excelente -dijo el director Schallenberg.

Se retrepó contra el respaldo de su asiento y se pasó la servilleta de damasco por sus delgados labios.

—«Lady Curzon» -dijo Thomas, y pulsó una vez el timbre, presionando un botón que había bajo el tablero de la mesa.

—Lady, ¿qué?

—Curzon..., así es como se llama la sopa. Tortuga con jerez y natilla.

—¡Ah, sí, desde luego!

Las llamas de las velas que había sobre la mesa se estremecieron de pronto. Bastián había entrado sigilosamente, y sirvió el pollo con pimiento picante.

Las llamas se tranquilizaron. Su luz cálida y amarillenta caía sobre la alfombra azul oscuro, la antigua mesa flamenca, las cómodas sillas de madera y el gran bufete flamenco antiguo.

El pollo despertó de nuevo la admiración del director Schallenberg.

—Delicioso, sencillamente delicioso. ¡Ha sido usted realmente muy amable al invitarme, señor Lieven! Teniendo en cuenta que sólo quería hablar usted de negocios...

—De todo se habla mejor durante una buena comida, señor director. Tome un poco más de arroz, lo tiene usted delante.

—Gracias. Y ahora, dígame usted, señor Lieven, ¿de qué negocio se trata?

—Está bien -dijo Thomas-. Señor director, usted es propietario de una fábrica de papel.

—Sí, así es. Doscientos empleados. Todo reconstruido de entre las ruinas.

—Debe sentirse muy orgulloso. A su salud... -Thomas Lieven levantó su copa.

—A la suya.

—Señor director, sé que usted fabrica un papel de marca al agua de excelente calidad.

—Sí.

—Y, entre otros, suministra usted este papel con marca al agua para las nuevas acciones que la Deutschen Stahlunion-Werke va a lanzar al mercado.

—Exacto. Las acciones de la DESU. No puede usted imaginarse lo que representan estos continuados controles, ¡vaya impertinencias! Todo para que a mis obreros no se les ocurra imprimir un par de acciones más por su cuenta, ¡ja, ja, ja!

—¡Ja, ja, ja! Señor director, quisiera hacerle un pedido de cincuenta hojas grandes de este papel con marca al agua.

—Usted quiere..., ¿qué?

—Pasarle un pedido de cincuenta hojas grandes. Como jefe de la empresa no ha de resultarle difícil a usted rehuir ese control.

—Pero, por amor del cielo, ¿y qué piensa hacer con esas hojas?

—Pues, imprimir acciones de las fábricas DESU. ¿Qué se había imaginado usted?

El director Schallenberg dobló su servilleta, fijó apesadumbrado la mirada en el plato delante de él, y dijo:

—Temo que he de retirarme.

—En modo alguno. Tenemos todavía manzanas al champaña y tostadas con queso.

El director se puso en pie.

—Caballero, olvidaré haber estado jamás aquí.

—Dudo que llegue a olvidarlo -dijo Thomas, mientras se servía un poco más de arroz-. ¿Por qué se ha levantado, señor jefe de industria de armamentos?

El rostro de Schallenberg se sonrojó.

—¿Qué ha dicho usted? -dijo, en voz muy baja.

—Que se siente usted, señor jefe de industria de armamentos.

—¿Ha dicho jefe de industria de armamentos?

—Lo he dicho. Esto es lo que fue usted. Aun cuando se olvidara de este título en el año 1945. Por ejemplo, en el cuestionario. ¿Para qué recordarlo? Se había procurado usted nuevos documentos y un nuevo nombre. Cuando era jefe de industria de armamentos se llamaba usted Mack.

—¡Está usted loco!

—No, no lo estoy. Fue usted jefe de industria de armamentos en la provincia del Warthegau. Figura usted todavía en la lista de los que deben ser entregados al Gobierno polaco. Desde luego, con el nombre de Mack y no con el de Schallenberg.

El director Schallenberg se dejó caer sobre la antigua silla flamenca, se pasó la servilleta de damasco por la frente y dijo, sin fuerzas:

—Sinceramente, no sé por qué le escucho todo esto a usted.

Thomas Lieven suspiró.

—Mire usted, señor director, también yo tengo un pasado muy movido. Quiero olvidarme de él. Para ello necesito este papel. Imitarlo me llevaría demasiado tiempo. Por el contrario, cuento con un impresor de confianza... ¿No se siente usted bien? Veamos..., tome un sorbo de champaña, esto anima... Pues, sí, mire usted, señor director, cuando terminó la guerra tuve acceso a los expedientes secretos. Por aquel entonces se había camuflado usted en Miesbach...

—¡Miente!

—... Perdone, quería decir Rosenheim. En el hotel Lindenhof.

Esta vez el director Schallenberg se limitó a levantar, cansado, la mano.

—Sabía que usted se ocultaba allí. Teniendo en cuenta la posición que yo ocupaba, hubiese podido hacerle arrestar. Pero me dije: «¿Y de qué va a servirte ya? Lo encerrarán y lo entregarán a los polacos.» Pues bien... -Con apetito tragó, Thomas, un pedazo de pollo-. Entonces me dije: «Si le dejas vivir en paz, ese caballero, dentro de unos pocos años, volverá a flotar en la superficie. Ese tipo de hombres no se hunde nunca, siempre vuelven a resurgir...»

—¡Intolerable! -gimió el director.

—«... y entonces te podrá ser mucho más útil». Esto es lo que me dije por aquel entonces. Actué en consecuencia y, pues, hice bien.

Schallenberg hizo un esfuerzo por carraspear.

Voy directamente a la policía a presentar la denuncia.

Aquí al lado está el teléfono.

Bajo el tablero de la mesa, Thomas presionó por dos veces el botón del timbre.

De nuevo se estremecieron las llamas de las velas cuando Bastián entró, sin hacer ruido. Llevaba una bandeja de plata y encima de ésta varias fotocopias.

—Por favor, sírvase usted -dijo Thomas-. Las fotocopias presentan al señor director de uniforme, varios decretos firmados por el señor director en los años 1941 a 1944, y un recibí del llamado tesorero del partido nacionalsocialista certificando haber recibido cien mil marcos como donativo para las SA y las SS.

El director Schallenberg volvió a tomar asiento.

—Puede usted retirar los platos, Bastián. El señor director ha terminado.

—Sí, señor.

Después de haber salido Bastián, dijo Thomas:

—Por lo demás, participará usted con cincuenta mil. ¿Le basta?

—¡No permitiré que me hagan víctima de un chantaje!

—¿Acaso no participó usted en grandes y elevadas aportaciones a la última campaña electoral? A propósito, ¿cómo se llama esa revista alemana que se interesa por esos casos?

—¡Está usted completamente loco! ¿Quiere imprimir acciones falsas? ¡Irá a parar a la cárcel! ¡Y yo con usted! ¡Estoy perdido, si le entrego ese papel!

—Yo no iré a parar a la cárcel. Y usted solamente estará perdido en el caso de no entregarme el papel, señor director. -Thomas presionó una vez el botón del timbre-. Ya verá usted cómo le van a gustar las manzanas.

—¡No pienso probar un solo bocado más en su casa, chantajista!

—¿Cuándo puedo contar con el papel, señor director?

—¡Nunca! -gritó Schallenberg, llevado por una ira incontrolada-. ¡Jamás le entregaré a usted una sola hoja de papel!

No sólo de caviar vive el hombre
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