18

En el mes de julio de 1942, Dantes Villeforte, llamado el Calvo, convocó una asamblea general de su banda en Marsella, la cual se celebró en su vivienda, en el número cuatro de la rue Mazenod.

—Amigos míos, estoy harto -dijo Dantes Villeforte a sus colaboradores-. No aguanto más a la organización de Chantal. Nos han estropeado el asunto del platino, que nosotros teníamos ya prácticamente en el bolsillo. Los negocios con Portugal hace más de un año que los hemos perdido por completo. ¡Y ahora sólo nos faltaba el asunto de los Decretos de la Falange!

El caso de los Decretos de la Falange había sido un asunto tan sencillo como impresionante. Recordando sus lecciones con el pintor y falsificador portugués Reynaldo Pereira, Thomas Lieven, con ayuda de los «talentos» del Barrio Viejo, había puesto en marcha un taller de falsificaciones en grande. Allí trabajaban ahora en turnos de día y de noche. Y la empresa de el Calvo no podía, sencillamente, competir con ellos.

Los documentos encargados a la organización Chantal Tessier eran más baratos y mejores y eran suministrados con mayor rapidez. Durante las últimas semanas habían introducido una novedad en el negocio: facilitaban documentos en los cuales la Falange española certificaba su reconocimiento a diversas personas por servicios prestados en él extranjero. Los fugitivos provistos de esta documentación podían entonces, con toda facilidad, obtener el permiso de residencia en España. Éste fue el éxito más sensacional en la venta de documentos falsificados durante el verano del año 1942.

—Amigos míos... -dijo Dantes Villeforte en el curso de su asamblea general-, Chantal Tessier, por sí sola, era ya una tentación. Nos ha estropeado el negocio infinidad de veces. Nos ha causado muchos daños. Pero, ahora, con la llegada de ese tío..., Pierre, o como se llame... ¡No, no lo aguanto más!

Murmullos de aprobación.

—Yo os digo: un día u otro hubiésemos puesto fin a las maquinaciones de Chantal. Sé que está enamorada de ese tipo... ¿Cuál sería el golpe más fuerte que le podríamos asestar?

—Liquidar al amante -dijo uno de ellos.

—Eres un perfecto idiota -dijo Villeforte-. Liquidar, liquidar... ¿No se te ocurre otra cosa mejor? ¿Acaso no tenemos relaciones con la Gestapo? He averiguado que ese hombre se hace llamar también Hunebelle. Y la Gestapo busca a un tal Hunebelle. Nos podemos ganar un bonito reconocimiento si nosotros... ¿Es necesario que siga hablando? ¡No!

La noche del 17 de septiembre de 1942 estalló una violenta tormenta sobre Marsella. Chantal y Thomas habían tenido la intención de ir al cine, pero en vista del tiempo, decidieron quedarse en casa.

Bebieron calvados y tocaron discos, y Chantal estuvo aquella noche más cariñosa y dulce y apasionada que nunca.

—¿Qué has hecho de mí...?-susurró-. Hay momentos en que no me reconozco a mí misma...

—Chantal, hemos de marcharnos de aquí -dijo Thomas-. He recibido malas noticias. Marsella no es sitio seguro ya. Pronto llegarán los alemanes.

—Nos iremos a Suiza -dijo la mujer-. Tenemos dinero suficiente allí. Llevaremos una gran vida.

—Sí, mi amor -dijo Thomas, y la besó.

Y con lágrimas en los ojos, añadió la mujer:

—Ay, cariño mío, soy feliz como nunca lo he sido en mi vida. Esto no durará siempre..., pero sí durante algún tiempo aún... No siempre..., pero sí durante algún tiempo...

Horas más tarde, sintió de pronto Chantal deseos de comer... uvas.

—Las tiendas han cerrado ya -dijo Thomas-. Pero tal vez encuentre algo en la estación...

Saltó de la cama y se vistió. La mujer protestó:

—¿Con este tiempo? Estás loco...

—No, no, quiero que comas uvas- Porque te gustan las uvas y porque tú me gustas a mí.

De nuevo asomaron las lágrimas en los ojos de la mujer. Se golpeó con su pequeño puño en la rodilla, y gritó:

—¡Maldita sea! No sé por qué lloro, pero es que te quiero tanto, tanto...

—Vuelvo al instante -dijo Thomas, y salió de la casa.

Estaba en un error.

Veinte minutos después de haber abandonado la casa en la rue Chevalier Rose para ir en busca de uvas se encontraba Thomas Lieven, alias Jean Leblanc, alias Pierre Hunebelle, alias Eugen Walterli, en manos de la Gestapo...

No sólo de caviar vive el hombre
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